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Operación: Cuñada (22)

martes, 13 de septiembre de 2022
Tiradores de Ifni

Operación: Cuñada (22)
La guardia del General Gobernador General del A.O.E.

-...
-¡Teniente Neira, ya iba siendo hora! Ayer estuvo ilocalizable, estando como estamos en una situación de alerta...
-¿Por...; por qué lo dice?
-Se necesitó su presencia en el Cuerpo de Guardia para comandar un relevo a los poblados del interior, y el cabo de vigilancia no fue quien de localizarle...
-Pues, lo siento, pero estuve siempre en mi casa..., ¡salvo una pequeña ausencia, que pasé por el Club...! ¡Si, a la hora del aperitivo; cuestión de una hora, o quizás menos!
El capitán Ortiz puso cara de pocos amigos, gradualmente más enojado:
-¿Puede saberse qué se le pierde a usted en un club que es más bien de civiles de baja estofa, de civiles y de suboficiales?
Pero Orlando, aquel vástago de los Neiras de la Olga, no cedía fácilmente, así que le contestó cargado de amor propio:
-No está prohibido en las Ordenanzas, ¡ni en las Ordenanzas, ni en los usos y costumbres de esta plaza! Además de eso, mientras permanecí allí, hablando y tomando un vermut, con gente muy digna, no he cometido ninguna indignidad, que yo sepa!
Aquellos gallos se encrespaban por momentos:
-¿No será más cierto que su esposa suele armar trifulcas en el Casino, y que por eso dejaron de acudir al centro que les corresponde, al de su clase?
Descubierto el enemigo, Orlando ya pudo hacer diana:
-Capitán Ortiz, si alude con esas indirectas a cierto incidente con la esposa del capitán Valerio, entonces tengo que decirle, respetuosamente, que eso no le atañe a usted, y luego que, por mayor abundamiento, la circunstancia de que el esposo de esa señora sea un superior mío, no justifica que ella irrite y provoque a la mía. ¡En absoluto!
-¡Está hablando irrespetuosamente de un superior! ¡Aténgase a las consecuencias!
-¡No, señor, que yo hablo con todos los respetos, tanto para ella como para el capitán Valerio; con los mismos que exijo para mi dueña y señora! ¡Además de eso, yo sólo mencioné el nombre del capitán Valerio para precisar que se trata de su esposa...!
-¡Teniente Neira, usted aún tiene que madurar, que sigue aludiendo, innecesariamente, a un superior; y tampoco hay que referirse a nuestras Ordenanzas, por lo menos en ese tono!
-¡Señor, mi tono es el propio de un caballero que explica su presencia en un lugar lícito, con o sin alertas, en la propia Casa de España...! ¡Eso, de Es-pa-ña!
-Teniente Neira, en este punto termina su defensa! Hoy se quedará en la Sala de Banderas, que así tendrá ocasión de reflexionar sobre su tono, ¡este comportamiento impropio de un oficial que no pone orden en su entorno! Recuerde que las respectivas fueron objeto de una información previa..., ¡para que la Superioridad autorizase tales matrimonios! ¡Esto pone de evidencia la actitud que de ellas, de ellas mismas, espera nuestro Ejército, el Ejército de Franco!
-¡A la orden, capitán! ¿Puedo retirarme?
...
De vuelta a casa, una vez cumplido aquel arresto, el teniente Neira se encontró con un incidente colateral, hogareño:
-Así que, de banderas, eh? Me tuviste bien preocupada, un día entero con su noche, allá arriba, que me dolió más que no sé qué, ¡más que si me dijesen que ibas de mozas, ahí abajo, en ese Barranco...!
Según se quitaba el capote y el tarbus:
-Mujer, te mandé aviso por el asistente de que no bajaba a dormir. ¡Entré de guardia...!
-¡Ese jalufo se lo das a los moros! Sé la verdad, que me costó arrancársela al chico, que bien sabía yo que no estabas en la Orden del Día, que no te tocaba guardia... ¿Así que te arrestó Ortiz? ¡Qué chulería harías, que ese no es de tu compañía...!
