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Operación: Cuñada (9)

martes, 14 de junio de 2022
No te pongas rufa, Felisona, que igual te caes en esa Caldera del Bandama, en un aparente descuido, que cuñadas así, potables como tú, quedan cuatro docenas en ese Ifni de las chumberas, ¡qué es lo único que tiene, tetas y chumberas!
Esto además de mi Manolita, que la tengo en reserva, que incluso la tuve que mentir, y precisamente por tu culpa, chapona insaciable, talco absorbente..., ¡más que una mora de aquellas del burdel! ¿Mentirle a mi Manolita, yo, por culpa tuya...? ¡Más aún, que más hice: mentirle a mi propia madre, que le tengo que escribir, hoy, hoy mismo, sin falta, que no lo sepa por su colega del pazo de Sarceda...! ¡Y a ver que le digo, que esa hidalga es capaz de desheredarme, de hacerles un simulacro de venta a sus sobrinos...!
¡Orlando, Orlandiño, que es como ellas me llaman, mírate en este espejo de tus cobardías..., que si fueses valiente, te pegabas un tiro, antes hoy que mañana! ¿Hidalgo y teniente, teniente y calavera..., calavera y cobarde? ¡Sólo un cobarde de mi clase y casta es capaz de casarse sin decírselo, primero, a la que fue su novia desde la mismísima cuna! ¡Novia única, excluyente, prometida de siempre! ¡Y por segundas, que ni se lo dije a la madre que me parió!
¿Esto, esta actitud, rotundamente plebeya, se llamará huida...? ¡Si, entiendo que sí, que se trata de una huida cobarde, cobarde y vil! En este caso, teniente Neira, vete del Ejército, no lo vilipendies..., pero..., ¿seré capaz de eso?¿Seré un traidor, el único hidalgo español que renuncie a la carrera de las Armas, en todo lo que va de siglo? ¡Estoy apañado, sin Armas y sin Letras! ¿Qué me queda? ¡Criar vacas en los prados de la Olga, agarrarme a la mancera del arado, como el último de mis criados? ¡Dios, qué vergüenza para un hidalgo, para un hijo de algo!
La excursión valió la pena, que los distendió, a los dos, mayormente para aliviar en Orlando aquellas obsesiones suicidas que llegara a tomarlas en serio. Bien estudiado el terreno con la lectura de abundantes guías turísticas y otras referencias personales que tenía de la isla por conversaciones con compañeros que anduvieran por Canarias, el novio tuvo la humildad de conectar a su mujer con las particularidades palmeras, sin ostentaciones, sin que ella se sintiese avergonzada por sus diferencias culturales.
Por la noche, bajo pretexto de quedarse en un extremo del salón para leer un libro que trataba de la historia guanche, consiguió que Felisa, mostrándose exhausta por las caminatas de la tarde, le dejase a solas, oportunidad que aprovechó para explayarse con su madre:
Naiciña, -le puso, -no sé por dónde empezar, que esta es la carta, la novedad, más difícil que nunca te he dado. Si te tuviese acostumbrada a comunicarte suspensos, tal que en conducta, en ese caso me sería más fácil. ¿Ves como no se puede ser un buen hijo? Vaya por delante este autobombo, ¡para atenuar lo que viene después!
Resulta que resultó que me tuve que casar, así, de repente, casi que por una cuestión de honor, con una chica que vino de Verín, cuñada de un sargento amigo mío. ¡Casamos anteayer! Hoy, en esta fecha, estamos aquí, en este hotel de las Palmas de Gran Canaria, gozando de una especie de luna de miel...
Para mí, que soy el interesado, -ahora que no se estila aquello de esculcar moza-, esta decisión estuvo clarísima: un flechazo, un trancazo, una fiebre, una debilidad concupiscente, carnal..., ¡que remató en la iglesia! Ya sé que tú, no, que en tu Providencia entra todo, ¡todo, menos un casamiento trapacero! En cierto modo no quise correr el riesgo de que me la rifasen, de que me la quitasen de las manos, que ella, esta tentación de la que te hablo, tenía muchos pretendientes, ¡de verdad que sí! Y todos me ganaban en estrellas!
