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Viaje al arte Prerrománico (II)

lunes, 08 de diciembre de 2008
Viaje al arte Prerromnico (II)
VIAJE AL ARTE PRERROMANICO DEL NOROESTE ESPAÑOL (II)

Y así, tal como habíamos previsto, tuvo lugar este viaje en un fin de semana del mes de octubre del año en curso, y en el orden que a continuación comentamos:

SAN CEBRIÁN DE MAZOTE (VALLADOLID)
Favorecidos por los Reyes leoneses (Alfonso III, en particular) que fomentaron los nuevos asentamientos y la construcción de iglesias y monasterios los mencionados monjes mozárabes aprovechan restos romanos y visigodos para levantar este hermoso templo (antes de 916) en cuyo interior de planta basilical y tres naves, gran amplitud y elegancia islámica, sobresalen los típicos arcos de herradura sobre airosas columnas adornadas de capiteles corintios y brilla su transparente luminosidad.

Hoy esta mestiza edificación recogida en el centro del pueblo -dentro de un tranquilo valle en las estribaciones de los Montes Torozos-, mozárabe en su estilo aunque de austera base visigoda, brinda al visitante una delicada emoción estética y, me atrevo a insinuar, espiritual, que a muchos fascina. Nadie sabe por qué se construyó esta iglesia en tan apartado lugar ni la causa de su abandono durante años; ahora, por suerte, es templo parroquial para los pocos vecinos que presumen de su decoración visigoda en un contexto de leve fervor oriental (La amable encargada aprovecha la visita para vender miel y, en ocasiones, lotería).

En las proximidades sobrevuela Urueña, una villa-fortaleza asentada sobre un alcor y bien amurallada; recóndita pero actualizada (con un curioso museo etnográfico), merece una visita, que nosotros hoy posponemos pues subimos, en otra dirección, hacia la Meseta; y bordeando la depresión del río Hornija contemplamos la recia figura del Castillo de Torrelobatón y, después, Wamba, localidad propia de los antiguos Reyes Godos, dónde admiramos su iglesia de la Asunción que si se apoya en fundamentos visigóticos y arcos mozárabes, nos muestra al exterior, tras su justa restauración, evidentes perfiles románicos.

Y nos dirigimos ya, buscando la carretera 611, a las tierras leonesas en que tantos cenobios, capillas y monasterios fueron construidos por los monjes mozárabes en los siglos IX y X, y posteriormente arrasados por los muslimes; de los pocos que a la postre quedan visitaremos San Miguel de la Escalada y Santiago de Peñalba.

SAN MIGUEL DE LA ESCALADA
Es de los templos, se nos cuenta, más representativos de la arquitectura mozárabe y de los mejor conservados, a pesar de añadidos y restauraciones, que si un día fue célebre monasterio hoy se nos ha quedado en deliciosa sede eclesial. Hemos transitado por páramos e inhóspitos eriazos y ya cerca de León, a unos 30 km, tropezamos, en efecto, con esta maravilla: una iglesia grande pero armónica y equilibrada, con el contraste aparente entre la robustez de la torre románica y su magnífica arquería oriental: bella galería exterior compuesta de doce gráciles arcos de herradura, y que a pesar de haberla visitado con anterioridad, uno de nuevo se queda absorto en la contemplación de su perfecto diseño, como si fuera la primera vez.
Construida, al parecer, sobre un antiguo cenobio visigótico-asturiano su interior es el “de una basílica de tres naves, separadas por columnas que apean arcos de herradura de línea musulmana. Llaman la atención los débiles muros y los pobres materiales” y, sobre todo, los arcos de herradura: alguno hay de tipo árabe cordobés empleado con preferencia por los mozárabes, como relata el maestro Gómez Moreno, quién insiste en que la transformación del mismo arco debió ser muy paulatina y, no es de extrañar por el virtuosismo de los artífices árabes.

Nos alejamos de aquel silencio, con la fuerte impresión de una obra de arte única, que requiere su conocimiento y el disfrute de su espacio trascendente y, puestos en la ruta, nos dirigimos en pleno Camino de Santiago hacia una de sus derivaciones, Ponferrada, por el generoso Bierzo en el que encontramos buena mesa y mantel.

SANTIAGO DE PEÑALBA
Antes de seguir, recuerdo mi primera visita a este lugar, hace doce años, y la honda impresión que me produjo su ubicación geográfica. Rememoro la ascensión en un pequeño coche, por el apretado valle, a lo largo del río Valtueza: subiendo la empinada carreterita por abruptos desniveles hasta alcanzar, en los Montes Aquilianos, Peñalba (la Peña Blanca) y su iglesia de Santiago que ocultaba su primitiva belleza en el centro de un minúsculo pueblo de rústicas casas de piedra y cobertizos de pizarra, encerrado en la masa verde forestal, al borde ya de la árida Sierra de Teleno.

