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Especies invasoras

miércoles, 02 de noviembre de 2022
¿Está tan claro a qué y a quién nos estamos refiriendo?

Dedicado irónicamente a todos los fundamentalistas de cualquier tipo de protección biológica, ciegos seguidores de la exclusión a ultranza, para que reflexionen sobre el hecho de que la especie invasora más dañina en cualquier lugar del planeta es, precisamente, el ser humano y sobre ella no se toma medida alguna.

Naciones Unidas ha proclamado el día 22 de mayo -este año coincide con un domingo-, el Día Internacional de la Diversidad Biológica.

Rabo de gato, tórtola turca, bobo o tabaco moro, culebra real de California, cotorra de Kramer, acacia espinosa, ardilla moruna, acacia majorera, bulbul cafre...

¿Cuántas especies invasoras se conocen y reconocen como tales en nuestras islas?

Si partimos de que se estiman en unas 14500 las especies de flora y fauna terrestres presentes en las islas, un 25% se consideran endemismos del archipiélago, un 11% especies exóticas -un número cercano a las 1600 especies- y de éstas, unas doscientas se consideran invasoras y dañinas para el medio y el resto de animales y plantas que en él prosperan.

No es necesario disponer de un conocimiento científico avanzado para saber que esta lista está abierta y en continuo aumento. La globalización, pero sobre todo las restricciones inexistentes o, en el mejor de los casos, tardías, a la hora de controlar la importación y el comercio con plantas y animales así como las malas artes de quienes trafican con las especies -bien como proveedores y vendedores, bien como receptores de dicho mercado animal y vegetal-, y la enorme ignorancia de quienes las traen a escondidas o las adquieren una vez están aquí, permite que la caja de Pandora de las invasiones biológicas se encuentre siempre abierta. En este preciso momento hay miles de serpientes californianas asilvestradas que, aunque en apariencia no provocan daño a los seres humanos, dispersas por toda la isla ponen en máximo riesgo el equilibrio insular con la desaparición de los reptiles endémicos, provocando una alteración sin precedentes somos incapaces aún de evaluar, precisamente por su complejidad, los daños que provocarán en los ecosistemas afectados en cuanto a la dispersión de las semillas, al control de los insectos, a la dependencia de algunas especies botánicas con los reptiles extintos, a la evolución de las poblaciones de depredadores específicos de la fauna desaparecida, etc.

No es alarmar gratuitamente lo que pretendo, se trata más bien de ser realistas, cautos y previsores. Me gustaría conocer todos y cada uno de los planes de gestión elaborados para ejercer el control sobre las ciento ochenta y tres especies dañinas reconocidas y saber de su grado de implantación y resultados obtenidos.

No es ésta una demanda baladí, un raro capricho de un naturalista puntilloso, la incómoda exigencia de un ecologista radical. No es así, es mucho más que eso, se trata de un asunto tan delicado, tan crucial que -nada me gustaría más que equivocarme en mis razonadas elucubraciones-, nos podemos estar jugando el futuro de la biodiversidad canaria.

Explico las razones que me llevan a demandar estos proyectos, pues me temo que más allá de las especies invasoras "estrella" -culebra real, rabo de gato y alguna especie más, la mayor parte de las restantes se considera, o bien imposible su erradicación y por consiguiente ni se le dedican los recursos necesarios, ni procuran campañas específicas que busquen controlar su expansión: tuneras indias, acacias espinosas... o bien socialmente inadecuada o políticamente arriesgada: gatos, ardillas morunas, tórtolas turcas, conejos...

Las razones son de diversa índole. Entre ellas se encuentran aquellas que, por su cercanía al ámbito doméstico, pocas personas las consideran pertenecientes al grupo de especies invasoras dañinas. Un ejemplo claro lo tenemos con los gatos asilvestrados, los abandonados al medio, los que se han escapado y encuentran en la naturaleza, un lugar idóneo donde prosperar y vivir, también los domésticos que pasan la mayor parte de su tiempo en su entorno inmediato -es decir, fuera de la vivienda-, y que son los causantes de la muerte de cientos de miles de pájaros, reptiles y otros animales en todo el planeta. Esto sucede también aquí, en nuestra isla, aunque un grupo radical autodenominado los animalistas hagan oídos sordos a los informes científicos y a la pavorosa realidad de los trabajos de campo donde se recogen hechos constatados del alcance de tal depredación felina.

