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Operación: Cuñada (15)

martes, 26 de julio de 2022
En la sobremesa del yantar, calmados los ánimos, la vieja quiso levantar un acta de su postura.
-Ya que Felisa dice lo que siente, yo no puedo ser menos, pero, espero, de vuestra civilización que sea este el cierre definitivo de este tipo de discusiones... Mira, mujer, si no te metes conmigo, de aquí en adelante seré comprensiva, que por algo eres la mujer de mi hijo; ¡mi nuera, por tanto! Y en las cosas en las que nos sea difícil concordar, nuestro Orlando será el intermediario...; eso que llaman portavoz, pero en mis intimidades no te consiento que te metas! Tengo buenas amigas, que seguramente entienden mis cuitas, mejor que vosotros! Por cierto, que teníamos pensado venir al Jubileo doña Placeres y yo, juntas, así que tendré que volver con ella para cumplir mi palabra. Este Orlando se puso tan fiero en que os acompañase, que eso hice, que a este hijo nunca nada le negué, pero él, en cambio, prescindió de mí, de mi agrado y bendición, de mi consentimiento, para hacer esas cosas, esas cosas imborrables e irrepetibles, que tanto me dolieron!
El hijo, por las ganas, por la desazón que sentía, de ser más chico se hubiese escondido debajo de la mesa, con el mantel en los ojos, pero había que mantener el tipo..., por lo menos hasta que saliesen los buses de Lugo!
-Mamucha, ahora eres tú la que te pasas... Venga, vamos hasta los buses, que no vayas a quedarte en tierra... ¡Y en Lugo, ya sabes, coge un taxi; no esperes por los coches de Trigo! Nosotros, mañana mismo, salimos para Verín...; ¡y a ver si allí tenemos suerte..., con el tiempo!
Eso fue lo que dijo, pero no lo que pensó. Por su parte, la suegra lo caviló mejor, y recogió velas, de amainado el temporal:
-¡Dejémoslo así, que el agua, de pasada, ya no mueve los molinos! Felisa, si me lo admites, te voy a dar un abrazo especial, fuerte, cordial por supuesto, aquí mismo, con toda esta gente del comedor por delante, que si haces feliz a mi Orlando, en ese caso te debo un favor, y tú, lo que es a mí, por tu parte, ninguno!
Felisa, que ya la conocemos, tanto corazón como cachas:
-Dona Marisa, yo también le doy el mío, mi abrazo, bien fuerte, ¡que si este Año es Santo, y ese Santiago hace milagros, en esta familia aún puede haber de todo! De momento, lo que más le pido al Santo es que se ocupe de los moros, por si tal hiciese falta, que los vaya matando, pero el mismo, de uno en uno, que dicen que ya está acostumbrado, y no este pipiolo de teniente, que si en Ifni llegan a tocar Generala, me moriré de miedo...; ¡por él, que no por mí!
-Mujer, ¿qué paces son estas? ¿Por qué no le dices mamá, o por lo menos, mamá política?
-¡Pues eso, mamá, que nada me cuesta, así sea por medio de este intermediario! Lo de mamá política no lo digo, que tú mismo me dijiste que eso de la política está prohibido en el Ejército, y como yo soy consorte...! Bien, entonces, sin bromas: Usted quédese tranquila, que ya le daré a su hijo todo lo que pueda dar: ¡buenos pistos, y después de los pistos, abrazos!
Doña Marisa no supo si tomárselo en serio o en broma, que aquella nuera la desconcertaba: ¡Con lo bien que se entendería con la Manolita de Sarceda!
-Mujer, déjate de pistos, que para cocinar vale cualquiera. Lo que tienes que darle es cariño, que lo precisará, de seguro...! ¡Dadas las circunstancias, más que comer! Este niño siempre fue un mimoso, un antojadizo, que así lo digo, que mira que irse al Ejército, con lo que su padre ansiaba que fuese abogado, o de lo que no, veterinario!
Ahora fue el propio hijo quien terció en aquel diálogo de la despedida, sentimental pero tenso:
-Mamá, de esos hay muchos, pero te olvidas de que los escudos de la Olga nos vienen de aquellos antepasados luchadores, tal que un capitán de los Tercios de Flandes... Esto de la milicia, esto de conducir las tropas, sea ofensiva o defensivamente, en buena parte es obligación nuestra, de la nobleza de este país, y luego que por el Imperio también se va a Dios, qué bien se vio, y se experimentó, en el 36.
