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La juventud bancaria en el siglo XX (18)

martes, 17 de septiembre de 2019
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Repercusiones en la Banca


La juventud bancaria en el siglo XX (18) Hacía tiempo que Queimadelos anhelaba pasar destinado a la sección de Riesgos e Informes, y lo trasladaron a ella temporalmente para sustituir a un compañero en vacaciones. Estaba convencido de que el conocimiento profundo de los riesgos que mantenía el Banco con sus múltiples clientes era el alma de la estabilidad financiera del mismo.

Siendo fundamental para el buen fin de las inversiones conocer a fondo la situación del cliente, se había preciso emplear un tacto escrupuloso en la obtención y estudio de informes y en el análisis de la situación con respecto a operaciones en trámite.

En plan oficinista, el negociado de riesgos tiene la sencilla misión de llevar una serie de anotaciones y de esquemas que recojan las operaciones aprobadas al cliente, el curso y la cancelación de las mismas. En concreto, nada de particular: adiciones al riesgo vigente por las nuevas concesiones, y deducciones por las cancelaciones. Pero estos apuntes eran una verdadera biografía económica, o lo que es igual, un índice de actuación para el Banco.

En los clasificados el límite global de operaciones señalaba una orientación ya definida para los casos en que el cliente hubiese mejorado su solvencia o conservase la misma de cuando fue estudiada su clasificación. Con esta clase de comitentes era fácil apreciar el volumen de facilidades crediticias que se pudiese concederles; las revisiones periódicas de las clasificaciones, ahondando al hacerlas en todos los pormenores del último informe, denunciaban las modificaciones que debieran introducirse. Y en el caso de que el clasificado descendiese en grado de solvencia se hacía preciso reducir el límite global, aumentándolo en proporción a la misma si se hubiese superado.

Con los clientes no clasificados, que solían ser, incluso, los menos conocidos del Banco, para compensar en lo posible la falta de experiencia que se tuviese de ellos se imponía un análisis más conciso y profundo de sus informes y balances.

Según había estudiado en los tratados sobre esta materia, los riesgos se veían afectados por las múltiples causas de iliquidez o dificultad en lograr disponibilidades para cualquier momento dado en que éstas fuesen necesarias, improductividad de una o varias ramas del negocio a que se dedicase el cliente; mala administración, con sus derivaciones de facilidades crediticias incobrables, volumen desproporcionado de gastos, mal encauce de sus actividades, y tantas otras. El riesgo también podría ser originado en el Banco por un exceso de concesiones para invertir en negocios que el cliente no supiese dirigir, o que fuesen realizables a mayor plazo que el crédito concedido por el Banco. Finalmente, el riesgo podía ser agravado por causas externas, algunas inevitables, tales como crisis económicas, conflagraciones políticas y siniestros no previstos en contratos de seguros o motivados por fuerzas mayores e irreprimibles.

Tampoco se le ocultó a Queimadelos que el control de la situación financiera de un cliente resultaba complicado, y a veces desconcertante e imprevisible, por la acumulación de créditos facilitados por distintas entidades sobre una misma garantía, y también por la ocultación contable de compromisos derivantes en riesgo o en depreciación de ciertos valores activos. Los clientes suelen poner empeño en disimular a cada Banco las facilidades que tienen concedidas en otro, así como sus conflictos o situaciones de tensión económica, con el fin de presentar una solvencia sin mácula frente a los préstamos solicitados.

Es de tener en cuenta, casi tanto como el volumen de capital del deudor, la productividad del mismo, a fin de que su rendimiento asegure la cobertura del crédito en aquellas operaciones que hayan de ser liquidadas periódicamente.

Allí se le presentaba a Queimadelos la mejor oportunidad de conocer en toda su extensión las relaciones y las consecuencias de la función de los Bancos en todas las ramas del comercio. En ningún departamento de la entidad se hacía preciso un análisis absoluto de las empresas y particulares, clientes del Banco, como en el de riesgos e informes comerciales; en lo social, podía decirse que las funciones de este negociado enlazaban con la existencia del comercio popular basado en su pleno conocimiento, una completa comprensión, y un estudio de posibles colaboraciones mercantiles.

En su mesa de trabajo se desplegaban diariamente grandes legajos de balances, memorias e informes de Agencia; todo aquel papeleo le hablaba con muda elocuencia del estado en que se encontraban las empresas relacionadas con el Banco. Recordó a Tucídides, y le hizo gracia que sus axiomas de la guerra también sirviesen para aplicarlos a las finanzas: “El verdadero, el temible enemigo, es el error en el cálculo y en la previsión”. Comprendió y reconoció que los pensamientos de los sabios son ciertos y oportunos en todo tiempo y lugar, pues, ¡qué cierto también era aquello de que, “No debemos pensar que haya gran diferencia de un hombre a otro, sino que es más sabio y discreto aquel que muestra (que demuestra) su saber en tiempo de necesidad”! En economía la prudencia también lo es todo, y la Banca, suma y administración de prudencias, siempre tendrá necesidad de rectores prudentes, y de clientes que igualmente lo sean. Ergo, buena escuela es la bancaria para especializarse en el conocimiento de la personalidad humana.

Pudiera parecer a simple vista que su nueva sección se caracterizaba por un innoble chismorreo gráfico, aireador de privanzas y de intimidades mercantiles; pudiera…, pero sin razón de ser. Por la legislación de todos los países que se precian de civilizados, el informe comercial está debidamente autorizado y reconocido como preciso para las relaciones mercantiles, no constituyendo delito de calumnia; tampoco atenta contra la más exigente moralidad la difusión de testimonios ciertos sobre los que ha de descansar la confianza crediticia que requieren las ventas a plazo. En virtud del principio de que la verdad tiende a abrirse camino por la transparencia e irrebatibilidad de su constitución, los informes comerciales tienden a depurarse en todo momento, y a ser lo más exactos y sinceros posible, por la conveniencia genérica de asentar los negocios comunes en fundamentos verídicos.

Si al comerciante le interesa, aunque a veces no lo haga así, informar con nobleza acerca de su situación económica para evitar que el Banco, en el análisis de sus cuentas y en los sondeos que pueda practicar a través de terceros, descubra sus ocultaciones, con el consiguiente descrédito para la confianza que en él tuviesen depositada las entidades financieras, así también al Banco le conviene el más completo escrúpulo en el estudio de las informaciones para evitarse el riesgo y el desmoronamiento de las operaciones a verificar directamente con sus clientes, e incluso de aquellas otras en las que actúe de mediador, al no tener la seguridad de llevarlas a cabo satisfactoriamente.

Estas consecuencias se agravan en los centros marcadamente importadores, en los cuales a los créditos y remesas preceden la facilitación de informes comerciales de los adquirentes; darlos irreales, confusos u ocultativos de taras morales equivale a engañar manifiestamente al proveedor, quien surtirá la plaza sin las debidas precauciones; un surtido adquirido en desacuerdo con la capacidad de financiación repercutirá en las operaciones propias del Banco con los efectos de iliquidez de capitales, tanto en orden a pagar los giros y créditos de los proveedores como a saldar en los correspondientes vencimientos los descubiertos habidos en el Banco o Bancos de la plaza; con un enviciamiento de las pignoraciones para el caso de que éstas estuviesen constituidas en los almacenes del cliente, pues las circunstancias de la inmovilidad ocasionada llevarían al comerciante a garantizar con una misma mercancía empréstitos de varias entidades; y también daría lugar a la circulación de peligrosas cantidades de papel de favor, así como a múltiples complicaciones que podrían presentarse en todos los órdenes mercantiles, con la consiguiente repercusión en la seguridad de las operaciones y en el movimiento especulativo de la Banca.
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Pecus y pecunia

Algunos pueblos de la península itálica utilizaron el bronce (aes) para sus intercambios; comenzaron usando barras de este metal sin marcas (aes rude). Las marcas de los lingotes solían ser figuras de animales, como el buey, el carnero o el cerdo. Una ley del siglo IV a. de C., establecía esta proporción: 1 buey = 10 ovejas = 1 lira de bronce.

