Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

A vueltas por el Río Tea y su condado (III)

jueves, 13 de noviembre de 2008
TROÑA

Se dice que los gallegos encuentran siempre en su interior el horizonte de un castro, pero son nuestros ríos los que gozan realmente de su presencia. El Tea en su descenso ondular y cerca ya del arco de montañas que por el oeste el Montemayor separa de la ría viguesa, no tiene más que levantar la mirada, a su paso por Pías, sobre las plantaciones de kiwis (ahora, campos de golf), para distinguir extendido sobre una colina el Castro de Troña: una citanía, en parte bien conservada, desde la que se domina el valle, y que si en su origen advertía la llegada de advenedizos acoge ahora a los visitantes conmovidos por la sugerencia de sus piedras. Un asentamiento, como otros muchos de estas “colinas castrodentas” (se mencionan 4.000 castros en Galicia, y en este territorio medio del Tea los de Mourelle, Toutón, Fozara, Castromao, Prado, Bugarín, Angoares, Areas, Ribadetea, Cristiñade, Guláns...), en el que se ejemplifica una vetusta organización socio-económica, la arcaica agricultura y el bosquejo de la primitiva industria: cerámica, piedra, cestería, herramientas, orfebrería de plata y oro. De aquella primera disposición que dio forma al suelo gallego y generó un modo tribal de vida, con calles y servicios de procomún, ritos sagrados, túmulos funerarios, fortalecido con setos y fosos, de aquella cultura castreña heredamos el marco social, unitario y funcional que fue, y es aún, la parroquia. Cuando la civilización de la aldea muere en todas partes, y las carreteras y los automóviles (y la visita al centro de salud y el cobro bancario de las pensiones) acercan el concejo rompiendo su aislamiento secular, cuando las televisiones le aproximan en cada minuto el universo -la aldea global, la posmoderna aldea de la tecnociencia- permanece cohesionado un grupo étnico, unas tradiciones, unos mitos, unas campanas y unos muertos, una convivencia indeleble de vecindad: el lugar parroquial, que desde los primeros siglos ha ido mimetizando en nuevos enclaves el poblado castrense.

Ni la atractiva romanización y el estatuto organizativo del derecho romano, con Vespasiano, en los años 70 d.C., que posibilitaron la creación de las villas, ni siquiera la cristianización y la labor esencial de las Ordenes Religiosas y el registro jurídico del bautismo -desde el siglo IV- hicieron otra cosa que actualizar en cada momento la vieja estructura dispersa y remota que, en sus fundamentos, aún perdura: la parroquia, una unidad organizativa territorial, específica de Galicia, alejada de reglamentos y divisiones administrativas artificiales que hoy, sin embargo, sí se debilita, lo reconocemos, por el despoblamiento de las aldeas más pequeñas -en el umbral de los 500 habitantes- y por el abandono de las minitierras de cultivo.

Nada por ello es tan recomendable, como acudir a los historiadores y etnógrafos para conocer la crónica de nuestro pasado y advertir su residual presencia en el quehacer de cada día. Tampoco dejemos de visitar los castros, una experiencia didáctica y emotiva, y Troña es digno ejemplar y de los más asequibles.

PONTEAREAS Y SACRO CONDADO

Nos encontramos en la Galicia meridional, dulce de hablas y formas, de vides y camelias, y el Tea se acerca a Ponteareas. En un paisaje de múltiples verdes, el río se acompaña de viñas y maizales, escalonadas praderías y sucesivos pinares, mientras en sus remansos dormita entre helechos y alisos comunes. Las aguas rompen espumas, sonoramente, sobre las piedras de las cascadas, cantan divertidas a los bañistas de la Freixa y, a poco, avistan el medieval puente de Areas -afamado por sus reminiscencias romanas y por dar nombre a la villa-, y a su paso se asoman los edificios de la hoy desbordada población. Sus gentes muestran una notable sensibilidad en el trazado de artísticas alfombras de flores en las calles por dónde pasará la procesión en la Fiesta del Corpus, y singular afición a la música: abundan en la zona gaiteros, corales, bandas populares, cantantes y compositores de mérito.

