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El niño con el pijama de rayas

viernes, 26 de septiembre de 2008
Película de estreno que aborda el tema del Holocausto y que ningún ser humano debería dejar de ver. Ningún "ser humano" ¡qué curioso!.

En Auschwitz, fábrica de la muerte, hubo de todo menos "seres humanos" porque, tanto los nazis como los prisioneros (judios; miembros de la resistencia polaca e intelectuales polacos; prisioneros comunes alemanes; prisioneros de guerra soviéticos; judíos húngaros; gitanos; elementos antisociales y homosexuales...), que soportaron semejante barbarie, no pudieron serlo.

Me explico: los primeros por ejercer aquella maldad asesina, cruel y sanguinaria(siempre me quedaré corta), y los segundos por soportar, aunque fuera un día que es lo que duraron los que tuvieron algo más de suerte, semejante dolor de cuerpo y alma.
Soportar tantas penurias, tanta crueldad, para acabar muriendo... mejor cuanto antes.

El verano del año pasado, mis pies llegaron a pisar tales campos de exterminio; centros de matanza en masa con cámaras de gas para ejecutar lo que los nazis llamaban "la solución final para la cuestión judía".

Cuanto más me adentraba, más me perturbaba llegando incluso a sentir vergüenza por curiosear y pisotear aquel lugar voluntariamente, cuando tanta gente, miles y miles,
fueron llevados engañados y arrastrados por la fuerza.

Campos de concentración, de exterminio, campos de muerte criminal masiva.

Me fui perdiendo por aquellos campos, escudriñando cada rincón una y otra vez, experimentando sentimientos contrapuestos; intentando escuchar algún ruido, del más allá, que me llevara hasta esas almas que perecieron gritando y llorando de rabia, impotencia, incomprensión y dolor, sólo por ser considerados "raza inferior".

A veces, daban ganas de salir corriendo llevada por la ira, la rabia y el dolor pero, rápidamente, me decía a mí misma: "no seas cobarde, sigue adelante, conoce éste holocausto; fíjate en cada rostro enmarcado en las paredes de estos barracones. No dejes de mirar a ni uno sólo porque todos se merecen conocer su historia".

Historias trágicas de vidas acabadas por la inanición impuesta, los trabajos forzados, el hacinamiento, las epidemias, los experimentos médicos brutales, las ejecuciones, las cámaras de gas y la cremación.

Si fuera por mi, hoy día éste lugar sería sitio obligatorio de peregrinaje.

Declarado desde 1979 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO como uno de los lugares de mayor simbolismo del Holocausto o Shoah, debería ser un punto de encuentro, de referencia, al que todos los seres humanos deberíamos visitar alguna vez en nuestras vidas y poder rezar, orar, por cada alma allí asesinada aunque sólo sirviera para consolar sus lágrimas y llantos, allí derramados, que tantas veces suplicarían ser escuchados y salvados. Lugar de rezo, súplica o perdón. No dejan portar velas como simbolo de apoyo y solidaridad con las víctimas. Supongo que no quieren hacer de este campo de exterminio un lugar santo por lo mismo.

La gente que acude, habla pero no grita; a veces sonríe pero no ríe. Sorprende ver a la gran mayoría retratándose en aquellas fosas llenas de cenizas; o en las celdas y habitaciones de los barracones; o en los cercados de púas.

Yo fui incapaz de sacar una sola fotografía. Preferí utilizar mi mente, mi recuerdo, y no dejar en el olvido tal masacre para no tenerlo sólo que recordar al abrir un albúm de viajes.

En Auschwitz-Berkenau el genocidio, el asesinato en masa se convirtió en rutina diaria. Crímenes masivos llevados a cabo por fusilamientos, inyecciones letales, prisioneros hacinados en camionetas que morían afixiados gaseados con monóxido de carbono o ácidos; víctimas judías que llegaban en masa en vagones de tren pues los campos de concentración y de exterminio se construían en áreas semirurales cercanas a las vías férreas.

Al instante de llegar, hombres y mujeres con niños eran separados en diferentes secciones cercadas con alambre de púas electrificadas. Ancianos, enfermos, discapacitados y niños, eran rápidamente apartados para un final inmediato.

Se les obligaba a desvestirse y dejar todos sus objetos de valor. Se les engañaba metiéndoles en una sala subterránea para una supuesta ducha colectiva donde eran gaseados hasta morir de asfixia y, antes de pasarles al horno crematorio, eran de nuevo revisados para sustraerles anillos, dientes postizos de oro, pendientes y cabello, que junto con la ropa, se enviaba a la industria alemana para su reciclaje. Cuando los hornos no daban abasto, se les quemaba en hogueras al aire libre bajo la mirada de los demás prisioneros que día a día respiraban el olor nauseabundo de las chimeneas.

Los más fuertes, hombres y mujeres, eran escogidos para los trabajos forzados, para experimentos médicos, o para placer de los militares, hasta que iban muriendo uno tras otro en los trabajos forzados interminables o en las celdas de castigo para los sublevados y sólo se salvaron los que fueron rescatados al final de la guerra por las tropas rusas.

Hay quienes dicen que éste holocausto está muy explotado, muy hablado, que basta ya de recordarlo porque la historia está llena de otros cuantos.

Sí, amigo mío. Sabemos que holocaustos hubo y hay; que la gente sigue sufriendo y muriendo en distintos puntos del planeta y que todos los imperialismos derivan en holocaustos.

Recordar hechos como: la colectivización forzosa de Stalin entre 1929-1934; las conquistas imperialistas japonesas asesinando a millones de campesinos y obreros en el régimen colonial de China desde finales de los años 30 hasta 1945; la guerra química y el bombardeo masivo genocida que provocó la intervención militar del holocausto estaunidense en Corea e Indonesia; su asalto militar masivo en Iraq; el holocausto Palestino-Israelí; las virulentas y racistas campañas de exterminio contra los mayas entre 1980-1983; los regímenes latinoamericanos y amén de las conquistas europeas en toda América y muchos otros más... Todos conllevan al exterminio a gran escala de civiles no combatientes, por su clase social, étnica, racial o religiosa.

Pero la indiferencia, la anuencia, la cobardía y la incredulidad de muchas miles de personas acerca de los holocaustos, permiten que esto pase una y otra vez. Tanta tragedia no puede caer en el olvido, por eso, películas como ésta, o "La vida es bella" del director italiano Roberto Benigni, o "La lista de Schindler" del director Steven Spielberg, o "El pianista" de Roman Polanski, por ejemplo, nos ayudan, de vez en cuando, a ponernos en la piel de estas víctimas; a recordarnos la historia y nos alertan de que aún falta mucho para que la humanidad sea justa y se respete por igual.

A quienes no les guste el cine, o ir al cine para ver una película, siempre les queda un buen libro. En éste caso, el libro que da título y pie a ésta película que se estrena este viernes en España, "El niño con el pijama de rayas" es una novela del irlandés John Boyne. Pensada para ser leída por niños y adolescentes, su trama la convierte en novela para adultos, revolucionando el mercado literario el pasado año.

Espero que libros y películas como ésta, nos ayuden a reflexionar para un futuro más humano y ejemplar.
Antolín, Celia
Antolín, Celia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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