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Operación: Cuñada (29)

martes, 01 de noviembre de 2022
-...
-¿Usted es el señor Felpeto, no?
-¡Servidor! ¿Y ustedes...?
-Soy amigo de su padre, que ya tiene estado en mi finca... Soy Rancaño, de Sarceda, en el distrito de Castroverde... Esta señora es la madre de Orlando. Nos dijo ese camarero...
-¡Señora...! ¡Es que ni sé cómo decírselo! -Felpeto se aturulló aún más que si tuviese que redactar una alegación para el Supremo.
-¿Pasa algo, algo grave? ¡Por Dios, no me asustes!
-Grave, no, señora; ¡en absoluto! Más bien estúpido, que incluso vengo pesaroso, que no estuve a la altura de las circunstancias: Orlando me insistió en que tomásemos unas copas, ahí abajo, en la Rúa Nova..., y no debiera acompañarle, que él solo, sin mí, seguro que no se movía de aquí mismo, del Madrid. Fuimos, como tantas veces, al barzucho de ese que llaman, de mal nombre, Lerchán, pero Orlando iba nervioso, mucho, demasiado, de la entrevista que tuvo con..., ¡con su hija! La segunda parte fue que se mareó, ¡a la primera copa!
-¡Se lo pido por Dios, empiece por el final, que las copas siempre acaban mal!
-Señora, tranquila, que el incidente no llegó a ser accidente. Orlando dio en meterse con el tabernero, en una especie de venganza por las mixturas que nos tiene servido, de chicos. Pero a ese chispas de la taberna, que ahora debe ser rico y no aguanta la más mínima, le dio por telefonear a la Policía Militar...
-¿Eso no es grave? ¡Por Dios, abrevie...!
-Mejor sentémonos aquí, que ya poco me queda por decir. En definitiva, que el Sargento le llevó consigo, engañado, y por eso vengo dispuesto a dejar aquí un recado, y luego coger un taxi, para subir a Garabolos...
-¡Eso me gusta; y voy con usted...!
-Pero el caso es que de los oficiales que están ahora en ese cuartel, no estoy seguro de conocer a ninguno de ellos...
El, no, pero Rancaño, aquel relaciones públicas del pazo de Sarceda, sí:
-¡Conozco al comandante Rivas! Ven, Marisa, que vamos los tres... O mejor, no: Tú nos esperas aquí, en el café, y te tomas una tila, por si..., ¡para que no le riñas delante de sus colegas! ¿Me entiendes la intención...?
Dona Marisa fue de otra idea:
-¿Oyes, Darío, y no sería mejor dejarle por allá, pase lo que pase, a ver si escarmienta, que a tu amigo igual le parece mal que intervengas en un arresto..., si es que le tienen retenido? Por otra parte, si Orlando está..., eso, mareado, tampoco es cosa de llevarle con nosotros por Lugo adelante, aunque sea en un taxi, que es una vergüenza si le da por hacer gansadas. ¡Imagínate que le da por insultar al taxista...!
-Quédate tranquila, mujer, que tengo confianza con ese comandante, bastante como para decirle algo de lo que pasa, y seguro que comprenderá, que él también fue mozo..., ¡y tiene hijos! Marisa, desde que tomes algo, y te entones, espéranos en mi casa... Felpeto, tú y yo iremos en mi auto, que lo tengo cerca, ahí por junto del Gobierno Civil...
En Garabolos le creyeron a Rancaño, así que se lo llevaron consigo, sin dejar constancia de la retención, en el Lancia, directamente para la casa de Darío. La sesión amonestadora del comandante les había devuelto al andador:
-¡Mamá guapa, aquí me tienes! ¡Hoy, para que el día sea completo, sólo me faltan tus azotes! ¡Pues aquí estoy; no te prives! Lo malo, digo, lo bueno, será que no estás adiestrada, que haces poca gimnasia...
-¡Orlando, picarón, que ya no llego a tus nalgas, y bien que siento no habértelos dado en su tiempo...! ¿Estás bien? ¡Mucho, no, que te verdea la cara, que se te puso del color de la bilis...!
-¡Mamá, es el sol del Magreb...!
-¡El sol del infierno es lo que te mereces, mas, con esa cara tan dura...!
-Sí que estoy bien, ¡de veras! Ahora sí, pero prefiero sentarme, con la venia de estos...; quiero decir, de tus amigos, que yo los he perdido, ¡nada más estrenar esta varita de mando!
...
-...
Manolita observaba aquella escena, entre dramática y ridícula, desde un segundo plano, sentada en la última de las butacas, sin atreverse a intervenir ni a comentar. ¡Había más fuego en aquel salón que en la propia chimenea del pazo de Sarceda!
Por su parte, el hijo del veterinario, Lois Felpeto, que los acompañara, notando aquellas cargas de electricidad estática, inquietantes, allí posadas, expandidas por aquel salón, abobando en las personas, se ofreció para un, ¡rompan filas!
-Dona Marisa, salvo que tengan interés en ir a la Olga, y ahora que encontraron al taxista para que les entregase la maleta de Orlando, les propongo que se queden hoy, aquí en Lugo, en mi piso, que tengo habitaciones más que suficientes, y equipadas, de cuando se quedan mis padres y mis hermanas. Ustedes cenan juntos, por ahí, y hablan de sus cosas... ¡Aquí tienen las señas, y las llaves!
-Mira, Loisiño, te lo agradezco, de corazón, afellas que sí, pero este hijo tan..., ¡tan mimoso!, a mí no me separa de los Rancaño. Intentó separarme, por aturdido, por su mala cabeza, ¡o por mi mala crianza!, pero yo, mientras Darío no me cierre esa puerta... ¡Id vosotros, los dos! Llévalo contigo, ¡eso sí!, que aquí, en esta casa decente, ¡él está de sobra!
El hijo se levantó para salir, como un autómata, pero antes le dio un abrazo; un abrazo cordial, tierno, con intención sedante, anhelando recuperar terreno:
-¡Mamá, piedad, que aquí tienes el ejemplo de Manolita, que, en proporción, me trató con más indulgencia que tú misma!
-¡Déjame suelta, pillabán, y vete con Lois, a ver si aprendes algo de sus maneras, que yo, lo que es de tus zalamerías, no me fío! Esta Manolita es más santa que yo, y luego que no tiene la responsabilidad de haber criado un señorito fofo, un,... ¡un tragaldabas! ¡Un acabador de pazos, peor que los comunistas!
El teniente, con el uniforme arrugado y con el espíritu en fase tremebunda, con los ojos aún anublados, acobardado, dio otro beso a su madre, a la vez que se sentía aconsejado por el mismísimo diablo:
Naiciña, dame la exclusiva de tu pensamiento, de tus maldiciones, para que mi alma no conecte, desde aquí, con la de Felisa, que así polarizamos nosotros los circuitos. ¡Si Felisa llega a saber lo de este aquelarre, aunque sólo sea por presentimiento, a la vuelta me envenena, o me pega un tiro, o se va a vivir, definitivamente, con su hermana...! En este caso, el Gobernador, que tiene esa potestad excluyente, me desterrará, ¡cómo poco, para Jaca!
-¡Menudos azotes me diste, eh mamá! ¡En público..., para más inri! Pero ya me voy..., ¡y, lamentablemente, sin tu bendición!
-¡Pillastre, que eres un aprovechado, pero cuenta que a solas te sería peor!
-Mamá, esta azotaina que vengo de recibir fue verbal, verbal y tardía... ¡Lo que se dice, miel sobre ortigas!
En el piso de los Rancaño todo quedaba hecho, ¡o más exactamente, deshecho! Lois cogió a su amigo de ganchete, que en aquellas circunstancias era como llevarle preso, o por lo menos, sostenido. La hidalga volvió a sentarse aún bien no le dieran sus espaldas aquellos mocetones. ¡También le costaba tenerse en pie! Manolita, por su parte, en aquel ínterin, desapareció, en silencio, tragada por la puerta de su dormitorio, en el que ni siquiera encendió la luz. Su cena fue un cuenco de lágrimas vertidas en la negra sombra de su almohada blanca.
-.-

De nuevo en Ifni

Operación: Cuñada (29)
-...
-¡Oh, ya estás aquí! Poco tiempo estuviste en la Olga, que yo te esperaba para el próximo avión... ¡Ni se me ocurrió ir al aeropuerto!
-¡Felisiña, amor, venga ese abrazo, y esa felicitación..., o ya me habías olvidado? ¿Ves? ¡Ya traigo la nueva insignia...!
-Orlandiño, lo que hace falta es que traigas un carácter moderado...
...
-¿Engordaste un poco, no? ¡Ahora tendré que llamarte Felisona...!
-¡Si, un poco, unos gramos...! ¡En este caso no pasó aquello que decían en Verín de que el ojo del amo engorda el caballo...! ¡Ya ves! Pienso que se debe a que en casa de mi hermana no tuve el menor de los disgustos...; pero, tú, ¿no querrás volver a las andadas para rebajarme de Felisona a Felisiña, o si?
Aquella separación, aquella purificación, no les había solucionado los problemas, y en algunos aspectos incluso se había cumplido el dicho de que, lejos de la vista, lejos del corazón.
-Ya que tan feliz fuiste, cuando me destinen a la Península tú te quedas con ella..., ¡a ver si revientas de gruesa!
-¿Vuelves a las andadas? ¡En Madrid aprenderías de motores, pero lo que es a respetarme...!
Felisa, sin esperar respuesta, optó por dedicarse a ordenar un poco la casa para reiniciar su habitabilidad ya que en todo aquel tempo sólo fuera a la de ellos para ventilar, y poco más. Orlando, sin siquiera abrir la maleta, se tumbó en la cama de matrimonio, con los ojos clavados en el cielo raso de la habitación, y con la mente volando, de la Olga a Sarceda y de Sarceda a la Olga, que ni que estuviese planeando un levantamiento topográfico. Pasara más de una hora cuando Felisa se decidió a cortar aquel tabique de hielo que los separaba:
-¿Qué tal te fue en Madrid, en la Península...? ¡Di algo, o vienes mudo! Después de una ausencia de tres meses, ¡largos!, en los que apenas me has escrito, y ahora, a mayores, ni habla das...! ¿Vienes enfermo?
Aquella pregunta le sacó de su letargo:
-¡Mujer, calma! Es que aún me zumban los oídos, de eso, del avión. Ya te dije por carta que aprobé el Curso, y que iría a Lugo para ver a mi madre, ¡esa vieja amiga tuya...! De aquí en adelante pienso ir a cuantos cursos se convoquen..., ¡de lo que sea!
-¡Eso será si te dejan, que dice Pascual que por culpa de los moros incluso están..., ¿cómo dijo?, espaciando los permisos!
-El Ejército no puede espaciar la formación, la tecnificación, de sus oficiales... Al parecer son exigencias de los americanos, para complementar la posible eficacia de sus Bases... ¡En definitiva, cosas de las que no entiendes, así que sobra hablar de este asunto!
Felisa, como siempre, dispuesta a pasar por todas, que era su alquiler, la renta sabida que tenía que pagar por aquel casamiento tan desajustado:
-¡Eso es verdad, que de eso no entiendo, en absoluto!
Pero Orlando, con su propósito de enmienda olvidado; hiriente, machista, hidalgo presuntuoso... ¡Más o menos, como siempre!
-¿Entonces, de qué te quejas; o es que no quieres un marido cargado de insignias?
-Ante todo, ¿comiste? ¡Yo lo hice con mi hermana, como de costumbre!
-Yo también; en el avión.
Ya que no tenían prisa, que todo estaba a punto y en su punto, Felisa se puso de rodillas al lado de la cama y rompió a besarle, utilizando todas sus armas, incluso las más secretas, las más íntimas, para insuflarle un poco de armonía y de reconciliación.
-¡Fuera este uniforme, que hasta mañana no lo precisas; además, tengo que planchártelo...!
-Tendremos que ir al Casino...
-¿Al Casino? ¡Dios, ya me olvidara de que existe ese purgatorio, y eso que lo veo desde estas ventanas!
-¡Mujer, tendremos que cenar!
-No lo precisamos, que salgo a buscar cosas..., de paso que le digo a mi hermana que ha vuelto el hijo pródigo, ¡en el avión!
-¿Pródigo? ¡Mujer, que vengo de trabajar, de hacer méritos...!
-Maridito, del Curso, no, que de eso no me quejo, ¡al contrario! Cosa que te sea útil, para mí es gratificante... Lo que me duele, aparte de mi soledad, son las molestias que tendrías en esos Madriles de las largas distancias; y luego que carecías de estos cariños, de estos abrazos..., con lo mujeriego que eres, que siempre te los doy con todo afecto..., ¡por si te sirven para desenfadarte!
Decepcionarla seguía siendo su especialidad, con Curso o sin él:
-En esto no eres precisamente una artista, que los tuyos son..., ¡abrazos de cefalópodo!
Pero no se lo tomó excesivamente a mal:
-Cariño, cada quien hace lo que sabe, o lo que entiende..., ¡que tampoco tú entiendes de cocina, y bien que te gusta comer!
Lo admitió:
-Mujer, algo fuiste aprendiendo, que los primeros días no distinguías entre freír una corbata o planchar un huevo...
-¿Qué hiciste en Madrid? ¿Me lo vas a contar, si, o no?
-¿Hacer? ¡Ya lo sabes, ese Curso...! ¡Así que, no te celes! Y en lo de pensar, además de comunicarme contigo por telepatía, que por eso escribo poco, que no lo preciso, el único extra en el que pensé fue en estas nalgas..., ¡que no las tiene mejores la Cibeles!
