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ElegÃas de Buenos Aires

martes, 04 de febrero de 2020

Es una plazoleta con un monumento de Yrurtia.
La calle Suipacha, la calle TucumÃ¡n, la calle Florida.
Y una Martona a una cuadra de la panaderÃa De las Bellas Artes.
TambiÃ©n una plaza cercana donde otro hombre
fusilÃ³ sin maldad y fue descuartizado en el horror y la penuria.
Ambos se equivocaron al amar a una patria imprescindible.
Estoy hablando de mis lazos, estoy hablando de mi inmortalidad.
Con los aÃ±os llegÃ³ otra plaza con jacarandaes,
frente a una biblioteca y a un palacio de estilo francÃ©s.
MÃ¡s Ãntima, con voces de Banchs y de Lugones.
Por esos dÃas vinieron las calles de la mano del padre.
Adoquines, veredas, la heredad del estÃo.
Es ese riachuelo del sur que contemplo en la alquimia.
Junto a Ã©l divisÃ© pobreza, falsÃa, caducidad.
Y un almacÃ©n venturoso que no existe.
Los aÃ±os fueron recuperando reflexiones y olvidos.
Se incendiaban liturgias, himnos, infamias.
Vinieron trenes, barcos, puentes. Otros legados.
Para mi eran espacios de hogueras y esplendores,
Aniversarios, puÃ±os insurrectos;
una plaza de Balvanera prefiguraba la revoluciÃ³n.
Muchos de estos sÃmbolos intentÃ© decirlo en poemas.
En cada barrio anhelÃ© descubrir malvones, la luna solitaria,
el balcÃ³n irreparable de una princesa polaca,
la historia de Alejandra, los talleres de Vasena,
un patio y una parra con abuelos transterrados,
el barrilete de agosto, un poeta soÃ±ando en el tranvÃa.
Un zaguÃ¡n, la puerta de una niÃ±a de ojos verdes.
O la mujer del sombrero azul detrÃ¡s de unos cristales.
DespuÃ©s, todo fue bruma, un declinar de tardes.
Confirman lo elegÃaco olores y fechas.
La ausencia me interroga en estas mitologÃas.

Penelas, Carlos

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