-¡En ese caso, mi querido hijo, lo que Dios mande, lo que Él quiera! ¡Ah, y cuando sepáis algo del niño..., entonces..., sin demora, ¿eh?, que bien pensé que esas prisas del casamiento se debían..., pues eso, a un penalty!
Felisa, bastante menos afortunada de lo que le dijeran que presagiaba aquel nombre de pila, a tal momento ardía en deseos de que arrancase aquel bus, harta de aquellos protocolos familiares, para ella espinosos.
-Señora..., digo, mamá, le prometo que será niña, para que no vaya a la Escuela Militar! Y usted será la madrina, que para esa ocasión no nos puede faltar, así sea en avión, ¡que malo será que se caiga! Más le prometo, que le dejaré nombrar a la niña como María Luisa..., ¡porque la felicidad de las Felisas me tiene dudosa!
Tan pronto se quedaron solos:
-¿Felisona, metepatas, por qué la hiciste concebir ilusiones cuando tenemos acordado que no empreñarás hasta venirnos de Ifni? ¿Te parece que tenemos poco ensortijadas las relaciones familiares?
-¡Bah, no sé! Me pareció que era un galano de despedida, como para quedar ¡algo! a bien con una señora tan aseñorada... ¡Tan aseñorada y tan mandona, que luego parece la viuda de un coronel!
-¡Y lo es! Es una coronela, que me tiene en un puño; que nos tiene..., ¡a los dos! ¡Pero lo tuyo fue un falso regalo...!
-¿Que otro le podía dar para desenfurruñarla? Los que nacemos en casa pobre conformamos con cualquier cosa, pero eso de las hidalgas...! Tener que empreñar a destiempo, a su gusto, para complacer a la suegra..., ¡es demasiado! Te juro que prefiero volver al contrabando antes que ser..., ¡eso, eso que decís, señora de la Olga!
Orlando se rio, a carcajadas, lujo que no se permitía a menudo, máxime desde que estaba casado con Felisa Diéguez Barosa:
-¡Te amuelas, que tú ya lo eres, pues mi mamá es de otro vínculo; tiene otros títulos...! ¡La culpa es tuya, por casarte con un mayorazgo!
Con esa zozobra, se fueron para el hotel, pero aquella noche no hubo maniobras, que ninguno estaba de humor, y eso que ganaran, o intentaran ganar, un Jubileo!
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En Verín

Verín, de siempre, fue famoso por la bondad y por la variedad de sus aguas mineromedicinales, amén de otras virtudes y circunstancias inmanentes, permanentes, de sus tierras y de su gente, pero lo fue particularmente, transitoriamente, en los años cincuenta, por culpa de aquel cafetito colonial tan suave, ¡tan suave y tan sudado!, que estaba siendo transferido, a pequeñas diócesis, como decía aquel cura de Tamaguelos exculpando a los contrabandistas de su comarca fronteriza, a la España imperial, a la España de las austeridades, impuestas que no innatas. Operación, circulación, celosamente repudiada, rechazada, vista y no vista por aquellos Vistas de vista a menudo extraviada. ¡Amplios que son estos horizontes de la vieja Gallaecia!
El aquel ambiente, en aquel recelo, recíproco, rayano; en aquel gallinero revuelto, de gallinas y de zorros, escalantes, (de escalo cotidiano), y vigilantes, frente a frente, vis-a-vis, conviviendo alrededor del mismo plato, comiendo del mismo caldo, no es de extrañar que se extrañase el propio y perspicaz sargento Jiménez de ver a uno de sus más conspicuos contrincantes rodeado de señoritos forasteros, y no en medio de una pareja de aquellas habituales, ¡de las de capote verde!
-¡Hombre, pero si ez er Nicazio de Rioz...! ¡Hoy zi que ve veo en buena compañía, malaje, que erez un malaje!
El suegro, farruco como nunca, rebosando protección militar, ¡que ni Fernando VII a la cabeza de los Cien Mil Hijos de San Luís!
-¡Sargento Jiménez, venga, acomódese con nosotros, que este aguardiente de hierbas es del país, español, de esta parte de la raya! Y celebro coincidir con usted..., pero chócame encontrarle tan arriba, cuando su sitio habitual está allá abajo, en las Feces... ¿No será que creció Portugal, y ya llega al propio Verín? ¡En ese caso, disculpe, que aún no pintamos la raya! –Hizo que arrastraba el tacón de la bota como para marcar un mapa en el suelo, delimitando su silla de la que le ofreció al Sargento.
-¡Cállate, malaje, y no me provoques, que no quiero decirte coza fea, y meno aquí por delante dezto zeñorito...!
El sargento era simpático; andaluz, tato y algo balbuciente, de difícil comprensión, mayormente cando le irritaban o bromeaban aquellos habituales de la frontera, para los que resultaba un sabueso canino, pero en aquel establecimiento verinés se sentía tranquilo, como entre viejos camaradas. En cuanto al padre, al päi, de Felisa, era evidente que estaba entonado, circunstancialmente envalentonado, desafiante incluso, deseoso de mostrar sus armas…, aunque fuesen prestadas!
-Hable, Sargento, expectore; no se contenga..., que aquí estamos en familia: Mírelos bien, que estos chicos, aquí donde los ve, le son dos señoritos; ¡de los de verdad! Esta es mi hija; de las dos, la más joven; y por parte, su marido, ¡que viene a ser yerno del que subscribe! Si le falta algún dato para su relación del personal transeúnte, anote que vinieron a Verín con la documentación en regla: ¡acabados de uncir!
-¡Guzto, zeñore! –Aquel andaluz zarrabete, correcto si pero con el espinazo más tieso que la palanca de un pajar.
Nicasio, que ardía de orgullo, volvió a la carga, al trote, con prisas, con la vehemencia del caso:
-Aquí mi yerno le es teniente, ¿sabe? –Y como notara en el sargento un rictus extraño, entre incrédulo y sorprendido, afinó la puntería para más impacto: -Sí, me oyó bien, que le es teniente, ¡de Academia! Aquí le presento al teniente don Orlando de Neira y..., ¡no sé qué más, que a mí esto de los títulos se me pega mal! ¡Tal que se lo digo!
¿Un teniente, en Verín…? ¡Cómo no fuese de la Comandancia...! Aquella presentación resultó tan inesperada como insólita, que el sargento no tenía nuevas de ninguna incorporación..., ¡y ya no fuese un Inspector...!
-¿Teniente, vozté...; y viene para quedarze?
Orlando, por una vez humilde y afable con sus inferiores, ¡que no todos los días se está de permiso!
-Sargento Jiménez, mucho gusto; ¡yo también! ¡Descanse! Estoy de paso, en vacaciones, con la familia de mi señora... Mi destino está en África, en el Grupo de Tiradores de Ifni... ¿Tendrá oído...?
Jiménez, al comprobar que aquel señorito, además de eso, era un oficial, ¡de Academia!, séase, una autoridad, se cuadró petrificado, más rígido, más tieso, que su propia carabina:
-¡A la orden de uzté, mi, mi teniente, y dizcurpe miz broma con zu zuegro! Confianzas, ¿zabe?, que zemo viejos camaradas, ¡de ahí, de la frontera!
El hidalgo se percató de que en Verín mandaba más un teniente, aunque no vistiese uniforme a tal momento, que una asamblea de duques, condes y marqueses, pero quiso ser humilde con aquel amigo/enemigo de su suegro:
-Ya lo entendí, ya, pero descanse, y tómese un café con nosotros, con este aguardiente amarillo, de hierbas finas, que sabe mejor que el té de los moros... ¡Para café, por lo que veo, Verín! ¿Le gusta así, del puchero, casero…? ¡Para mi paladar, insuperable!
Jiménez, en vista de que aquel café ya estaba matuteado, traspasado, tostado, molido, hervido, colado..., no vio ninguna ilegalidad en su degustación; y luego que sería un desprecio para con aquel teniente tan joven…, ¡de Academia!
-¡Grazia; y aquí me ziento! Don Orlando, zu zuegro, en ezto der café, ¡mi arma!, un entendío. ¡Zi lo zabré yo, por mi mare!
Nicasio, estirado en la silla y con las piernas en ángulo, hecho un faraón, nunca tan feliz se sintiera. ¡Codo con codo con aquel terror de los contrabandistas...; emparentado con un teniente...; y luego que aquella hija le dijera que su hombre venía a ser pariente de aquellos condes que hubiera en tiempos en el castillo de Monterrey...! Era el momento ideal, acaso irrepetible, de pasarle una factura al cancerbero de Feces:
-Orlando, hijo, este hombre, este gran hombre, que bien ves lo alto que es, tiene merecida una medalla, de esas del deber cumplido... ¡No se cual, pero una de esas! Fíjate que incluso persigue a los labriegos de la raya cuando está libre de servicio. Ahora, cuando vuelvas por Madrid, que a ti te harán caso, ¡con tu categoría...!, sería bueno que pidieses para este hombre una condecoración, pero de las buenas, de oro mejor que de plata. Y después de eso, que lo asciendan, que no es cosa de que se pase la vida en menudencias habiendo, como hay, tanto estraperlo de salón, ¡de ese que se hace con papeles!
Orlando hizo un esfuerzo para no reírse, percibiendo que en la propuesta de su suegro había más malicia que ignorancia, y todo eso adobado con una retranca que rayaba en la ofensa personal. Por su parte, Jiménez se contuvo, que un galón frente a las dos estrellas, por muy pequeñas que fuesen, de las de entrada en la oficialía, llevaba las de perder, así que se conformó con un:
-¡Nicazio, Nicazio, cuando yo digo que erez un malaje...!
...
Tan amigable fue la conversación, que incluso quedaron en verse al día siguiente... Para salir de aquel impasse, Orlando se volcó en amabilidades con el tal Jiménez, a tal punto que incluso le acompañó, ya en hora tardía, a la puerta del bar. Nicasio, aprovechando aquella ausencia mínima del yerno, le bisbisó a la hija:
-Felisiña, escucha con atención, y rápido, antes de que vuelva ese hombre... De esa viaje que tenéis pensado hacer a Chaves, a ver si lo convences para mañana, que tengo allá unas sacas, y a pocos, con el burro por el monte no las doy pasado, que este andaluz del diablo me anda vigilando, ¡y no me deja vivir en paz!
Retornado el yerno, alabó las virtudes de su nuevo amigo:
-¡Es el primero que hago, aquí en Verín; la primera amistad! Un tío simpático, pero lo malo es que aquí, siempre a la intemperie, va coger un reuma que no le permitirá llegar al retiro si no le trasladan rápido, ¡tal y como pide usted!
Pero al Nicasio, ahora que se le subiera a las barbas, ahora que le tenía enredado, ¡subordinado!, no le urgía que se fuese, que lo relevasen, que no era fácil hacerse con influencias, ¡y menos en aquella frontera de poca plantilla!
-Chacho, ¿no me tomarías al pie de la letra? Yo le quiero bien al Jiménez, pero a un hombre que habla tan mal, no le puedes poner donde haya que hablar mucho, ¡digo! Y por lo que hace a la humedad, no me da pena, que siempre anda acarapuchado, con su capote hasta las orejas... ¡Eso a mayores del aguardiente, que pimpla por diez guardias! El caso es que le caíste bien, de lo mejor, que nunca de los jamases se vio acompañado de un teniente, ¡de Academia! ¡Sólo te faltó abrirle las puertas...!
Felisa, que estaba al quite para proponerle sus planes:
-Orlandiño, ¿ves cómo lo pasas bien en Verín, y eso que acabamos de llegar? ¿Le oíste que quiere que les visitemos pasado mañana, lunes, en su casa? Y mira que también es casualidad que su mujer tenga un hermano, que es brigada, allí en Ifni, en la Policía... ¡Qué pequeño es este mundo, y eso que hay que andarlo en avión!
Las cosas estaban resultando mejor que en Coruña, e incluso que en Santiago. Felisa lo notaba y lo gozaba; quiso agradecérselo a su Orlando haciéndole tocamientos con el pie por debajo de la mesa.
-¡Que lo digas, mujer, mujer feliz, que ya he recibido tu radiograma! Solamente hay que ver, aquí mismo, en Verín, la mixtura que se hizo entre gallegos, portugueses y andaluces. ¡Por ley recíproca, seguro que en Huelva son los gallegos los guardianes de la frontera!
