¿A quién votamos?

2023 está llamando a nuestras puertas. Será el año de las elecciones. La oportunidad para mostrar las excelencias del sistema democrático. Votar y disponer mantener a cambiar a los gestores del poder popular-alternancia-. La voz del pueblo soberano se escuchará en las urnas. Las milongas de los políticos harán espectáculos mediáticos que ya han comenzado.

¿Hay que ser fiel a las siglas? Algunos/as presumen de haber votado siempre lo mismo. ¡Manda carallo en La Habana!. Con todos los que han mandado. Con todo lo que han mentido. Con todos los que han pasado, unos con aciertos y otros con errores, que siempre funcionan como pedrada en ojo de boticario.

Es como ser siempre del mismo equipo de futbol ¿o no?. La democracia permite de forma personal e intransferible el voto silente, clandestino, oculto, útil o inútil, de castigo, para cambiar a los mandarines...

¿Tenemos madurez democrática para saber cuál debe ser nuestro voto sin necesidad de esas teatrales y costosas campañas electorales que funcionan como rito mediático movilizando a los que por militancia o agradecimiento no les queda otra que acudir a los mítines?.

Pensar que pensar debían. Como el Guadiana asoma. ¡Hay que cambiar la ley electoral!. Listas abiertas. Exigencia para que los representantes de la circunscripción electoral abran oficina para atender al ciudadano. Los escaños deben ser absolutamente proporcionales a la población evitando que los votos de provincias pequeñas cuenten mucho menos que los de las grandes circunscripciones. Pero al mismo tiempo, no puede dejarse sin representantes a la denominada España vaciada.

Si la inteligencia consiste en adaptarse a los cambios, los cambios deben ser conductas habituales en razón al comportamiento de los aspirantes y de como la partidocracia se impone a la democracia en cada partido político.

Si buscamos que el sistema democrático haga diagnóstico y tratamiento de las demandas sociales muchísimo más que atender a las ansias partidarias para instalarse en las prebendas que ofrece el poder, lo lógico será votar; cultura, decencia, dedicación, servicio, historial profesional contrastado en la vida civil y capacidad de entrega al pueblo mucho más que a la fontanería del partido.

Ser progresista es buscar con el voto el progreso sustentado en la libertad y en los derechos fundamentales y sociales, para alcanzar la eficiencia de la política -máximo rendimiento al menor coste posible, con el mayor número de ciudadanos satisfechos- . Centrarse en la calidad de vida para nuestro pequeño país -grande en los sentimientos- y con el compromiso de alcanzar la igualdad de oportunidades para el concepto integral de ciudadanía.

No votar o votar en blanco, es exiliarse del sistema que puede y debe elegir a los mejores. Votar nacionalismo puede ser un grito para advertir que "Teruel existe".
-Pongan Galicia- Votar conservador es, al menos en Galicia, votar a los que mandan para que sigan haciendo con nosotros política clientelar. Votar al que miente es ejercer el voto masoquista. Votar al que desde el resentimiento siembra odio es votar al que no cree en el sistema democrático y quiero usarlo como rebenque.

A lo largo de una vida lo más importante es vivir en democracia, sin dictadura, avanzando en las conquistas sociales, con una justicia profesional e independiente, igual para todos. Desde ahí, la serenidad, el respeto y el imperio de la ley, deben ser cimientos para garantizar la convivencia. Y a partir de esas coordenadas, lograr que sean nuestros representantes ciudadanos de prestigio contrastado, conocedores del país, inmersos en sus raíces socio culturales.

El acto de votar implica: Cumplir con la ética del poder popular. Sea cual sea el voto, adherirse al sistema. Poder manifestar ante la urna las preferencias en cuanto a partidos y candidatos. Creer en los cambios de ciclo para mejor proveer.