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Diálogo con dos esculturas

jueves, 15 de septiembre de 2022
O la absurda situación vivida por un médico jubilado con pretensiones de escultor, durante una pesadilla.

Estaba en mi taller seleccionando las esculturas que compondrían la exposición que se llevaría a cabo durante la Reunión de Asemeya, en el Colegio de Médicos de Málaga, cuando dos obras intentaron llamar mi atención. Como no tenían nada que ver con el tema de la muestra, las ignoré.

Esa misma noche alguien me despertó zamarreándome. Sentado en la mitad de la cama, me encontré frente a una de esas obras, la que representa un sacerdote dirigiéndose a los fieles desde el púlpito. Mirándola con imaginación, claro. Insólitamente, la pieza de cemento me reprochaba que la hubiera descartado. Entonces me cayó una perorata que terminó por desvelarme por completo.

- Tú que dices que eres ateo y no crees en ninguna religión ni en los dioses que la representan, ¿todavía no te has dado cuenta que fuiste sacerdote de la religión universal del arte de curar? Que, ungido en uno de los grandes templos llamados Facultad y entrenado en otro gran edificio desde el que se difunde la fe, que vosotros llamáis Hospitales, fuiste destinado a un pequeño templo en un barrio, donde ejerciste tu sacerdocio durante años. ¿Es que no recuerdas cuando recibías a los creyentes, casi siempre una madre con su pequeño hijo, a la que escuchabas con atención durante la confesión de sus culpas y el sufrimiento del niño? Inmediatamente lo llevabas al altar, donde aplicabas todos tus sentidos para observarlo con atención, palparlo con la suavidad y concentración con la que Velázquez o Picasso utilizaron sus pinceles, auscultarlo como un afinador ajusta las teclas del piano, y hasta olerlo, porque tu olfato te ha llevado a encontrar un guisante en el oído o una bolita de papel en la nariz. ¿Y ya no te acuerdas que después del oficio otorgabas al niño la absolución o, si el pecado de la enfermedad lo requería, ordenabas la penitencia que debía ejecutar la madre cada ocho horas o una cucharadita con el desayuno todos los días? Y la madre, relajada después de repetir la penitencia ordenada, finalizaba con un "Gracias, doctor", que te colmaba de satisfacción y justificaba los esfuerzos y sacrificios que exigieron tu formación como sacerdote. ¿Es que te has olvidado que has sido y serás, hasta el día de tu muerte, un sacerdote de la Medicina?

Algo aturdido, intenté volver a dormir. Cuando lo logré, luego de un tiempo imposible de cuantificar, otra vez fui despertado de repente. Era la otra escultura. Una que representa el rostro de una mujer orando, bueno, viéndola con una fuerte dosis de imaginación. Pero esta vez me adelanté y defendí mi decisión.

- ¿Qué tiene que ver esta escultura con la Medicina. Si yo soy ateo, no creo ni en Dios, ni en la Virgen, ni en los Santos, si la última vez que entré en una iglesia a rezar tenía pantalones cortos. No voy a incluir una obra de temática religiosa en una exposición sobre la ciencia médica. Decididamente no.

- Dime, doctorcito jubilado -comenzó hablando la escultura mientras hacía ademanes con las manos- cuando eras residente de pediatría y estabas atendiendo a un niño con septicemia que empeoraba día a día, y decidiste, titubeando, cambiar la medicación por un antibiótico en experimentación del que se sabía muy poco, ¿qué hiciste cuando llegaste al hospital, a la mañana siguiente, antes de asomarte temeroso a la sala con miedo de encontrar la cama vacía? ¿Y qué pensabas cuando veías a una madre, mientras acariciaba los cabellos de su hijo milagrosamente recuperado, mirarte con todo el agradecimiento acumulado luego de días y noches rezando angustiada?

Ante mi silencio, la obra de cemento, agrandada, siguió con su discurso.

- Cuando hubo que operar con anestesia general a tu hijo pequeño, al recorrer la sala de espera de un lado a otro, ¿qué hacías? Y cuando acompañaste a tu esposa al oncólogo, luego de esas interminables sesiones de quimioterapia, y mientras esperabas que se leyera el resultado del último TAC, ¿qué hacías, sino rezar a alguien que niegas?

Resignado a que estas dos piezas de hormigón ya me habían fastidiado la noche, me levanté, encendí el ordenador y las incluí en la exposición.

Andrés Montesanto. Médico, escultor y, parece, también escritor.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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