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El Castillo de Sobroso y Don Pedro Madruga

viernes, 18 de julio de 2008
El Castillo y Don Pedro, el algún tiempo pasado coincidentes, perduran indelebles en el imaginario popular de la comarca del Tea; y en el ahora de estas reflexiones sobre el Condado parece pertinente encuadrarlas en su debida dimensión histórica (en la línea de los admirados Vicetto, Murguía, Risco, Vª Armesto).

El Castillo de Sobroso aparece mencionado por primera vez en el año 1095 como límite del coto legado al Obispado de Tuy por los Condes de Galicia, Dª Urraca y Don Raimundo de Borgoña. Su construcción parece corresponder a principios de ese mismo siglo XI, en el Nandín, sobre el altozano que perfila una fortaleza natural casi inexpugnable. Torre, murallas, fosos, puente levadizo, cuarteles, mansión de amplias salas y estancias, con el emblema en su portal de Sobrosos y Valladares, fué el Castillo, sin duda, lugar de notables hechos de armas y de vicisitudes aristocráticas y sociales durante siglos. Hoy, es recinto dispuesto para reuniones políticas y culturales promovidas por su entidad propietaria, el Concejo de Ponteareas.

Conocido es que la nobleza gallega en la Edad Media, poderosa y abusiva -en parte, antigua y cuasi divina, en parte advenediza- sabiendo que el escenario político español se dirimía lejos, en Centro y Este de la Península, se permitía toda clase de atropellos e injusticias sobre los villanos y aún sobre el clero, originando serias conmociones sociales.

Es llamativo, si observamos con atención el transcurso de la Historia que, distanciado el período suevo, apenas hubo un verdadero y prolongado Reino de Galicia: tanto Ordoño, como García, fueron reyes efímeros que no llegaron a consolidar una monarquía hereditaria, ni mucho menos la electiva y tradicional de los visigodos. Sorprende por ello que se hable con frecuencia de un Reino de Galicia estable y consolidado, sin aceptar que la nobleza se propuso evitarlo de modo reiterado. Ni siquiera el joven Alfonso Raimúndez al que su abuelo Alfonso VI había señalado como futuro Rey de Galicia pudo llegar a serlo largamente a la muerte de su padre Raimundo de Borgoña, cuando Dª Urraca, Reina de Castilla y León, se casa con Alfonso el Batallador, Rey de Aragón, en segundas nupcias (la condición prevista y exigida).

Alfonso Raimúndez, nacido en Caldas de Reyes, se crió al cuidado de Don Pedro Froilaz, conde de Traba, noble poderoso, promotor de un partido galego-borgoñon-romano que pretendía conseguir un Reino de Galicia, desgajado de León, para su pupilo. Parte de esa educación y crianza, en lo que nos concierne reseñar, tuvo lugar precisamente en el Castillo de Sobroso, y en sus aledaños.

El Arzobispo de Santiago de Compostela, Don Diego Gelmírez (“el personaje gallego más importante de la Edad Media y, quizá, la figura hispánica de dicha época“) es, sin embargo, el muñidor sutil y prepotente artífice de dicho contubernio. Colaboran, también, el Papa Urbano II, la Orden de Cluny y representantes de la dinastía borgoñona, en particular, Don Enrique, conde de Portugal (que tanto hicieron por reinar en España, y cuya ambición fué determinante en la posterior segregación del país luso).

Contra esta pretensión profilial, procurada por fuerzas tan enormes, se avino a luchar Dª Urraca, que se trasladó personalmente a Santiago y Tuy, con el séquito y con sus ejércitos, a lo largo de 10 años. Y, al menos, en una ocasión, sitió a su propio hijo en dicho Castillo de Sobroso. Su complicada liberación corrió a cargo de de las huestes de Gelmírez y de Dª Teresa (hermana de Dª Urraca y esposa de Don Enrique), otra intrigante de lujo que en ésta como en otras circunstancias salió beneficiada con tierras y señoríos de Orense y Tuy, y con seguridad, de este Condado del Tea.

Cierto es que pocos años más tarde, el Arzobispo Gelmírez, habitual mediador entre madre e hijo, consigue el Señorío patrimonial de Santiago para Alfonso Raimúndez y le consagra, con la anuencia de la coalición, Rey de Galicia en la Catedral de Compostela, el año 1111, entre fiestas y solemnidades.

Pero la alegría duró poco. Alfonso Raimúndez tiene la oportunidad de reinar en Castilla y León, y prefiere convertirse en Alfonso VII, Emperador de Hispania. “Fué en cierto modo, el último y no menos efímero Rey de Galicia. Arrastra consigo a parte de la rebelde nobleza gallega e inaugura la política de apoyo a la Iglesia, en su variante monástico-cisterciense. Ha sido, por tanto, no sólo el último Rey de Galicia, sino también el primero que aplicó con rigor un criterio de centralización política” (según R. Villares).

Una permisiva pirueta en el curso del tiempo, nos permite situarnos en el siglo XV, cuando Don Pedro Alvarez de Sotomayor, con manifiesta rebeldía proclama Reina a Dª Juana la Beltraneja en Pontevedra, Vigo, Tuy, Redondela y Bayona, reinado que tampoco se prolonga, como veremos luego, y conlleva de nuevo la frustración de no pocos gallegos.

Don Pedro era un destacado prócer -enmarcable entre “los locos nobles“ gallegos- cuyas beligerantes aventuras dominaban esta zona del Condado, ejercidas desde su bien asentado señorío de Sotomayor. Ha prevalecido como personaje situado entre la realidad y la leyenda: valiente, generoso, tremendo para sus enemigos, “atrevido hasta la locura, ambicioso sin límites, desenfadado y jactancioso“, guerrero y estratega, llegó a ser a pesar de todo -muchos le consideran un bandolero y salteador de caminos- el auténtico héroe popular.

Manuel Murguía se preguntaba: “¿Quién sabe si se le hubiera ceñido la Corona de Galicia?, ¿No fué el único que osó decir que por acá había bastante con la Casa de Sotomayor? ¿Tienen acaso muchas dinastías europeas mejores comienzos?”.

A D. Pedro se le apodaba Madruga porque apenas necesitaba dormir, y caía sobre sus adversarios de noche, cuando menos lo esperaban. Era Conde de Camiña y disponía de muy buenas relaciones con los condes y monarcas portugueses. Se casó en Portugal con Dª Teresa de Távora, noble y rica dama, que le ayudaba a pagar a sus mercenarios y las nuevas armas de fuego, “Con un pié en Portugal y otro en Galicia, acampaba en ambas fronteras, como Conde de Camiña y Vizconde de Tuy.“

Se le considera “padre de la Galicia anticlerical”, siendo su víctima predilecta el obispo de Tuy, don Diego de Muros, al que llevó preso por las calles en una jaula de hierro. No está de más puntualizar con énfasis, para entendimiento de aquella época, que los Señoríos religiosos de la Catedral de Tuy, del Monasterio de Melón (al que correspondía en máxima medida, el Condado) y el de Sta Mª de Oya, imperaban casi absolutamente en el dominio y vasallaje de tierras y gentes del Tea Alto y del Bajo Miño, junto a la nobleza local: Valladares, Sarmientos, Moscosos, Castros.

Lo que el pueblo llano no perdona a Don Pedro ha sido su intervención contra los irmandiños. Veamos antes, y de un modo breve, qué hechos históricos ocurrieron por aquel entonces y cómo afectaron a esta comarca. El siglo XV, especialmente singular para Galicia, llegó marcado por la rebelión de los campesinos contra los nobles, a causa de la pobreza y de la miseria social que les concitaba la belicosidad de tales condes, sus excesos e injusticias a la hora de la resolución o el pago de los onerosos impuestos.

Ya en las décadas iniciales de la centuria, repetidas insurrecciones locales y movimientos de protesta condujeron a la primera sublevación de los hirmandinos en Lugo y La Coruña (la llamada fusquella). Pero progresivamente incrementada la rebeldía del pueblo en una resentida clandestinidad, explota en toda Galicia, también en esta zona meridional, la segunda y terrible Guerra de los Irmandiños (en 1467). La Santa Hermandad, “loca, tenebrosa ó secreta”, constituída por la alianza de concejos, villanos y clérigos, se moviliza al grito de “Abajo las fortalezas” y desencadena una tremenda revolución de masas, con unos 80.000 hombres en armas, que arrasa fortificaciones, pazos y castillos, entre ellos los de Sobroso y Sotomayor, provocando la desbandada de obispos y nobles.

Los hermandinos instauran la justicia en las ciudades, reducen los tributos y los privilegios de la nobleza y los Cabildos, y devuelven las libertades y las costumbres tradicionales de los vasallos y artesanos. Pero la paz y el orden por los que el pueblo gallego tanto había luchado y con tanto sacrificio, por desgracia, no duraron demasiado. La falta de líderes, sus rencillas, la escasez de proyectos y decisiones, permiten el regreso de los Condes, los cuales con la ayuda del arzobispo de Santiago, vencen a los irmandiños. Alonso de Fonseca y los nobles rompen así la concordia social, y retornan la desolación y los sufrimientos: los vasallos deben reconstruir las fortalezas y los castillos, pagar más tributos y padecer más vejaciones.

Surge, por entonces, con fieros bríos la agigantada figura de don Pedro Álvarez de Sotomayor que viniendo de Portugal, con su guerrera resolución y aportando la gran novedad de las armas de fuego -arcabuces y culebrinas- derrota a los heroicos hermandinos en las cercanías de Pontevedra.

Por aquellas fechas, 1474, ocurre algo en la Península que va a ser políticamente trascendente: muere el Rey Enrique IV, y deja como única heredera a su hija, la infanta Dª Juana, a quién los nobles castellanos llaman Juana la Beltraneja y a la que, de manera irregular, excluyen de la sucesión, para imponer a Dª Isabel, hermana del Rey.

El Conde de Camiña, Señor de Sotomayor, se inclina, en cambio, por Dª Juana y “la proclama Reina en las más importantes ciudades del Bajo Miño, decisión que va a traer consecuencias funestas para Galicia”.

Sin tardanza, los Reyes Católicos ayudados por algunos nobles oportunistas y ciertos obispos, por medio del Gobernador de Galicia y los Corregidores con sus ejércitos, se adueñan del mando y el poder en todas las grandes villas gallegas.

Galicia, a partir de estos hechos, quedará representada por Zamora en las Cortes Generales, y las últimas resoluciones judiciales corresponderán a Valladolid. A este extremo de ignominia se llega a finales del siglo XV: la exclusión “doma y castrado” de la sociedad gallega, que durará cientos de años (en dolorida expresión de Castelao).

Las buenas gentes del Condado del Tea sufren con resignación las renovadas servidumbres, abonan en especie sus impuestos (animales, frutos, centeno, vino) en los Señoríos eclesiásticos residuales (Melón, Tuy) y continúan los demás dominios sometidos al vasallaje laico, de rentas más dinerarias e indignantes para los pobres súbditos, labradores y artesanos.

De Don Pedro Alvarez de Sotomayor -añorado por los villanos de esta comarca a pesar de sus excesos feudales- quedaba, por último, su audacia temeraria, aquella que decidió la definitiva victoria de los Condes sobre los irmandiños de la Sta Hermandad, cerca de Santiago, y los logros en las contiendas entre Señores que se produjeron a continuación. Atacó el Castillo de Sobroso, Pontesampayo y Sta Mª de Oya.

Sin embargo "el tratado de paz entre los Reyes de Portugal y de Castilla, concertado en 1479, quebrantó gravemente al Conde de Camiña que tuvo que retirarse a sus posesiones de Portugal".

Finalmente, muere Don Pedro en Alba de Tormes (Avila) de un modo enigmático y harto sospechoso, en 1486 (se habló entre las posibles causas, del carbunco).

Queda así esbozada, en pocas líneas, la enorme y discutida personalidad de Don Pedro, cercana siempre al Condado -materialmente era el dueño de todo el sur de Galicia- por dónde cabalgó a menudo en sus cacerías y lances bélicos, con cuyas fiestas y tradiciones convivió y donde debió soñar con sus magnos proyectos de poder galaico-portugueses, por la añorada Galecia romana, por lo que sería un verdadero Reino de Galicia. De aquello sólo nos queda hoy su tradicional leyenda y una vieja morada, el hermoso Castillo de Sotomayor.

En el dilatado curso de estos posibles y apenas conseguidos Reinos ocurrieron otros sucesos notables en la zona del Tea. Fué uno de ellos el casmiento de Dª Isabel (hija de don Pedro de Aragón), con Don Dionis Rey de Portugal, en la pequeña iglesia de San Pedro, en Sta Baya (Mondariz, en el 1293). en una ladera próxima al Castillo de Sobroso, quizá residencia momentánea de los nobles, obispos y personajes de alcurnia que acudieron a tan regia y, a la vez, sencilla ceremonia.

La infanta Dª Isabel, reina de Portugal por su boda con el Rey Dionis, vivió después en la corte lusitana de una manera piadosa y excelsa, fundando conventos y volcada en la ayuda a los pobres, hasta tal punto que todos los súbditos la llamaban, ya en vida, la Reina Santa (Urbano VIII la canoniza como Sta Isabel de Portugal). Consta que peregrinó, dos veces, a Santiago de Compostela, y es probable, siendo tan devota de la Virgen, que acudiese al Santuario de la Franqueira, desde el Sobroso, tal como especula la tradición local.

Mencionemos, para terminar, que Don Dionís era nieto real y literario del Rey Alfonso X el Sabio, de quién aprendió, sin duda, la lírica gallega, los cancioneros, los cantos de los trovadores. Mas hora es, por demasiado prolongado, de dejar a buen término este capítulo de remenbranza histórica sobre el Condado del Tea, tan desconocido, y que aquí en aras de una rápida lectura, sólo nos ha sido factible esbozar y resumir.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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