Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Operación: Cuñada (36)

martes, 27 de diciembre de 2022
Telepatía activada

-...
-¿Orlando, vuelves a quedarte arriba, hoy, esta noche?
-Sí, mujer, que entro de guardia... Me lo estás preguntando con un énfasis que más bien parece que lo afirmas.
-¡Hombre...! Eso ahora es normal en ti, ¿o no?, que sólo duermes conmigo una noche, o dos, a la semana; en cambio, Pascual, en el mismo Tabor, baja más veces, ¡y eso que sólo es suboficial!
Mencionarle al cuñado, establecer algún paralelo entre los dos, era una dialéctica aborrecible, que siempre ponía de uñas al teniente Neira:
-Por tanto, tu cuñado tiene menos responsabilidad; un cometido secundario, casi siempre prescindible, o substituible por un simple cabo, y no el mío! ¡Tú eres una repugnante, que cuando agarras una obstinación es que ni la sueltas!
Felisa, que no le cocían en el pecho aquellas evasivas:
-¿No será más cierto que a las habitaciones de vuestra Residencia dejan pasar ciertas moritas..., acaso para haceros la guardia más entretenida? ¡Que todo se sabe, rapaz, que este Territorio, como tiene el mar de arriba-abajo, se queda en la mitad!
Neira puso cara de perro rabioso, que sólo le faltaba espumar:
-¿Quién te dijo esa parvada, quién? ¡Dímelo; ahora mismo!
Ante aquel gesto amenazador intentó ser cauta:
-Hombre, la verdad, así, por las trazas, lo deduje yo, yo misma..., de algo que he oído en nuestra tienda; y otro poco por ahí, por ese barrio del Seis de Abril, mujeres que traen y llevan...; pero, como sea verdad, llegaré a saberlo de cierto, que he aprendido mucha manera en Canarias! No te lo pensaba decir, que no debía, que no me conviene, pero contigo se me escapan los secretos por los poros, como el sudor!
-¿Que aprendiste, qué? ¡Estás, otra vez, tan..., tan imposible y celosa como antes de irte a eso, a coser, o a lo que fueses, a Canarias!
-Vacaciones de trabajo, chico, que ya se está viendo el fruto de nuestra idea, ¡esa tienda del Palacio de la Moda, también conocida como El Palacio de Olga! Y ya que empecé a decírtelo, voy a rematar: En Las Palmas, allí, en aquel Taller de Alta Costura, se habló de una mujer que tiene poderes especiales, que adivina el porvenir de las casadas, particularmente el de estas, y de paso sabe y enseña cómo hay que hacerles a los hombres para que no se echen a perder, para que no hagan godalladas, que en castellano creo que se dice, cabronadas; en definitiva, para que no se manden mudar... Repito que no te lo debiera decir, pero..., ¡lo dicho, dicho está; y luego que no soy capaz de guardarte un secreto!
-¡Esa Tal seguro que es una separada…! Si se lo digo al Páter, igual te excomulga, en público, en la propia Plaza de España, por…, ¡por superchera!
-¿El Páter? ¡Del Páter bien se lo gran amigos que sois, que ya parecéis los Civiles de Verín, de dos en dos! Si no fuese por ser ese señor quien es, ya estaría yo pensando mal de ti; ¡o eso, o lo de las moras! Además, ese capellán no lo sabe todo, ni todo ni del todo, pues debajo de su sotana…, ¡ni estará capado, ni es mujer!
Pero, volviendo al caso: Aquella señora de Las Palmas, que es una cubana de mucho meneo, ahora está viuda, pero se sabe tan bien, tan bien, las artes del matrimonio, que ella misma me dijo, así, en mucho secreto, que su hombre, cuando le vivía, y con todo ser piloto de la Marina, siempre le ordenaba, y siempre lo conseguía, que volviese para su casa, para su cama, para su bohio, ¡con todo el hambre, insatisfecho, sin encetar, por singladuras que llevase en su cuaderno de bitácora!
Orlando, dándose de inocente:
-¿Hambre...? ¡La pasaría para adelgazar, como hiciste tú, tú misma!
-No le des la vuelta, maridito, que me entendiste de sobra, que menudo eres tú para esas cosas del hambre; ¡del apetito, y de la picardía!
-¿Cuánto te cobró esa arpía, esa cuentista, por decirte que su hombre tenía una novia, otra, allí mismo, en el mismísimo puerto de La Habana?
-¿Ves cómo funciona? De la otra no te he hablado, pero tú me oíste, me leíste el pensamiento, todo, entero; ¡conociste mi memoria del asunto, toda, entera! ¡Funciona!
-¿Que funciona, qué? ¡Tú desvarías! ¡Anda, cose menos y duerme más, que entre las clientas, tus maestras y tu mente infantil, te pondrás histérica!
