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Carta a los jóvenes desheredados

miércoles, 12 de agosto de 2020
Vaya por delante que admiro a la juventud responsable y trabajadora Y que siento verdadera preocupación por su porvenir y le deseo lo mejor. Vayan también las disculpas, por si alguien se siente molesto con mis afirmaciones, que no tratan de ser reproches, sino consideraciones para la vida que me parecen precisas y que nadie osa plantearlas.

En mi generación, etapa juvenil de mediados de los sesenta del pasado siglo, vivíamos en unas condiciones que es preciso recordar porque, siendo la Historia el mejor ejemplo para la vida, conviene sacar conclusiones que algunos parecen olvidar.

Estamos hablando de la Posguerra donde la ciudadanía se veía obligada a convivir soportando las consecuencias de una fratricida y maldita Guerra.

Las secuelas habían marcado a las familias y, mientras algunas gozaban de los privilegios de los vencedores, otras, en cambio, soportaban humillaciones y desprecios derivadas de su posicionamiento izquierdoso. Mientras los primeros vivían, dentro de la miseria general, con más medios, los vencidos subsistían como podían. Todos sometidos a recios principios donde la política y la religión iban de la mano. Es el llamado Nacional Catolicismo.

Estamos hablando, querido joven, de una Dictadura de cuarenta años donde cualquier posible disensión con las normas establecidas podía pasar facturas muy caras. (Sólo quiero recordar a Ruano, hermano de una compañera mía de Facultad y a quien llegué a conocer fugazmente y que resultó vilmente asesinado. Siempre sospeché que fuese represión, como se demostró posteriormente. Valga sólo de ejemplo)

Recuerdo mis primeros pinitos en esta tarea de comunicación y como eran observados con lupa por los responsables del control ideológico. Más de una vez, lo supe pasados los años, algunas personas trataron de acallarme dados mis antecedentes familiares. Cierto es que tuve valedores anónimos- a los que estoy agradecido- que me sacaban las castañas del fuego. Y todo por nimias afirmaciones. Costó mucho restañar heridas y la prueba está en que todavía hoy algunos se niegan a reconocer lo que la Historia nos enseña.

La democracia y la Constitución de las que hoy gozamos, con todos sus defectos, es un paso gigantesco para mejorar la convivencia, que convendría valorar en su justo término, y si bien todavía ambas requieren mejoras, nada es comparable a aquella dictadura. Preciso es que la sepamos valorar.

Palabras como asesinato, represión, censura, cárcel, palizas, persecución… formaban parte de nuestro diccionario vital. Nuestra generación vivió y sufrió esas cosas. Lógicamente dependía de la implicación.

Pues bien, en esa tesitura se educaron vuestros abuelos y básicamente su educación se encaminaba al temor de Dios, al respeto de aquellas leyes siendo sumisos y a la mejoría económica. Pues bien, el tiempo y los cambios han colocado cada cosa en su sitio: Dios pasó a ser parte de la conciencia personal; las leyes, afortunadamente, cambiaron con la Carta Magna; y la mejoría económica evolucionó por derroteros variopintos donde los generosos ampliaron su corazón y los avaros su cuenta bancaria. Para mí, esto último, craso error, por aquella cosa de que las fortunas, por lo general, proceden de la codicia, de la insolidaridad y esas ambiciones malsanas.

Pues bien, aquella sociedad era por lo general pobre. Se vivía con mucha escasez de todo y los sueldos eran muy bajos. Estar asegurado en una empresa era un triunfo y los trabajadores sin seguro escapaban de las empresas cuando el empresario, avisado por el corrupto de turno, sabía que había inspección. En estas circunstancias cambian dos alternativas: quedarse en el pueblo con esos sueldos y sufriendo la humillaciones de algunoss jefes o partir para la emigración.

Nunca acepté, y ya lo escribí en otra ocasión, la célebre frase de Scarlata O’Hara: “Juro que jamás pasaré hambre”. Parece como un grito desgarrado de que se puede hacer lo que sea por dinero y que anima al desalmado a ser depredador. No, en mi mundo no se puede hacer todo por dinero, existen otros valores, entre ellos la dignidad, que fue el acicate para que muchos de nuestros vecinos hayan emigrado. Cierto es que en gran parte primó escapar de la pobreza, pero otros muchos tan sólo buscaron vivir con dignidad.

Algunos hubo que huyeron de la asfixiante atmósfera política y se exilaron voluntariamente.

El virus de la codicia se instaló en la mente de muchas personas de aquí y allá convencidas de que arreglaba todos o casi todos los problemas y así los hijos podrían ir a la universidad y gozar de todo aquello de lo que ellos habían carecido. Fijaos, si es cierto, observando las ideas de vuestros abuelos. El dinero abre puertas, proporciona estatus y se ha convertido en el metro del éxito. Si a esto añadimos egoísmo, racismo, ignorancia, clasismo, soberbia, displicencia, barbacoa, vino y brutalidad, y quizás alguno más, podemos encontrarnos todos los ingrediente de muchos biberones. Somos como los árboles, vivimos del agua y el abono que nos echan.

Por consiguiente, no todo es culpa vuestra. Si hoy la solidaridad con los desfavorecidos no se practica, es porque quien da es más pobre; si nadie se implica en tareas de bien común, es porque no reporta dividendos; si alguien es generoso, es porque es tonto; si alguien se sacrifica por los demás, también es tonto; si alguien cede ante la codicia ajena por paz, es que forma parte del grupo de los idiotas; si alguien triunfa, se envidia su éxito y rápidamente se le inventan historias de desprestigio; si alguien se niega a ser explotado por el negrero de turno, es que no quiere trabajar; si alguien difiere de los planteamientos de su padre, es que está loco… Pero también es cierto, desde mi óptica claro está, que muchos jóvenes piensan poco o lo hacen en muchas actividades que no reportan socialmente nada. Y son tiempos, edades, para soñar y luchar por metas hermosas. Y las metas bonitas están ahí, no jugando con el virus de los imbéciles, sino creando vida y buscándoos las habichuelas, que para vosotros hoy es muy complicado porque no hemos sabido generar otra alternativa.

Y la culpa no es vuestra, sino de padres y abuelos cómodos y sin inquietudes. Por mi parte, sólo puedo ofreceros mi lucha y mi aliento y seguir exigiendo muchos cambios en muchas facetas de la vida para librar a las generaciones venideras de tantos buitres económicos que no os dejan ni respirar, ni tener hijos, ni descansar y os tratan como esclavos. Y no, hay que posicionarse claramente, hay que cambiar esto.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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