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Tres poesías

lunes, 02 de marzo de 2020
I

En esta orilla de la noche

Desde que te alejaste vienen los recuerdos.

Ese leve olor de tabaco recorriendo la casa

evocando al niño que dejó su aldea,

el árbol familiar, la iglesia románica, el jardín

donde la voz del abuelo llamaba siempre igual.

Aquí, en esta soledad, están los dominios,

la humedad en los pies furtivos, la escarcha,

mudas escaleras, lápidas que yacen

amparadas entre hierbas y aves.

La niebla donde la tierra palpita un mar.

¿Por qué vuelves esta noche,

en un paisaje donde moran otros cielos,

otros cuartos en silencios obstinados?

Espera, espera padre.

Es un sueño reciente donde de pronto

entró tu voz a mi cuarto rozando agua y muro.

Una historia, una misma soledad que me visita

entre alucinaciones y olvidos.

(Es sólo eso, nada más).

Ahora miro mis manos que envejecen.

Mientras, continúo buscando tu mirada

con avidez, desde el instinto del desorden.

Extraño destino es este esplendor

cuando todo se transparenta y huye.


II

Elegía del mar y de la rosa

1. He desandado el camino de leyendas,

descifrado relatos celtas.

Lloré de rodillas en el bosque de pinos,

desde un álbum familiar navegué

una barca de piedra en la tempestad.

Debo contarles, amigos, que mis mayores

escribieron sobre la tierra de lluvias

leyes de la piedad y de la muerte.

Descubrieron un hechizo, un unicornio,

la lumbre de la alcoba, caballeros medievales,

losas anónimas por el agua acariciadora.

Y la mar embellecía arenas. Infinita, silenciosa.


2. Los espectros santifican aquellas ausencias;

velan por mí imperceptibles nubes.

Veo vientos y olas y abandono.

Siento que el mundo ofrenda una fábula.

Antes creyeron en el trueno,

en la cosmogonía del mar o de la rosa,

la conciencia del vivir y del ayer.

Los observo en el destino del amor.

Ahora, es delicada y bella esta llovizna.

Abro los ojos al azar ante una luz tan alta.



III

A Aníbal Vázquez Gil

¿Recuerdas, amigo, las tarde de verano

mirando las flores, los tomates,

la acequia de la quinta de Lomas de Zamora?

¿Y el vendedor de globos, las muchachas

hermosas de los balcones altos?

¿O las valijas con la aduana de España,

el cine continuado, Buster Keaton,

el bar Dante, el ping-pong de los sábados?

Era la época donde el clown de la plaza

imaginaba trapecios, barquillos, azucenas.

Era la magia de la infancia

protegida en figuritas y baleros,

los pantalones cortos y los moños azules,

en la radio Tarzán y Poncho Negro.

Bellas estampillas de Londres o del Congo.

El olor de las panaderías,

las tardes donde padres y sueños

viajaban en tranvías, ventanillas libres

descubriendo perros extraviados

y obreros leyendo las estrellas.

Había un puerto, una fragata histórica,

un asombro de almacenes y de fútbol.

Decíamos Fangio, Grillo, Pascualito Pérez…

Era la época en que una ciudad

llamada Buenos Aires, iluminaba el cielo.
Penelas, Carlos
Penelas, Carlos


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