Tiempos atrás, al término ó en una pausa de las labradas, se escuchaban las coplas de las recias mozas que, en cuadrillas, acompañaban sus estribillos golpeando con una piedra el erguido metal de las azadas, haciendo resonar de gozo el valle y suspirar al río, en el salgueiral.

También los franciscanos -muy próximos- de San Diego de Canedo, expanden su regocijo musical por los alrededores y entusiasman a los feligreses en los cantados cultos de la Navidad y de Semana Santa. Reluce el monasterio y la sobria iglesia, de bendita piedra son los monacales muros, mientras el providencialismo cristiano sobrevuela el valle; cuando es preciso, dispersa la niebla matinal ó la tormenta con el rezo del Angelus y la grave sonoridad de las campanas.

A poca distancia se asentaba otro celebrado monasterio, más antiguo, que hoy sólo es parroquia: San Pedro de Angoares. Abadía benedictina construida como anejo a una iglesia románica de curioso ábside cuadrangular, en la que se aposentó durante siglos la Orden de San Benito, para difundir la liturgia y la benemérita caridad, y que terminó por desintegrarse a falta de ayudas, por la peste, las hambrunas y las emigraciones, hasta dejar como único recuerdo el adosado tesoro que fue, y es ahora, la iglesia románica, sobreviviente también del maltrato de las restauraciones. (Muy cerca, por cierto, perdura el puente romano de Cristiñade, por dónde pasaba la vía de Antonino, la XIX, de Braga a Astorga, que unía Orense y Tuy, por Salceda.)

Prosiguiendo con el entramado de músicas, salmos y oraciones, no está de más recordar que durante la Alta y parte de la Baja Edad Media, acogieron estos valles del Tea un arrosariado conjunto de monasterios, constituyentes de una especie de Ribera Sacra del Condado. Cenobios y monacatos compartían estos paisajes de Dios, donde el eco de los himnos abaciales confundíanse con la serenidad y las melodías del río. Baste una simple enumeración para valorar su importancia: monasterios de Sta. Leocadia de Guillade, San Verísimo de Arcos, San Esteban de Cumiar, Sta. Baia de Mondariz (con el legendario San Eusebio), Monjas Benitas de Riofrio, Padres Bernardos de Toutón, Templarios de San Salvador de Leirado, Abadía de Fozara, monasterio de Casteláns. Y todos, al día de hoy, parece imposible, todos han desaparecido.

Por eso, para entenderlo mejor, no estaría de más remontarnos muy al principio, por ejemplo a San Martín Dumiense, obispo de Braga, que convirtió a los suevos y evangelizó el medio rural gallego, organizando eclesiásticamente Galicia a favor de la entidad de las parroquias que ya vertebraba la comunidad campesina. El Dumiense, como otros muchos monjes, favoreció la inculturación cristiana de los aldeanos sustituyendo las referencias idolátricas por símbolos bíblicos y evangélicos (J.J. Cebrián).Después vendría la primera expansión monástica, el frenazo con los árabes y la desorientación subsiguiente, la llegada del Císter y la fundación de los monasterios de Sta. María de Melón y de Nuestra Señora de la Franqueira: el acercamiento de dominicos y franciscanos... y el fin de la Edad Media, “la época cumbre de la Historia de Galicia, entonces el reino cristiano más culto y próspero de la Península“. Desde aquellas fechas, el monacato gallego, tras varias reformas y muchas calamidades, pierde su protagonismo socio-cultural y religioso, y es sustituido poco a poco por el clero llano que sobrellevará, como siempre, la religiosidad de los parroquianos que hablaban gallego y vivían sometidos a una cerrada economía de subsistencia.

En una consideración actual, lo que sorprende -de aquel Sacro Condado y la evangelización de las gentes- es que no fuera tan arraigada como para que pocos siglos después desaparecieran tales creencias y enseñanzas, las diversas congregaciones religiosas y hasta la piedra de los cenobios, mientras ha sobrevivido, en cambio, cierta paganía entrañada en el alma labriega, reconocible en ingenuos sincretismos religiosos, de ahora mismo. Quizá ésto explique que la mayoría de los gallegos, lejos de toda suerte de nihilismos modernos, vivan aún y convivan en presencia de lo sagrado y de lo católico, en sintonía con el Dios solidario extendido por la Naturaleza. Admitamos, pues, que no fallaron del todo el espíritu y las lecciones de santos y clérigos; cayeron los muros de granito, pero el río Tea, como sus ribeiranos y bocarribeiranos, permaneció fiel a las sacudidas de lo sacro y, una vez cristianizado, ha seguido entonando vísperas y maitines, aleluyas y murmullos responsariales.