¡Ya lo sé, naiciña, ya lo sé! Pero no soy un hombre apropiado para esa grácil, para esa angelical, Manolita. Me muevo en un ambiente áspero, marcial, luchador, ¿comprendes? Estoy sujeto a movimientos, ausencias y traslados o destacamentos continuos; por lo menos, frecuentes. Estoy bastante revuelto, más o menos como le pasa al país; intercalado con muchísima gente, con gente despersonalizante, ¡de todas las cunas, de todas las hechuras! ¿Entiendes esto?
Todo lo contrario de lo que le conviene a una Maestrita paceña, de las de pazo señorial, con clara vocación pedagógica, que no se sentiría realizada si tiene que pedir la excedencia por el amor de un tránsfuga, de un esposo que padece la enfermedad de su vocación profesional, y que cuenta con buenos antecedentes de la Escuela Militar: puntos de baremo que me permiten esperar una brillante carrera si me muevo apropiadamente, si acumulo servicios en estas Fuerzas Especiales; quiere decirse, abonos dobles, cursillos y cursazos, ¡Estado Mayor inclusive! ¿Verdad que sí, que me entiendes, que comprendes estas obligaciones, y con las obligaciones, los ascensos? Cosas de la milicia, que aunque alguna de ellas te resulte abstrusa, como te las dice tu hijo, ¡palabra de Dios! Por otra parte, bien sabes que siempre he sido algo tarambana, pero, lo que es mentiroso, ¡nunca!
También sé que te he metido en un compromiso con esa dilecta e ilustre familia de los Rancaño de Sarceda, pero, ¿qué puedo decir, qué puedo añadir al relato de mi párrafo anterior? Tan sólo que me disculpes, o mejor aún, que no me culpes, naiciña. Aparte de las razones profesionales, si alguna ligereza he cometido, hazles comprender que son asirocamientos de un militar estrellado, que se estrelló, que se obsesionó, acaso carnalmente, atraído por la típica “cuñada”, que es un fenómeno social sui generis, importado de nuestro Protectorado de Marruecos... Se trata, que aún no te lo dije, de una tal Felisa…, una mujer exuberante, de esas que rompen y que rasgan..., ¡su propio justillo!
La conquisté, la gané, con el lustre de mis estrellas; por ahora, sólo dos, pero..., ¡voy camino de la tercera! En esta hidalguía, en la castrense, ¿sabes?, no te somos de donde nacemos sino de donde pacemos, o más exactamente, de donde hacemos la guardia, ¡que mientras no sea encima de los luceros, bien nos va!
En cuanto a mi frescura de no traerte a la boda…, ¿qué te puedo decir? En esto no me puedes censurar, que doy por sentado que aunque te lo dijese a priori, tú no hubieses venido. ¿Pruebas? Bien te llevo insistido, de meses atrás, para que vinieses a verme, a Ifni, ¡que precisaba, y mucho, de tu cariño, de tu aliento! Si tu pretexto era, antes, que no te atreves a subir en un avión..., ¡en avión tendría que ser ahora, para que pudieses oficiar de madrina!
¿Qué más? No, mamá, no me hagas decirte más cosas, ni darte más explicaciones, que bien me cuesta escribir esta carta explicativa, ¡casi que un testamento, una confesión in extremis! Permíteme insistir, tan sólo esto, naiciña, en que este es el primero, o, de lo que no, el más grande de mis disgustos; pero alguno podré darte, que entiendo que no hay hijos sin disgustos...; ¿si, o no si? Como te prometo no repetirlo, que el Tribunal de la Rota no me lo permitiría..., ¿verdad que me perdonas? ¡Gracias por eso, mil gracias, que no espero menos de tu hidalguía!
Un abrazo de reconciliación, ¿sí? De lo que no, que sea de simple afecto materno-filial. La culpa, en definitiva, es tuya, por no tener más hijos, pero quisiste conservar íntegros los dos patrimonios, el tuyo y el de mi padre, así que, ¡no puedes trasladar, no puedes desplazar, no puedes eliminar, mi heredad!
De hijos a nietos: Ya verás qué rapaces más guapos y más robustos te daremos, ¡te dará esta Felisona! Felisa Diéguez Barosa, o Varosa, que ni ella misma está segura de cómo se escribe, es, potencialmente, un ama de cría, como aquellas tetudas que iban criar a Madrid antes del Glorioso: Campera, de raza selecta hispano-portuguesa, recia y sana. Tan culona como pueda serlo la mejor de nuestras vacas teixas. Es talmente la madre, la matriz, que recomendaría un veterinario para encastar con un toro de raza, ¡yo!
