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El coronavirus y la Gioconda relajada

miércoles, 29 de abril de 2020
Si te despiertas temprano el silencio comienza a pesar, presientes que el plan del día no llega para llenarlo, quisieras que rugieran los motores, que hubiera movimiento de a pie, en los cruces de los semáforos, en las aceras el taconeo tras de ti, conversaciones de refilón a tu paso, parejas amarteladas, matrimonios callados, madres agotadas de niños en continuo movimiento, cañas, aceitunas y patatas fritas al aire libre.

Desearías que el ritmo que dejas atrás regresara, que el día se te quedara corto, que aquella idealización del “progreso”, del mundo del motor, de la velocidad mecanizada, de los aviones planeadores, de la maravillosa ingeniería industrial y sus estéticas, desde las primeras vanguardias del futurismo vertiginoso de Boccioni al mundo tubular mágico de Lèger siguiera creciendo, progresando, que no se nos hubiese caído el velo con eso que se ha llamado la postmodernidad.

Pero no es así: primero se relativizaría la fe total en la cultura progresista, se cuestionarían todas las revoluciones, desde la industrial y sus consecuencias negativas hasta las sociales. Y cuando se nos cayó el tul que nos velaba -como el de los efectos cromáticos en movimiento del Optical Art de Soto o Cruz Díez- cayó el Muro de Berlín, porque el arte acompaña a todas las transformaciones del mundo, eso sí, elevándolas.

Definitivamente las vanguardias de entreguerras y las de la segunda guerra mundial se convirtieron en imágenes institucionalizadas, el arte conceptual se fue imponiendo, el video arte, el arte digital, el de género…Y empezaron a proliferar esos libros que se preguntaban "¿qué es el arte?" o "todo vale".

Y seguían los automóviles bramando, las motos atronando, los atascos interminables, los humos de hidróxido de carbono flotando sobre las ciudades. Todo parecía compatible: la ilusión de los huertos urbanos; los oasis en parques naturales atascados de senderistas; los escaladores en cola apretada subiendo el Himalaya; y los spas para el respiro, el silencio y los sonidos  El coronavirus y la Gioconda relajadaantinaturales de cascadas artificiales rompiendo sobre nuestros cuellos y nuestros hombros en tensión. Viajes turísticos compulsivos recorriendo los museos a toda velocidad, empujados por masas de chinos implacables pisándote los talones: de verdad, ¿alguno de vosotros ha logrado contemplar como Dios manda la Gioconda en el Louvre? No me mintáis. El otro día me llegó un wasap con ella mirando al espectador, las piernas cruzadas y los pies reposados sobre el marco, diciendo: “Al fin sola”. Divertido, pero triste, porque la pintura está para contemplarse, para  El coronavirus y la Gioconda relajadainteractuar con el espectador sin ser arroyado. Vale que suponía una democratización de la cultura y del turismo, pero qué clase de acceso a la cultura era ese al final?: la gran mayoría de los visitantes del Louvre quedaban muy insatisfechos de su acosada Gioconda, invisible entre la multitud estresante.

Las calles vacías parecen irreales, oníricas: llegó el mortífero virus pandémico y el exterior da miedo, y más da terror el volver a tomar ritmo, pero ¿qué ritmo?, ¿cual es la vida que nos aguarda?, ¿se puede seguir con la anterior comentada?: los niños, que tienen radar, no quieren salir de casa por el momento, están encantados con salir a aplaudir a las ocho, eso les hace más ilusión.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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