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Operación: Cuñada (14)

martes, 19 de julio de 2022
-¿Felisiña, dos centollas para ti, así, de entrada...? ¡Digo, para endulzarte la vida!
Buena la hizo:
-¿Pedimos vinagre, maldito aguafiestas? ¡Todos los perifolleros andáis de corbata, pero debajo de la seda tenéis un pecho vacío, sin corazón!
El caballero se quedó de una pieza, que incluso le hizo gestos al camarero para que volviese más tarde, acaso después de la tormenta.
-¿Que pasa ahora; quieres una escoba?
-¿Que va pasar? ¡Que todos sois iguales, todos los de tu colchón...! ¡Yo no, que me he criado en un jergón..., de hojas de maíz!
-¿Otra vez de morros...? ¿Por qué?
-¡Hombre, no es para menos: con lo agria que me recibió, ayer, y hoy qui-li-quá, que ni quiso acompañarnos...! Y después de eso, que tú mismo tenías que estar llorando de pena, entras aquí, a lo grande, ¡como si vinieses de ganar una batalla! ¡El que os entienda, que os compre!
Estos señoritos algo se traen entre manos, pero conmigo no se aclaran. Voy armarles una rabieta, de las gordas, para ver si discutiendo... Allá, en la frontera, cuando había que pasar algo importante, las mulleres daban en formar lea, alboroto, y entonces los guardias sólo atendían a hacer las paces... Pues aquí, ídem de lienzo; ¡lo malo es que estoy sola, para meter bulla!
-Monada, tú ves visiones. Mira, otra cosa: aquí en Coruña las joyerías tienen renombre, de siempre, tanto o más que las de Tánger, así que, por la tarde, para que vayas callando, te mercaré algo valioso..., ¡que así verás perlas, brillos, en lugar de sombras!
¿Visiones, ésta? No las ve, no, que por dentro, pero muy adentro, es más lista que el hambre; tengo que encandilarla, ahumarla, para que se acompleje con nosotros, ante nosotros, en particular con mi madre, que entonces..., ¡entonces poco cirio van encender, que yo me encargo de apagárselo!
-¿Esas tenemos? ¡No, no son figuraciones mías! ¿Y luego, ese guiso de indirectas de tu madre, qué? ¡No tengo títulos, ni de estudios ni de los otros, pero lo que es parva...! ¿Parva, esta hija de la portuguesa...?
-¡Venga, rapaza, cierra esa boquita de caramelo, que te pones fea cuando reviras tus labios! Ya verás qué centollas nos papamos, y después de las centollas, de esto que tienen en la carta, lo que quieras! ¿Camarero...?
Pasadas aquellas discusiones, y tan pronto como abrieron, a la Real, a la Rúa Nova..., donde algo si compraron, alguna alhaja, pero sin grandes ilusiones, que una intuición femenina, de escarmentada, ve las truchas por debajo de las algas. Felisa, un tanto primaria, sí, pero lo que es torpe no, eso no, en absoluto.
-Se te da bien esto de desviar las rifas..., cuando quieres! Pero yo, más que joyas, lo que preciso es que me digáis la verdad de lo que está pasando conmigo. Supongo que la minga del gato está en que tu madre anda decepcionada porque la mía, y con ella todos los míos, no somos de vuestra clase, de vuestra categoría...; ¿es, o no lo es? Siendo así, ahórrate los cuartos, que ya sé que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda!
-¿Ya estamos...? Cando te enroscas en un tema..., ¡tal que una hiedra por un carballo arriba! Te diré, para tu tranquilidad, que tú vales tu peso en plomo, que por pesadita me he rendido, ¡con las armas y con el bagaje! Lo que seguramente pase es que tú, aquí en Galicia, por enero arriba, y con este abriguito de piqué..., ¡no estás para salir con mi madre! Después de este collar, tenemos que buscar un abrigo de..., de...; ¡de visón, por supuesto!
Eso la encandiló:
-¿De visón; si, de verdad, del auténtico? ¡Ay luego, cuando vayamos a Verín...! Pero, no, no te lo quiero, que en Verín van pensar que no es bueno, que es de contrabando, o una imitación...
-No, mujer, no pueden, que será auténtico, de los que aún no llegaron a tu pueblo, a tu Verín.
Se quedó meditabunda por mucho tiempo, con sus ojos perdidos en el infinito de las calles, en el azul grisáceo de la invernada coruñesa, pero al fin aceptó, que incluso le dio las gracias con un beso sonoro:
-¡Eres un condenado! Orlandiño, pensándolo bien, eres bastante bueno; un poco pijo, pero bueno, casi un sol de esposo... Claro que también eres, a la vez, simultáneamente, un pillabán, un zorro, que me haces callar a base de regalos; o con tus reviravueltas... Pero, como la cosa no tiene remedio... Y de eso de vuestros secretos..., que bien os los noto, tampoco; ¡nada, que nunca volveré a preguntar! O mejor dicho, como dice mi padre, nada tendré que preguntar, que ya os lo sacaré yo, seguramente que pronto, cando se cabree conmigo, cuando me dé una patada..., que con callar, ella va perder sus nervios, y entonces ciscará sus cagarrutas, todas, una por una! ¡Estoy empezando a conocer los señoritos...!
Orlando le apretó el brazo por encima del abrigo nuevo, iracundo, incomodado, hasta lastimarle, para darle un escarmiento:
-Sin faltar, bestia brava, que te pongo en posición de firmes; y si te refieres a mi madre, ¡a la nuestra!, con tales irreverencias, mejor será que te acostumbres a decirle, ¡ma-má!, que si no lo haces con el cariño que se merece, por lo menos que sea con algo de respeto!
Pero la Felisona, que tampoco era fácil de domeñar, refunfuñó, a media voz:
-Mamá, o Queloutra, que de ser política no se libra, de cualquier modo que la nombre… Con ella me encargaré yo, yo misma, de sacar, ¡de sacar y de sonsacar!, que no va ser un dios en eso de guardar los secretos!
El teniente, de americana chispeada en marrón, y con un loden color tabaco, bufanda a juego, medio se rio y medio rabió:
-Felisona, en eso de sonsacarle...; ¡tú, en vez de sacar, ensacas! Meterás la pata, como el lobo de Caperucita. ¿La patita...? ¡Las dos, duo ancas, que eso son las tuyas!
-¿Por qué; o es que a la..., a la Priora..., no se le puede preguntar? ¿Nada de nada? Allí en Verín mi cuñado le redactó a la vecina una carta para la señora del Pardo, que tenía un hijo en África estando ella a la muerte, por tuberculosa, y..., ¡le contestó, que el hijo vino en seguida para junto de ella, sin tener que volver!
Hizo por aleccionarla, que ya entrara en esa vocación:
-Felisa, en tu estilo no se debe preguntar, que es contraproducente. A las mujeres de la Olga, a las señoras del pazo de la Olga, todas ellas damas distinguidas donde las hubiese, nunca se les hicieron preguntas indiscretas, ni siquiera sus maridos, que no las toleraban. Ni ellos les replicaron, nunca, cosa alguna. Toma nota de esto: En las familias palaciegas, cada cual tiene su rol, perfectamente definido. ¡La señora, todas las señoras de Casa Grande, merecen, y reciben, ciertas deferencias, amén de todos los respetos. Algún día ese papel será tuyo, así que vete aprendiéndolo. ¿Estamos, cabuxiña de la raya, saltasurcos de la frontera?
Empaquetado que les fue su abriguito de piqué, que le volvería a servir en África, y abotonado el de visón, que, según propias palabras de la propia Felisa, ¡quemaba como un tizón!
-¡Ay, hombre, que te voy bien contenta...! ¡Calentita y contenta! Lo malo del caso es que estos bichos no murieron por la Patria... ¡Pero tú no regateaste, y te lo cargaron por lo que se les antojó!
Con su dignidad ofendida:
-¡Para el señor de la Olga no proceden los regateos!
-Dirás, para la señora de la Olga... –Se atrevió a precisar Felisa.
-¡A modo, rapaza, que para ser señora tienes mucho que aprender! ¡Más de lo que piensas!
-¡Pero tu enseñas con la leche cuajada...! En fin, será cosa de que me vea la jefa..., ¡que ahora estaré presentable para que me conozcan esos señores del hotel! ¿Si, o no?
¡Qué sabrás tú de clases sociales! ¡Ay, Felisiña, Felisiña de Riós, nunca debieras aceptar un señorito, un hidalgo, un teniente de Academia..., que no somos fáciles de entender, que tenemos nuestros dimes y diretes: dos idiomas, dos pensares, según y cuando, según y con quien...! Bien conocían aquellos arxinas, aquellos canteros de las dos hablas, que no se puede andar por el mundo enseñando el corazón..., que nos tomarían por débiles! Ya decía mi padre que el éxito de los abogados consiste en que hablan de otro modo, con otro idioma...
En Coruña estuvieron diez días, pero la calma fue relativa, con un oleaje tal que ni que compitiesen con el vecino Orzán, un Orzán diferente, extremado, invernal, de olas incomodadas. Sin desentenderse de la suegra, por aquellos días más ogra que sogra, fueron temperando, disimulando, llevando sus conversaciones, las más de las veces, al socorrido tema del tiempo, para no hablar de sí mismos.
La mejor de las suertes fue aquel entendimiento de doña Marisa con los dueños del hotel, que así aliviaron de su presencia, principalmente por las tardes, ocasión que aprovechaban los chicos para irse al cine, encantados por la proliferación de películas que aún no llegaran al Cine Avenida de Ifni, aquel de los Hermanos Barber. Pero la señora no quiso retornar al pazo sin rendirle una peregrinaje a su Señor Santiago, aquel Matamoros que debía ser la imagen, y con la imagen la protección, de un oficial de Tiradores!
-.-

En Santiago

Año Santo, Campus Stellae, santuario de estrellas y de perdones..., ¡para los que quieran perdonar, en reciprocidad, que esa es la conditio sine qua non!
-...
-¿Orlandiño, tenemos que estar aquí, de pié, toda la mañana, con todos los bancos ocupados, oliendo cera y aguardando por la confesión de tu madre santísima? ¡Esa beata..., mucho contrabando debe traer en su faltriquera!
-¡Chist, que te está oyendo esta gente de alrededor nuestro, y además hay Misa en el Altar Mayor...! Estaremos aquí todo el tiempo preciso, ¿o no ves esa ringlera que tienen todos los confesionarios?
-Sí que la veo, pero entiendo que pudo confesarse por allá adelante, tal que en Coruña, que todos los días fue a ver sus Jesuitas...
-Felisiña, razona; ella es una gran devota del padre García de Dios, un excelente orador, amigo personal de grandes amigos nuestros, pero, ¡igual le dio xuma confesarse con un conocido!
-¡Malo, malo; que esto me huele a can!
-Baja la voz, te digo. –Y con la misma, le dio un pellizco para que se diese por advertida.
La señora del Teniente Neira aún no se sentía señora de la Olga, pero si estaba aprendiendo esa dialéctica propia de los viejos hidalgos:
-También pudo confesarse en vuestra parroquia, en eso de la Olga...
-Si, en Caraño; nuestra parroquia es Caraño...
-Pues en ese Caraño, que allí seguro que os ceden la vez, todos los vecinos...; ¡aparceros vuestros, en definitiva!
-Mira, que no te aguanto más; ven, ven detrás de mí, hasta salir al Pórtico de la Gloria..., ¡y después volvemos a entrar! ... ¿Por qué estabas arremetiendo, de nuevo, ahí dentro, en contra de la nobleza..., y máxime ahora que portas un abrigo de visón, propio de una marquesa? Aquí en Santiago todo lo que no es arte, es oración, incluida la lluvia! ¡Algunos dicen que la lluvia, en este Campo de la Estrella, es poesía; y yo les creo! Así que, mi cielo, si te aburres, reza; o dale otra vuelta a la catedral, que tienes mucho para donde mirar...; ¡más de lo que entiendas!
-¡Ya está el pedante…! Todo eso hice, pero es que llevamos más de una hora, aquí, plantados como couceiros, sin mover las raíces, oliendo candelas de cera, un millón…! ¡Tantas, que luego parecen las ánimas del purgatorio pugnando por escaparse!
-Lo que ya te dije otra vez: Me haces recordar a Franco, del que dicen sus enemigos que salió de Canarias para hacer la guerra…, porque se le aburría Carmencita! ¡Tú, igual, que te aburre esta paz, grave, serena; compostelana en definitiva! Pero tengo una idea: ¡Confiésate; tú también! Igual no te sobra con todo lo que llevas gruñido en esta dichosa luna de..., ¡iba decir ese topicazo que siempre se dijo, de miel, pero en nuestro caso debe ser miel de avispas! ¿Cando hablaremos de otra cosa, tal que de arte, que se note que estamos en Santiago? Mas, en este caso, tendría que ser un monólogo...
-¿Confesarme, yo; y luego, tú, no? Maridito, ya lo hice para casarnos; además, no tengo pecados, que te soy una monja, precisamente de las de Santa Clara, ¡siempre con la misma cara! Yo no le he mentido a nadie...! Bueno, con la excepción de los carabineros, y para eso, esos no son de Dios, que mira si serán irreverentes que mean con la carabina al hombro!
Orlando no pudo evitar reírse, y eso que seguían en el mismísimo Pórtico.
-¿Que dices, que no, que tú eres pura, de antes y de ahora...? Pues mira, mujer, yo te acuso de darle un abrazo a cierto hombre, un hombre que no es el tuyo, ¡y para más, delante de mí, en mi presencia!
Ella se aturdió momentáneamente, pero no le fue difícil entender la broma:
-¿Te vas a celar de una imagen, de un santo, del señor Santiago? Como no ando de secretos, como otros que conozco, te lo voy a decir: ¡Le he pedido, a la oreja, con aquel abrazo, que me dé ánimos para aturar los señoritos de ese pazo de la Olga, o de Caraño, o de donde seáis, que cada vez lo decís de un modo diferente! ¿Te vale?
Orlando, divertido con aquellos dichos redichos de su compañera, la guiñó un ojo:
-A quien tienes que rezar es al Santo de los Croques, para que te de caletre, para que sepas apreciar las cosas buenas que Dios te mandó, o te concedió..., ¡por lo menos, últimamente! Pero volvamos para dentro, que no se vaya perder mi madre, y luego vendrán esos hombres del botafumeiro…, para prender el incienso con las brasas da tu boca!
Y de paso, para que el incienso te aclare el entendimiento, para que te entre en esta cazuela que tienes por cabeza, que sólo con tetas y con nalgas no me harás olvidar la espiritualidad y la sensibilidad de mi Manolita...! Una cosa es que, en una de mis obsesiones, me tirase al monte, y otra muy distinta que no sepa distinguir entre su sensibilidad y tu espetera... Seguro que mi madre se está confesando de su pecado gravísimo, de tanto mimo que me dio, de permitirme tantos caprichos...; ¡pero el último fue por culpa mía, que no suya!
Dona Felisa tardó, pero, por fin, reapareció, buscando con los ojos a sus herederos, feliz, ligera, afable. ¡Afable!
-Ahora darán la comunión..., y después, lo que queráis. Estoy satisfecha de confesarme aquí, en Santiago, que como no me conocen no tienen el compromiso de tratarme con cierta consideración... ¡Aquí soy la pecadora que soy, y punto redondo!
Pero Felisa estaba impenitente, pues en ella los arrepentimientos iban por otro camino, así que aún no llegaran a la escalinata de las Platerías cuando se le escapó un disparo de los suyos:
-¡Vaya par de beatos…! ¡Lo que me faltaba por oír, que usted desee que la traten mal los curas! Será por eso, por penitencia, esto de que rompa a llover a calderos, nada más salir, que hasta no sé si será mejor volver para dentro, ¡y buscar un cura que nos roñe!
La señora, por esta vez, aceptó que también Felisa le asignase penitencia:
-Mujer, tú, con ese abrigo, no me das pena, pero este africano, que ni la gabardina se trajo... Aguardad en este portal, que voy a buscar un taxi...
Pero aún estaba exponiéndole sus razones cuando se disparó la nuera, adelantándose para ir en busca del taxi. Orlando retuvo a las dos, asiéndolas de cada brazo:
-¡De aquí no sale ninguna! Aguardemos un poco, por si escampa, pero, de lo que no, a por el taxi voy yo, que me corresponde, que por algo tengo dos estrellas! ¡Si hay naufragio, el mayor riesgo debe ser para el capitán!
-¡Capitán de tropa ligera..., pues para mandar en la otra te falta una estrella!
-¿De tropa ligera…? ¡Anda, mujer, mírate en un espejo, y máxime con ese abrigo...!
La hidalga, siempre puritana:
-La culpa fue mía, de tanto que demoré... En un caso así non esperéis por mí, que del hotel bien se!
Felisa, con los días que llevaban juntos, aún no explorara lo suficiente. Quiso saber algo más, provocarles para que desbarrasen:
-Señora, tiene razón en eso de que la culpa fue suya, que si no llega a meterse conmigo, su saco de faltas iría por la mitad, ¡y abreviaría!
El efecto fue contraproducente pues la “señora” enmudeció, cortada con aquel bufido extemporáneo de su nuera, precisamente en momentos contritos, pero fue el hijo quien salió al quite, asumiendo aquella provocación tan injusta y tan inoportuna:
-Felisa, esa broma, que por broma te la voy a tomar, es intolerable; ¡pésima, maliciosa! ¡Pídele disculpas a mi madre, pero ya, aquí mismo, inmediatamente, de rodillas, que esta es tierra sacra, que aún estamos en el circundo de la catedral!
La nuera, bravía pero de buen corazón, aceptó aquella amonestación, al pie de la letra, ¡y dio con sus rodillas en tierra! ¡Más exactamente, en piedra! La hidalga, costándole creer lo que estaba viendo, se conmovió, e hizo por alzarla pero Felisa no lo aceptó antes de rematar su exordio:
-¡Perdón, señora, que de corazón se lo pido, pero es que no estoy acostumbrada a sus melindres, así que..., se me escapan los cohetes! Mire, le voy a decir toda la verdad, que ahora me confieso yo, así, de rodillas: Estoy dolida, muchísimo, de que fuese tan reservada conmigo estos días que pasamos juntos, pues, fuera de robarle este hijo..., ¿que otro daño le hice? ¡Si esto es un pecado, también es cierto que fue el único!
En este punto se dejó levantar, y como observaran que la gente se paraba ante lo extraño del caso, se fueron presurosos, los tres, hacia un soportal que les quedaba relativamente cerca. Allí Felisa remató su conferencia, que de no hacerlo hubiese explotado:
-Usted desea que la traten mal…, pero solamente los curas! Lo que es conmigo, de penitencia, ¡cero!, que pocas palabras me lleva dado…, ¡si excusamos las de cumplido! Mire lo que son las cosas… -Orlando volvía a estar exasperado, inquieto por el final de aquella perorata intempestiva, pero la dejó hablar, que si estaba dispuesta a romper su matrimonio, allá ella- Yo, en esto de hablar con siso, al mexeriqueiro, al suave, no le sé, y dudo que lo aprenda nunca, pero…, lo que es corazón...! Corazón sí que tengo, ¿sabe?, y carne para envolverlo, ¡también! Por eso del corazón, de lo dolida que soy, y que estoy, no me quiero ir de aquí sin decirle la verdad, la mía: ¡Me duelen terriblemente sus desaires, sus desprecios, que por burra y pobre que yo sea, también tengo alma, ¿sabe? De aquí en adelante muéstrenme el mejor de los caminos para complacerles, ¡a los dos!, que le juro que lo arrostraré, de rodillas que sea, que para eso empecé hoy, pero no me anden con adivinanzas, que siempre querré saber el lugar en que me tienen, unos y otros..., empezando por ustedes!
Los hidalgos se quedaron mudos, ambos, cortados, silentes, que no se esperaban aquella salida, aquellas reflexiones de una vulgar contrabandista. La hidalga, acostumbrada a controlar situaciones altivas con inferiores, en ese plan se puso, y así argumentó:
-¡Chicos, por mi non debéis rifar, así que lo mejor será volverme para la Olga, hoy mismo, que allí tengo deberes, que cuidar las fincas también es un cariño cara a vosotros...! ¿Qué mejor prueba de afecto que defender vuestra heredad...; si, o no si?
En el tiempo de tan larga diatriba, algo escampara, así que se fueron a la parada de taxis.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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