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El camarote de los hermanos Marx

miércoles, 14 de septiembre de 2022
La improvisación cómo método de trabajo

Estimo innecesarios estos artículos para conocer a quien les está escribiendo. Saben de mi quehacer profesional durante cuatro décadas en centros educativos teldenses, concretamente en dos: el CEIP Esteban Navarro Sánchez del cual conservo muy gratos recuerdos y el IES El Calero donde pude compartir enseñanza y conocimiento con extraordinarias compañeras y admirables compañeros. Algún día les hablaré de ambas experiencias.

Saben de igual modo de mi implicación con la vida, con la defensa del medio ambiente, con el respeto a los demás seres vivos que se encuentran en nuestro entorno y que comparten, le guste o no a los seres humanos, la misma casa, esa casa esférica, no tan grande como creíamos pues la imaginábamos eterna e infinita-, llamada Tierra.

Saben de mi compromiso con la divulgación de todo tipo de enseñanzas y destrezas para la vida y así a través del Jardín Canario Viera y Clavijo, del Cabildo Insular de Gran Canaria, de muchos ayuntamientos de estas islas y peninsulares, de la Diputación de Lugo, de la Xunta de Galicia, del Gobierno de Canarias a través de diversas Consejerías, de ONG´s de diversa índole, de la Casa de Galicia en Las Palmas, de empresas privadas que dieron su beneplácito para difundir experiencias y reflexiones en cuadernos de campo, en guías y carpetas didácticas, en materiales curriculares, en cuentos, en novelas... he estado siempre ahí, aportando el esfuerzo y la pasión de cientos de horas de contacto permanente con la naturaleza y otras tantas con el ordenador para darle forma a todo ello.

Estas son algunas de las razones que justifican mi entrega eterna a la labor de docente, otrora dentro y ahora fuera del aula, para ratificar mi compromiso como maestro de El Calero, compañero y guía de senderos, escritor de ilusiones compartidas donde hay más puertas abiertas que espacios cerrados, más diversidad que pobreza biológica, más respeto que intransigencia, más dar que recibir.

Es por eso, aunque duras puedan parecer a veces mis palabras pues el título no da lugar a muchas disquisiciones, que necesario plasmar por escrito algunas incongruencias observadas en la vida diaria que, mal planificadas, tienen consecuencias para el medio. Si de esta exposición surge una reflexión, bien empleada estará cada palabra. Si además provoca un cambio en la actitud y en la actuación, el valor de las mismas será sobresaliente.

Hace unas semanas, un día más en mi paseo matutino por la costa teldense, me sorprendía una imagen recurrente, reiterativa, que me recordó tristemente al mito de Sísifo -sí, exacto, aquel personaje mitológico condenado por los dioses a subir una gran roca hasta la cúspide de una montaña y, una vez alcanzada, la roca rodaba por su propio peso hasta la base y Sísifo se veía obligado a iniciar de nuevo la ímproba labor de volver a empujarla y ascender nuevamente con ella hasta la cima. Así, eternamente-. La imagen me produjo a un tiempo, asombro y estupefacción ante la ejecución de tal actividad y la reiteración en la misma, por una parte por el desgaste y despilfarro económico que suponía como por la inutilidad y el sinsentido del trabajo realizado.

Me refiero a la eliminación sistemática, mediante una brigada de personas -nunca contabilicé menos de diez operarias y operarios-, un puñado de sachos y varias decenas de sacos grandes de basura, de la incipiente hierba que una y otra vez, tras este invierno con lluvias y lloviznas espaciadas, brotó en el cauce del barranco de Melenara, justo en el tramo final que va desde la carretera de acceso a la playa de Salinetas -vial costero- y el paseo litoral peatonal.

Una y otra vez, como obedeciendo a un elogio a la estupidez del ser humano, las brigadas de limpieza sacho en mano, levantaban con enorme parsimonia, como si fueran conscientes de la insensatez de tal acción, cada brizna de hierba, depositándola luego en el interior de los sacos. ¡No entendía nada! Como era posible que una hierba joven, que no provocaba daño alguno al entorno, más bien al contrario, pues dotaba al lugar de una imagen estética agradable, bella, fresca y húmeda, amable con la vida y el paisaje, era erradicada de raíz como si de una montaña de basura se tratara.

