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La severa ética del sacrificio

jueves, 23 de abril de 2020
Todas las instituciones se hallan en franca decadencia, pero la política, donde los funcionarios son elegidos generalmente en un proceso de dudosa democracia en sus elecciones internas, y después el pueblo los vota para que cumplan como “servidores públicos” durante determinado número de años, es la más desacreditada.

Una parte de los políticos de hoy perciben esta decadencia, debida, entre otras razones, a las voces vacías, triviales, desprovistas de ideario o repitiendo consignas que tratan de rechazar indiscriminadamente los perdidos significados de tiempos anteriores. No se ve una clara oposición a las “ocurrencias y disparates” del Jefe Máximo.

La desaparición de las utopías es el síntoma político paralelo a la disipación en la idea del progreso. Se percibe en gran parte de los jóvenes de nuestra comarca que sienten que no van como sociedad hacia algún lugar demasiado concreto y el envilecimiento de la sociedad de consumo que conlleva a la desaparición de valores fundamentales, les hace sentir que no van hacia ningún objetivo predeterminado y con ninguna fe verdadera.

Como sociedad, ¿nos cuestionamos qué es lo que estamos transmitiendo a las generaciones futuras? ¿Estamos contribuyendo de manera eficaz a que la juventud sea humanistamente mejor preparada, más crítica, más participativa y consciente de su naturaleza de actuar?

La vida misma se vive como el máximo producto de consumo. No se valora la espera. Más bien, al contrario, el automóvil, por ejemplo, puede ser recibido en horas y los pagos se pueden hacer en meses. Las cosas, los objetos, en general, tienden a no valer casi nada: Los teléfonos celulares, los relojes, la ropa, las memorias, ni la prensa ni los aparatos electrónicos elementales valen realmente nada. Se obtienen prácticamente a cambio de nada. Consecuentemente, los jóvenes no entienden la severa ética del sacrificio o la virtud del esfuerzo para recibir el premio después.

Se les ofrecen mil maneras diferentes para que aprendan a consumir saliendo de compras, se les enseña a deambular, a beber, a pasar el rato, a divertirse y divagar en los grandes centros comerciales en que se han convertido el exterior de nuestras ciudades, el exterior de nuestro país, el exterior de nuestro corazón y, lo que es más preocupante, el exterior de nuestra predestinación.
Moscoso, Xerardo
Moscoso, Xerardo


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