-¿Lo que funciona...? ¡Eso que te he dicho, la telepatía, entre dos personas que se quieren...! Bueno, según la cubana, siempre que les quede algún rescoldo en el brasero, ¡pues de lo contrario, no vale! ¡Ese sí que es un invento! ¡Dios le dé el Cielo a esa sabia, a esa mujer que me mostró los secretos de eso de la telepatía, que está siendo la salvación de este matrimonio, precisamente el nuestro! ¡Como hay Dios..., por mucho que te rías de mí!
-Sí, mujer, lo vas a salvar, ¡con la telepatía! Telepatía, telégrafo, telémetro, telescopio, teleférico, tal que ese que van a poner en la playa..., ¡por no meter a los moros a transportar piedras para un dique de abrigo! Y luego está el té, moruno, del verde y del otro, que los dos llevan la letra t, y son afrodisíacos. También estamos los Tiradores de Ifni, que, según tus sospechas, ¡nos tiramos a las moras! ¡Que Dios te conserve esa inteligencia, que tú eres una mona muy mona, muy mona y muy evolucionada! ¡Si te llega a conocer aquel Darwin, con la afición que tienes a los plátanos...!
-¡Mona, no, monísima; una chica monísima, que así me llamó aquella esteticiense de Las Palmas! Tú mismo me lo dijeras, allá atrás, cierto día, que hay cosas extrañas, esotéricas, que están ahí, delante de los ojos, tal que déngaros, o demonios, pero que no las entendemos por...; ¡ah, sí, por cortedad intelectiva, que esa fue tu palabrota! ¿Y ahora, por qué te reviras, por qué pones esa cara de asco, de repugnancia, simplemente por recordártelo?
-¿Que dije yo, qué? ¡Aterriza, mujer, que si antes eras tábano ahora te volviste moscardón!
Ella estaba entusiasmada con aquellos aprendizajes:
-¡Ves cómo te domino con mi pensamiento! Aquella cubana tenía razón, que ya lo tengo experimentado. Ahora mismo tú no te acordabas de que me dijeras que hay un misterio en esto de que todos los lugares de este Ifni tienen la T de Tiradores, tal que Tabelcut, T'Zelata de Esbuia, Tiliuin, Tiugsá, T'Zenin de Amel-lu..., ¡y no sé cuantos más! ¿Por qué no te acuerdas; dilo? ¿Callas? ¡Te lo diré yo, ya que luego! No te acuerdas de todo lo demás porque con mi propio pensamiento te estoy enviando una interferencia, un mensaje cruzado, que es este: ¡Felisa, Felisa, Felisa..., felicidades, que te quiero mucho, muchísimo, y por eso quiero olvidarme de todo lo demás!
Neira se quedó sorprendido, alelado, sometido a aquella anestesia de estupor, inimaginable en su esposa. Lo reconoció:
-Superstición es; desde luego que sí, pero, de cierto, y a pesar de que estábamos discutiendo, yo tuve exactamente ese pensamiento, ahora mismo, ¡tal cual! Y me dije: Felisa, es tonto que estemos discutiendo cuando la verdad es que me haces feliz, y te quiero! Lo que no sé es si fue por pura coincidencia, que bien sabes que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de idéntica opinión! Ahora me pones en una encrucijada, ¡y sin rótulos orientativos!
-Orlandiño, que no es cosa del colchón, que en un colchón también se puede regañar. Para que funcione la telepatía hay que hacerlo tal y como me dijo aquella señora: ¡Se aprieta el entendimiento, formando un haz de voluntades, tal que si fuese un bocadillo...! Y luego no vale distraerse, con ninguna cosa, que hay que poner toda la atención en el mensaje, ¡como si fueses a parir una idea, pero con el cerebro.
Me explicó que cuando hubo un amor fuerte entre dos personas, el espíritu, el alma, de cada una de ellas quedó abierta para la otra, lo mismo que cuando se abre una radio, que por eso, y precisamente por eso, los mensajes pueden ir y venir, y de hecho van, sin confundirse de personas, ¡aunque no se les ponga remite! ¿No viene esa voz de la radio desde Madrid, y aún de más lejos, sin hilos, sin distancias, sin estorbos? Por eso te mando mis mensajes por las ondas del alma, directamente, sólo con el pensamiento, aunque estés por ahí adelante, sea en el cuartel o de camino para los poblados, a pie o en los jeeps... Pero, dime la verdad, ¿no las sientes, eso, las ondas del alma, tú, tú mismo, como si mi pensamiento entrase en tu cabeza, así, de súbito, sin que puedas evitarlo, tal que una venteada de aire en tus orejas? ¡Dios, nunca la obligación le pago a esa Aida, a esa cubana..., que salvó mi matrimonio!
Orlando, con cara de pazguato, dudaba; con duda metódica, pero a la vez también creía, le apetecía creer, sólo que en otra dirección, con la desesperación de un náufrago:
-¡Ay, Felisa, Felisa, qué inculta eres: eso de la radio funciona por las ondas hertzianas, cosas del éter! Lo nuestro es..., ¡una cuestión asimétrica! Mira, yo no puedo dejar de ser hidalgo, y tú no sales de tu ramplonería arrayana, ¡tierra de nadie! ¡Mucha cuerda le habrá que dar a la telepatía de la canaria para que funcione en nuestro caso!
