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La flor de la Piedra

martes, 01 de julio de 2008
A los canteros de Mondariz.

Galicia, país acostumbrado a los milagros, contempla con naturalidad el misterioso parto de la arena, la flor que nace de las piedras en un paritorio de soledad: las grietas de una cantera, la amurada esquina de un prado o el conmovedor silencio de un atrio. De la descomposición del feldespato, el cuarzo y la mica, elementos consustanciales al suelo gallego, de la arena humilde que ríe al sol cuando acoge las simientes volanderas, surgen el tallo enhiesto, las verdes hojas y unas campánulas de solemne rojo que se vierten, como diminutos candelabros colgantes, en el azar de un camino o en la placidez de un calvero.

Tomo un diccionario de la flora gallega y selecciono la palabra correspondiente, digital, pues a ella nos referimos -la digitalis purpurea- y me abruma la siguiente retahila de sinónimos: ábrula, alcroque, balons, belitroques, cócalos, cocos, crocas, estalantes, sanxoans, troques... que por momentos me devuelven a la niñez: a percibir el estallido de estas campanillas contra la palma de la mano en días de excursión escolar y, cuando adulto, al alivio que producen sus esencias en los corazones heridos de personas con azulados labios y dedos hipocráticos, ó me trasladan, sin pausa, a la literatura policíaca de los envenenamientos.

Devuelvo el diccionario a su anaquel y me acerco a un país de esqueleto granítico, proclive a litotratías, al que le brota de su alma de piedra, por primavera, el regalo de una planta ornamental medicinalmente virtuosa: la campánula purpúrica que un herborista podría usar como posible cardiotónico. De las mil potenciales esculturas que los gallegos han extraído de las penedías, cuando la roca se desvanece como soporte que fue de cientos de maestros canteros por el paso corrosivo de vientos y lluvias, cuando el artista deja en las manos del albañil el arenoso polvo, más aún, cuando se vuelve materia a descifrar por los científicos y entre la partículas microscópicas ya sólo vuelan los ángeles, la Naturaleza -por primavera y en lugares de románica sencillez- engendra el gozo de unas flores acampanadas y caedizas, apurpuradas, cuyo enigma no deja de sobrecogernos en nuestro caminar por los senderos y los rincones de las tierras milenarias del Condado del Tea.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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