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Operación: Cuñada (8)

martes, 07 de junio de 2022
En aquella jornada no hubo otros incidentes dignos de mención. Orlando llevó a "su" Felisa en un taxi a la Caldera de Bandama mostrándole un cráter volcánico extinto, cosa que le hizo poca gracia.
-Siempre he oído decir que los diablos echan lumbre por la boca, igual que un volcán. En este caso, si un volcán se apaga, el diablo también puede redimirse..., ¿no si? ¡Tendré que preguntárselo al Páter!
-Pregunta, mujer, pregunta, pero hazlo cuando yo no esté presente, que de mi esposa sólo tengo derecho a reírme yo, yo mismo! Por lo menos, díselo en confesión, para que..., ¡para que no pueda comentar en público tu ignorancia!
-¡Está bien! En este caso, no me enseñes nada más, nada que sea novedad para mí, que así sólo podré hablar de lo que entiendo.
Tan de acuerdo estuvieron que a la vuelta, en otro taxi, Orlando se dedicó a leer folletos turísticos, y "su" Felisa no quitó los ojos del paisaje palmero, encantada con aquellas novedades, con aquella naturaleza, tan diferentes de su Verín y de su Ifni, que eran las localidades que mejor conocía. Se apearon en Viera y Clavijo, donde el novio la llevó a una joyería para mercarle un collar de perlas cultivadas.
-Estas no son de la categoría de las que suele llevar la señora del Caudillo, ¡pero cómo ni yo soy don Francisco, ni tú doña Carmen...!
-¡Vaya, menos mal que te entró la humildad, que ya te veías de faja, y para eso, de mozo, antes de engordar!
-Toma buena nota de lo que te voy a decir: Dios mediante, llegaré a general, ¡con fajín, que no faja!, y tú serás mi dueña y señora..., ¡si es que te dispones a culturizarte!
-¿Qué quieres decir, que si no voy a la escuela, mayormente a la tuya, me vas a dar la papela, como hacen los moros? En ese caso va ser mejor que pidas traslado para una ciudad grande, que a mí, con aquel señorío del Casino, me dará corte que sepan que me pones una maestra para educarme!
-Mujer, ¿a qué viene eso?
-De sobra lo sabes: ¿no me tienes dicho que un tal Salmerón, uno que fue Presidente de la Primera República, le puso una maestra a la nuera, que era la propia criada, una moza de tu tierra, casada con Nicolás Salmerón hijo, que era un listorro, periodista, abogado, boticario, y no sé qué más; y que lo hizo, que la mandó educar, para poder presentarla, en Madrid y en París? Pues, si tanto te avergüenzo, la cosa está fácil: ¡Mándame a la escuela; o déjame aquí..., hasta que me pongan presentable!
En la segunda noche no hubo maniobras, que en ese día la luna se puso de cuernos, ¡menguantes! Durmieron mejor que el primero pues Orlando no abrió la boca, y Felisa, con el temor de enfadarle, se privó de todo tipo de provocaciones. Aburrido e incómodo por aquel silencio, que él tampoco hizo nada por quebrarlo, temeroso de que la recién casada se pusiese a sondearle, a hurgarle en la conciencia, se decidió, de nuevo, a almorzar en la barra de la cafetería.
-¡Buenos días, teniente! ¿Que manda...?
El miles, sorprendido por aquel tratamiento, a la vez que halagado:
-¿Cómo sabes que soy teniente..., si llegué y ando de paisano, hoy igual que ayer?
-¡Pues..., porque le trajeron este sobre, de ahí, de la Representación de los Tiradores de Ifni! Aquí pone: "Para entregar en propia mano al Teniente Neira". El soldado me dijo que dentro de ese sobre viene una carta, en otro sobre, y que lo recibieron hoy mismo, en la Estafeta, pero que le llegó a usted ayer, a Sidi Ifni, en el correo ordinario, desde que ya salieran ustedes... ¡Esto es lo que entendí!
-Y, ese soldado..., ¿por qué no subió para dármela en propia mano..., por si tengo que responder?
-La verdad, señor, es que no me he atrevido..., ¡como siguen con ese cartelito de no molestar...!
-¿Dónde, dónde me siento?