-En este caso, ya que simpatizasteis, ¿les hacemos esa visita...?
-Lo que quieras, amor, que estamos en tu tierra, y aquí mandas tu. ¿Feliz, al cien por cien?
-¡Que habladito estás hoy, mi sol! ¿Será cierto que te llamas Orlando; tú eres el mismo, el de la otra semana? ¡Ay, si! Entonces tengo que pedirte, antes de que me retires el mando, que me lleves mañana, que es domingo, a Chaves. Tenemos que oír Misa... Acuérdate que no comulgué en Santiago..., ¡y si no lo hago, me quedo sin el Jubileo, que es tanto como volver a bautizarme!
-¿Tiene que ser mañana…? ¡Aún nos queda mucho tiempo de estancia en estas tierras tan nobles del antiguo Monterrey...; y aquí también hay iglesias! ¿No sería mejor iniciar las visitas por los alrededores, balnearios incluidos, como se suele hacer en plan turístico, avanzando en espiral?
Pero ella se reafirmó, dispuesta a conseguirlo, que tal le prometiera a su päi:
-Eso de avanzar..., será en el cuartel, pero mi tropa es de Dios..., ¡y los de Dios empezamos por la Misa! Si después expiramos..., ¡que Dios nos coja confesados!
-¡Estás hecha una veleta...! Pues precisamente, para no perder la Misa, mañana no debemos salir de viaje... ¿No me dijiste que quieres lucir tu abrigo, el nuevo, este de los visones, aquí, en Verín, en Misa Mayor, en la de las chicas...? Si, mujer, que incluso añadiste que lo tienes que hacer para que se chinche no sé quién... ¿Es que tengo algún rival en estas alturas?
Pero ella, cucañera experimentada, le hizo cuatro cucamonas, que con Orlando era la mejor táctica, ¡y sin pasar por la Academia de Zaragoza!
-Orlandiño, guapo, lo dije, y mal hecho, que eso fue una vanidad... ¿Me perdonas? Yo prefiero oírla en Chaves, que allí los curas predican en portugués, y yo te voy traduciendo, que así te demuestro que también soy culta! En lugar de tu latín…, ¡yo, portugués! Ten presente que mi madre vino de por allá, de esa parte de Boticas, de los Carbalhelhos..., ¡que así le llaman a su parroquia! Como también tienes carballos, o eso dices, allá, en tu Olga, me imagino que te resultará familiar el sitio, un ambiente parecido... Pero aún tengo más que decirte, que si yo, en alguna cosa, hice algo por complacer a tu madre, esta mujer que te recibió aquí, que te apretó con tanto cariño, ¿es que no merece que le hagas ese aprecio?
El teniente quedó derrotado, y aquellos nativos vencieron, que luchar en terreno conocido media victoria es. La velada fuera grata para el señorito de la Olga; grata y sorprendente, que nunca pasara de Ourense, así que le apetecía un programa de circundos, por supuesto que ampliable a Chaves. De Santiago salieran en tren, y con sólo tres días de estancia en la ciudad de las Burgas cogieron la Línea de Verín pues la hidalga-consorte ardía en deseos de asomarse a su “Balcón de Portugal”, que así entendía ella se debiera llamar aquella atalaya de los altos de Monterrey.
-¿Mujer, a qué vienen estas prisas de tus padres? Proponles que se queden con nosotros, aquí mismo, en esta fonda..., ¡ya que mañana iremos todos juntos a Chaves! Así podemos salir temprano..., y después de Misa, comemos por allá; pongo por caso, un bacallau, de ese tan excelente del que me tienes hablado...!
A mäi en las antípodas de aquella señora de la Olga, callada, prudente y afectuosa con los chicos, con una sonrisa que le iba de oreja a oreja:
-Dios te bendiga, hijito, que ya veo que eres tan espléndido, o ya no lo seas más, que el otro, nuestro López. A mis hijas las vino Dios a ver, que vaya suerte... Las había perdido, pero tienen un buen arrimo, que en esta vida el que tiene un zapato no anda descalzo. Te quedo obrigada, pero de esto de la cena, o lo de dormir aquí, no nos lo pidas, que cuando lleguemos a Riós aún tengo que ordeñar las vacas, ¡y a saber cuánto tarda en llevarnos ese taxista, el que nos trajo...!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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