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Lugo Ayer (24)

martes, 03 de noviembre de 2020
1890. Diez años para que termine el siglo diecinueve -siglo del boato y del buen tono/ por no llamarlo decimonoveno/ vamos a llamarlo decimonono/ como escribió un poeta y EL LUCENSE nos proporciona datos sobre las Fiestas. Habría carreras de velocípedos -a lo mejor las primeras carreras de España y, seguramente de Galicia- con arreglo al siguiente programa:

1.- Despejo general, por todos los carreristas, mientras la Banda Municipal ejecuta -en el buen sentido de la palabra- un vivo pasodoble.

2.- Carrera de biciclos: veinte mil metros o sea, diez vueltas a la muralla. El premio para el vencedor: un alfiler de brillantes.

3.- Carrera de triciclos: catorce mil metros. Siete vueltas a la muralla. Premio: una escribanía de plata.

4.- Carrera de bicicletas: dieciseismil metros. Ocho vueltas a la muralla. Premio: una sortija.

El jurado estará compuesto por señoritas que tendrán poder decisorio sobre cualquier asunto que se plantee.

El peso mínimo de las bicicletas y demás artefactos móviles será de diez kilos para las bicis y veinticinco para los triciclos y es indispensable el traje de carreras, que no sabemos cómo serían aunque se supone que a base de gorra visera, anteojos y polainas.

Durante las fiestas todos aquellos que tenían algo que ofrecer, lo ofrecían, mediante anuncios en el periódico o, eso al menos, hacía Melitón Celis, óptico electricista que colocaba campanillas eléctricas y daba gratis instrucciones para su manejo.

Don Melitón vendía, además, anteojos de aguas para vistas cansadas porque con ellos se podía leer todo el día al sol y una noche, con luz artificial sin cansarse.

Don Emilio Serrano con domicilio en Campo Castillo, 21, llevaba la representación de LA ESPERANZA, una sociedad que previó el pago de cincuenta duros -un euro y treinta céntimos- lograba que el soldado que entraba en quintas, quedase libre de sorteo y por setecientas cincuenta pesetas -cuatro euros- lograban que el mozo no fuese a ultramar que es la bicha negra de las mocitas, a finales de siglo porque mocito que se iba a Cuba o a Filipinas, a defender lo indefendible, allí se quedaba para, siempre con el consiguiente disgusto de la madre y la llantina de la novia.
Esteban, Antonio
Esteban, Antonio


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