-Puede pasar al reservado de las reuniones, que ahí hay papel, y también sobres del hotel..., ¡para eso, por si tiene algo que responder!
-...
Rasgó y leyó. ¡Aquellas nuevas eran viejas! Viejas, atrasadas, tardías, pero..., ¡terribles!
...
¡Lo que me faltaba a tal momento: esta carta de la maestrita del Piornedo! Esto de que los militares tengamos que ir dejando nuestras señas, ciertamente es un peligro, de los grandes. ¡Y menos mal que se me ocurrió bajar a la cafetería...! Le voy a contestar, y desde aquí mismo, ya, pero, ¿cómo le digo el motivo de escribir en papel timbrado, de este hotel?
-Camarero, no tendrás papel, y sobres, que no sean..., eso, timbrados?
-Se los puedo traer del quiosco de la esquina... ¡Cuestión de dos minutos!
-.-

Manolita, mi sol: ¡Se me pasó felicitarte por Navidades, pero, total, aún estamos en el Año Viejo! Verás por el sello que esta carta va cuñada en Canarias... Se trata de que he venido, ida por vuelta, en la Estafeta, para conducir un moro de Tiradores que nos conviene desterrar, mandarle lejos, pero por Canarias, porque...; ¡ya te lo diré en persona!
(¡Dios, que inventada más estúpida, pero, cómo le digo que estoy de luna de miel?)
En la paramera de Ifni, como non tenemos nevadas, nada externo invita a nuestras celebraciones tradicionales, tan hogareñas que son en nuestra tierra. Aquí no tenemos nieve, ni filloas, ni rapazas hermosas que canten los Reyes..., pero es buena cosa tener una santita, aunque sea a distancia, a dos mil kilómetros en el mapa, ahí arriba, cerca del cielo, pongo por caso en esas cumbres de los Ancares... Una santa que, como tal, sepa perdonar los extravíos, los extravíos y también las omisiones de este infiel, ¡que para más inri vive en un Territorio de infieles!
Precisamente, como tú eres un ángel...
(Me pregunto, de propósito, ¿es cierto que hay ángeles hembras? ¡Seguro que sí; casi todos! Pues, en este caso, no lo quisiera, ¡que no es correcto engañar a los ángeles!)
No, mujer, no puedo consentir que le estés guardando las ausencias, en lo mejor de tu vida, en esta edad de merecer, a este aventurero, a un tarambana como yo. ¡En serio! Así que es mejor, es necesario, que de aquí en adelante me consideres un amigo, sólo un amigo, pero..., de los buenos!
Tendré que bajar mis ojos, mis ojos golfantes, a una chica más..., más vulgar, de mi estilo...; ¡más terrenal! Últimamente, y por eso me franqueo hoy, anduve cavilando, discurriendo, que no es justo que tengas por novio, ¡tú, un ángel!, a este tarambana prosaico: un golfo trotamundos, un donjuán vulgarote, de los de tercera. ¡Soy de los Neiras, es cierto..., pero sólo de apellido! Además, es probable que tarde en ir por ahí, pues ando particularmente atareado, de maniobras que se dice, metido en cierta operación, oficial pero secreta..., ¡inevitable, típica, propia de este Territorio, de sus usos y de sus costumbres!
No me hace gracia tener que decírtelo por carta, pero te debo esta franqueza, siquiera sea por un mínimo de nobleza, ¡si es que aún me queda algo de aquellos ilustres de la Olga! Cualquier día, uno de estos, me casaré; acaso con una muchacha de las que andan por aquí... ¡De chacha, no, de cuñada, que para el caso igual da, un empate!
Manolita, encanto, te quiero mucho, muchísimo; ni sabes cuánto, pero sólo como amigo, como compañero de juegos de la infancia, pues de adultos los juegos son otros; amigos, hijos de amigos, de amigos entrañables, que otra cosa no sería propia, tanto para ti como para mí. Con sinceridad, permíteme insistir: no soy el tipo que te mereces, y si alguna vez he sido ángel, hoy..., ¡cataplum, caído! Me eché, o me echaron, al mundo, con demasiado mimo, ¡y así me fue!