ESTAMPA MEDIEVAL

Cambiemos de registro, y permítanme -aunque no venga a cuento- una divagación anecdótica, a propósito de monjes y monasterios.

Es conocido que se sangra hoy a los adultos pletóricos y a cualquier persona sana y solidaria que acuda a los hospitales para atender demandas hemoterápicas, pero nos regocijan los desorbitados hábitos de la sangría en la Edad Media, en la línea comentada, entre otros, por Nieva y Torbado.

Abril era su tiempo. A pesar de haber sufrido los rigores de la cuaresma en la abadía, los jóvenes no dejan de excitarse con la llegada de la primavera. En consecuencia, se debían tomar medidas que frenasen los pecaminosos impulsos de los novicios por otro medio que la extremada abstinencia, pues se sospechaba que el abuso de la castidad hería los humores vitales. Así es que algunos conventos establecían el periódico ritual de una sangría colectiva, como se hacen –salvando procedimientos y motivos- en la actualidad por los Servicios de Donación de Sangre, en un pueblo ó una empresa.

Dadas las limitaciones técnicas de la época, el sangrado era doble: sanguijuelas (en piernas y espalda) e incisión en las venas de la flexura del codo. La voracidad de los gusanos se mostraba difícil de controlar, a no ser por su voluminoso incremento; y el corte venoso, con afilado cuchillo, producía chorros y goterones de sangre que cesaban sin mucho tardar (si no había una extralimitación en el incisocortado) y eran recogidos en una bandeja de plata, baldíamente.

El especialista, un médico o un albéitar (tal el Rulfo de Segovia, que, según Cunqueiro, "bajaba al infierno a sangrar los años bisiestos y utilizaba lancetas toledanas" vigilaba el efecto individual del dual método, administrando sales aromáticas a los empalidecidos e hipotensos -a los mareados- y a todos, miel y vino caliente, con canela, al término de la donación.

En fila procesional, caladas las casullas, continuaban los monjes con la ofrenda al sufriente Cristo, y rezaban un salmo final de acción de gracias. Y ya podía cantar el cuco la epifanía de la primavera, con la aquiescencia de abades y superiores.

Posible es que en el monacato del Condado, por aquel entonces, aconteciesen rituales parecidos, pero ignoramos la severidad de estas prácticas, si eran únicas ó dobles, conocida la beatitud de los austeros ermitaños, las disciplinas de los monjes y la bonhomía de los priores gallegos. En lo concerniente a si sangría ó sanguijuelas, Don Alvaro nos lo aclara: "Se seguía a la Escuela de Palermo, que postulaba, respectivamente, ad majores o secundum libidine".

TRAMO INFERIOR DEL TEA

Si el río ha hecho la mitad de su trayecto curioseando las viñas que miman los ribereños, al fin contempla las uvas de la abundancia y conoce el júbilo de la vendimia por tierras de Salvatierra: cuando el Tea, lamentándose de su breve recorrido, va a ser acogido a la unción del Miño. Todo lo referente al vino y los viñedos se vive y mima en esta comarca. Con la llegada del otoño, las uvas de treixadura, loureira y albariño fermentan en las bodegas para conseguir una cordial y saludable síntesis: el vino del Condado; los blancos, pálidos y pajizos, vivaces y afrutados; los tintos, tiernos, agrillos y untuosos, caricia para la boca de los campesinos..

Después del prensado de las uvas, y de hervir y roncar los caldos en la virtuosa madera de los bocoyes, se retiran, y se depositan los residuos -los humeantes cestos del bagazo- en los alpendres, y es entonces, pasados los Santos, cuando aparecen los aguardenteros, casi clandestinos, con el pote de cobre y los áureos serpentines sobre el carro que los bueyes conducen por caminos sin encrucijadas, ni más misterio que el vacío resonante de las gigantescas redomas.

