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El curso (Madrid, 1971)

jueves, 14 de julio de 2022
Antonio comenzó con la rutina del curso. Después del almuerzo, él se iba para el Instituto. Las clases eran interesantes, todos sentados alrededor de una mesa enorme. Los dictantes solían ser funcionarios de la Seguridad Social y de vez en cuando algún invitado, como cuando les presentaron al capodel sistema de salud de la Unión Soviética, que chapurreaba un poco el español. Que el gobierno de Franco tuviera tan buenas relaciones con la URSS, por lo menos en el plano médico, lo sorprendió.

Había algunos alumnos que participaban activamente, pero otros solo venían a mostrar la cara. Una morocha, muy bien alimentada, que jamás abrió la boca resultó ser la Directora General de Nicaragua, y protagonizó una escena inolvidable al final del curso.

Una tarde se organizó una salida para festejar algo, se apuntó Lidia y fueron al centro. Se metieron todos en una tasca a beber y brindar. La parejita de Liniers, por razones puramente religiosas (secos de solemnidad), bebían muy poco, lo mínimo, mientras los demás chupaban con la alegría que da tener el riñón cubierto. Se juntaron con un mejicano, joven, bastante piola, con el que Antonio solía intercambiar algunos apuntes. Los invitó a unas cañas, mientras él no paraba de doblar el codo.Se cazó un pedo impresionante y empezó a decir boludeces, entonces sus compañeros circunstanciales se ofrecieron para acompañarlo a su casa. Ya en la calle empezó a saltar y gritar que no quería terminar la juerga, quería seguir. Lo tranquilizaron como pudieron y les dio una tarjeta (se había hecho tarjetas con la dirección de Madrid). La dirección quedaba a unas cuadras, yen el caminocada tanto se paraba y reiniciaba los saltos de pendejo empacado.

Entre saltos, gritos y algún vómito, lo fueron arreando hasta el portal. Golpearon las manos un par de veces y apareció por la esquina un tipo de guardapolvo gris y gorra militar haciendo juego. Llevaba un grueso bastón con el que daba golpes en el suelo como si castigara a las baldosas que no estaban correctamente alineadas. En la otra mano traía un manojo de unas llaves enormes que no habían visto nunca, era el sereno, un personaje muy típico del la noche madrileña. Eligió una de las llaves, les abrió la pesada puerta y los invitó a pasar con gestos ceremoniosos. El mariachi, a pesar de su esbornia1, le dio unas monedas por el servicio.

Entre los dos lo metieron en el ascensor, porque el loco insistía en subir por las escaleras cantando. Vivía en un lindo departamento. Tocaron el timbre, y apareció la esposa, una pebeta lindísima, bajita, que recibió al punto con un beso mientras lo abrazaba para que no se cayera y con una voz muy dulce les dio las gracias a los argentinos. Estaba acostumbrada a que el dorima llegara en curda de madrugada, mientras ella daba de cenar y acostaba a los dos chicos que tenían. Le indicaron las manchas de vómito en el saco, y se fueron al Metro.

Al finalizar el curso, los alumnos tenían que presentar una tesis, un trabajo escrito que debía defenderse ante un tribunal de profesores. Antonio eligió un tema sobre la relación médico-paciente, analizando el escaso tiempo que dispone el médico para cada consulta, el abuso de técnicas diagnósticas y el exceso de medicamentos recetados. Esta discusión sigue vigente hoy en día. En la biblioteca le recomendaron algunas obras pero en la tesis reflexionaba principalmente sobre sus propias experiencias hospitalarias, eso sí, incluyendo varias citas. Fue aprobada por los profesores y le entregaron el título de Diplomado versión estandard, ya que si pagaba un adicional le daban uno con letras y orla dorada, ideal para lucir en un despacho. Lo firmaba el director del Instituto, Carlo Martí Bufill.

Mientras hacía silla esperando nervioso su turno de exposición, fue testigo de una situación que no se le olvidaría nunca.

Exponiendo en una mesa grande y frente a varios profesores, estaba la gordita nicaragüense. En la punta de la mesa se ubicaba una mina muy interesante, alta y elegante, cuya presencia se imponía sobre los demás, y con la tesis de la morocha delante cazó la palabra y la pulverizó.

Cuando leí su trabajo algunas frases me resultaron conocidas. Busqué en el archivo y encontré una tesis presentada por un compatriota hace dos años, que era exactamente igual a la suya. Por lo visto usted copió ese trabajo sin cambiar una coma, actualizando las cifras. ¿Es así? ¿Y tiene cara para presentarlo como suyo?

La gorda ni pestañeó. Muy suavemente dijo: Pedí a mi ministerio que me actualizaran la estadísticas.

Ni siquiera lo había copiado, se lo habían mandado impreso, con su nombre. ¡Quéchanta!

Es una vergüenza que una alta funcionaria como usted tenga la cara de coger una tesis de otro y presentarla como propia. Eso no ha pasado nuca en este Instituto, es intolerable.

La groncha, pariente, amiga o fato de Somoza, no abrió la boca. La miró con los ojitos semicerrados por unos gruesos párpados. En su mirada se podía leer algo como, "No me rompas las bolas flaca, que con un telefonazo te puedo hacer mierda". Mientras, posiblemente, debajo de la mesa la sincera y honestaprofesora recibía una patadita que alertaba, "Pará la moto, que nos jodés a todos".
La gorda recibió un diploma dorado.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021). Se puede conseguir en: www.andresmontesanto.es/literatura.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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