Por supuesto que le hablé de ti a Felisa; le comenté lo gran señora, lo distinguida que eres, pero hice mal con este anticipo porque ahora la tenemos asustada, alucinada, abraiada que decimos los gallegos.
Para cuando lleguemos a Santiago, quiero decir, a Coruña, que será en la próxima semana, -tu espéranos en tu hotel de costumbre, en ese “Riazor” de tus amigos y vecinos, Graña y Mazoy-, espero que me tengas perdonado, y entonces..., ¡entonces, fiesta rachada! Digo que nos esperes en la Coruña porque en este viaje no me conviene ir a la Olga..., ¡que ya te percatarás del por qué! Les das saludos a los Rancaño..., ¡si me los aceptan! Y por Dios te pido que no les enseñes esta carta, que en algunas cosas se contradice con la que acabo de enviarle a “nuestra” Manolita!
Abrazos de los dos, ¡que ahora, quieras o no, tienes dos hijos! ¡Mira que fácil te fue parir el segundo, la segunda! De este modo no habrá que hacer partijas en eso de la herencia...
Otra vez abrazos, muchos, que los míos son, van, de todo corazón. ¡Ah, y no me desheredes, que algún día volveré a mi/a nuestro pazo; si antes, no, de teniente general jubilado, si, y con la faja colorada! ¡Ya verás qué bien va quedar mi foto en ese salón de los retratos: Excmo. Sr. D. ..., heredero de toda la nobleza de estos antepasados!
Hasta la semana que viene..., a mediados! Y ponte ropa de abrigo..., ¡que ya entramos en el inverno! De aquí, de Canarias, te llevaremos unas mantelerías, cosas de casa, en bordado canario, que son un primor, ¡a juego con la señora del pazo de la Olga!
Te quiere mucho, tú
Orlando
-.-


De vuelta a la suite, una rifa; ¡otra, que ni que fuese el pan de esta boda!
-Orlando, también tardaste en subir; acuérdate que me dejaste sola, otra vez, y en esta ocasión, de noche, en este páramo de habitación, con estos muebles oscuros en los que me parece ver el fantasma de Franco en calzoncillos... ¿No te acuerdas que nos dijo ese limpiabotas que Franco salió de aquí, de aquí mismo, para hacer la guerra…, porque se le aburría Carmencita de tanto tenerla guardada, encerrada, en una de estas habitaciones?
-¿Ya estás rezongando? ¡Pon la radio, o lee un periódico, una revista...!
-Bien te dije que me siento enjaulada, encogida..., ¡y cuanto más grande es la habitación, más miedo les tengo a sus fantasmas!
Este mozo, antes de casar, no me dejaba a solas ni por un instante, que todas las ocasiones le servían para..., provocarme, y ahora, con la luna por delante, se satisface con un pellizco, ¡y para eso, de cuando en vez!
El novio, comido por aquellas hormigas asesinas de su conciencia, en aquel autocontrol incontrolable:
-¿Mujer, vuelves con tus enredos? ¿No te dije que me quedaba abajo para leer..., con el poco tiempo que tengo en el cuartel para eso? Lo que pasó fue que amplié algo porque me dio por escribirle a mi madre…, para que nos espere en Coruña..., y total, cuatro líneas!
¡Menos mal que le dejé el sobre al Mozo de los Recados para que lo lleve a Correos, pues, de lo contrario...!
-¿Una simple carta, y te llevó tres horas? ¿No andarías de ronda, tal que buscando una de esas que dicen que están al punto..., como los taxis? ¡Mira, Orlando, que lo nuestro tendrá mucho de luna, pero lo que es de miel...!
Estas canarias, tan simpáticas que se presentan, igual son fáciles, y tratándose de un teniente, así de apuesto, tal que el mío..., Dios me libre! Debiéramos irnos directamente para Galicia, que aquello es sitio frío, pero este hombre dijo: ¡Media vuelta, ar!
Con aquel enemigo de par suya, con aquella arrayana tan desconfiada, curtida en mil lances, experta en todos los trucos de la frontera, no había evasión posible, así que, Orlando, por muy pícaro del siglo XX que fuese, se vio cercado:
-Mira, mujer, que desde que oíste en Sidi Ifni aquellas exageraciones de que todos los moros tienen su harén..., nada, que crees que un hombre es un garañón, más o menos como aquellos de Tras os Montes. ¡Déjame algo de libertad, pues, ya ves, tarde o temprano, siempre vuelvo contigo, y cada vez más enamorado!
Estuve escribiéndole a mi madre, en efecto, tal y como te dije. Considera que fue, que tenía que ser, una carta muy larga, explicativa, difícil para mí, por..., por la sorpresa que le doy! Después de eso, llevé la carta a Correos..., -le mintió para mejor justificarse-, que urge avisarla para que nos veamos en Coruña, para que nos espere..., pues yo, en esta colonial, prefiero no visitarla en la Olga... Y luego que a ella le gusta pasear por los Cantones, luciendo sus pieles, y también las joyas de la familia...; ¡todo eso!
Calcula que esta carta va por avión desde aquí hasta Madrid, y después en tren, y luego en los coches de Trigo, que son los buses que llevan todo el correo de mi comarca... Tiene que dejar instrucciones a nuestro mayordomo, y ponerse de viaje para Coruña, de contado. Nosotros iremos en un avión directo, a Santiago, que de eso me ocuparé mañana, mañana mismo. ¡Estrategia, planificación, monada! Exactamente igual que para dar una batalla, ¡que por algo aprobé en Zaragoza!
Mucha planificación la demostrada, en efecto, pero algo no le cuadraba a Felisa, que ella también “aprendiera” a planear jugadas..., ¡alijos de contrabandista!
-¡No lo entiendo! ¿Tantos días que tienes de permiso, y no iremos a vuestra finca, a esa Olga, que dices que está después de Lugo, donde vive tu madre…?
-Mujer, la luna de miel de un señorito consiste en viajar, en gozar, en amarse, ver mundo... A la Olga iremos..., ¡en la próxima!
Siento decepcionarte, Felisona, pero de esta vez no traspasas mi frontera, que tendré suficiente con calmar, con acallar a mi madre. Si me coge por allá, después de lo que hice a su sobrina, ese gánster de Sarceda, su tío Manuel, ese cubano de los hoteles puteros…, es capaz de pagarles a cuatro matones!
¡Qué no, que no les cuadraban las cuentas! Felisa, con esa intuición brillante de una gallega desconfiada, extremosa en suma, se retorcía las manos, y con ellas, el cerebro:
-¿Es que no piensas enseñarme esa Olga, tanto que me llevas hablado, y jactado, de tu casona, de los caseros; los árboles centenarios, los caballos...? ¡Pues mira, tengo para mí que eso de montar en tus caballos, uno por uno, claro, me gustaría bien más que hacerlo en aquellos burros de Riós, aquellos que soltábamos en la Raya con el contrabando…
¡Este chufón...! ¡No sea el diablo que tanto hablarme de ese pazo…, y lo mismo no es de ellos, que señoritos finos y vacíos también los teníamos en mi tierra, desde Verín a Chaves!
-Ruliña, miña rula, frena con tu imaginación, que para aldea, de esta vez, nos llegará con pasar unos días en tu villorrio... ¿Cómo le llamaste…? ¡Ah, sí, Os Ríos, en las extremas del señorío de Monterrey! Pues mira que chico es el mundo, que de allí mismo, de ese castillo, procede alguno de mis antepasados. Más es, que en la biblioteca de la Olga tenemos algún libro que fue impreso precisamente en la imprenta de Monterrey..., que por eso les llamamos incunables!
-¡Que no, rapaz, que no es así; hay que decir Riós, con la tilde en la o: Rióóós! ¡Tanto presumir de culto, y va resultar que eres el único gallego que no sabe de qué pueblo llevó a su mujer!
Este carota me decía el otro día que de geografía nadie como los militares, que la estudian a fondo para saber por donde tienen que avanzar... ¡Eso será cuando dominen el mundo, que por hoy les llega con guardar Ifni, que cualquier día se lo quitan, simplemente con stabas, con escobas, eses desharrapados del Istiqlal!