Instalados en el doméstico cobertizo, procederán a la destilación del orujo: un goteo ceremonial e ininterrumpido, de días y noches, propicio al pitillo y a las fábulas. Son los alquimistas aldeanos que trasladan el ambulante laboratorio de la alquitara de aldea en pueblo y de pueblo en aldea, y una vez aposentados, con su ritual de fuego y aromas profundos, extraen del barro vegetal, en cada potada, el espíritu de la uva: el aguardiente. Son los "poteiros", aguardenteros arcaicos, filósofos de insomnio largo y cama de paja, compañeros de lechuzas y campanas madrugadoras, que desaparecen inexorablemente ante la fuerza del Consejo Regulador y Denominación Específica: Orujo de Galicia.

Con el licor en los labios, el Tea, adormecido, se abandona en brazos del Miño que recoge y empuja sus aguas hacia el Atlántico, por la Guardia, ante los ojos protectores de la Virgen del Tecla, advocación cristiana del más célebre de los castros hispánicos de Occidente.

DE PECES Y RECETAS

No está de más recordar, situados en esta zona, que el Arciprestazgo de Salvatierra data de 1587, con Felipe II. Era el más poblado del obispado de Tuy y se ubicaba en los alrededores del Tea y a los pies del Miño. Si traigo, de nuevo, a colación esta Salvatierra del Condado es por una de sus exquisiteces gastronómicas, muy digna de cita: la lamprea. El Petromyzon fluviastillis es manjar suculento y digno de figurar, como decía José Mª Castroviejo, en el Gotha de los peces, junto al salmón y al reo. De aspecto repugnante para muchos, con su piel grisácea y su punteado negro, es delicia para los que acostumbramos a degustarlo en el mes de marzo, cuando está en sazón. Es propio de las aguas del Miño, hasta las más vivas de Creciente, Cortegada y Arbo, y casi desconocida en sus afluentes, como el Tea, que es río de anguilas y truchero.

Conocida era la lamprea, según las crónicas, por los romanos, que la tenían en mucha estima y de cuyo abuso -cuéntase- le aliviaban el vómito y las aguas bicarbonatadas de Mondariz. Su complemento ideal, cuando se la come en justos términos, es el vino tinto de la comarca, alcanzándose así una excelsa combinación en la cocina, en su día penitencial -del tiempo de cuaresma- que consolaba entonces de toda abstinencia y hoy, de cualquier disgusto. No me resisto a transcribir la cita de V. Risco" La lamprea es plato de reyes y de grandes, es plato de verdaderos sabios; es plato de tragones, y está dicho todo".

Abundan las fórmulas culinarias para preparar la lamprea: al queso, al ajo, y se acomoda bien a la salsa tártara y a las setas, y resultan excepcionales las empanadas que he probado en Caldas de Reyes y en Padrón. Se las puede aderezar en escabeche, y son deliciosas las conservadas secas y que se comen, en tradicional costumbre, durante la Navidad (las recuerdo en casa de mis abuelos maternos, en el cocido, abrazadas a un trozo de jamón y asentadas sobre un suave lecho de repollo. Lamprea seca que cada año, en fechas decembrinas, nos enviaba el chocolatero de A Cañiza).

En el Condado prevalece el gusto por la lamprea guisada ó estofada, preparada con su propia sangre y el vino local, y así la sirven en las tabernas ribereñas. Transcribo aquí la antigua receta del guiso, según Manuel Mª Puga (Picadillo): "Bien lavada con agua caliente y rascada con cuchillo, se separa la hiel; se le corta a trechos, sin separar los trozos, y se le extrae y conserva la sangre. En una cazuela se coloca con aceite de oliva(un pocillo), vinagre (un pocillo) y un poco de vino blanco, canela y ajo picado. Mézclase todo, y añadida la lamprea con la sal precisa, se hierve a fuego lento. Una vez cocida, se dispone el pan frito, machacado en el mortero con el hígado del pez (ya cocido); alárgase el conjunto con un cacillo de la salsa en que cuece la lamprea y se le incorpora a ésta, haciéndole hervir unos minutos más. “Se adorna con arroz blanco y pan frito, tal suele presentarse en la orilla portuguesa, por Monzón y Valença”.