No le contestó directamente, que su resentimiento no iba con Ortiz, sino con Paloma, y no precisamente con la de la paz:
-¡A esa putilla le voy a cortar la lengua, por insidiosa; e a ti por..., por buscapleitos!
-Orlandiño, ¿qué te hice yo, ahora? ¿Cuándo podremos vivir en paz, que las rifas me apocan, me hacen polvo? ¡Como el grano en el molino!
-¡Ahora, no, que fue aquel día de marras, pero aún colea aquel pleito con esa..., con la Herodías del tal Valerio! ¡Y no me hagas hablar, que sólo me apetece emborracharme!
Felisa dio en gimotear y se secó con el propio delantal:
-¡Por Dios, Orlandiño, por tu madre...; no me dejes así...! ¿Qué te pasó realmente con esa gentuza..., para que te arrestasen? ¿Os pegasteis...? ¡Mi rey, no me tengas así, que me va dar algo!
-¿Tu rey? ¡Tu víctima!
Verlo encorajinado, poco menos que a saltos por la casa adelante, le quebró los nervios, y de abatida, se dejó caer en un sofá:
-Mira, Orlando, que yo no hice más que defenderme de esa sierpe, ¡pero ya verás qué pronto le hiendo la lengua en dos, que es lo que se merece, por víbora! Voy ahora, ahora mismo, a su casa, que ya sé que vive en la calle Seis de Abril, en una de las de Boaida, y como la encuentre, te juro que le hago besar el terrazo. ¡Por estas, que son cruces!
No llegó a salir porque Orlando, tan enfurecido como ella, la retuvo por un brazo y la hizo sentarse de nuevo.
-¡Estás loca! No salgas de esta casa, ni para ir a la de tu hermana, que de esto, ¡chitón!
El tema de fondo está en que ese Valerio tiene demasiada fe en su mujer, pero ya me encargaré de rebajársela, de darle celos... El que sale ahora soy yo, pero estaré en el vestíbulo del Casino, en la barra de la terraza..., ¡que es el mejor sitio para lanzar la caña! Tú tranquila, que a la vuelta ya te contaré, ya te diré la de carambolas que le meto, y sin tacos, ¡a lo suave!
Felisa que sí, pero que no. De militares y de militaradas aún sabía poco, ¡pero eso de que arrestasen a su hombre por culpa de aquella prójima...! ¿Y si resultaba peor el remedio que la enfermedad?
-¡Orlandiño, que por Dios te lo pido, no estires las peleas; piensa en tu carrera, piensa que tienes que llegar a general...! ¡Y también que ahora tienes dos capitanes en tu contra, dos, que algún día precisaras de sus informes para eso que quieres hacer, eso del Estado Mayor!
-¡Tu sólo entiendes de cocina...!
-También pienso en tu madre... ¡Dios, si arruinas tu carrera, ella me matará, que me veo cargando con las culpas! ¡Te lo pido por doña Marisa..., ya que tanto la quieres!
-¡Se acabó la discusión! Quédate aquí, o vete a la iglesia, ¡donde mejor reces! Hazte a la idea de que voy a celebrar un duelo caballeresco, pero te juro que lo único que voy al Casino es a pagar una deuda..., en efectivo!
No le entendió, y siguió sollozando:
-¿En el bar...? ¡Págala mañana, cando salgas para coger la guagua, que bien sabes que Manolo te las apunta, que hasta serás tú el mejor pagador de esta guarnición...
-¡Venga, calla ya, que te van a oír cuantos pasen por nuestra acera, que estas casas son como de papel! Luego vengo, ¡y para entonces, pelos al mar!
...
En el Casino, ¡cómo no!, y de pierna cabalgada, ¡cómo no!, entre otras ociosas de aquellas con asistentes lavabragas, ¡cómo no!, estaba la mujer de Valerio. ¡En un velador de la terraza, por supuesto, palco proscenio donde los haya!
-Blanca Paloma, ¿cómo es que te dejaron en esta terraza, tan sola pero tan espléndida, o más, que la Venus de Milo? ¡Si yo fuese escultor..., te juro que pasarías a la Historia del Arte!
La interesada descabalgó aquella pierna pero lo hizo para remontar la otra, más aireada, más visible, con toda la coquetería de que fue capaz.
-No estoy sola, que me acompaña esta gente de la revista. ¡Todos estos, la élite del espectáculo español! La que estará sola, a tal momento, ¡seguro!, será tu mujer, que nunca la veo por aquí, ¡y menos, leyendo! ¡Tanto nivel te sobra a ti como le falta a ella, o mucho me equivoco!
Neira dejó pasar aquel comentario provocativo, que apenas le susurró en sus orejas; su estrategia era de largo alcance.
-Si no fuese porque igual viene tu Valerio, y seguro que se cela..., yo tendría el máximo placer sentándome a tu vera, "que a tu vera me dijo un mosito farso y pinturero, Serrana mía, te quiero..." -Canturreó por lo bajo, para no llamar la atención de quienes ocupaban las mesas próximas.
Ella, por toda contestación, retiró su bolso de la silla contigua.
-¡Gracias, encanto! Ya que luego, recordaremos viejos tempos, ¡para mi preciosos! Lo malo fue mi torpeza... ¿Siguen gustándote aquellos cócteles fortísimos, aquellos que nos preparaban ahí en la barra, que les llamábamos "de tres por cuatro"?
-¡Picarón! Bien sabes que de gustos nada tienes que preguntarme, que los conocías bien, que así me plantaste, que así abusaste de mi corazón, que se derretía por tus huesos. ¡Me quedé fría, de mármol, que en eso sí que me parezco a esa Venus que dices!
-Paloma, acuérdate que fuiste tú, acaso porque he sido tímido contigo...; pero no te censuro, que además de su veteranía como novio, ¡tres estrellas por manga, mandan mucho!
Aquel mano a mano se iba entonando, aunque por motivos bien diversos. El macho notó ese estremecimiento receptivo de la hembra, lo que en ciertos lugares llaman "a liga", o "la química".
-¡Tenorio, que sigues siendo un Tenorio, y como tal, un burlador!
El teniente le guiñó un ojo:
-¡Mujer, no, que si tal fuese, algo más habríamos avanzado..., tú, y yo! Siempre he sido un tímido, lo reconozco, pero tú, que debías entender mis propuestas, mis sugerencias, nunca me diste paso...; ¡ya sabes, para tu intimidad!
-Tus proposiciones deshonestas no eran apropiadas; y en las otras..., en las otras nunca pasaste al terreno de los hechos. ¡Comprenderás que no iba esperar eternamente por un indeciso, del que además se decía que tenías por novia formal, una maestrita de mucha alcurnia..., de la que te llegaban cartas con olor a lavanda!
-¡Me rindo! Mujer, la verdad es que entonces no me he atrevido, que mi duelo, mi justa, era desigual: ¡Un tenientito recién llegado de Zaragoza frente a un capitán aguerrido, que venía de la de España, pasando por Rusia; cruz de hierro en Podolski, y todo eso! Pero hay una cosa que aún puedo hacer...
-¿Sí, cuál? -Visiblemente ansiosa, intrigada.
-Amarte platónicamente, desde lejos, mismo por telepatía..., ¡que se me da bien, eso, la telepatía! ¿Sí, o no sí, mi encanto, mi paraíso perdido?
-¡Por mí, haciéndolo con discreción, sí que podemos, que me halagará mucho! Pero compón ese gesto, y no te inclines tanto, que luego pareces aquel Romeo con su Julita, en la película, en lo alto de aquella escalera..., y luego que en este momento están entrando los de la segunda guagua... ¡Míralos, que ahí está Valerio, y creo que me viene a buscar...; sí, directamente!
Pero aquello no era ningún contratiempo, que así lo calculara, así lo previera, el pícaro de Neira, tentado de todos sus diablos, ansioso por darle celos a su propio capitán, propiciando que lo viese con su madrileña.

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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