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Aquella pincelada milagrosa de María Antonia Dans

viernes, 23 de diciembre de 2022
Para Mª Antonia Dans en el centenario de su nacimiento.

Por muchos motivos debemos recordar y no olvidar la obra y la vida de la pintora María Antonia Dans (Oza dos Rios, A Coruña 1922 - Madrid 1988) al final del año de su centenario, pues aunque fue una buenísima pintora e ilustradora, que obtuvo un gran éxito en vida con premios nacionales e internacionales, ya sabemos cómo se olvida a los muertos y más a las Aquella pincelada milagrosa de María Antonia Dansmujeres artistas, salvo rarísimas excepciones.

No sólo se le debe el recuerdo como destacada pintora del siglo pasado, sino también como una mujer avanzada en su vida y con clara conciencia feminista como artista: protestó de los medios con fuerza al pintar en sus primeros años de Madrid el mural del hotel Wellintong -hoy desaparecido-, porque las mejores críticas que recibió fueron aquellas que la elogiaban no por su talento como mujer creadora, sino porque su obra parecía la de un "hombre". Y por otro lado, a pesar de que vendió mucho, fue consciente de la desigualdad económica femenina al declarar en varias entrevistas, que mucho más hubiera ganado su hubiese sido pintor y no pintora, es decir, que sus tarifas eran más bajas que la de un varón. Nos solidarizamos con ella, pero, no la honramos aquí por esta conciencia de género, sino por su gran talento y sensibilidad pictórica.

Nació en Galicia y quedó arraigada a ella de por vida, marcando esto su pintura: a pesar que desde 1952 se establecería en Madrid -y creo que más aún por ello- su raíces se ahondaron con el recuerdo de sus paisajes y de las mujeres rurales que lo habitaban, retratadas una y otra vez, no como aldeanas pintorescas, sino como figuras simbólicas de aquel mundo reruralizado de la terrible y larga postguerra que detuvo la industrialización de nuestro país, dejando en el abandono aquel medio campesino en el que la mujer aportaba mucho con su trabajo y era poco reconocida. En el caso de las mujeres gallegas, la conciliación entre el trabajo de la casa y el del campo hacía sus jornadas agotadoras, debido en gran parte por la masiva emigración masculina que hubo a América desde finales del siglo XIX. Cuando volvía asiduamente a Curtis, donde se crió, seguía viendo aquel mundo.

Aunque ella consideró que la pintura no debía ser para la denuncia social, aquellas mujeres que exponían la belleza de un mundo primitivo y una cultura tradicional ancestral diferente eran la imagen silente de las mismas la que hacía palmaria su pobreza: así las muestra María Antonia y las describe textualmente, vendiendo sus productos hortícolas y avícolas de poca entidad económica feria tras feria, fundidas con la naturaleza, porque ellas mismas eran parte inseparable de la misma. Pero no sería Dans única en los 50 y 60 en pintar el paisaje y el paisanaje rural, pues en aquel mismo tiempo en el Madrid de los 50 y 60 este tenía una presencia dominante en los paisajes de la Segunda Escuela de Vallecas y de la Escuela de Madrid, y el caso más destacado y más premiado en aquellos grupos sería el de Benjamín Palencia, a quién nuestra pintora admiró enormemente: este había dejado la experimentación vanguardista de la Primera Escuela de Vallecas y se había situado en aquel estilo renovador que dominaría en la posguerra, un modo moderno y alternativo al académico mucho más rancio. Con esos paisajes figurativos castellanos y manchegos mesetarios se convirtió en el gran paisajista de aquel tiempo, tras su Primera Medalla en la Exposición Iberoamericana de 1951.

Pero de acuerdo con varios historiadores del arte y con muchos pintores, como por ejemplo Antoni Tapies, considero que la pintura española de postguerra no se entendería sin las referencias a nuestras vanguardias de los años 30 y a la influencia extranjera. Así que los paisajes de Palencia de antes de la guerra no se hubieran reconvertido en los de los 50, sino hubiese pasado por la sublimación del paisaje de secano en su etapa de vanguardia. Y en este sentido, María Antonia no hubiese sido la modernizadora del paisaje gallego de los 60, sino hubiera conocido y estudiado a fondo la pintura de los renovadores gallegos -Os Novos- de los años 30- aprendiendo su oficio en A Coruña durante cinco años de la mano de Lolita Díaz Valiño, hermana de Camilo Díaz Valiño y tía de Isaac Díaz Pardo, fundador junto a Luis Seoane de la Empresa de Cerámica Sargadelos, que triunfó comercialmente heredando el estilo y la mitología de la cultura galaica artística republicana, plasmada en sus porcelanas. En María Antonia el pintor gallego Carlos Maside tuvo una gran ascendencia, sobre todo el neofauvista de los veinte y 30, cuando pintaba los huertos y paisajes del entorno de Compostela con aquel color "vital" de los fauves franceses, el del sentimiento interior de aquel paisaje, no el de la realidad exterior.

Y nuestra artista va a coincidir en esa concepción del paisaje pintado como algo, que una vez dibujado del natural e interiorizado posteriormente, surge del interior emocional del creador, y es figurativo, pero no objetivo. Por ello clasificaríamos con una terminología postmoderna a la pintura y al paisaje de nuestra pintora como emocional, pues una cosa es el sentimiento que corresponde al género paisajístico y otra la emoción que el mismo nos suscita, que es mucho más intensa que el primero.

Triunfaría con aquel estilo referido a a las vanguardias republicanas gallegas, al de los también renovadores del paisaje español y a la influencia del arte renacentista, que conoció y admiró en sus estancias en Italia, sin olvidar que también en París se percató del paisajismo figurativo de los años sesenta. Sin embargo, con todo ese sincretismo y ese bagaje que nunca negó, logró adquirir un estilo totalmente personal, una marca suya, que creía conseguir con una pincelada "milagrosa", a la cual esperaba paciente y ansiosa a lo largo de su trabajo.

Formó parte de aquella intelectualidad periférica que se instaló en Madrid en la postguerra, participando de las tertulias en cafés ya históricos entabló amistad con pintores, escritores y periodistas, como Palencia, Camilo José Cela, José Hierro, Carmen Martín Gaite y muchos más. Juby Bustamante, escribiría un certero libro sobre su arte. Varios de entre ellas y ellos eran gallegos, espécimen que vive una Galicia idealizada y amada desde la distancia, lo cual da un matiz muy especial a su recreación: la de nuestra pintora e ilustradora conseguiría con su manera personal renovar en los años 50 y 60 el estilo para representar su identidad.

Con motivo de su centenario se ha publicado una monografía muy completa y magníficamente ilustrada con su obra, editada por la Diputación de A Coruña, y cuya autora es Rosario Sarmiento.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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