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Lo que me enseña la historia

martes, 20 de diciembre de 2022
Siempre me enseñaron que la Historia era la narración de los hechos acaecidos en un determinado lugar y me advirtieron que si quería saber Historia me convendría la interpretación de sus causas, los hechos y sus consecuencias. De su estudio he observado que, por más que el historiador trate de ser objetivo, indudablemente conlleva la opinión personal con su carga ideológica. Es deseable, por tanto, ser lo más honrado y sincero posible en aras de esa objetividad ideal.

Si es cierto aquello de Ortega de que: "Yo soy yo y mis circunstancias", baste afirmar, hablando de la Historia de España, que mi yo y mis circunstancias me enseñaron que Franco era un general golpista que se levantó en armas contra el gobierno legítimo de la República. Y también que no hubo tal pucherazo (José Venegas "Las elecciones del Frente Popular" publicado en Buenos Aires) en las elecciones como intentan justificar sus partidarios (César Vidal y Jiménez Losantos "Historia del Franquismo").

Franco es, al principio de la Guerra, un general más de aquella conspiración que se venía tramando. Quizás convenga recordar aquí, para situar bien como funciona este País, que desde 1815 hasta alzamiento del 36, hubo en España diecisiete pronunciamientos militares. Lo que evidencia que es un País que lleva mucho tiempo tutelado, sin autorización alguna, por unos militares expertos en asonadas ante la perplejidad de la ciudadanía. Quizás pues sea preciso recordar que el servicio a la patria lo ordenan las autoridades legitimas. Nadie está autorizado a subvertir ese orden como hizo Franco e intentó Tejero. Por cierto, que acabó yéndose prácticamente de rositas e incluso recibió homenajes de sus admiradores.

Nadie debe negar que la situación en que se encontraba el país antes del Alzamiento fuese la ideal, pero si legítima y surgida democraticamente de las urnas.

Así que aquella nueva asonada que desembocó en una incruenta Guerra Incivil-siempre le llamo así-desembocó en una férrea Dictadura a la que no eran ajenas las fuerzas reaccionarias o la Iglesia con su Nacional Catolicismo.

Viví pues 32 años bajo la dictadura franquista y me educaron en aquella atmósfera donde la arbitrariedad, la chulería, el abuso y la trampa formaban parte del sistema con una sociedad fuertemente dividida. Allí la justicia, la libertad, los derechos humanos y ciudadanos o el respeto eran sólo sueños. Una sociedad tan fuertemente sometida a aquella atmósfera religiosa me espanta todavía encontrar fotos de seminaristas, compañeros míos mayores que yo, empuñando armas. Para mi un indicador que demuestra muy a las claras hasta que punto la locura colectiva pudiera desquiciar a aquella sociedad. Una sociedad de posiciones antagónicas tan vivas y miserables que agotan la fe en el ser humano. Todos hemos oído miles de aberraciones que nos parecen increíbles que puedan cometerse, sin embargo ahí está latente Ucrania y una atroz barbarie. La codicia es quizás el trasfondo de nuestros peores instintos.

Pero aquel 36 español, más de ochenta años después, todavía y por desgracia, no acabó. La crispación y el enconamiento parecen revivir todos los días. Mientras unos tratan de suavizar, curar heridas y olvidar, otros tratan de revivir aquellos horrores e incendian a la ciudadanía con arengas tan falaces como llenas de odio. Todavía son incapaces de sentir una mínima vergüenza por su postura. Siguen latentes los dolores que cualquier pueda sentir, pero algunos son incapaces de sembrar convivencia y fraternidad.

La crispación, el insulto y la descalificación, que con vergüenza ajena observamos en el Parlamento son el reflejo del peor espejo de un País en el que la educación y el respeto todavía no ejercen. Sí, esas señorías que nos representan, desgraciadamente, requieren formación, sosiego, equilibrio, templanza... y les faltan practicar unos valores fundamentales que como vemos escasean.

La Historia, aun siendo vida personal, me retrotrae a mi juventud, que como víctima indirecta de aquel estado de cosas, circunstancia personal que diría Ortega, me marcó y me ilusionó con trabajar del modo más justo posible por cambiar aquel estado de cosas. Para ello he tratado de que personas educadas y cultas me enseñaran a ser ecuánime, sosegado, equidistante, independiente... para que, junto con mucha otra gente, lográsemos vivir en una sociedad mejor que sólo prometía la democracia. Una sociedad donde la razón de los argumentos fuese capaz de crear unas leyes justas,modernas, eficaces... para una convivencia pacífica y así corregir las tropelías que aquel Régimen había impuesto.

Y aquí conviene aclarar, a quienes suelen llevar el ascua a sus sardinas, que la llegada de la democracia no es exclusiva ni mucho menos de los partidos, como se atribuyen ellos, sino de los esfuerzos de los ciudadanos, muchos independientes, que a nuestro modo y manera hemos cementado esta todavía deficiente democracia. Sin duda, quedan nostálgicos y manipuladores, pero eso forma parte de una sociedad variopinta donde el radicalismo también existe; sin embargo, la mayoría es una sociedad sensata, aunque una escasa formación sea campo propicio para la demagogia.

En este contexto, conviene saber también cual es tablero de la ajedrez en el que echamos la partida: siendo España el tapete, todavía y por desgracia, los españoles seguimos muy divididos por ideologías (rojos y azules) y se confrontan ideas sin espíritu crítico, imponiéndose más la ideología de partido que aquellas que objetivamente pudieran ser beneficiosas. Estoy hablando de las que afectan, por ejemplo, a la salud, a la mujer, a los ancianos, a la infancia... No, non son leyes malas, aunque sean mejorables, son leyes que favorecen a los ciudadanos por encima de cualquier ideología. En una sociedad que ha perdido muchos valores, cuidar a los desprotegidos es una obligación de todos.

La Historia y la sociología van de la mano y aquí, de nuevo Ortega, nos encontramos que la personalidad subjetiva a mí me haga sacar unas lecciones de la Historia en que otras personas no reparan. He ahí pues algunos ejemplos: la monarquía es un anacronismo histórico. Los reyes o los caciques, escribí en algunas ocasiones, son fruto de la miseria ajena. Percibo demasiado servilismo. Nunca nadie es superior y mejor que otro, sino que vive circunstancias distintas, diríamos volviendo a Ortega. Hace mucho tiempo que la vida me enseñó el color de la sangre y la soberbia y vanidad de los que ostentan el poder, pero resulta que no juego en su equipo. He visto como los negreros, verdaderos abusones de los seres humanos, son una raza que no se extingue con ningún sistema político, se enriquecen, incluso roban, y hasta son idolatrados por otros miserables que se arriman a ellos para mostrar sus miserias. He visto, porque la Historia, en su rama sociológica también lo enseña, como los pobres son muchas veces maltratados por su estatus mientras se alaban mafiosos, y hasta se les conceden prebendas, porque el maldito dinero compra voluntades, títulos y hasta osa clasificar a las personas moralmente. ¡hasta ahí podíamos llegar! Siento asco por ver como las guerras son depredaciones económicas disfrazadas de samaritanismo. Huyo de la justicia, como institución, porque es un instrumento de los poderosos para dar legalidad a sus atropellos. Descubrí que las fronteras- antes de cantarlo las Tanxugueiras- son un subterfugio más creado por el egoísmo humano para defender lo nuestro. Vivo, en contra de mi voluntad, sin poder evitarlo, procurando elegir mis compañías, y huir si es preciso, para evitar estar rodeado de golfos. No me escondo de evitar a corruptos y otros sinvergüenzas que tratan de lavar su imagen a mi lado. Sé que la corrupción la llevamos en los gentes y vivimos tan inmersos en ella que no somos conscientes de nuestro fallo, pero también sé que es el trabajo de mucha gente que escoge ese medio de vida y lo trata de lavar con la catequesis de sus hijos. Siento vergüenza ajena, porque no es mía, y vergüenza propia por mi impotencia, por ver como el saqueo de las arcas públicas es el objetivo de muchos ladrones. Vivo donde "ilustres inútiles" se ponen las gafas del orgullo y la vana soberbia y son incapaces de bajarse a la vida para refrentarse a ella con humildad y valentía. Me rodea muchísima gente que presume de culta y como mucho ojea el periódico de cuando en cuando. Confunden apariencia y estatus, echando mano de obsoletos y mínimos títulos, con verdadera formación y actualización. Veo, más que quiero, como la soberbia y la comodidad nublan la razón y causan verdaderas hecatombes. Estas son lecturas sociológicas de nuestro vivir diario. Y la vida de cada uno es una suma a la Historia.

Pero en los libros y periódicos veo como los grandes ideólogos, sin querer, propician dictaduras sanguinarias. Como en todas las sociedades hay el equivalente al cacique, augur y esclavo. Veo como surgen idealistas dispuestos a rebelarse contra el orden establecido y acaban siendo víctimas de sus propias ilusiones. Veo como en todas las sociedades hay vagos y maleantes y nadie es capaz de tomar las medidas precisas para su educación y aporte a la sociedad. Harto estoy de vividores, con trabajo o sin él, siempre aprovechándose de la solidaridad ajena sin un mínimo de empatía y consideración. Aprendí donde están las islas Bermudas, Caimán, Irlanda, Países Bajos, Suiza... lugares donde los "patriotas" de mi país esconden su dinero robándoles el pan a miles de niños inocentes. Me enorgullece, en cambio, ver como existen otros anónimos patriotas que trabajan, luchan, se esfuerzan, son solidarios con su país en lo que sea menester y a cambio sólo reciben saqueos y desconsideraciones; siento náuseas saber como los por otros admirados diputados son correveidiles de los lobys; como víctimas inocentes son carne de cañón en incruentas y despiadadas guerras propiciadas por la industria armamentística; como existen las castas privilegiadas y el resto de los mortales que las sufren... son muchas las lecciones que da la Historia si queremos leerla.

En estas circunstancias uno podría encauzar sus inquietudes en un partido afín, sin embargo, resulta obvio que si nos distanciamos es por la escasa fiabilidad de los mismos. Que con unos haya mayor empatía que con otros es público y notorio, lo que no quiere decir que se comulgue con ruedas de molino y uno traicione sus pensamientos.

Dicho cuanto antecede resulta obvio que uno está posicionado en la vida sin necesidad de ser identificado con ésta o aquella posición política. Se puede contribuir a la Historia con la lucha, su independencia y su subjetiva honestidad.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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