Aquel brazo de sus abrazos portaba dos estrellas, ¡de seis puntas!, así que no se lo iba a torcer una simple contrabandista:
-Mi querida portuguesita de la raya, fronteriza de todos los montes; casi que de Tras os Montes..., ¿desde cuándo los ríos son riós? Será en tu tierra, en tu curro, allá donde Judas se colgó de una higuera, pero lo que es por mí…, ¡vale! En este caso hagamos riós de tus corgos, de tus rielos... ¿No dijiste que tus padres no podían venir a nuestra boda para no dejar la hacienda abandonada? ¡Claro, en los Riós..., por miedo a las crecidas de los ríos! Pero, ¿de cuáles...?
El carácter mordaz, burlesco, propio de señoritos mimosos, tal que Orlando, sacaba de sus goznes a la pánfila de Felisa, que bien sabía ella, por experiencia vital, que eses comportamientos sólo los utilizaban los tales en presencia de miñaxoias, de gente con complejo de inferioridad. ¿Qué no sería, qué no pasaría, si llegase a oírle, o por lo menos a notarle, aquellos pensamientos mefistofélicos, vitriólicos, a los que se estaba aficionando aquel hidalgo trasnochado, tenido por modelo de virtudes castrenses nada menos que en las Fuerzas Especiales del África Occidental Española?
¡No podían abandonar su hacienda..., esa hacienda a la que llamamos contrabando..., que ese es su ganado..., en propias palabras de su propio cuñado, ese alcahuete que la llevó de cuñada para Ifni, para eso, para colocarla, para contrabandearla!
-Mujer, habla, que eso de la facenda, o de la hacienda, eso de tus vacas, ya sé cómo es, que me lo explicó ese introductor de embajadores al que llamamos sargento López. Que no te dé vergüenza, pues cada quien se gana la vida según puede, ¡o le dejan! Cogéis cuatro vaquitas, sean vuestras o del vecino, y las lleváis a pastar a las veigas de la raya; y acto seguido asubia el portador desde aquellos sotos del otro país... ¿Qué hay vigilancia en los alrededores? ¡En ese caso os ponéis a aguijonear en las vacas, cara a dentro, cuesta arriba, para que entienda el cómplice que procede recular, huir, apartarse de la raya! ¿Es, o non es, así?
La rapaza, Felisa, que sí, pero que no:
-Déjate de fábulas y dime la verdad en eso tan extraño de que no quieras llevarme a tu pazo..., ¡con lo que os gusta presumir de ellos! Sin ir más lejos, en Sidi Ifni, todos sabemos de varios que los tienen..., ¡por lo que de eso llevan hablado, hablado y presumido!
-¿En Ifni, quien?
-Lo sabes de sobra: Álvarez Chas de Borbén, Ramírez de Berger y de Posadilla, los Maturana, los Ortiz de Rivero, los González López-Yebra..., ¡y tantos otros!
Orlando no le contestó cara a fuera, pero si lucubró en sus adentros enfermizos:
¿Dónde me escondo si aparece por la Olga ese clan de Sarceda, todos unidos, hechos una piña? Tendría que echarme a las carballeiras, o subir a la Xesteira de Cubeiro, o internarme en los montes de la Panda..., ¡como hicieron aquellos huidos, aquellos rojos del 36!
¡Pero de eso, nada, monada, que este Orlando, yo, servidor, seré un cobarde, como vengo demostrando, que siempre acabo descubriéndome a mí mismo, pero de aquí en adelante no bajo la guardia, ni de permiso! ¿Valor, me he referido al valor? ¡En la Hoja de Servicios, se me supone! Pues, entonces, a vivir de esa suposición, que lo que es mañana..., ¡mañana, como dice el lema carlista, Dios, Patria y pan!
-Ya me percato de que no llegaré a saberlo, que no llegaré a conocerte... Mi cabezón, asumiré resignada ese refrán que nos encarcela, por lo menos a muchas: ¡las mujeres casadas, pata quebrada y en casa! Otro dicho que se me viene a la chola: ¡Mal de muchos, consuelo de parvos! Sea, luego, lo que tu mandes, que las estrellas son tuyas, pero yo digo que en lugar de quedarnos en Riós junto a mis padres, mejor cogemos una habitación en Verín, que allí también hay señoritos, y así te sentirás más..., más estirado! Al regresar de Coruña, por supuesto.
-¿Y por qué no en Riós, ahora que me acostumbré a pronunciarlo?
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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