-Con esto me dices poco, pues en Madrid también las hay, ¡y bien llenitas, que allí están del cocido!
-¿De parte tuya, que? ¿Te salieron pretendientes...? ¿Acaso algún capitán, por ejemplo..., ese Valerio...? ... que lo tengo por vengativo!
¡Menos mal que lo de "vengativo" no lo oyó Felisa, que del latín ya ni recordaba aquello del rosa/rosae, pero sí sabía, y aceptaba, por pura intuición, por fidelidad a su promesa ante el Páter, que, pacta sunt servanda, así que ella, fiel a su matrimonio, no le admitió aquellas dudas, aquellas insinuaciones!
-¡Vete a la porra...; y no juegues a pillarme, que bien te consta que soy más tuya que tus propias botas! Yo, aparte de no encontrar tus pies en la cama, estuve en el Cielo, que incluso me acordé de ti, mil veces, a diario, y sin rencor alguno, tal y como si nunca me hubieses hecho rabiar...! ¡Pasé un trimestre sin trifulcas, sin pelearme con nadie, que ya es mucho, la gloria misma!
-¡Explícate; confiésate ampliamente..., que te voy perdonar, incluso los malos pensamientos!
-¡Orlandiño, no seas pelma, que no soy un sorchi! En dos palabras, que llevo tres meses sin pisar el Casino, y por tanto, sin aturar a tus jefas...; ¡ni sus pamplinadas de la canasta! Como ellas no van al Zoco, que mandan a los asistentes, ¡pues allí tampoco! ¡Te repito que lo pasé tal y como si estuviese en la Gloria!
-Lo que estuviste fue en la brisca, ese juego tabernario...! ¡Cómo si lo viese! ¿Con quién jugabas, acaso con Carlos Louzao...?
-¡Pues sí; los cuatro, y para eso, muy de cuando en vez! ¿O es pecado? Cuanto más trato a ese hombre, más me gusta su seriedad, su forma de ser. Mira que mi cuñado, cuando pierde, tiene mal perder, y eso que nos ganaban casi siempre, pero lo que es ese Carlos nunca se enfadó; ni conmigo, que juego mal, ni con los contrarios. Ya lo dice Pascual, que Carlos es de acero templado...
-Entonces ya puedes ir buscando otra pareja, tal que yo, que para los amigos no soy de acero sino de oro. ¡De oro falso, y si no me crees, pregunta en Lugo! –Después de este pensamiento volvió a coger voz audible: -Yo soy un Oficial, y no de los de cuchara; ¡para bien y para mal! ¿Lo habías olvidado?
Felisa frunció el ceño:
-Teníamos hablado que la gente de tu Casino no va a Misa en mi carro..., así que el curso de brisca también duró tres meses.
-¡O tú en el de ellos! Si te apetecían los galones más que las estrellas, ¡haberte casado con ese Carlos!
-¡Pero, hombre, como eres, que entonces ni casi le conocía! ¡No me vengas con celos tontos, que si hay aquí una Goretti esa soy yo!
Neira, pensando, como lobo, que todos son de su condición:
-Pero sí que conocías a treinta sargentos y a diez brigadas, todos ellos solteros, ¡y tuviste que ponerme la zancadilla! ¡Maldita aprovechada!
Manolita, por favor, conecta tu telepatía; atiende, escúchanos: ¿Ves cómo fue la cosa? ¡Yo he caído, pero la trampilla la puso esta trapacera!
-¡Uih como vienes...! Te sentó mal esa olla a presión de Madrid... ¡Traes peor uva de la que llevaste, y ya la tenías agraz!
-¡Eso de la uva será en Verín, por allá, en aquel Valle de Monterrey, que en Lugo lo que tenemos es leche, del bueno, de las teixas, y no esas vaquitas cornudas de tu frontera...! En cuanto a los suboficiales, por templados y de acero que sean, ahora que regresé, date por ascendida..., ¡si no quieres una separación fulminante!
-¿Fulmi..., qué? ¿Sabes que te digo? ¡Que si quieres una marquesa, tal que para lucirla en tu Casino, y cosas de esas, haberte traído a la collares de tu madre, que esa ayuga con la mismísima Franca!
-A ti, en trueque, te devuelvo a Verín..., para contrabandear, café, wólfram, uranio...; ¡lo que se tercie, que para eso sirves!
-¿Quieres más contrabando que esto de meterme contigo entre dos sábanas..., a pesar de lo soso que vienes?
...
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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