Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

El aterrizaje (2)

jueves, 17 de noviembre de 2022
Vio a gente triste, desanimada, con conflictos familiares, sin vento. Los mismos que hacían largas colas en San Cayetano para pedir trabajo a una estatua, venían a pedir lo mismo a un tipo afectuoso que los palmeaba y le descargaba la energía negativa.

Cuando aparecía un grupo de minas chetas en plan de diversión, el grafólogo salía a la sala de espera, le devolvía el dinero pagado y las expulsaba de la cancha. En el caso que alguien se mostrara totalmente incrédulo, también le devolvía la cuota. Eso sí, en la sala de espera y delante de la hinchada.

A los pocos meses Antonio compró un departamento nuevo en Liniers, mudándose inmediatamente, y cuya hipoteca cancelaría al año siguiente. Lo amuebló y se compró un fitito usado. Pero cuando parecía que se cumplían todas las expectativas de su percanta, surgió una nueva exigencia que lo haría asomarse al abismo.

Una mañana con el amplio garage repleto de gente solicitando un número, el galeno vio un tipo alto que le extendía el brazo. Le mostraba un carnet con una estrella dorada que decía "Policía Federal". "Doctor, cuando termine pasese por la comisaría".

Llamadas telefónicas, abogado, coima. "Yo no voy nada en esto, es para repartir entre el juez y el secretario", dijo el afamado penalista.

Restablecida la calma, les aconsejaron mudarse a un barrio del gran Buenos Aires donde los contrabandistas tenían instalados sus depósitos. Con una cuota al "Hogar Policial" se podía trabajar tranquilo. Las comisarías integraban un ranking según el poder recaudatorio. Los comisarios que molestaban o discutían los mandaban a las de abajo, mientras que los que callaban y repartían a los superiores, se adjudicaban las top.

Un conocido de Antonio abrió en las cercanías una pequeña tienda de ropa. Al día siguiente a la inauguración le rompieron la vidriera y se llevaron unas prendas. Fue a la comisaría acompañado por su suegro, ex comisario de policía. El oficial que le estaba tomando la denuncia le preguntó en cuanto estimaba lo sustraído.

Unos tres mil pesos, más o menos, El cana paró de escribir.
Esto no puede quedar así, Dijo el mecanógrafo.
Claro que no, este delito se tiene que perseguir y los ladrones tendrán que ser juzgados, Aportó el ex comisario.
No, me refiero que tenemos que ponerle una cifra mayor para el seguro. Vamos a poner trece mil.
Bueno... si usted lo ve bien. No quiero tener problemas con el seguro...
Por favor, quién puede dudar de la Policía Provincial. La semana que viene pasaremos por el local y arreglamos.


Días después aparecieron por la tienda dos canas de civil, venían a cobrar.
Pero yo no tengo plata, recién abrí y ya me afanaron. No vendí nada.
No se preocupe, vamos a ser comprensivos y como excepción, le aceptaremos mercadería.


Los dos empezaron a revisar y probarse sacos, camisas y pantalones y cuando calcularon cubrir la mitad de la suma inflada, agregaron un cinturón y se retiraron, no sin antes dejar una calcomanía con un gallo dibujado, "Este comercio colabora con el hogar policial".

Estaban aumentando los problemas de inseguridad. Abundaban los tirones de bolsos, robos de abrigos a los que esperaban cruzar la calle, afanos de relojes a los que sacaban la mano por una ventanilla, entrar y desvalijar un departamento con los propietarios adentro, vaciando un balde de agua debajo de la puerta para que la abrieran, encañonar a un inocente chofer que respetó un semáforo rojo, dejándolo de a pie, secuestros y todo lo imaginable. Esto coincidía con la aparición de grupos guerrilleros asaltando cuarteles y comisarías.

Una mañana Antonio escuchó un barullo raro en la sala de espera. Cuando se silenció y se asomó, se enteró que habían entrado dos chorros armados y desvalijaron a los que estaban esperando. La siguiente vez fueron más lejos, entraron hasta su consultorio, le metieron una escopeta recortada de dos caños, cargada y con el gatillo montado, en la panza. Le afanaron la alianza de oro y unos mangos que tenía en el bolsillo. Desvalijaron a todos los presentes y se llevaron la caja del día. Aparentemente eran unos pibes de alguna villa miseria que iban por libre, no pertenecían a ninguna banda organizada, por eso los cazaron enseguida y Antonio tuvo que ir a reconocerlos en una rueda de presos, a pesar del gesto amenazador del que estuvo a punto de agrandarle el ombligo.

Al tercer intento, ese año fue aceptado para el Curso de Salud Pública. Se sintió muy aliviado cuando comunicó que renunciaba. El tren de conexión había llegado a destino, ahora se subiría al que había elegido y esperado tanto tiempo.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021).
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES