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Confinando a Dorian Gray

lunes, 01 de febrero de 2021
La cara es el espejo del alma, pero con mascarilla lo es un poco menos. Quizás el viejo proverbio de Cicerón no sea del todo oportuno para tiempos de pandemia; quizás oportuno y pandemia son palabras del todo incompatibles, una especie de oxímoron que muestra la lenta contradicción que estamos viviendo.

La segunda parte del proverbio: y los ojos sus delatores, es lo único a lo que ahora podemos aferrarnos si intentamos leer una emoción en el rosto de los que nos rodean. Los ojos pueden revelar preocupación, cansancio, además de emociones tan básicas como el enfado o la alegría. De hecho, los expertos afirman que la sonrisa sincera siempre se percibe mejor en los ojos, puesto que lleva consigo la contracción de un músculo que produce arrugas alrededor de ambos ojos y que sólo se contrae cuando la sonrisa es sincera, no fingida.

De todos modos la información proporcionada por los ojos no siempre es suficiente. La mascarilla oculta tanta información del rostro que, a veces, uno tiene la sensación de estar ante retratos, imágenes fijas que apenas cambian con el paso de los meses. La presencia constante de la mascarilla ha hecho que, de puertas afuera, nos asemejemos más a un retrato fijo que a un rosto que expresa, comunica y se emociona. Sólo cuando cruzamos de nuevo la puerta de nuestra casa volvemos a ser nosotros mismos; una dualidad vida pública-vida privada que recuerda a aquella que vivía el protagonista de El retrato de Dorian Gray. En la obra de Oscar Wilde un atractivo joven, Dorian Gray, llama la atención de un conocido pintor que, fascinado por su belleza, le pide que pose para él. Cuando su retrato está terminado, el joven Dorian, como si de un discípulo de Narciso se tratara, o de un "influencer" con el ego por las nubes, queda embelesado con su propia imagen. Pero pronto empieza a lamentarse ante su retrato: ¡Qué triste resulta! Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría...,¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!

¡Y su deseo se cumplió! Su belleza se mantuvo intacta, y era el cuadro el que reflejaba no solo el paso del tiempo, sino también sus conflictos, culpas... los cuales iban desfigurando poco a poco el retrato del lienzo. Pasaban los años y el rostro del apuesto caballero londinense seguía inalterable, lo que despertaba la admiración de todos. Sin embargo, Dorian sólo era el auténtico Dorian de puertas adentro, en aquella habitación donde escondía su retrato y donde se mostraba su auténtica naturaleza.

Aunque por motivos bien distintos, este extraño virus está provocando que también nosotros sintamos que, sólo de puertas adentro, sin distancias ni máscaras, podemos ser auténticamente nosotros.
Riera, Martiño
Riera, Martiño


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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