Algo parecido sucede con la tunera india (Opuntia dilenii) una cactácea que se ha importado por sus frutos, pero que una vez abandonado su cultivo y su control, ha prosperado de un modo alarmante, siendo, en los casos más extremos, capaz de erradicar de laderas enteras de barrancos todo vestigio de flora autóctona como hemos comprobado en nuestros artículos de conos volcánicos y barrancos.

Entre estas plantas y animales que preocupan por su extraordinaria capacidad de dispersión se encuentran muchas otras. Hay dos, el rabo de gato y la culebra real californiana que, a pesar de las campañas de limpieza y recogida de ejemplares, su distribución en la isla es cada vez más extensa. Está claro que, o las especies son tremendamente resistentes a su erradicación y disponen de mecanismos que lo dificultan o imposibilitan o, en las costosas campañas que se están llevando a cabo, algo está fallando. Personalmente, creo que hay serias razones que justifican la coexistencia de ambas posibilidades. Recuerdo haber referenciado, en un artículo del pasado año sobre la costa teldense, un ejemplo sobre la mala planificación llevada a cabo en las campañas desarrolladas para la erradicación del rabo de gato en concreto en el vial costero. Año tras año se efectúa la limpieza y erradicación de ejemplares a lo largo de esta avenida cuando las plantas han alcanzado su máximo crecimiento y, por lo tanto, dificultan la visibilidad de los vehículos y peatones, crean inseguridad al ocultar los bordes de la calzada y sus raíces comienzan a ejercer una notable presión sobre las baldosas de las aceras y el asfalto, llegando a levantarlas. Se trata de ejemplares que se encuentran en plena madurez, han florecido y sus inflorescencias están llenas de semillas. Es entonces cuando se lleva a cabo la siega, pues es eso lo que se hace, bien con una hoz, bien intentando sacarlas de raíz con un sacho. Durante este proceso, en el que las plantas son zarandeadas y arrancadas, cientos de miles de semillas vuelan sin control alguno, tanto al extraerlas del suelo como al depositarlas en los sacos para su transporte. Resulta irónico que al término de todo el proceso, calzada y aceras queden alfombradas de semillas, semillas muy livianas que el viento dispersa por las laderas y llanos circundantes. Es innecesario decir que hay una legislación específica del Gobierno de Canarias sobre cómo y cuándo debe procederse a la erradicación del rabo de gato, así como el tratamiento y control de los ejemplares desraizados pero los responsables de la gestión de esta especie invasora o bien la desconocen o bien hacen caso omiso al contenido de la misma. El resultado en ambos casos es semejante: una mayor dispersión de la especie a erradicar.

Pero cuando hablamos de invasores y ponemos el grito en el cielo, no sin razón, permítanme que les provoque una reflexión, para ello haremos un poco de historia. Hoy más que nunca, Día Mundial de la Biodiversidad, me apetece plantear una variable -por otro lado, nada novedosa-, que vaya más allá de los consabidos "enemigos biológicos" que el ser humano tiene siempre a punto para culpabilizarlos de todos los males del ecosistema.

Es fácil demonizar una serie de especies -los seres humanos siempre lo han hecho desde las más variadas perspectivas y justificaciones, piensen en los lobos, en las aves rapaces nocturnas y diurnas, en los cuervos, en las culebras y serpientes, en las ratas, los sapos, los mosquitos, las cucarachas...-, ¿son estas especies culpables por ocupar un papel determinado en la cadena trófica del ecosistema, o lo somos nosotros, quienes en defensa de aquellas especies que hemos considerado útiles y por lo tanto beneficiosas como el ciervo, corzo, conejos, perdices..., bien para practicar un "deporte" pues así se considera la caza -hay que ser hipócrita para considerar la muerte de un ser vivo un deporte-, bien para la alimentación, las hemos definido como alimañas y por lo tanto dignas de la muerte y el exterminio?

¿Hemos analizado el porqué de su presencia en un lugar determinado? ¿Alguna vez nos hemos preguntado la razón de su llegada, las razones naturales que han propiciado la colonización de dicho espacio, las razones que justifican su presencia en unos ecosistemas y en otros no?

Hagamos un poco de historia:
A grosso modo, hace unos veinte millones de años comenzaron a surgir las primeras islas canarias que conocemos emergidas y hace un millón de años surge la última. Estas afirmaciones son relativas, pues estamos asistiendo en la actualidad, a nuevos intentos del magma por ampliar las existentes o hacer surgir otras nuevas y sabemos de otras anteriores que, emergidas al norte de Fuerteventura hace decenas de millones de años, se encuentran ahora bajo las aguas, tras un profundo y prolongado proceso erosivo.

