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Por Dios, la patria y el rey

martes, 04 de agosto de 2020
Con esa musiquilla comenzaba el “parte” durante la aciaga dictadura. Y, desde la perspectiva actual, uno analiza el significado y se convence del escaso valor de las palabras cuando éstas están al servicio de una ideología totalitaria.

Y es que mi Dios es tan inescrutable que no conozco a nadie que haya hablado con Él y tampoco creo que, viendo simplemente la grandiosidad del Universo, tenga tiempo libre para inmiscuirse en las preocupaciones de los hombres. Creo que nuestro afán por descubrirlo nos lleva muchas veces a llamarle Dios a aquello que, con nuestras limitaciones, consideramos eterno, inmutable, omnipresente, omnisciente y omnipresente… y quizás que para “ver” a Dios el mejor camino sea la humildad, la conciencia de nuestra incapacidad para comprenderlo… Porque, si Él tuviera a bien a contestar a nuestras sinceras preguntas, quizás nos llevásemos la sorpresa de ver en este mundo su reflejo, ya sea en un flash de belleza, ya sea un beso o una oración.

Son sólo conjeturas. Si, en cambio, por Dios entendemos Cristo, entonces la cosa está más clara. Porque el hecho de ser Hombre nos familiariza más con el amor, la justicia, la verdad, la santidad y el perdón. Entonces podemos comprender con absoluta claridad que nunca nos mandó luchar, en el sentido belicoso del término, y que lo hayan usado o usen los himnos creados para fomentar el ardor militar, en nada reflejan la filosofía cristiana. Otra cosa muy distinta es la manipulación del personal desde tiempos inmemoriales.

En cuanto a la Patria les diré: Durante mucho tiempo trataron de convencerme de que era España y lo he asumido hasta ahora. Había que amarla, respetarla, defenderla, cumplir las leyes, pagar religiosamente los impuestos y procurar cumplir como un buen ciudadano.

Ahora ya no tengo claro casi nada. ¿Es Galicia o España mi patria? La respuesta es muy simple: Las dos. Galicia, porque en ella nací y la quiero sin límites y España porque en ella también nací habiendo nacido en Galicia. No es difícil de entender. El problema de las patrias es del tamaño del corazón y en el mío, de momento, cabe el mundo entero. Quizás por eso comprendo a los apátridas, que no siendo de ninguna, aman a todas.

Y como el corazón es el mejor termómetro de la vida, entonces observo que mis convecinos aman más a Suiza, las Islas Vírgenes… A pesar de sus banderas rojigualdas y patrióticas y otras escarapelas. Las pelas destiñen las banderas y las conciencias y entonces la Patria, que tanto aman, se convierte en el club privado para solaz de señoritos. Ante esta España de golfos de quinquis, trileros y demás hijos de...¡ Qué me borren! y que se acuerden que nos enseñaron a amarla y por ello seguiré denunciando a los sinvergüenzas, que ni pudor tienen para vestirse con la banderita, mientras llevan a la quiebra económica al País. Sois falsos y mentirosos.

En cuanto a luchar por el Rey. ¿Por cuál? ¿El de las queridas? ¿Por otro? Nunca entendí lo dela sangre azul, ni los derechos históricos y cosas parecidas de esta gente. Ni por supuesto los argumentos de violencia en que se han sustentado a través de la Historia. A mí siempre me gustó el progreso de la sociedad y las cosas tangibles, no las etéreas. Por eso es fácil entender, para cualquiera que piense solo un poquito, que la monarquía no es otra cosa que una rémora malsana. Y a pruebas me remito.

Yo nunca lucharía por un rey que resulta que cobra comisiones de negocios de estado, que esconde su patrimonio en el extranjero, que vive una vida licenciosa de amoríos que personalmente no me escandalizaría, porque hay muchos otros que también la llevan, pero que en su caso, resulta patética y escandalosa. Es lo que tiene el ADN. ¿Lo llevará en la corona?

Así, querido lector, si usted es de aquellos que cantaban como yo: “Banderita tu eres roja, banderita tú eres gualda… puede cambiarle la letra por ésta: “Banderita del que roba, banderita del que guarda, el dinero que aquí roban, siempre le encuentran patria…”

Así que para hablar de Dios, la Patria y el Rey es preciso lavarse bien la boca. Porque los subterfugios se van acabando.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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