La arrayana, con pocos estudios sí, pero dogmática, con mucha fe, ¡en lo que fuese!
-Pues la transmisión del pensamiento, también, que me lo dijo aquella señora, todo por las ondas... ¡Eso, por las ondas anímicas, que es como les llamó!
-¿Por las ondas..., anímicas?
-¡Claro! Por la energía de las almas, que así les llamó aquella Aída, o Aida, que de las dos maneras le llamaban, una mujer brillante, todo luz, inteligentísima, que lo sabe todo, preguntes lo que preguntes!
-Felisiña, dime una cosa, para mejor convencerme, ¿esa tal, esa adivinadora, es guapa, o es fea?
-Es una mulatita con la piel bien lustrosa, que debió ser guapísima, y muy atractiva, que aún se cimbra. ¿Cómo le llamáis a eso los…, los carnívoros? ¡Ya lo tengo: sex appeal!
-¿Lo ves? ¡Esa es la explicación de que le volviese, de que retornase aquel marido, en cada singladura! Como ahora no le tiene, esa mujer, esa..., esa cosa cimbreante, quiere vibraciones, quiere revivir aquellas aventuras, suyas, íntimas, pero de un modo transitivo, haciéndoselas sentir a las paganas. ¡A las del pagu! Si tú, y las otras, dieseis a un pobre lo que ella os papó, haríais una caridad, y tú, de paso, te ahorrarías un pecado, ¡el de esa superstición! Felisiña, por favor, no me loquees más, que me parece que ya lo estoy..., ¡por veces!
-No me papó nada, nadita, en absoluto, que le di lo que quise, ¡lo que se dice, la voluntad! Y buenos réditos le saco, que desde que uso su medicina, tú y yo, lo que es amor de cama, poco, pero no rifamos, que ya es mucho, un milagro!
-También será porque nos vemos de cuando en vez, como le pasaba entonces al marido de la cubana, a su marinero, al volver a La Habana, ¡que mis singladuras son las guardias, los retenes, las marchas...!
Pero Felisa estaba radicalmente catequizada, dogmatizada por su fe en la santera cubana, en la constatación de sus milagros:
-Pues aún te daré otra prueba de que la transmisión del pensamiento no falla: Dijiste que el marino retornaba al puerto de La Habana, y yo, lo que es de viva voz, sólo te dije que ella estaba en Cuba; ¡eso, en Cuba!
-¡Felisa, apacíguate y deja de bracear, que eso no prueba nada, que un gallego, siempre, y de siempre, cando se habla de Cuba, piensa en La Habana, como quien lo hace en el Paraíso Terrenal!
-¡Ay si, listito! ¿A ver luego si adivinas el por qué te preguntaba si estarías libre pasado mañana, sin que tenga que transmitirte los datos, eso, por ondas anímicas?
-¡Calla, mujer, para con esas pamplinas, que voy a perder la guagua, y si la pierdo, entonces tendré que coger un taxi para subir al cuartel!
-¡Eh, que de paso también te voy transmitiendo mentalidad comercial! Un segundito: Viene ahí el santo de Miguel, y queremos saber si ese día nos podrás acompañar a la merienda, que si no, dice mi hermana que cambian la celebración para este domingo... ¿Tomaste nota?
-Al niño nada se le puede cambiar, que por algo tiene su partida de nacimiento... Además espero tener libre... ¡Si, el veintinueve estoy libre, salvo que a los morangos les dé por brindarnos otro sabotaje! ¿Qué le piensas comprar? ¡Algo que sea interesante, que ese sobrino me cae bien; mejor que la meona de su hermana!
-Le compraré cualquier cosa, con tal de que no sea un juguete militar, que para juegos bélicos ya tenemos aquí veinte mil hombres... ¡Derecha, izquierda, ar! ¡Armas, pocas, y obsoletas, según decís, pero lo que es machos haciendo machadas...!
-¿Juguetes, nuestras armas, que incluso tenemos cañones sin retroceso...? ¡Pero de ti ya lo tengo oído todo, o casi todo! El caso es que Zamalloa se desespera porque no le actualizan el armamento, ¡pero gracias a esos cañoncitos, a su fuerza disuasoria, estamos conteniendo a los hijos de Boabdilh.
-Anda, rapaz, vete, que la guagua es de balde, y al taxi de Santana le subió la tarifa, desde que prendieron al Chelja...! ¡No, espera, que aún no me diste un beso, hidalgo sosainas, que ni que llevases el yelmo puesto!
-Te lo enviaré por telepatía, que así hago prácticas... ¿No dices que eso funciona?
-¡Que si funciona; como un reloj! ¡Es mi salvación!
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES