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Operación: Cuñada (16)

martes, 02 de agosto de 2022
-En eso de ordeñar las vacas..., ¿le ayudará mi suegro, supongo? Allá en Caraño, en mi tierra, que ahora están empezando a llegar las ordeñadoras eléctricas, pero anteriormente ordeñaban mejor los hombres que las mujeres, ¡y no por eso dejaban de ser machos!
¡Acababa de ganarse a la suegra!
-Aquí vuestro padre bastante hace con juntar la comida del ganado, que incluso anduvo gateando por los árboles para hacerse con unos brazados de hiedra! Este año la invernada fue grande, y se está acabando el heno en el pajar... Ahora mismo nos marchamos, que ya llevamos muchas horas con vosotros, pero yo volveré para veros..., siempre que pueda! ¡Anda, Nicasio, que luego viene la noche, y sólo falta que el taxi no esté donde nos prometió!
Pero el cachazudo de Nicasio aún tenía algo que decir:
-Para un poco, mujer, que tengo una cosa sin hablar, aquí, con los chicos... ¡Pero el caso es que no se si lo debo mencionar...!
-¡Papá, di lo que sea! Tenle confianza a mi Orlando, que ahora es tan hijo tuyo como el sargento López, mi cuñado. Acuérdate que con Pascual, cuando vinieron de colonial, pronto cogiste confianza, cosa que fue buena para todos, que si no me llegan a llevar para África, hoy andaría matuteando, o guardando las vacas, en esa raya..., ¡y jugando a las agachadas con el tal Jiménez, el mismo al que hoy llamé de tú por tú!
El teniente, novato en aquella lid, ¡también en aquella!
-Felisa tiene razón, papá... ¡y mire que también yo le llamo papá! De puestos así, hábleme sin reservas, como de padre a hijo!
-En este caso, mi yerno..., en este caso... El caso es que le debo unos cuartos, un puñado de escudos, a un fulano de Chaves, que me los prestó hace mucho, cuando los estudios de tu Felisa, ¡y tengo que devolvérselos, antes de que San Pedro me pase por la otra frontera...!
-¿Mucha cantidad? Dígamelo sin recelo, ninguno, en esta confianza recíproca, que aquí, conmigo, traigo poco dinero, pero, si hace falta, el próximo lunes nos acercamos al Banco, y tiro de chequera, que en las cuentas que tengo con mi madre, en Lugo, siempre dejamos a la vista unos cuantos miles... Ya sabe, eso que llaman fondos de reserva..., ¡para lo que se presente!
Sin querer, ¡o queriéndolo!, le largó al suegro aquella presunción de sus finanzas, por otra parte, boyantes y ciertas. Pero el negocio de Nicasio no iba por ahí.
-¡Que Dios te lo pague, y te los aumente, que hoy por hoy, para pagar esa deuda, tengo! Más bien se trata de que, al ir a Chaves, nos desviemos un poco por la carretera de Tras os Montes..., ¡cosa de una legua!, que así cumplo con mi obligación. ¡Ya me da vergüenza...!
El yerno quiso ser benéfico:
-Si tanta vergüenza le da, desde que salgamos de la catedral, me acerco yo mismo, de parte suya, ¡si es que se acuerda de las señas...!
-¡Hombre, no, que lo haremos al revés: a pagar esa deuda voy yo, que debo dar la cara..., mientras estáis en Misa! De paso, le doy las gracias, personalmente, con disculpas por la moratoria, que esos portugueses te son muy requisitorios, ¡y máxime en cuestión de cuartos!
Orlando seguía en la inopia, más ángel que los ángeles, sin percatarse de que lo estaban instrumentalizando; ¡eso sí, con todo afecto!
-¡En ese caso, por mí, encantado! Entonces, ya que se van ahora para Riós, mañana no vengan tarde. ¡Digo, para no hacer esperar al taxista! ¿Puedo encargar el coche, tal que para salir de aquí a las nueve de la mañana...? Digo, para que Felisa vaya en ayunas a la iglesia..., ¡no conviene retrasarnos mucho! Lo peor será por ustedes...
Pero Nicasio tenía, tenía y presentó, otros planes, ¡tangenciales!
-En cuanto a la hora, conforme, pero del taxi me encargo yo, que tengo un amigo, allí en Riós, que dispone de una rubia, de las grandes..., ¡con los asientos forrados en pana!, que me debe ciertos favores, así que iremos cómodos, ¡cómodos y baratos!
-¡Magnífico, pues tratándose de un chofer conocido no tenemos que reservarnos en nuestras conversaciones en el viaje! Entonces, mamá, -y lo subrayó en vista de que le agradaba a la suegra este tratamiento-, estaremos juntos de nuevo, mañana mismo, que usted tiene que aprovecharse de esta hija, antes de que volvamos a tierra de moros!
La portuguesa, más señora y más ahuecada que una lisboeta del Chiao:
-Sí, hijo, si, las veces que quieras, que estando con vosotros crezco un palmo. ¡Menudo mozo encontró esta hija! ¡Para que luego digan que el que lejos va casar...! Ya te quiero como a un hijo..., que como no los tuve varones, su sitio está vacío en mi corazón!
Con la misma echó a correr hacia la calle, sin siquiera esperar por su marido, para que al ponerse de espaldas no la viesen llorar.
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Operación: Cuñada (16)
Alfándega de Feces

Al otro día, la estancia en Chaves, ¡café para todos!, fue tal y como la proyectaran: Misa solemne, ceremoniosa, con la única ausencia de Nicasio y del chofer... (¡Aquello de la deuda...!). Bacallau exquisito, vino verde en abundancia, una gira por las calles del centro... El único incidente pasó a la vuelta, con aquel Carabinero de Feces... Un metomentodo, que, por excepción, era gallego..., ¡y conocía perfectamente a los gallegos, mayormente a los vecinos de su raya!
-Chofer, abre aquí, aquí detrás..., y destapa este equipo..., estas mantas... ¡A ver qué sale de ahí, que llevas mucho peso; demasiado!
-¿Cómo que llevo peso? ¡Lo natural, que ya nos ve, cinco personas..., incluyéndome!
-Lo que llevas, bien se ve y bien se nota, que esta rubia se anasa de las traseras, como una burra vieja, y luego que tardaste media hora en hacer la aproximación al control...; ¡con el miedo, por supuesto!
Pero aquel chofer, viejo amigo de Nicasio pero también un antiguo conocido de la satrapía alfandeguera, viejo en el oficio, y de nombre, Aquilino, no precisamente por su nariz, que era más chato que los monos:
-¡Señor cabo, que de ruedas entiendo yo! Bien las ve, que van gastadas, y posiblemente con poco aire... Luego está que somos cinco a premerlas, cinco adultos..., grandecitos!
El carabinero, un husmeador, un sabueso de palleiro, olfateando en aquel rebumbio de mantas, y con mejores narices que las del Aquilino, se hizo el gracioso. ¡Sinergias, reacciones o presentimientos de su oficio!
-¿Cinco, eh; como los dedos? Cinco, y además, los regalos..., ¿para una familia numerosa, no es cierto, Aquilino?
Era la ocasión, la ocasión pero también la necesidad, en buena táctica, para que el ocurrente Nicasio sacase al campo del honor las reservas, todas las reservas disponibles:
-Señor cabo, le voy hablar yo...; sí, yo mismo, que vengo a ser el cabo de esta familia: Este mozo talludo..., ¡le es mi yerno! A nuestra hija pienso que ya la conoce... Pues bien, como le digo, este yerno, si viniese de uniforme, llevaría dos estrellas, ¡de seis puntas! Pero se da el caso de que está de vacaciones...! ¡Recién casados! ¿Sabe? Así que los verá por aquí, de cuando en vez...; ¡de turistas, hombre!
El cabo se quedó dudoso por un momento, seguramente que esperando por la identificación de aquel militar de cierta graduación, tal que su permiso de salida al extranjero, en aquella época preceptivo, pero observó que no tenía trazas de echar mano a su cartera para mostrarle las credenciales. Nicasio, que tenía ojos en la nuca de tanto revirarse en busca de amigos/enemigos, avistó al Jiménez, que a tal momento devolvía la documentación de un camión de mercancías minuciosamente registrado, así que:
-Mire, cabo, como quiera que este yerno es amigo de su sargento, ¿para qué andar con formalidades? ¡Avise a don Jiménez, que seguramente le agradará cumplimentar a mi parentela! De lo que no, déjeme pegarle un grito...
¡Que nones, que no estaba el día para camelos, que era domingo..., un día saturado de contrabandistas de tercera!
-¡De la parentela eres tú; tú, sí, pero de la nuestra, con ficha de reincidente, de habitual; convicto y confeso! ¡Y no me hagas hablar delante de otras personas...!
El teniente, desconcertado por aquel incidente fronterizo, que le resultaba oscuro, incomprensible, e incluso bochornoso, se decidió a poner sus estrellas en el plato jurisdiccional:
-Cabo, ahórrese discusiones, que aquí tiene mi pase, que si no se lo mostré antes fue para que usted actuase libremente en sus comprobaciones... ¿Entiende?
¡Vaya si entendió, que aquel taconazo con el que se puso a las órdenes del teniente, seguro que se oyó en Verín, al Norte; y en Aquas Flaviae, (Chaves), por el Sur! Orlando, recogiendo su credencial, le insistió:
-Ahora que no le resultamos sospechosos, háganos el favor de avisar al sargento, que lo vemos desde aquí, pero no es cosa de andar a gritos, y máxime debajo de estas banderas...!
La alusión a las banderas le hizo estremecerse, que en aquellos tiempos impresionaban a cualquiera, cuanto más a los militares. Allá que se fue aquel cabo para darle el recado al Jiménez, taconazo incluido.
-¡Mi teniente, que guzto volver a vernos..., y mañana, otra vez! ¿Qué, tuvieron buen viaje; les guztó Chaves...?
-¡Si, estupendo; todo muy bien, sargento; gratísimo; gracias. Por cierto, que vengo sorprendido: Imaginaba que Chaves era una población chiquita, una villa, o poco más...
-¡No, zeñó, y que no le oigan los portuguezes, que la tienen por ciudad! Bueno, mi teniente, quedamo en que mañana noz vizitan en Verín, que yo estaré libre de zervicio, y mi mujer preparará un cabrito..., azi que vengan a la hora del yantar!
-Sí, claro, encantados; y a nosotros permítanos aportar una tarta, de esas de whisky, que ya la llevamos de aquí; ¡de Chaves!
El sargento, después de aceptarle la mano al teniente, que se la dio por la ventanilla, se cuadró y saludó reglamentariamente, en despedida, ordenándole a su inferior:
-¡A ver, cabo, que lez abran la barrera! ¡Ziempre a la orden, mi teniente! ¡Y tú, Nicazio, ya noz veremo la cara..., en otra ocazión!
Estaba visto que aquel sargento adivinara lo que no viera, pero..., ¡eso de las estrellas es cosa del cielo! Unos metros más adelante, Aquilino, el chofer, dio en asubiar un fado, de ledo:
-¡Uf, como me gusta la carretera española, y eso que tiene peor asfalto que la portuguesa! ¿Y a ti, "Nicazio"? –Arremedando al Jiménez. En vista de que el aludido se quedara sin saliva, prosiguió Aquilino con su razonamiento: -¡Que cabo tan desconfiado, y tan servicial, que me quería inflar las ruedas! ¡Carabinero tenía que ser! ¡Mira que si no llegas a ponerte farruco...! Pero tú, "Nicazio", tienes buena vista, que clavaste los ojos en tu Jiménez... En cuanto a usted, señor teniente, bien se le nota que lo parió una Academia..., por lo bien que se explica!
-¡Uno, que está acostumbrado a mandar tropas especiales! –Se infló fachendoso Orlando, siguiéndoles la broma.
Pero Nicasio no lo hizo menos, asumiendo para si aquellos..., ¿méritos?
-Aquilino, los clérigos te somos así: ¡hablamos en latín, y entonces estos monagos de la carabina se ponen de ángeles de la guarda! -De eufórico, rebuscó alguna palabra que impresionase a su compadre, al chofer: -¡Los veteranos, como en el cuartel, te somos lacónicos, eficaces y directos! Este hecho no se me olvidará, pero lo que es al Jiménez, tampoco!
A Neira no le cocían en el cuerpo aquellas berzas, aquel "latín", aquellas solfas triunfalistas:
-Me pareció notar que aquí, en esta raya, en la frontera, ustedes se llevan poco, ¡y ya fuese poco! Tengan cuidado cuando vuelvan a pasar por aquí, que para entonces ya no habrá, ¡Tío, pásame el río!
-¿Por qué lo dices, Orlando? ¡Lo que es por mi parte, no he notado que nadie le faltase a nadie! ¡Te son bromas, que la gente de la raya es así, que nos reímos de todo, de todo y de todos! Aquí no hay moros ni cristianos, ni españoles o franceses de distintas Zonas; y si me apuras, ni escudos ni pesetas, que nacemos revueltos y vivimos revueltos. ¡Lo único que nos separa son esas banderas...!
Interfirió Felisa atrayéndose la atención para sí misma, retadora, pues, sin pisar un cuartel, y menos una Academia, aprendiera eso de que la mejor defensa es un buen ataque. Pero el teniente no iba tan lejos:
-¡Mujer, no sé! Me pareció notar algo de pique, algo crónico..., ¡a caballo de esa raya, que más que raya es un regato!
En cuanto al suegro, este estaba dispuesto a clarearse con el yerno...; ¡hasta cierto punto, obviamente! También tenía su experiencia de que no es recomendable hurtar la cara, por lo menos de un modo continuado:
-Hombre, si, que algo de eso hay. Nos llevamos bastante bien, pero a veces rifamos..., ¡cómo se hace con las suegras! –Mirando para su mujer que, de silenciosa que estaba, no daba fe de vida: -Esta portuguesa es diferente, que de lo que no sabe, no habla. Y luego que le gusta respetar a los hombres... Esos de la alfándega tienen sus obligaciones, de parte a parte, y luego que les gusta trabajar de noche, a lo calladito, esparciéndose por los prados... Oyes, ahora que lo pienso, seguramente les venga de eso esa adoración que tienen por las estrellas..., ¡mayormente cando están juntas, a pares! ¡Chico, si llegas a ser capitán, entonces nos hubiesen empujado la rubia, de Feces a Verín, de un tirón!
Se rieron pero seguidamente callaron, que a cada cual le pareció de lo más prudente no esparcir los vientos, que aquel pecado fuera colectivo, ¡y como no hicieran propósito de enmendarse...!
El resto de la tarde transcurrió sin novedades dignas de mención: cenaron todos juntos y después se despidieron del chofer y de sus viejos, que allá se fueron los tres, en la rubia, rumbo a su Riós, ¡donde les esperaban aquellas tres vaquiñas, seguro que hambrientas!
Una vez en la alcoba de aquella fonda verinesa:
-Felisa, ahora que me percato de ello, no te has despedido de tu padre...
-Sí que lo hice, pero fue en el pasillo de la cocina.
-Pues yo he salido con ellos, y aguardé en la acera hasta que subieron a la furgoneta del Aquilino... ¡Por cierto, ahora sí que va ligera, que partió veloz como un rayo!
-¡Claro, como que sólo van tres! A Chaves fuimos cinco... –Intentó disimular.
-¿Cinco? ¡A la ida fuimos cinco, pero a la vuelta vinimos diez!
-¿Que broma es esa? ¿Eres bobo, o te haces?
-¡Aunque me lo haga, no lo soy! Cinco o seis sacas, enormes, de las del café, cosidas a rente, debajo de unas mantas, que se supone que las llevaba tu madre..., por si teníamos frío en la "rubia"!
Felisa quiso reírse, pero era mala actriz, así que canto le salió fue una mueca.
-¡Estás como un chivo! En aquella ocasión le pediste perdón a la gatita, y hoy, antes de dormirte, ya sueñas con no sé cuántas sacas de café... ¡Uno de nosotros acabará loco!
Pero Orlando hizo caso omiso de la observación y siguió aportando pruebas:
-Por cierto, que tengo una curiosidad: ¿mi soborno, te lo pagaron en pesetas, o en sacos de café?
Al verse descubierta, Felisa cantó de plano:
-¡Que parvada darle esa categoría! Pero, ya que lo has descubierto, te lo diré todo, sin veladuras, que yo no soy la marquesa de la Olga... ¡Quiero decir, que si la tengo que ser, seré de otra manera! Me llamaron a la cocina porque mi padre quiso darme...; espera que me levante, que los tengo ahí, en ese bolso: ¡Ya está! ¡Míralos: es un buen mañuzo de billetes! ¿Sí? Fue cuanto le dio un señor de Lugo, precisamente de Lugo, que suele venir por aquí con camiones de habas, y hace el retorno cargado con estraperlo portugués. Mi padre le pagó al de la rubia, y también compró el café, pero nada quiso recibir; ¡todo para mí! ¿Qué, fue una Misa bien pagada, o no?
Orlando tardó en contestarle, sopesando en su conciencia hidalga aquel cúmulo de peripecias.
-Felisona, tu aun no me conoces de la piel para dentro...; ¡ten cuidado con tus jugadas de póquer, que los faroles se pagan caros! ¿Así que tu padre tenía que ir a Chaves para devolver un empréstito que le venía de cando te tuvo a ti, aquí en Verín, haciendo que estudiabas el Bachillerato...? ¡Chúpate esa, monada, que lleva azúcar! Lo que salió del supuesto recibo fue ese café de contrabando: ¡un montón de sacas! ¡Y todo ello delante de las narices de un zarrabete con el que yantaremos mañana, mañana mismo! Aquello de Ifni, aquello que dicen de los moros que arrojan los bidones de aceite rodando por el monte abajo, para que entren en la Zona francesa..., sin licencias...; o los acarreos de máquinas de coser a lomos de esos burros que sueltan cerca de la raya, y que no se equivocan de destino porque al otro lado los esperan con berzas y zanahorias...; ¡trucos de magia, en definitiva! Comparado aquello con vuestras artimañas..., ¡un juego infantil! ¿Ahora, que? ¡Pero si te doy azotes voy a salir peor, que tus nalgas son más duras que mis manos!
Ella quiso romper a llorar, pero hizo un esfuerzo para contenerse.
-Se trataba de ayudar a mi padre, pero él es tan bueno que le ayudó a la hija, ¡después de casada, cuando ya no tenía obligaciones conmigo! Me dijo que era su regalo de bodas...; ¡y no me hagas llorar, que mal hija tenía que ser si no me sintiese así, emocionada!
-¡Gracias mujer...; digo, por lo que me toca, ya que estamos a gananciales! ¿Así que tu intención era ayudarle al padre, engatusándome para que te llevase a la Misa catedralicia, en Chaves, allende de la frontera? ¿Darles cobertura a los contrabandistas, comprometiendo, de paso, a tu marido, un oficial del honroso Ejército de África, por mucho que esté de vacaciones...? ¡Qué bien te fichó mi madre!
Tal reconvención, y eso que lo dijo tratando de ser afable, fue rascar en la herida, ahondarla.
-¡Oyes, militarote, de tu madre ni me hables, que menuda diferencia de cómo te aprecia la mía!
-Sí, mujer, ya sé que me aprecia, que esta portuguesita es plástica, una pegadiza, que sólo le falta llevarme en brazos. ¿Aprendiste de ella a hacer arrumacos, a comer la gente con los ojos? Pues, lo que es por mí, de hoy en adelante, vuestras carantoñas dejarán de producirme efectos mágicos, de imán, ¡que me cargaré de plomo! Si, si, mucha compenetración paterno-filial, pero yo le llamé mamá a la tuya, ¡cosa que no hiciste con la mía! ¿Creías que de conquistada la torre, las murallas circundantes, las de Jericó, caerían solas, tal que a golpe de trompeta...?
La chica, en aquel dilema, perdió una libra en lágrimas.
-¡Felisa, déjate de suspiros! Corta el grifo, que me estás empapando el pijama; ¡o dejo de abrazarte! Pero toma nota de que a partir de esta..., ¡de esta aventura!, no dirás ni harás nada, ¡nada que sea importante!, sin consultarme primero. ¡Tiene que ser así por tu bien, y pienso que este bien está en salvar nuestro matrimonio! ¿Estamos?
Sin dejar de mojarse, se le escapó una media sonrisa:
-¡A tus órdenes, teniente! ¿Mandas algo..., algo más...?
-¡Teniente, sí, pero Maestre, también, que no en vano lo fueron de Santiago mis antepasados! Te conviene aprender a ser la mujer, ¡la dueña!, de un oficial. ¡Venga ya, dame un biquiño, aunque sea de contrabando..., ya que me hiciste ingresar en la Serenísima Orden de los Matuteros!
-¡Muá, muá, muá! Además de esto, te voy a dar una propina, que para este mes ya saqué..., ¡y en estos días no hay peligro! ¿Me tienes por burra? ¡Pues aun así ya tengo en la chola ese libro que me compraste en Coruña, ese del señor Ogino!
...
A la maña siguiente, cuando se aseaban para la comida del mediodía, a celebrar en casa de los Jiménez, que vivían en el barrio de las Fuentes...
-Orlando, ahora que estás de buenas, escucha: ¡Pórtate con el sargento como si tal cosa, que tú eres inocente! ¡Eras! Si nos echas indirectas de las tuyas, ya le replicaré yo; ¡sí, yo misma!
-¿Tú? ¿Para ponerlo peor...?
-Le diré que los militares de África sois tan puros que sólo hacéis la guerra a las mujeres; ¡debajo de las sábanas, por supuesto! Que lo tuyo es el paso ligero de la tropa, pero de matutes, ¡cero! Pasar cuatro naderías fue cosa nuestra, de las mujeres; ¡cosas para la casa, y nada de comercio!
No le convenció:
-¿Crees que descubrió la verdad...? ¡Siendo así, vaya vergüenza, y vaya responsabilidad para un teniente de la Academia de Zaragoza, un oficial con mando en fuerzas especiales, un aspirante a la Escuela de Estado Mayor...!
Ella hizo un mohín que pretendía ser despectivo:
-Por eso de ser señorito, precisamente por eso, que tú eres un ganso, ¡un parvo! Un señorito no entiende, ni se ocupa, de las engañifas de este mundo de la raya: cosas bajas, juegos de manos, centinelas que guardan las vacas, ¡apuntando con la aguijada...! ¡Lo tuyo es la fusila!
El señorito era tan pretencioso como inocente:
-Mujer, la verdad es que tengo alguna esperanza de que no se enterase, supuesto que no apartaron aquellas mantas, aquellas que pusisteis encima de los sacos...
Aquel era su terreno; y siguió con sus lecciones:
-Marido, el contrabando se huele, se adivina..., ¡cando se quiere hacerlo! Si no fuese porque os reiréis de mí, si me llevases en Ifni al Campamento de la Policía Militar, ya os enseñaría a parar el contrabando que hacen aquellos moros de cara a esa Zona del Marruecos Francés... Ya intenté saber algo de eso, preguntando a moros y a cristianos, y llegué a la conclusión de que merecéis un suspenso, ¡tan grande como aquellos que papé yo misma, aquí en Verín, en lo del Bachillerato!
Orlando la mimó, melindroso:
-¡Venga, mujer, instrúyeme; sé patriota...! Mira que tú, estando como estamos a gananciales, también papas de los Presupuestos, de esa mina de flush que es nuestro Ifni.
Pero no hubo concesiones, ¡secretos del oficio! Después, a la tarde, dando por concluida la sobremesa en casa de los Jiménez, cogieron un taxi y se fueron para Riós, una noche; por cierto que con buena preocupación de Felisa, que no se atrevía a mostrarle su pobreza familiar al señorito de la Olga, pero lo contrario también la desagradaba por lo que significaba de desprecio hacia sus padres.
Hablando a medias palabras, en el taxi, para que el chofer no las pudiese hilvanar:
-El cabrito estaba bueno, ¡de lo mejor! ¿No si, rapaz? Y luego que ese cabrero sabe contenerse de la lengua..., que nos lo vendió barato! ¿Sabes por qué?
-¡Sólo sé que eres una habladora...! Cállate y atiende al paisaje, que si para ti es conocido, yo tengo que saborearlo..., y se nos hecha la noche encima!
-¡Ni que este paisaje fuese de whisky, como la tarta de marras! ¡Por cierto, cómo se van a poner con la que sobró! Pero, hablando de sabores: Lo que no pescaste, creo que no, es la trucha que se enganchó en tu anzuelo: Tienes que mirar por ese cuñado, el de la Policía Indígena. ¿Guardaste sus señas...?
-¿Mujer, crees que ese fue el precio de su discreción? ¡Será pillo! Ese Especialista sabe tanta gramática como tu padre, tu madre, y tú misma; juntos, los tres!
-¿Gramática, yo? ¡Domino dos, la gallega y la portuguesa! ¡En eso, te gano!
...
En contra de lo esperado, y antes de irse para Madrid, libaron a conciencia aquellas mieles de Verín: Dos semanas, dos, de excursiones en espira, frontera en medio, que incluso pasaron cuatro días, con agua, frutas exóticas, tropicales, y pastelaria, ¡a granel!, en el Balneario de Carbalhelhos, ¡un anticipo del Cielo! Buena falta les hacía para serena-los ánimos, para recarga-las pilas, que tirarse de cabeza al desierto no lo aguantan todos los espíritus, ¡para cuanto más los cuerpos!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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