Hoy, mientras vuelvo a subir, deslizándome por el sombrío bosque de castaños, tengo parecida sensación paisajística, y la tortuosa senda me trae a la mente a los anacoretas que hace once siglos la recorrían penosamente para cobijarse en las cuevas naturales que por estos montes existían y, después, hacia el monasterio que allí construyeron y del que ya sólo permanece la preciosa iglesia de trazos mozárabes, auténticamente ejemplar, edificada según los estudiosos antes del año 935, y felizmente intacta, en cuya fachada meridional se abre la tan recordada puerta bajo doble arco de herradura, con columna central y enmarcada por un decorativo alfiz. “Se considera a esta puerta la más perfecta en su género de todo el arte mozárabe que ha llegado hasta nuestros días” (Lafora). Su mármol veteado y su deliciosa imagen, armónica, esbelta y cuántos sinónimos de ligereza queramos añadir a esta belleza gratuita a la que algunos llaman Puerta del Cielo y otros, Puerta de la Alegría y que merece, al menos una vez en la vida (como exige San Andrés de Teixido, en Galicia), la visita de todo creyente y aún de todo ciudadano. Su interior no es menos notable: naves separadas por pilares cilíndricos, arcos de herradura, aposentos a distinto nivel, ábsides contrapuestos para el altar y las sepulturas. La pintoresca y aislada espadaña es muy posterior.

Esta iglesia, como las antes visitadas, recibió ayudas de los reyes de León hasta finales del siglo XI. Fue, después, priorato de la catedral de Astorga y es, ahora, sencilla parroquia dónde reposan (o reposaron) los restos de San Genadio (obispo de dicha catedral).

La sensación que produce este lugar y la atmósfera íntima de su interior es difícil de describir, incluso a un reduccionista esta estética de lo esencial del arte en medio de una bella y bronca naturaleza, no le dejará impasible. Y todos, cristianos o no creyentes, desearíamos que este pasmo nos hiciera temblar más prolongadamente.
De nuevo a la carretera y a las autovías, al auto que nos conducirá hasta Benavente dónde, tras ligera cena, pernoctamos.

Al día siguiente, y después de un abundante desayuno, volvemos al camino de Zamora. En plena marcha y ya en las cercanías de la ciudad, pasamos por Monte la Reina, lugar en el que estuvo ubicado, cerca del río Duero, años cincuenta y sesenta del pasado siglo, un Campamento de las Milicias Universitarias en el que miles de muchachos convivimos dos veranos sucesivos, intensos, bajo dura disciplina y aún así dichosos -éramos jóvenes-, un recinto que ahora nos muestra sus instalaciones derruidas y abandonadas, que mueven a profundo desconsuelo.

SAN PEDRO DE NAVE, EN CAMPILLO (ZAMORA)
Algo muy distinto sucede cuando nos situamos ante este monumento nacional que irradia cabal equilibrio y armonía. Más próximos, reconocemos sus volúmenes, los sillares sobrios en su alineación, mientras el sol ya presente hace brillar el color dorado de las piedras. Este sitio tranquilo nos lleva a pensar primero en lo que sabemos: que la iglesia fue trasladada piedra a piedra de su situación originaria a orillas del río Esla, antes de ser engullida por las aguas del pantano de Ricovayo (Suceso ocurrido en 1930, bajo la dirección del arquitecto Alejandro Ferrán).

El interior del templo, aparte las tres naves, el crucero y la bóveda, ofrece la aparente curiosidad de las cámaras -precisas en la liturgia oriental- propias de la disposición arquitectónica visigoda, así como los rotundos arcos de herradura sobre columnas de mármol gris. Para muchos resulta excepcional ejemplo en su triple recinto la verticalidad del espacio sagrado y la enigmática existencia de cámaras santas, más o menos ocultas.

Nos fijamos también en los motivos decorativos de frisos y capiteles cubo-apiramidados cuya labra un tanto doméstica y tosca en algunos, tal en pájaros y racimos, es auténtica filigrana orientalista en otros: los del sacrificio de Isaac, y Daniel en el foso de los leones, de sutil ingenuidad y sencillos detalles dignos de admirar. No cabe olvidar la significación didáctica de estos relieves en piedra que hablan de la fe, la eucaristía o el Paraíso a los campesinos de la comarca.

Sin mayor descanso, y con estas maravillas estético-religiosas en la retina, reanudamos con cristiana resignación el viaje sumidos en la piedad y la arquitectura visigóticas que hemos tenido la suerte de contemplar.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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