No te enfades, mujer, pues los calaveras desleales, tal que yo, no armonizan con los ángeles; ¡no podemos compartir yugo contigo, con tu sensibilidad!
Orlando

Plegó y encoló; pidió sellos y se la encomendó, con una espléndida propina, al mismo camarero que le trajera el papel, pero sin levantar los ojos, quedándose en la mesa con un periódico entreabierto, en el que sólo vio, o leyó, su propio pensamiento:
Con algo de suerte, y con lo guapa que es, esa niña me olvidará, espero que en breve, así que, con esta carta mentirosa, trapacera, evasiva, alivio mi conciencia, o lo intento, que bien noto que se me da mejor hacerlas que explicarlas!
¡Pero mira que me tentó el diablo en esto de soñar contigo, Manolita, precisamente ayer, con la tuya de camino, en la mismísima noche de bodas..., y eso que la luna estaba menguando!
Le puse que soy un donjuán, evocando aquel burlador que las olvidaba al momento..., ¡pero eso es una mentira monstruosa, otra, que nunca se me quitará de la memoria esa vieja prometida, mañana por noche, por días de vida!
-.-

-Camarero, trae..., tráeme..., eso, un zumo de naranjas, que lo tomo aquí, aquí mismo. Por cierto, ¿le llevaste el desayuno a mi esposa?
-No, señor, que usted nada me dijo; ¿qué le subo, que prefiere?
-¡Lo mismo que ayer, y rápido, sobre la marcha, que igual te reengancho! Ya reparé que aún no te creció el pelo, así que, ¡o estás de permiso, o es que te licenciaron estos días!
-Señor..., teniente, no se meta conmigo, que ya tengo la licencia. Me trajo para aquí, para este empleo, un cabo furriel, de mi quinta, que estuvo en la Policía de Ifni, y que es de la familia del patrón...
Como le notaba ciertas ínfulas al oficial, se permitió matizarle:
-Teniente, aquí, ahora, los clientes, todos, sin excepción, ¡y mire que hay gente de categoría en este hotel!, me piden las cosas de favor. Además de pedir, pagan, o se lo apunto para cobrar con la factura del hotel, que aquí no le es el caso de sus cantinas..., ¡que pagan cuando quieren y como les peta! No, no se enfade, que ya le veo el ceño, pero las cosas en este mundo son así, por tandas!
A Orlando, con sus dos estrellas y con sus nobles apellidos, sólo le cupo apretar los puños haciendo que colocaba los broches de sus bocamangas. ¿Por qué existirían esas libertades a las que llaman vida civil...?, se preguntó.
-¡Rapaz, sobre la marcha, pero, ya que luego, por favor! –Subrayó con ironía cáustica. –Más te digo, que la mía no es de esas que piden: ¡ella ordena, ordena y manda, así sea por lo civil! Súbele ese tazón de chocolate, con churros o con porras, ¡lo que tengas! ¡Un montón, que ella papa más que un recluta! A mayores, un zumo, pero que sea de piña. ¡Y a ver si te da propina, como hice yo!
Ausente el camarero, Orlando, con el periódico de nuevo ante sus ojos, pero sin leerlo, volvió a concentrarse en sus meditaciones, en aquellos pensamientos intra, secretos pero mal disimulados:
¡Vaya almuerzo, de lo más inesperado; horrible, mismo de hiel..., después de estas palabras mimosas, cordiales, poéticas, de mi Manolita! ¿Dios, por qué será tan angelical esa mocita de Sarceda, criada entre dos montañas, que me hace tan difícil, tan tortuoso, incluso aflictivo, este atolladero en el que me metió, o en el que entré yo mismo, llevado por esa estupidez a la que llaman libre albedrío, que me proporcionó una caída libre; eso sí, en las tentaciones carnales de esta Dalila, de esta calentorra a la que llaman Felisa, que no es precisamente un sinónimo de Feliz?
Acabo de casarme y ya me siento arrepentido; ¡sí, terriblemente! Dios, contéstame: ¿por qué cambiaría, torpe de mí, aquella sonrisa, aquella elegancia natural, aquella ingenuidad, dulce, encantadora; aquel porte distinguido..., de una maestrita que tal parece una creación angélica, una Inmaculada de las de Murillo, frente a las nalgas, crasas, pero duras y viciosas, de esta integral, fifty-fifty harina y salvado, confundible con un caballo velazqueño?