El voceado secreto de estas fórmulas culinarias, ya referidas en los libros de cocina del siglo XVI, recae en la negra sangre de la lamprea, a la que, por otra parte, parecen corresponder, según Cunqueiro, sus virtudes afrodisíacas que, sí, las tiene, a tenor del común sentir, desde los romanos hasta los máximos aficionados actuales, que no son otros que bordeleses, gallegos y portugueses del norte. A los interesados en esta cuestión, les aconsejo disfrutar con las divagaciones delicadamente eróticas del citado maestro, tan sutiles como el mojar placentero del pan en la pebre, ó la contradictoria ambigüedad de lampreófagos tan célebres cual Ricardo Corazón de León.

DEVOCIONES MARIANAS

El Tea se acompaña a lo largo de su curso de una singular protección mariana. Recién nacido, en las declinaciones del Faro de Avión, vislumbra la Virgen de la Xestosa en su ermita, y la pila de piedra en la que los romeros, el día de la patrona, echan agua y pan, y lavan las lacras de su piel, con resultados a veces asombrosos: desaparecen sus verrugas, por la fe de la sugestión y la psoriasis ó el melanoma, excepcionalmente, por el milagro de la Fe.

En su apresurado descenso lo observa desde su empinado montículo, la Virgen de la Guía, en el Piñeiro. Y al paso por Mondariz, celebran su fiesta Sta. Eulalia y, en agosto, la Virgen de la Peña de Francia; y en Toutón, Sta. Lucía. En Mondariz Balneario le esperan la Virgen del Carmen, Nª. Sª. de Lourdes y la Virgen de Fátima. Y en Ponteareas es la Virgen de los Remedios quien lo festeja en el septiembre de sus aguas. A falta de otras Santas, que el pueblo gallego exige en su menesterosidad y que mi memoria desmerece, termina el río Tea adormeciéndose en el Miño, no lejos de Sta. Marta de Ribarteme, en las Nieves, escuchando el cantar de los devotos a quiénes ha salvado en trance de muerte.

Los ofrecidos, aún siéndolo por terceras personas, acuden a cumplir su promesa y son trasladados a la iglesia, sobrevestidos con las mortajas de coloreado tul, a veces dentro de los ataúdes, por familiares y oferentes. Blancos los féretros si eran niños, y lo eran con frecuencia años atrás, los alejados de la mortal secuencia. El río oirá a los peregrinos que recitan:

“Virxen Sta. Marta, sol dó mediodía,
ó resucitado vén ná compañía”.


Y percibirá la algarabía del gentío, sus coplas, las gaitas y el estruendo de los cohetes. Sin que le falte el aroma de las rosquillas y los anises.

Recordemos, como aviso para olvidadizos, que en el proceso de cristianización del pueblo gallego y desde sus orígenes María, la madre de Jesús, ocupó pronto un lugar privilegiado, consustancial con las devociones de la parroquia rural. Como refiere J.J. Cebrián, de 3086 parroquias existentes en Galicia, en 1989, 748 tienen como patrona a la Virgen María. Sobran, dice, más comentarios para dar por sentado que el cristianismo gallego ha sido siempre profundamente mariano. Y lo ha sido con las rutas jacobeas, y en los monasterios cistercienses y con los dominicos y con los franciscanos. Y sería poco saudoso olvidar que San Pedro de Mezonzo, obispo de Iria y Santiago, fué el autor de la plegaria más universal, la Salve Regina.

Hay algo más, convergente y significativo. A estas riberas del Tea las ilumina y vivifica el designado centro espiritual de la comarca, que preside Nª Sª. de la Franqueira, en los altos de la Paradanta. Según parece (Dr Huerta) es la imagen más antigua de la Madre de Jesús en Galicia, junto a Nª Sª de la Barca y a la Virgen de las Ermitas, nada menos que del siglo VII, al final de la era visigoda. El sagrado recinto corresponde a los restos del Santuario de los Bernardos(de 1293); luego Priorato y ahora, simplemente, iglesia parroquial, con su hermosa portada románica, y allí acuden a pié miles de fieles por las Pascuillas de Pentecostés, procedentes de toda la región, y de rodillas depositan sus ex-votos y limosnas ante la espléndida imagen de la Virgen -cobijada en su camarín barroco- con la esperanza ó el agradecimiento de curaciones y milagros, en la convicción de su sencilla religiosidad. Vienen de los pueblos circunvecinos, agrupados por feligresías, con sus pendones parroquiales y las Vírgenes Patronales. Cuando se encuentran las procesiones en las encrucijadas limítrofes tiene lugar una bella ceremonia protocolaria: Los pendones se cruzan y abaten, con reverencia, por tres veces, al compás de rítmicas genuflexiones de los portadores de las sagradas imágenes, se acercan y se inclinan mientras los peregrinos cantan a coro una salutación” (En palabras del Dr. Rodríguez Sobrino).

