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No podemos ni debemos callarnos

lunes, 10 de enero de 2022
Todos sabemos que quien corrió con el esfuerzo y sacrificio de la pandemia fue la sanidad pública. La privada, no fuera arruinarse ella, estuvo viendo los toros desde la barrera y sólo colaboró cuando los distintos gobiernos autonómicos se vieron en la necesidad de recurrir a ella. Entonces, se firmaron pingües acuerdos de colaboración. Siempre es conveniente disponer de amigos en los despachos oficiales que faciliten la labor. Es un nuevo ejemplo de como la depredación económica de los fondos especulativos afecta a nuestros impuestos. Porque no olvidemos, todo lo que sea meter mano en las arcas públicas, influye directamente en nuestro bienestar.

Deprimente resulta ahora ver las deficiencias que soportan los hospitales públicos y como el grado de deterioro ha ido creciendo por la escasa o nula inversión. Es más fácil firmar conciertos sangrantes con la empresa privada, siempre es posible la mordida, que gastar ese dinero en crear las condiciones mínimas de trabajo que puedan animar a nuestros jóvenes médicos elegir ser útil en un hospital. Es más rentable, para algunos, permitir que esas sanguijuelas de los fondos buitres se enriquezcan, que dotar nuestros centros médicos de personal cualificado y otros medios materiales. Y esto es un problema que está entroncado profundamente en nuestra cultura. Si somos tan egoístas que sólo pensamos en que nos bajen los impuestos, en engañar lo más posible a Hacienda, en recibir becas y subvenciones, en que nos arreglen esta u otra carretera... y huimos de una tributación acorde a nuestros ingresos, entonces es posible, que la distribución equitativa con que soñamos, no sea satisfactoria. Si permitimos que algunos gobernantes se empeñen en destruir todo el entramado público del país, entonces caminaremos por la senda del ya deteriorado equilibrio económico. Ya hay excesiva desigualdad entre ricos y pobres y nada se aprende de la cultura americana, a la que tan aficionados somos, en ese sentido... Si no pensamos en buscar un equilibrio, siempre se mantendrá la nefasta dicotomía.

Y en este contexto, conviene recordar como hemos ido aceptando degradaciones y abusos en nuestro estado de relativo bienestar engatusados por políticos mediocres, cuando no mentirosos y ladrones. Nos hemos levantado muchas mañanas con los escándalos económicos de la corrupción de éste o aquel y los hemos visto salir casi de rositas; y no estoy hablando de ningún mindungui, sino de la llamada flor y nata de la sociedad; ¡joder con el helado!. Hemos soportado desmanes de nuestros referentes éticos y morales con la más absoluta indiferencia; hemos interiorizado de tal modo la palabra ladrón, asociada al político, que las personas decentes huyen de lo que por definición es alto servicio al país; estamos soportando, con un estoicismo brutal, situaciones de abuso y arbitrariedad que requieren cambios profundos en nuestro modo de vivir. Cierto es que no podemos, ni creo que debamos, oponernos a las innovaciones tecnológicas, ahora bien urge evitar la utilización torticera de ella para nuestro diario vivir. Personalmente, me niego a hablar con máquinas que no satisfacen mis demandas o no me entienden. Es un problema de ellas y de la empresa en cuestión. Y quien dice eso, dice que no podemos consentir a los bancos, viejos cotos de avaricia, y recordemos que reflotados con un dinero público que jamás devolvieron, que después de haber sido tratados con tanta generosidad, y recordando su actitud mendicante de nuestros ahorros, se hayan convertido ahora en inaccesibles búnkeres y soberbios y displicentes ladrones con los parabienes de los gobiernos; ni tampoco son asumibles el trato denigrante de colas insufribles y normas y condiciones que sólo los favorecen a ellos. Ni se debe consentir por más tiempo que los gobiernos acepten a pie juntillas las directrices de grandes empresas, que hipotecan el modo de vivir ciudadano. Tanto se les llena a algunos la boca con la palabra libertad y, en cambio, aceptan las correas económicas y normativas de nuestros esclavizadores. Cambiar de compañía eléctrica, telefónica, pedir cita médica... son verdaderas odiseas y están así programadas para aburrirnos.

Nos hemos habituado a vivir así, inanes, inertes, sin reflexión, más pendientes de la vida pancista a la que somos tan propensos, que de tratar de utilizar la cabeza para la reflexión. Siento decirlo, y perdónenme si alguien pudiera atisbar soberbia en mi afirmación, porque no es mi intención, sólo trato de decir que vivimos como zombis, alimentados por unas televisiones manipuladoras y una prensa acomodaticia, cómoda y domesticada con las subvenciones; somos títeres discutiendo sobre ideologías y enfrentándonos con caínita voracidad, perdidos en el proceloso mar de la duda sin haber renovado la escala de valores que nos permitía colocar cada cosa en su estantería.

Y en esta tesitura hemos llegado a un estado de avaricia, codicia o egoísmo, llámese como se quiera, que hemos entronizado al euro como el dios todopoderoso. Y yo me rebelo contra ello y, supongo que tú, ciudadano, podrás ver esas evidencias de las que hablo.

Estamos todos los días con la espada de Damocles de las pensiones encima; estamos viendo como esquilman a nuestros ancianos en las residencias; estamos sufriendo como la vida sube sin freno; como las aseguradoras y ciertos gastos de luz, gas... son clavos, cada día más sangrantes, fijos en nuestros gastos; estamos callando antes los miles da abusos de unos y otros y, sin embargo, permanecemos impasibles ante tanto desmán.

Uno se puede preguntar ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál es la pócima? ¿Hay algunas? ¿Estamos en el camino correcto? Personalmente lo dudo mucho. Ya no hablo de la deriva mundial, tanto de peligro de guerras como del desastre ambiental, sino del devenir diario. Soy de una generación que valoraba el campo y el mar como medios de vida y ese trabajo daba su rendimiento, quizás escaso, pero lo daba. Pero ahora me pregunto ¿Para qué vale un influyente? ("Influencer" le llaman los que no saben que viven en España y creen que las cosas en inglés, así les parecen más modernas y seguro que más caras). Ahora "compran" a estos pensadores de cuarto y mitad y expulsan la filosofía de los estudios. Si para tener tontos no hace falta opositar.

Vivimos en el mundo de las churras y las merinas, mucho borrego, y entonces, cuando usamos nuestro voto, todavía miramos los colores del personaje. No, no miramos la honestidad de sus propuestas; ni si vive acorde a sus planteamientos y si sus hechos lo corroboran; ni tampoco si es coherente con el trabajo por el bien común. Vivimos inmersos en las ideologías y nos rodeamos de golfos que prostituyen sus principios sin otro fin que conseguir dinero. Casi nadie se va sin puerta giratoria, lo que es muestra palpable de sus falaces intenciones; no, no buscamos, como Diógenes, a las personas que tengan la valentía y la fortaleza de luchar contra todo tipo de injusticia y demuestren su honradez; vivimos aceptando parlanchines y vividores -muchos hay que encontraron en el partido la solución a su problema de paro- como representantes nuestros; vemos a mucha gente que es permisiva con los defraudadores, y hasta le hace gracia, e idolatra golfos como futbolistas, cantantes, cómicos y más gente de guardar. Ellos mismos huyen del fisco y se ríen, aplaudiendo su inteligencia si logran engañarlo, pensando egoistamente y justificándolo con que ya manido: "ya me roban bastante"; muchos sufrimos por las palpables injusticias en la tributación y la falta de control de muchas fortunas; debemos negar la españolidad a tanto golfo con dinero negro aquí en los paraísos fiscales, sea rey o el susum corda; y no se idolatran, al contrario, se asquean tanta gente ladrona del pan de los sin techo. Debemos exigir, con todo el peso de la ley, transparencia y respeto por las arcas públicas. No miremos apellidos ni cargos. A la cárcel los ladrones, incautación de sus bienes, y nada de consideraciones. Velemos por los servicios públicos y pensemos que que no todo el mundo vive con el único fin de ser rico; pongamos coto a la avaricia personal y de nuestro entorno; seamos capaces de recobrar la fe en la gente; hay millones de personas que quieren vivir con lo preciso y con dignidad. Corrijamos defectos tan comunes como comisiones, mordidas y otras miserias y seamos capaces de vivir con la dignidad del que huye de la avaricia; no nos dejemos confundir por habladurías ni campañas mediáticas de acoso y derribo de los honestos; nunca perdamos de referencia del suelo y así podremos ver a los mendigos y la miseria que algunos niegan. Olvidemos los aplausos y pongámonos manos a la obra.

Desde mi comodidad, no dejo de pensar en cómo vivirán aquellos niños pobres que algún día fueron mis alumnos. Y así no se corrigen las desigualdades.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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