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Veraneo feliz, sin pensar lo que aguarda

martes, 05 de julio de 2022
No me cabe la menor duda. Para ser feliz hay que ignorar el futuro. Es la versión siglo XXI del malestar fruto del saber, analizar y predecir los tiempos que se aproximan. ¿Cuándo?. En cuanto pasen las vacaciones. Si el regreso promueve un síndrome pos vacacional, esta vez nos vamos a enterar lo que vale un peine...

Todavía no hemos superado la pandemia. Estamos en una séptima oleada creciente.
Las aglomeraciones sin mascarillas y con esa alegría tras dos años ausentes en nuestra cultura del ocio compartido, es y será la mejor cadena epidemiológica para contagiarnos con la última variante del COVID. Cada festival, cada romería, cada concentración propia del modelo convivencial del que nos hemos dotado en el pasado siglo XX -ni hemos aprendido, ni lo hemos superado- se cobrará cifras escalofriantes de morbilidad y mortalidad. Pero se ha impuesto la desesperación. Hay que llenar las arcas públicas con los movimientos turísticos propios de nuestro país. Y es que han tapado la boca a los epidemiólogos. No le hemos vuelto a ver al tal Simón pronosticar cuál es la curva del contagio y sus consecuencias para el sistema sanitario. Es más. No creo que lleguemos a finalizar el veraneo sin que los hospitales y centros de salud no avisen de la plétora que como de costumbre caerá sobre las espaldas asistenciales del servicio nacional de salud y sus trabajadores.

Nos ofrecerán la cuarta dosis de vacuna. Nos invitarán a guardar las distancias. Nos aconsejarán evitar ciertos lugares en los que compartimos espacios. Puede que se les ocurra alguna idea genial como prohibir fumar hasta en las terrazas y playas. Siempre es preciso tener algo o alguien a quien poder echar las culpas de nuestros errores. Algún laboratorio hará su agosto. La industria farmacéutica tendrá pingües beneficios. Las encuestas más o menos apañadas terminarán por decirnos que las víctimas eran o son personas de riesgo por otras patologías.

A lo que hemos sufrido desde el invierno del 2020 cuando se declara el estado de alarma, hay que darle dos versiones. El impacto del COVID-19 en la Economía Española, que puede leerse en el informe suscrito por el Banco de España. Los efectos brutales que nos esperan como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania con restricciones en el suministro de energía y una pendiente imparable de la inflación.

Alguien ha decidido que seamos felices, al menos durante este verano. Luego vendrá el "tío Paco con la rebaja". La cuesta será otoñal. Los precios que nos encontraremos al regreso de las vacaciones serán o ya están siendo insostenibles. Pero entre las noticias de los fichajes futbolísticos y el descanso playero, si además procuramos no leer las páginas salmón con los vaticinios económicos, podremos vivir en la ingenuidad de aquello tan español: ¡Ya saldremos de esta, como hemos salido de otras!. ¡Mientras, que nos quieten lo bailado!.

Por cierto, una maldad. Al Gobierno que le toque enfrentar la recesión otoñal y los precios desbocados, no le quedará resuello para ganar las próximas elecciones.

Se trata de asumir lo que hay. Adaptarnos. Convivir con el virus y con la guerra. Y para las cuentas públicas, con el permiso de los prestamistas FMI-BCE-ECOFIN, la dieta es conocida. Ingresar más, mediante una política fiscal recaudadora; gastar menos, mediante unos presupuestos restrictivos que además, y dada la coyuntura tienen todos los números de prórroga por falta de mayoría parlamentaria que los apruebe.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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