Las jóvenes, en el ascenso del monte, solicitan novio a la Santa, anudando los tallos de las retamas que adornan el camino con los dedos de una sola mano, y recitando -sin equivocarse- una copla tradicional: “Virgen dá Franqueira -miña compañeira- pro ano que ven -non virei solteira”; reclaman amores con sus preces, y todos los caminantes, hermanados, cantan trovas de fiesta con las palabras de Camoens y de Rosalía, y loas a la Virgen que quizá ya recitara Alfonso X el Sabio (Loas y trovas que habían alumbrado en los siglos XIII y XIV aquella poesía lírica gallega, la más arcaica de Europa y la más meritoria y celebrada de España, que sin duda sobrepasaba las riberas del Miño y se extendía por el norte de Portugal: retazo íntimo de la propia Galicia, en atinada mención de Castelao).

La profunda serenidad de la montaña donde se guarece la hierática Virgen se sobresalta, cada 8 de septiembre, con la llegada de miles de romeros, entre los que sobresalen los marineros de las Rías Bajas, por su devoción. Es el día en que la imagen de piedra es llevada en carro de labranza tirado por bueyes -con los ojos vendados, atendiendo a la leyenda- en procesión que circunvala a la iglesia para disfrute de sus fervientes devotos, ribereños, bocarribeiranos y montañeses del Tea, en religioso desorden, bajo el clamor de los cantos y las campanas, atropellándose por acercarse y tocar a la Santa. En el atrio, sobre un improvisado escenario, el Moro y el Cristiano representan una variante de drama sacro, recitando el romance que hace referencia a un legendario milagro de la Virgen en tierras de Argel. Después, y tras la misa mayor, los peregrinos se dispersan por prados y robledas para saborear el pulpo, las empanadas, el vino y las rosquillas, antes de volver reconfortados a sus hogares, sintiendo todos que su vida y sus trabajos han sido de nuevo bendecidos por la Santa Señora de la Franqueira.

A MODO DE DESPEDIDA

Me gustaría que las fábulas, evocaciones geográficas e históricas, y los fragmentos más ó menos biográficos reseñados, valieran como aportaciones -todo lo voluntaristas e ingenuas que se quiera- a la pequeña intrahistoria de esta comarca gallega del Condado del Tea, y apenas debo advertir, que desde una versión personal y libre: topográfica, costumbrista y legendaria, sin límites políticos ni burocráticos.
Por si no estuviera bastante claro, les diré que en lo escrito, no he pretendido hipervaloraciones ruralistas ó excluyentes alabanzas de aldea, pues gallego y viajero, reconozco que la población en que se vive, ciudad ó parroquia, no deja de tener hoy una dimensión difusa y, con cierta exageración, universal.
Pero tampoco estigmaticemos a la aldea como pura reserva ecológica, cual algunos proponen. Se protegerá el espacio aldeano y campesino, y la vida rural admitirá lo válido de la civilización urbana en cada momento, mas sin abandonar sus peculiaridades culturales por anacrónicas que parezcan, mientras sean auténticas, sólidas y defendibles. (Habrá que procurar, sin duda, una nueva filosofía de la política rural comunitaria. Y para eso están los políticos y, si es preciso, el empuje de la sociedad civil gallega y de sus concejos).
Y sin más excusa ni demora termino desde este Tea todavía transparente, acompasado de cantos y alalás, de aguas devotas y manantiales salutíferos (cuasi sobrenaturales), exhortándoles a la defensa del río y de su filial territorio del Condado; a la protección de un paisaje digno de ser dejado indemne -y en testamento- a nuestros descendientes y a su mejor futuro.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES