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Dioses de barro

jueves, 26 de marzo de 2020
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” Génesis 1:27-28

Y el hombre reinó sobre la Creación y dominó la Tierra, el Mar y los Cielos, con todo lo que en ellos hay y pasaron muchas generaciones y el hombre, gracias al dominio de la ciencia, llegó a conocer la esencia de la vida, llegando incluso a poder modificarla a capricho hasta que finalmente, envanecido, se olvidó de Dios y de su mandato original y en lugar de vivir en comunión con la Naturaleza como un integrante más de la armonía universal que la rige, ejerció una tiranía despiadada tanto sobre los recursos naturales; envenenando agua, tierra y aire; como sobre los demás seres vivos e incluso sobre sus propios semejantes, promoviendo y tolerando la explotación del hombre por el hombre, con el único fin de satisfacer su vanidad y su ambición sin límites y, henchida de soberbia y envanecida, la humanidad entera renunció a adorar al único y verdadero Dios para confiar en falsos dioses de barro, insustanciales, personajes corruptos e insignificantes, tan vacíos como el contenido de la verborrea populista que profesan y ahora ya no tiene dioses en los que creer y, así, va vagando desorientada y sin dirección alguna, perdida en la más absoluta oscuridad, en este tránsito vital a través del tiempo y del espacio.

En estas horas de encierro físico y recogimiento espiritual, millones de seres humanos de las más diversas razas y creencias, sin distinción de clases sociales, asomados a las ventanas, podemos ver desde nuestro encierro la inaudita rebelión de una Naturaleza, otrora subyugada por la soberbia humana, que reclama ahora, liberada de sus cadenas, su verdadero protagonismo: los pájaros volando en libertad, los perros sacando a pasear a sus dueños enjaulados, las especies marinas y terrestres viviendo a su libre albedrío y, en fin, la rueda de la vida expresándose en plenitud, con los campos florecientes anunciando una primavera que se asoma tímidamente, mientras la humanidad vive encerrada y miedosa ante cuanto la rodea, asediada por un enemigo invisible, sin atreverse siquiera a salir de su propia casa, ahora convertida en una prisión, para disfrutar de una Libertad que por designio y por derecho debería pertenecerle. Es el revelador espectáculo de la vanidad y de la soberbia humanas arrodilladas y humilladas ante las consecuencias de sus propios actos.

Es este, por tanto, un tiempo para la reflexión, para tratar de recapacitar acerca de lo que somos y del camino que hemos emprendido como especie, un momento para acabar con la hipocresía colectiva y volver a la esencia de lo que es el ser humano: razón, sentimientos y respecto por cuanto nos rodea, para refundarse en valores y para desprendernos del velo que nos ciega, para poder ver así a cada cual tal como es, sin máscaras y sin disfraces que nos engañen. Este tiempo de angustia y temores debe ser, por tanto, una gran oportunidad para que la Humanidad aprenda a discernir entre lo que es la apariencia y la verdadera esencia de las cosas.
Durán Mariño, José Luís
Durán Mariño, José Luís


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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