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Historia de un encuestador (2)

jueves, 25 de noviembre de 2021
Antonio hacía algunos trabajos que no lo estresaban, que incluso lo divertían. Como cuando le daban una pila de cuestionarios destinados a amas de casa de alguna villa miseria. Entraba en la villa con cuidado para no meter los timbos en el canal que llevaba el agua servida por el medio del callejón, siguiendo la pendiente hasta una zanja que la canalizaba para otro sitio más bajo. Su presencia no pasaba desapercibida entre las mujeres, la mayoría jovencitas con un bombo de diferentes volúmenes, chicas de provincias, curiosas, simpáticas, entrando y saliendo de esas casuchas de chapa levantadas sin ningún orden, con ropa tendida en espacios inventados y cada tanto un tocadisco Winco sobre una silla sacada a la vía peatonal, alegrando el barrio con una canción de Palito Ortega o Leo Dan.

Había momentos en que lo acompañaba algún pendejito en patas, los mocos colgando, jugando con un aro de alambre y que lo guiaba hasta donde estaba la que debía entrevistarse. Una escena de otro siglo. Al enfrentarse a la agraciada la encontraba siempre dispuesta, tímida, apoyándose en las vecinas que se arremolinaban alrededor para ayudarla a contestar por si no entendía la pregunta. Tenía que explicarle qué era una encuesta, para qué servía (cosa complicada) y aclararle que para salir en la tele, ilusión de todo el personal reunido, tenía que contestar todas las preguntas. Antonio pasaba momentos divertidos porque contestaban en equipo, y si les traducía las frases al lunfardo y les hacía alguna broma, se reían con la boca llena de caries, inocentes. Cuando terminaba, las demás querían ser encuestadas, habían vivido una mañana distinta.

El trabajo lo podía hacer fines de semana o aprovechar días libres, como por ejemplo, en el golpe militar del general Onganía que se cerró la facultad por unos cuantos días, receso aprovechado por el eficiente encuestador a fin de poder concentrarse a full en los finales.

Una empresa petrolera encargó una exhaustiva encuesta en estaciones de servicio. Había lanzado la nafta especial y quería saber qué opinaban los usuarios comparándolas con las de otras marcas. Se efectuaba en determinadas agencias con mucho movimiento. Con su amigo Pablo, que andaba corto de guita, formaron una dupla exitosa en una estación de la avenida Libertador, donde la empresa había puesto dos minas buenísimas, modelos, con minishort, botas y una capa como la de Súperman, todo dorado, y mientras ellos hacían las preguntas, las chicas entretenían al personal luciendo las gambas y ondeando las capas entre los coches. Salvo alguna vieja o un viejo renegado, el resto de los choferes contestaba lo que le preguntaran. "Sabe qué marca puso un tigre en su tanque"? ¿y cuál dice "cómprele al país"? ¿y por qué lo sabe, dónde lo vio, le gustó la publicidad, cuál le gustó más, y por qué, cuál le gustó menos, y por qué, a quién le gustó más de su familia, por qué, y a quién menos, por qué, su señora qué opina, y los chicos...?" Mil preguntas sin sentido, y la única que todos los que cargaban nafta hubieran querido contestar, no estaba escrita: "¿Qué le parecen las minas?", "¡Buenísimas!", coincidirían todos.

Fragmento de uno de los 54 capítulos de "BUSCANDO A ELENA", novela de Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor de Málaga.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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