Como nadie era capaz de percatarse de que hay vida en ese temporal ecosistema herbáceo, que ahí se desarrolla una parte de la trama vital del ecosistema de barranco, pues toda una variedad de especies invertebradas: escarabajos, hormigas, moscas, abejorros, saltamontes, avispas, mantis, mariposas, orugas, arañas, tienen en el incipiente herbazal su habitat, el lugar donde desarrollar sus ciclos vitales que a su vez son eslabones de la cadena alimenticia del barranco, cadena que permite alimentar a lagartos, roedores y diversas avecillas que acuden al mismo.

Pero nada de eso importa. Hay que erradicar la hierba a toda costa. Nadie sabe por qué. Los viandantes observan la acción de los herbicidas humanos sacho en mano. Escrutan cada rincón del herbazal buscando razones que lo justifiquen. No las hay. No hay ningún envase, bolsas o restos de basura. No hay ramas, palos, colchones, lavadoras, neumáticos que puedan generar una barrera y provocar la retención de las previsibles, en casos excepcionales, aguas de arroyada. No, no hay nada de eso, sólo un palmo de hierba y una bella estampa verde a punto de ser sacrificada.

La foto que acompaña este artículo no puede ser más clarividente. Tras el paso del equipo de trabajo, el cauce queda terroso y polvoriento. Perfecto para que, en la próxima lluvia fuerte, sin el efecto retenedor y acolchado de la hierba y la labor absorbente de su sistema radicular, el arrastre de la tierra fértil sea mayor y la erosión consiguiente favorezca que la misma vaya a parar a la playa y luego mar adentro.

Acciones como éstas son las causantes de las manchas canelas que observamos en la costa tras las lluvias torrenciales. Desnudar el suelo de su capa verde protectora es abrir las puertas a la erosión y pérdida de suelo. Las preguntas son obvias: ¿Alguien planifica tamaño disparate? ¿Existe planificación alguna a la hora de gestionar estos equipos de trabajo? ¿Se trata de entretener el tiempo de estas personas o rentabilizar su esfuerzo con una buena gestión en aras a la limpieza y mantenimiento de todo el territorio municipal y mejora en la calidad de vida ciudadana?

Lo desconozco, como desconozco las circunstancias y las limitaciones, si existen, para este tipo de trabajadores, pero al menos permítanme que en casos como éste, ponga en duda la gestión y la idoneidad de lo realizado. No puede ser que se elimine por sistema la incipiente hierba del barranco de Melenara, se barra hasta la extenuación la poca arena de la playa que llega hasta la avenida diariamente y no se realice una campaña sistemática de limpieza de la costa, justo allí donde no se ve, justo allí donde el votante no llega o no acostumbra a pasar. Me refiero a la punta de Cinsa, a la costa de Tufia, a la punta de La Restinga, a los riscos de Malpaso, a los solares abandonados aledaños a los centros comerciales teldenses, al cauce y laderas del barranco de Las Huesas, de Ojos de Garza, de El Calero. A limpiar las laderas de la urbanización de Jinámar que con una vegetación canaria en buen estado está pendiente aún de esa brigada de limpieza que solicité en un artículo anterior.

Ante la tierra desnuda, da la sensación de que alguien añora la pobreza vegetal asociada a períodos de sequía, echa de menos el color terroso y polvoriento y de que su sensibilidad con el medio es débil cuando no, inexistente. Cansa muchísimo denunciarlo una y otra vez. Los oídos sordos y la desidia institucional muchas veces se vuelve insoportable.

Lo curioso es que, barranco arriba, justo al cruzar la carretera, la vegetación herbácea luce espléndida, llena de flores y semillas, semillas que, barranco abajo, volverán a germinar en la desembocadura. Hay que reconocer que en dicho tramo del barranco de Melenara se llevó a cabo una limpieza integral. Aplaudo la gestión bien realizada. Pero sólo se conserva limpio hasta el barrio de la Viña, zona que necesita una buena campaña de choque y recogida de basuras, es allí donde al barranco de Melenara se le conoce por barranco del Negro y, no creo que sea por su denominación, pero no presenta la imagen de un barranco limpio. Está claro que ahí la basura no preocupa porque nadie la ve, más allá de unos cuantos vecinos cuyas ventanas se asoman al cauce del barranco.

