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Los errores de mis tiempos

miércoles, 30 de junio de 2021
Me comentaba un amigo que está harto de la frivolidad de las conversaciones y que, si sale en ella la política, rápidamente desemboca en desagradables enfrentamientos que habitúan a acabar, como cuentan que acababa, el rosario de la aurora. Le contesto que trato de huir de la simpleza de conversaciones vacías y procuro la conversación sosegada, inteligente y respetuosa con mis interlocutores. A estas alturas de la vida, no me gusta perder el tiempo con memeces, ni tampoco en discusiones bizantinas de que si es mejor votar a este o a otro. Pienso que el Maniqueismo es una filosofía muy desfasada, porque en el gran teatro de mundo, que diría Calderón, la complejidad de los personajes y sus roles es muy diversa. A veces vemos a asesinos bajo palio y otras a prohombres practicando la violencia de género. Y los ejemplos que acabo de poner son antagónicos políticamente. Lo escribí muchas veces: son tiempos de falacia.

Vivimos en el mundo que nos toca y,aunque deseamos cambiarlo para mejor, lo cierto es que para ello sólo poseemos la palabra, que se nos antoja más lágrima que solución. Le digo a mi amigo que estamos sumergido en una burbuja de dinero que nos impide respirar y vivir libremente y que aquellos valores de antaño han sido sustituidos por sucedáneos como el éxito, la fama, la presunción, el postureo... Nuestra catadura moral deja mucho que desear. Le comento que recuerde como estaba equivocada aquella condena de la mujer que caía embarazada. Pues bien, que piense que algún día quizás también veamos lo equivocados que estamos hoy creyendo que el euro es la medida de todas las cosas. Fíjese el lector hasta dónde hemos llegado: que es el rico es bueno y el pobre malo. Aquí los roles no han cambiado y bondad y maldad dependen de la cuenta corriente. Un poco de imbéciles tenemos, ¿no les parece?.

Para los creyentes, la cuestión no es baladí. Les guste o no, muchos de ellos han preferido el becerro de oro y el consiguiente abandono del cristianismo auténtico. Han preferido al rico epulón abandonando al pobre Lázaro. El problema pudiera ser mantenerse consecuente con tanta misa y comunión y la escandalosa, por poco edificante, caridad. Pero quizás sea consecuencia de la incongruencia del ser humano.

Volviendo al tema, y perdonen la disgregación, también conviene reparar en que el dinero es el padre de la soberbia, la displicencia, la altanería, la chulería, la vanidad... y por ello conviene recordar que todo aquellos esfuerzos que hacían los verdaderos y sabios maestros de nuestra niñez por evitarnos pedestales y mantenernos apegados al suelo, como el mejor mirador para ver la realidad de la vida, practicando la humildad para huir de vanidades, se han diluido por las tuberías de la petulancia, la necedad y la comodidad.

De aquellos polvos... estas cosechas. De haber dimitido de la lectura, del pensamiento crítico, de la conversación inteligente, de la implicación en la actividad cívica que nos sea requerida, de la participación en las actividades educativas y culturales hemos llegado a la silla del hastío, de la indolencia, del pasotismo más absurdo, del vivir sin sentido, de ser un muerto que a veces deambula.

Perdóneme el lector si digo que muchas veces creo que vivo entre los zombis; entre personas que parecen no sentir ni padecer; entre gente que no se inmuta con la muerte de un familiar o un ser querido; con vecinos que se tiran las horas muertas abandonados en la indolencia de cualquier rincón, como si su esperanza viviese en el cementerio. Lo curioso es que siempre están cansados, sin haberse movido; que siempre lo saben todo, sin haber estudiado nada; que, según ellos, todo el mundo es ladrón, menos elllos mismos; que piensan que algo buscara para sí, quien se embarca en una labor altruista; que están autorizados a robar porque, según su criterio, todo el mundo lo hace; que son jueces, y si alguien le habla bien del prójimo, algún defecto le ha de buscar... Y de estos, mi querido amigo, hay, no un mogollón, sino mogollones.

Por eso amigo, perdona, que cada día viva más inmerso en mi soledad, alejado de esa vorágine de vulgaridad y pedantería, en la exquisita compañía elegida sin otro titulo que la normalidad. No, no busco genios, ni filósofos de biblioteca, ni extravagantes artistas de la vacuidad, ni tampoco intelectuales repletos de egos. Me gusta mucho más la gente sencilla, sincera, valiente, que cree en sus ideas sean de un signo u otro. Disfruto con quien sabe respetar cuando habla y sabe escuchar cuando le toca; huyo de quien abusa del pedestal del sarcasmo y la ironía o menosprecia la labor ajena.

Y aún así soporto, más veces de las que quiero, que son ninguna, los cotilleos, las maledicencias, las envidias, las presunciones, los agresivos mitines políticos- a mucha gente se le olvida saber que a determinadas edades una persona ya tiene sus propios criterios-las descalificaciones, las calumnias... Porque sé que soy un libro de errores que ya no tiene enmienda. Me diferencio sustancialmente del que vive en el dogma y la autocomplacencia.

Es el camino de la soledad el que nos queda, el seguir para adelante con el arma de la razón. No, no ganaremos batallas porque nunca hemos sido soldados de ningún bando y sólo hemos soñado con la paz; no cosecharemos flores, porque las flores son para disfrutarlas en la naturaleza; no viviremos pensando en el dinero porque el poeta enseñó lo de ligero de equipaje; no renunciaremos a los amigos porque son nuestros tesoros que no se venden.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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