A través de la documentación que ahora le tocaba estudiar, Queimadelos fue ampliando sus conocimientos hasta penetrar en los motivos económicos que habían dado lugar a la situación de cada cliente, y, por lo tanto, a las causas que motivaban los distintos grados de calificación financiera que se les aplicaba en su sección de riesgos e informes.

Todo un complicado proceso evolutivo habían sufrido los valores integrantes de cada patrimonio. Prolongando este proceso en lo histórico se llegaba a la sencillez de los bienes naturales puestos por Dios al servicio del hombre en los días de la creación: el pecunio se había transformado en moneda metálica, y ésta, a su vez, en papel de curso legal; por último, caracterizando las transacciones de los tiempos modernos, el nuevo instrumento de cambio con efectividad futura, que es el crédito. No podría asegurarse a ciencia cierta si la perfección y tráfico de los bienes de consumo fomentó el progreso monetario, o si éste, dirigido por el afán de poseer, al facilitar las transacciones alentó el perfeccionamiento de los productos, pero el caso es que la riqueza natural de los pueblos y sus manufacturas llegan a satisfacer las necesidades de todos los consumidores porque la moneda, o su sucedáneo el crédito, facilitan la debida distribución.

La impotencia de los particulares, e incluso de las empresas, para llevar a cabo sus funciones de producción y de acercamiento al consumidor, en consonancia con las apetencias del siglo, resultaba demostrable por la frecuencia con que acudían al crédito bancario, y por la importancia de las operaciones pactadas. Todo esto aun haciendo caso omiso de las funciones que presta la Banca como intermediaria entre proveedores y detallistas, y entre estos y el consumidor, tales como transferencias, cobro de efectos, y otras, que sería prolijo citar.

Con unos cuantos principio analíticos, un amplio conocimiento de las finanzas y un poco de espíritu observador, era fácil calar en los misterios contables y económicos de las partidas inventariables de cualquier negocio. La solvencia neta de cada capitalista resultaba de prolongar sus distintos valores, de un modo imaginario pero realista, en funciones mercantiles análogas a aquellas que venía realizando, y que competían a la clase de su negocio. Analizar una situación financiera con miras a la concesión de facilidades crediticias era ni más ni menos que hacer la historia de su porvenir por los cauces utilizados en el pasado. Cabía error, indudablemente, como en todas las cosas cuyas circunstancias venideras no pueden controlarse por cálculos puros, pero los juicios resultantes siempre estarían próximos a la verdad.

Un empleado de Banca -Queimadelos lo estaba experimentando- necesita poseer una extensa cultura que le aclare en todo momento las particularidades de cuantas cosas tengan conexión con el desenvolvimiento de la entidad. El programa de ingreso pronto se queda reducido, y se presenta la imperiosa necesidad de ampliar conocimientos, no sólo dentro de las materias de su temario, sino también en todas las ramas de la cultura; de no hacerlo así, se llevarían a cabo funciones inadecuadas, que podrían traducirse en perjuicios económicos para el Banco, o, por lo menos, en desprestigio, tanto del empleado como de la empresa.

Modernamente el crédito lo abarca todo, y lo mismo se presentaban operaciones sobre fincas rústicas que urbanas, sobre ganados que sobre industrias, sobre mercancías que sobre efectos de comercio o valores públicos y privados. Dentro de su anonimato, el empleado de Banca se convierte en un polifacético, que precisa poseer amplias luces de todas las ramas del saber, y dominar con maestría las más vinculadas a la función mercantil de esta clase de empresas.

Tres experiencias fundamentales recogió Queimadelos en aquella sección: lo conveniente que resulta ahondar en la situación económica y en las particularidades del negocio de cada cliente; la repercusión que tienen las operaciones de los Bancos en el desenvolvimiento de todas las actividades industriales y comerciales, y, por extensión, el lugar que ocupan en el proceso de satisfacer las apetencias del consumidor facilitando la producción y el cambio de los bienes deseados; por último, lo interesante que le resulta al empleado, en orden a una superación en los servicios que preste, someterse a un continuo afán de estudio y documentación en todo el ámbito del saber empresarial.

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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