Pero volvamos a la desembocadura del barranco de Melenara porque el cuento aún no ha terminado. El colmo de la estupidez se da cuando, tras eliminar toda la hierba en un trabajo a todas luces estéril -no tienen más que acercarse hoy al Paseo, darse una vuelta por la zona y observar la hierba nuevamente crecida-, con unos cepillos barrenderos barren la tierra. ¡Original idea esa de barrer los barrancos y más original esta mañana, a eso de las siete, ver en la playa de Melenara, al fondo, junto al muelle una trabajadora barriendo la arena, en mitad de la playa! ¡Original idea!
Vuelvo a nuestro ya querido barranco. Hace pocos días volví a pasar. Las decenas de bolsas negras, rellenas con la fresca hierba de hace un par de semanas no están, se las han llevado, en su lugar había nuevas bolsas, pues a punto estaban de alcanzar en su inútil tarea, el puente del barranquillo, justo donde terminarían tan insensata acción.

Una mujer de la brigada del sacho, vuelve su mirada hacia la desembocadura y, observa como un verdor incipiente surge nuevamente a lo largo y ancho del terreno sachado. Las lluvias nocturnas de todos estos días han propiciado que la hierba, más terca que los seres humanos, nazca nuevamente.

• Señor -le dice al capataz- la hierba vuelve a salir.

El señor se da la vuelta, piensa un momento en la razón esgrimida por la mujer y volviéndose hacia ella le responde:

• No importa, cuando lleguemos al puente, llenamos las bolsas, las cerramos bien y, sacho en mano, volvemos a empezar.

Irónica la reacción, irónica la respuesta, más propia de una película de los hermanos Marx si no fuera porque el presupuesto ocupado en actividades tan estériles como ésta, alcanzaría para realizar la limpieza donde sí es necesaria y no se lleva a cabo. Por ejemplo, ya que lo hemos tratado en un artículo anterior, en los parterres y laderas del polígono de Jinámar donde la basura plástica que se encuentra entre plantas autóctonas de alto valor ecológico, nadie la recoge, o bien pasearse sobre los riscos de la costa teldense y recoger las ocasionales basuras que sobre ellos quedan, bien por desidia de algunos seres humanos incívicos, bien por ocasionales aportes de la marea. En resumen, limpiar donde hace falta. No pasear las brigadas siempre por delante de las playas más visitadas: Melenara, La Garita, Salinetas ofertando a los ciudadanos una imagen falsa y errónea, la sensación de que todo el territorio está limpio e impoluto.

Recuerdo, sin ir más lejos, en agosto del pasado año, la campaña voluntaria de Cristo Padilla, un popular y voluntarioso joven, tal vez más conocido como Plastiman, y su campaña de limpieza por los riscos, desde la Reina Mora hasta la playa de La Garita, donde se retiraron varias garrafas llenas de colillas y cuarenta bolsas de basura, o el año anterior, en las campañas de limpieza llevadas a cabo por el colegio francés de Taliarte en dos áreas concretas: los arenales de Tufia y la punta y arenales de Ojos de Garza en su primera acción y en una segunda, el poblado arqueológico de la Restinga y la desembocadura del barranco Real de Telde. En estas actuaciones, a lo largo de la jornada lectiva, se retiraron un centenar de bolsas de basura. En ambos casos se actuó sobre zonas de litoral donde las basuras estaban presentes, donde las campañas de erradicación eran necesarias. ¿Por qué cuando es dinero público las actuaciones no obedecen a una planificación rigurosa y estudiada? ¿Quién es el responsable de analizar y programar los planes de trabajo de estas brigadas que disponen de personal suficiente para tener el municipio limpio? ¿Qué conocimientos tiene esta persona de la costa donde va a actuar, de las medianías, barrancos para saber dónde es necesario poner a trabajar a sus equipos? ¿Ha recorrido alguna vez el litoral para conocer dónde se encuentran los puntos negros de vertidos y erradicarlos? ¿Acaso lo ha preguntado? ¿La persona responsable es alguien de nuestro municipio, pertenece al Cabildo, depende del Gobierno de Canarias, acaso forma parte de una subcontrata?
No quiero creer que la improvisación sea la conducta dominante y que lo importante, políticamente hablando, sea que la ciudadanía vea que hay gente haciendo algo, aunque sea tan inútil como lo arriba explicitado, picar hierba, llenar sacas, llevar sacos, y repetir el proceso porque la vida vegetal, volverá a surgir.

Si divertido es lo de la hierba en el barranco de Melenara, disfrutarán más con "El curioso caso del rabo de gato en el vial costero". Por supuesto, no tiene nada de divertido, es más bien patético. Si es de aplaudir el poner en marcha una acción a todas luces loable y necesaria como es tratar de erradicar una planta invasora, es de lamentar tal acción si la época elegida para realizar la labor es la menos adecuada.

Me refiero a una acción en concreto, la hipotética lucha orquestada contra el rabo de gato y la eliminación simbólica de una parte de ella en los bordes de la calzada del vial costero, pues en los solares colindantes y barranco de las Huesas el rabo de gato está extendido por doquier. Nos referimos pues, a la que nace en la confluencia de las aceras con el asfalto hasta el punto de ocultar la acera y convertirse en un peligro para la conducción, y la que sobre la acera molesta a los usuarios pues, fuertes sus raíces, es capaz de levantar las losetas de la misma.

De pronto, un buen día, en mis paseos diarios me encuentro con una brigada de más de veinte personas que, sacho en mano, de un modo ordenado, comienzan a arrancar los cepellones de rabo de gato allí ubicadas. Digo cepellones porque el desarrollo que se les permitió fue tal que en algunas zonas la acera estaba ocupada por ejemplares de la agresiva gramínea, de más de un metro de altura.

Pasó un día, luego otro y a los días le sucedieron las semanas. El trabajo consistía en partir de la rotonda del vial costero que da entrada a la zona urbana de Salinetas, y llevar por orden todo el vial hasta alcanzar la última rotonda, la que da paso a la GC – 1. Una vez realizada esa labor en la calzada derecha y su correspondiente acera, realizar la misma labor, esta vez regresando al punto de partida, por la calzada izquierda y su acera hasta alcanzar el punto de partida.

Decenas de enormes bolsas se llenaron con las plantas invasoras, decenas de bolsas que permanecían sobre las aceras hasta la última hora de la jornada en que un transporte pasaba a retirarlas.

Uno de tantos días detuve mi marcha, justo cuando estaban llenando una de ellas. Las plantas, ya fructificadas, maduras sus semillas hacía tiempo, estaban en pleno proceso de dispersión. Miles de semillas salían de las bolsas con cada suave ráfaga de viento o al introducir en la bolsa más plantas del rabo de gato cualquier operario, dispersándose por la carretera, las aceras, los solares próximos, los coches. A veces, tan livianas son sus semillas, el viento las elevaba y su dispersión era tal que alcanzaban lejanas zonas donde germinar.

Entonces comprendí, una vez más, el alto grado que puede alcanzar la improvisación del ser humano y su insensatez. La necesaria labor de erradicación de los rabos de gato se estaba realizando en el peor momento, justo cuando las plantas se encontraban llenas de semillas. Habían pasado varios meses creciendo lentamente, habían salido notas informativas en la prensa digital sobre el tamaño de los rabos de gato en la calzada del vial de Salinetas, se había permitido su floración, su fructificación y ahora, en este preciso momento, nadie consideró que era el momento menos idóneo para arrancarlas, porque nadie programó. Porque no hay un proyecto de actuación municipal sobre el rabo de gato. Porque nadie leyó el BOC nº 120 de fecha 24 de junio de 2014 donde se recogen las Directrices técnicas para el manejo, control y eliminación del rabo de gato ( Pennnisetum setasceum) Donde se explica la gravedad de la invasión de esta planta, la enorme dificultad para su erradicación y cómo son necesarias unas medidas eficaces en el caso de abordar campañas para su eliminación. En uno de sus capítulos, para nosotros esencial pues demuestra que ningún responsable consulta las directrices que regulan acciones de este tipo, actuando con elevada dosis de improvisación y una mayor dosis de ignorancia, la directriz explicita: Las autoridades competentes en medio ambiente adoptarán medidas para evitar el abandono de los restos de especies vegetales exóticas, a excepción de los acumulados en el marco de la campaña de erradicación, siempre y cuando no supongan un riesgo de dispersión.

Estoy convencido de que no se ha hecho a propósito, se aprovechó una brigada de personal para darle trabajo y a alguien se le ocurrió que era el momento de quitar las plantas de la calzada. Ya están empezando a salir de nuevo. Son pequeñas aún, pero se harán grandes. Espero que la próxima vez que se acuerde retirarlas, no se espere a que florezcan, fructifiquen y se repita la misma cantinela. Al voluntarismo en la gestión hay que unirle la eficiencia. Un cordial saludo.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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