Podemos afirmar, sin albergar duda alguna sobre ello, que hace millones de años muchas de las islas estaban colonizadas por plantas y animales que habían llegado por sus propios medios o a través de diversos vectores de transporte: el viento, las corrientes marinas, el polvo en suspensión, tormentas y otros fenómenos atmosféricos, balsas de vegetación...

Los elementos botánicos y faunísticos arribados, con el paso del tiempo y la adaptación consiguiente, fueron capaces de alcanzar un equilibrio, pues en esos tiempos la ruptura de dicho equilibrio sólo venía dado por fenómenos naturales como podían ser las erupciones volcánicas, los basculamientos gravitacionales, los tsunamis...

Pero hace 2500 años -según las previsiones más optimistas de sesudas y sesudos, mujeres y hombres estudiosos e investigadores del mundo de la historia, aparecieron en las islas los primeros seres humanos (unos cinco siglos a.C.).

En ese preciso momento, llevaban las plantas y los animales habitantes de las islas, millones de años en las islas más viejas, en un equilibrio ecológico conseguido a base de una total adaptación a las circunstancias y condiciones de estas tierras volcánicas. Sería una especie advenediza, -el ser humano-, no endémica e invasora quien, con el paso de muy pocos siglos, dañaría los ecosistemas primigenios hasta hacerlos prácticamente irreconocibles.

Algo más de dos milenios de fuerte incidencia en el medio frente a los veinte millones de una isla como Fuerteventura–. Si queremos ver la gravedad del asunto, no tenemos más que llevar los millones y miles de años a la escala de un día. Es muy sencillo, no hay más que aplicar una sencilla regla de tres: de las veinticuatro horas que tiene un día, el ser humano habría llegado a Fuerteventura hace ocho segundos y medio y apenas tres minutos en el caso de la isla más reciente, El Hierro.

Vamos a dar ahora un salto importante en la presencia del ser humano en las islas y nos detenemos en este último siglo -casi un suspiro en comparación con el tiempo geológico de formación de cada una de ellas-, y corroboramos que la incidencia de sus acciones sobre el medio han sido devastadoras.

El mal llamado rey de la creación -perversa denominación que ha supuesto la lucha sin cuartel a todas las especies y espacios del planeta: ballenas, gorilas, leones, tigres, bosques tropicales... tiene en su haber una larga lista de especies extinguidas, de la mayoría de las cuales jamás sabremos nada pues ni siquiera fueron identificadas para disponer de un nombre. En nuestras islas, la foca monje, el milano real, la pardela del jable, la pardela del malpaís, la codorniz canaria, el escribano patilargo, el verderón de Trias, el verderón de picofino..., cada una de estas especies llegaron a identificarse y conocerse, pero han desaparecido de nuestras islas, se han extinguido. ¿Cuántas, en el preciso momento de escribir este artículo, se encuentran a punto de extinguirse?

Hago referencia a un excelente artículo reciente del biólogo y miembro de la Asociación para la conservación de la biodiversidad canaria (ACBC), Marcos Salas Pascual, titulado: "Plantas de Gran Canaria en (mucho) peligro de extinción". De las veintitrés especies en peligro de extinción registradas en el Catálogo Canario de Especies Protegidas, en esta isla, diez están en las últimas, -registro textualmente sus palabras-, pues conservan menos de cien ejemplares en su hábitat natural. Cuando analizamos las causas de su desaparición, raramente son naturales sino por influencia antrópica.
No es pues muy equivocado considerar la especie humana como la especie invasora más dañina para nuestros ecosistemas.

Sería deseable que el mismo empeño que ha puesto en destruir aquello que la naturaleza desarrolló durante tanto tiempo, por razones que no vienen a cuento, aunque muchas de ellas parezcan justificables -siempre desde la perspectiva del ser humano, claro está: razones económicas, de desarrollo, sociales, alimenticias…-, se pusiera actualmente en su recuperación.

Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena y en este caso mucho estamos tardando en cambiar los parámetros de valor y la biodiversidad canaria -como la del resto del planeta-, debe ser, innecesario debería ser reconocerlo, uno de los referentes esenciales para lograr el reequilibrio de los ecosistemas y, no tengo la menor duda en ello, la supervivencia del ser humano.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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