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¿Comedor o autobús?

viernes, 15 de octubre de 2021
Es más joven de lo que parece y tan gallega como tú o como yo. De cuna humilde, se casó con otro humilde, inmigrante marroquí, con el que tuvo dos hijos cuando las cosas iban bien. Cuando él trabajaba en la construcción y ella en una empresa de limpieza. Tenían su pisito y sobraba dinero para comer y para incluso tener un cochecito con el que ir de excursión los fines de semana...

Luego, las cosas se torcieron... Las estrujaron esos señores a los que llamamos Mercados, pero que tienen nombres y apellidos.

– Mi marido se fue al paro y mi empresa cerró.

A su marido se le agotó el subsidio de desempleo, ella ni eso; porque no la habían dado de alta en su empresa y no figuraba como trabajadora en la Seguridad Social.

Pasó aquel día que se acabo el subsidio y también las ayudas. Así, la joven pareja, comenzó a malvivir esa situación que yo llamo cero, porque dejas de ser un humano... para ser un cero a la izquierda.

– Buscas trabajo pero no lo encuentras porque no lo hay. Este es un pueblo de trabajadores no de empresarios... Hay mucha gente en nuestra situación.

Te desesperas, claro. Intentas echar mano de los amigos pero... ¿Dónde están los amigos de ahora? ¿Dónde?

– Parece como si la Tierra se hubiera tragado a toda la gente que conocías. En una situación como la nuestra no hay ni familia, porque a mi marido nunca lo aceptaron por el mero hecho de que es marroquí...

Y esta joven madre, con dos hijos y un marido que solo puede llorar en tierra extranjera, se lanzó a la calle, a comprobar lo inhumana que es la gente, lo poco que le interesan las personas que sufren y lo vacíos que están algunos por dentro.

– Llevo algo más de un mes a la puerta de Carrefour para pedir comida. Yo solo pido comida para mis hijos...

La joven madre llora y me cuenta que todo el mundo pasa de largo, que ni siquiera la miran, que no hay quien se pare cinco minutos para intentar comprender que su vida se vino abajo porque cayó... cuando el país sufrió una pandemia. Pero...

Siempre hay un ángel bueno que cobra forma de señora venerable capaz de escuchar, de sentir y de ayudar...

– Mira, filliña. Dinero no te puedo dar porque yo pago con tarjeta, pero... ¿Qué quieres que te compre?

– Lo que usted quiera, comida. Mis hijos llevan tres días a base de pan y patatas asadas...

– Pero... ¿Qué les gusta?

– Uy! Lo que más les gusta es muy caro, señora. Les encanta el bonito...

La señora entró de nuevo en el Supermercado y mientras tanto yo seguí escuchándola...

– Lo último que me ha pasado es que fui al ayuntamiento por lo del colegio de los niños. Ya sabe, por las ayudas esas que prometieron que le iban a dar de comer allí...

– ¿Y no le dan?

– No, no le dan... porque te dan a elegir entre autobús o comida. Yo vivo a tres kilómetros del Colegio y elegí autobús... ¡Como voy a mandar a mis niños a pie, ahora que viene el frío!

Las lágrimas del alma saltaron y la joven madre se sumió en la más absoluta depresión. Me cuenta que intentó ver al alcalde y que no le recibió. Que fue, desesperada, varias veces al Ayuntamiento y que siempre le responden lo mismo...

– O comedor o autobús...

Y empiezo a recordar los gastos "suntuarios" del municipio y de su Corporación Municipal y los impuestos que nos cobran. En plena crisis, pagas lo que no pagabas por la basura, te doblaron este año el catastro, te aumentaron el impuesto de circulación... ¿Y no hay dinero para dar de comer a los niños y llevarlos al colegio en autobús?

Ahora entiendo aquella frase de mi amigo Manuel cuando decía…

– Este solar saíu pola porta do Concello.

Yo no sé quien os va a votar pero desde esta atalaya de la humildad le pido a mi gente que os eche de una vez por todas, a vosotros, los de la Casta que habita confortables chalets, que posee solares esperando a que se recupere la construcción y que no pasará hambre el resto de su vida.

Estaba yo pensando en todo esto con los sollozos de la joven madre de fondo cuando la buena señora salió del Carrefour con una bolsa hasta los topes en las que, obviamente, iban varios packs de ese bonito del norte que tanto gusta a sus pequeños.

Todo esto... ¿Os parece un cuento? Es más real que la vida misma y tú puedes repetir estas escenas, cualquier día, a la puerta del supermercado. Si lo haces y puedes, no te olvides de que tendrás que comprar doble ración para esa semana... por favor.
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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