¿Cómo es posible sentir, padecer, este arrepentimiento tan rotundo, mismo trágico, por un vínculo indisoluble, al segundo día de un casorio? ¿Cómo diablos tendré que hacer para controlar esta situación, estas vicisitudes, esta circunstancia anímica, estúpida y torturadora? ¡En definitiva, irreversible! Me he metido en un dilema hamletiano, en una disyuntiva imposible, en un paradigma, negativo donde los haya, en un ser o no ser sincrónicos, simultáneos, aberrantes..., ¡y para eso, bajo juramento! ¡Dios haga que se estrelle el avión que nos lleve de aquí a Santiago...! ¡Amén!
En aquella habitación de la gran balconada, con nombre madrileño pero del más puro estilo canario, caoba por todas partes, Felisa medía, a grandes zancadas, todas las posibles distancias, antojándosele una auténtica jaula de canarios. ¡Como le gustaría saber cantar para mitigar aquella soledad inesperada!
-¡Vaya, ya está aquí el rápido de Bouzas! ¿Puede saberse dónde coño te metiste...; media mañana para tomar la parva? ¡No te llego yo..., y te fuiste de pesca! ¡Menudo novio este que me encontré aquel mal día, en un mal baile de la Casa de España...!
Orlando no le respondió hasta después de ducharse, ¡por segunda vez!, buscando en el frío de aquella agua salitrosa un calmante para sus nervios saltarines:
-¿Que decías...? ¡Ah, sí; que si me he metido en algún coño...! Va resultar que la procaz eres tú, tú misma! No, mujer, por ahora, en ninguno, salvo que me des motivo con tus celos estúpidos. Estuve..., ahí abajo, hablando con un Camarero, que casualmente acaba de llegar, con la licencia en la mano... Y leyendo periódicos, con olor a tinta de imprenta, que ya sabes que a Ifni nos llegan en lata, empaquetados, de varios días... En cuanto a ti, vulgarota que no garota, ya podías hacer otro tanto... Un oficial debe estar al corriente de lo que pasa en el mundo..., ¡que algún día puedo llegar a mucho, tal que Agregado Militar de una embajada...! Y por lo que a ti se refiere, si vuelves a usar ese taco tan..., tan basto, tan arrayano, en ese caso..., ¡te hago dormir debajo de la cama, tal que hacía yo con mi can de palleiro, con el Sultán!
Se le sublevaban todos: el camarero, la esposa... Felisa, convertida en una dama del Casino, ¡la élite ifneña!, en aquella suite del Hotel Madrid se sentía insignificante, dolida en sus interioridades. Una novia relativizada, que se veía, que se sentía, en soledad, al segundo día:
-¡Me tienes aquí arriba, hecha una maleta, como escondida en el desván; sola, olvidada en esta habitación tan grande que me apabulla! ¿Aprendiste de los moros a esconder tu mujera...? En este caso tendré que comprarme un velo..., ¡para que no me vean la cara!
Orlando, acorralado, consideró que, por lo menos, las formas debía guardarlas, ¡siquiera fuese por propia dignidad!
-Mi bien, sólo me entretuve un rato; si, ahí abajo, con el Camarero...; y después leyendo esos periódicos...; otro placer, que ya te dije que puedo llegar a ser el agregado militar de una embajada! ¡Lo felices que nos haría eso; a ti también!
¿Otro placer, dije? Pues no; no estuve afortunado en la expresión, pero lo que es esta tía..., ni de esto se percata!
Pero la "tía", que si no estaba sobrada de preparación, por lo menos disponía de un sexto sentido, de una inteligencia aceptable, no se dio por satisfecha:
-¿Orlandito, un rato...? ¡Me dijeras que subirías ese diario, la prensa, para aquí, para esta habitación, para leerlo "a mi vera", como dicen los andaluces! Por Dios te lo pido, una vez más, no seas mentiroso, ni de broma, que si algo odio son las mentiras..., ¡que estoy harta de mentirles a los carabineros de la raya portuguesa!
No sabía ella que lidiar con un hidalgo, por distante que estuviese de sus ancestros feudales, y máxime en la Gallaecia, que proceden todos, o casi todos, de aquellos mayordomos infieles, de aquellos segundones que quedaron al frente de las heredades cuando los nobles-nobles se fueron para Castilla, tras las sayas de la reina Isabel, es más difícil que verse con un mihura en la plaza de Linares. Por algo no le quisieron, Encarnita Martínez, la hija del fotógrafo, ni la "Reina del Zoco", todo un monumento, ni las guapas del Hotel Suerte Loca, ni tantas otras, cuñadas o no, pues aquel "Mihura" ya salió del avión como quien sale del toril, dispuesto a cornear aquellas "missis" de Sidi Ifni.
-¿Quien, yo? –Enfatizó con ironía. -¡Rula, yo te soy más cierto que..., que el Gaiteiro de Lugo! Y luego que estar aquí, contigo, en esta suite del Madrid, casi es como estar en la gloria. ¿No te acuerdas de lo que nos dijo ese mozo de los recados, el de las maletas, cuando subió las nuestras, que estamos en la misma habitación del Caudillo, en la que ocupó Franco en el 36, cuando se fue desde aquí para coger aquella avioneta con la que se dio una vuelta por encima de Tetuán... Como buen gallego, lo hizo de lejos, para ver si sus vecinos sacaran el ganado a pastar, para comprobar si ya estaban sublevados..., ¡pero todos, que en eso de astuto no hay gallego que le gane, ni siquiera los de Verín! ¿Te enteras? ¡Por tener, tenemos una suite histórica...!
Para ella, a tal momento, con aquella desazón que le estaba entrando, lo de menos eran las maravillas de su habitación, ¡asignada, que no gozada!
-Orlandiño, déjate de guasas y rematemos con esto, que si no fuese por la mañana, con lo que tardaste, yo tendría que pensar que visitaras, por ahí..., ¡no sé, a las cantineras del puerto!
-Felisa, esas bromas de mal gusto..., ¡no te las consiento, ni en broma! ¿Estamos? Si llegas a ser un soldado, te rapaba al cero!
¡Claro que se las consiento, eso y más aún, que más indigno que yo no hay otro, y luego que me tiene vencido, con la bandera blanca, con esta de las sábanas!
El carácter de ella, a pesar de aquella melancolía intuitiva, y de aquella fragilidad circunstancial en la que se sentía, estaba más entero que el interior de Orlando, cubierto, oculto, con una máscara intimidatoria.
-¡Rapaz, pues yo, tampoco, que encima de no darme una explicación satisfactoria..., y formal..., de esa tardanza, vienes de mal talante! ¡Tengo para mí que así no se empieza un matrimonio, que se supone que va durar tanto como dure el pellejo de los contrayentes!
El resto lo dijo de labios para adentro:
Si este carota desea acostumbrarme al papel habitual de un esclavo, de un asistente..., ¡va de culo, que no le pienso seguir el juego!
-¡Venga, mujer, o más exactamente, mujerona, mi adorable mujerona, para ya con esas artimañas, y vístete, que volvemos a la Caldera de Bandama, y desde allí, a Gando, y a Maspalomas...; alrededor de la isla, y comemos por allá, donde se nos tercie, en el mejor restaurante que encontremos. ¿Te vale así; te desenfurruñas con esto?
Al miles, a contrahílo, le vino otro arroto, otro acuerdo, como no podía ser menos con aquellos asirocamientos que cogiera en Ifni. Detrás de la cruz siempre anduvo el diablo, que es la atalaya de los cobardes, el refugio de los que pasaron de la luz a la sombra, tal que Lucifer. Detrás de la iglesia de Santa Cruz, junto al faro viejo, en el acantilado, la herejía, la caída abismal. En las tierras de Sidi Ifni, en aquellos yermos del infiel, acariciadas de cuando en vez por el siroco y por las plagas de la langosta, ¿qué otro maligno podía soplar? En Orlando aquellos remordimientos extemporáneos, aquellos desencantos inmediatos; y por lo que hace a Felisa, allende de su justillo, recelos, desencantos, dudas... El macho, por consiguiente, bravío, sufriendo por sus propias excentricidades:
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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