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¡Ay, el orgullo!

viernes, 01 de noviembre de 2019
“Todos los hombres tienen errores, pero un hombre correcto cede cuando reconoce que su camino está mal y decide repararlo. El único crimen en el mundo es el orgullo”.Sófocles.

Sin duda, todos tenemos nuestra dosis de orgullo, pero, como otros muchos defectos, debemos ser conscientes de que nadie nos lo regaló, sino que es fruto de nuestra soberbia y que ni uno ni otra valen nada en el mercado de la vida. Por consiguiente, conviene ponerlo a buen recaudo, no vaya a ser que nos subamos al pedestal de la autocomplacencia y nos ocurra lo que vemos mal en otros.

Uso este preámbulo para comentar dos acontecimientos recientes, como son la actitud de la familia Franco ante la exhumación del Dictador, y la deriva de Cataluña, sumergida en la vorágine del fanatismo radical en su confrontación con el resto del País.

En el primer caso, resulta ofensivo para los ciudadanos la altanería y menosprecio de la familia para el Gobierno, el Supremo y demás intervinientes en el proceso de exhumación del cadáver de un hombre que, por muy familiar que sea de ellos, no deja de ser símbolo de una España sometida a su dictadura, y cuya presencia en el Valle de los Caídos ofende la memoria de los asesinados por sus seguidores. Por muy mal que les pueda parecer, es obvio que reubicarlo en otro cementerio puede ayudar a restañar heridas, que es lo que desea la mayoría de la ciudadanía. Tanto orgullo y prepotencia debiera servir a estos personajes de ayuda para preguntarse si es lícita o no la fortuna de la que disfrutan y que, según muchos historiadores, forma parte del saqueo o incautación de bienes ajenos. Y también si la realidad de España es otra distinta de sus nostálgicas visiones.

En cuanto a Cataluña la cuestión es más compleja de explicar. Por un lado, está esa visión supremacista- orgullo muy cuestionable- de personajes como Puigdemont, Torra y otros más que, con tergiversaciones históricas y maquiavélicas de hondo calado, largas en el tiempo, han ido inculcando en los jóvenes un rechazo enfermizo a todo lo que huela a España; y, por otra parte, esas soflamas antiespañolas de su pudiente burguesía que, con continuas quejas de menosprecio y el famoso “España nos roba” , olvida que, por su dinamismo y como puerta a Europa, ha sido siempre mimada desde la dictadura hasta la actualidad en lo que se refiere a inversión. El empuje de Cataluña no se entiende si sus autopistas e industrias no hubiesen sido apoyadas por las sucesivas administraciones centrales, conscientes por su parte - todo hay que decirlo- de su capacidad de trabajo y esfuerzo en el desarrollo. Esta superioridad económica que comparte con el País Vasco es el meollo de la cuestión.

Todo se reduce al dinero. Y tanto una autonomía como la otra- los famosos fueros y privilegios vascos- son las regiones más prósperas de España (Madrid es rica por la capitalidad y como centro del País). Ambas, próximas a Europa y, por consiguiente, con mercados más asequibles, son las que reclaman la independencia y sus dirigentes acusan a las demás autonomías de ser las sanguijuelas de su economía. Ninguna reconoce que la industrialización se ha enfocado en ellas y el resto de España, con la que debieran ser solidarias, aún hoy carece de miles de beneficios por haber sido injustamente maltratadas. Industrias que se instalaron allí ciertamente sirvieron para dar pan a los emigrantes charnegos del País; pero no hay que olvidar que los beneficios y privilegios de los que disfrutan ambas autonomías implican mayor riqueza y, por ello, deben contribuir al erario público acorde a sus ingresos. No, España no roba, si acaso los dirigentes nacionalistas que exigen inversiones en sus autonomías, en detrimento de otras, y hasta amenazan al Estado chantajeándolo. Mientras, autonomías como la nuestra, subsisten con precariedad de todo tipo. No existe pues, tal expolio nada más que en la mente radical de estos burgueses.

Ahora estos ”ilustres iluminados” acusan a España de negarle la independencia e interesadamente desechan la Constitución. Constitución que firmaron y, por tanto, acataron sus representantes; se quejan de que están en la cárcel sus representantes y niegan toda autoridad a quien legalmente la representa. Todos sus argumentos son falacias que se desmienten con un mínimo de rigor, sin embargo, prosperan y hasta ven en la violencia “cosas buenas”- la última perla de hoy-.

Se preguntará algún lector que tiene que ver esto con el orgullo y les diré: en mis visitas a Cataluña y País Vasco y en el trato con ellos he visto una autocomplacencia y una displicencia grande con todo aquello que no sea lo propio. Un orgullo desmedido que pienso que está relacionado con el nivel económico. Evidentemente, no lo tiene ni lo manifiesta todo el mundo, pero una amplia mayoría sí. Un orgullo que pienso que es dañino e injusto y que puede derivar en un camino que no me parece deseable. Lo que ocurre en la actualidad en Cataluña, por más que lo intento comprender, no lo logro y creo que ese orgullo fanático en nada bueno puede desembocar. Lo que sí sé con certeza- perdón por el orgullo-es que esos sentimientos de frustración por no lograr empleo y otros parecidos no se los va arreglar a estos chavales ni Junqueras, ni Rufíán ni aquel “moi honorable Jordi Pujol”, primero patrón de la Generalitat y después ladrón. Es lo que tiene, señores, tanto orgullo de papá.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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