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La juventud bancaria en el siglo XX (13)

martes, 13 de agosto de 2019
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Huyendo de la oficina

Vuelto a la fonda, Queimadelos escribió a su familia y a Deza, comunicándoles las impresiones de su primer día de trabajo bancario. A su familia con matices sentimentales, con nostalgia del hogar paterno, con frases en las que se asociaban las ideas de la resolución de su problema económico, de sus afanes en orden a la consecución de futuras mejoras, de las posibilidades que tenía de enviarles periódicamente alguna ayuda monetaria, de su satisfacción por verse colocado en una empresa de gran potencialidad y prestigio. Pero la carta a Deza fue más objetiva, relacionada con la materia causante de sus nuevas circunstancias; por eso tiene otro valor documental para el estudio de la comunidad oficinística actuante en el Banco de Crédito y Ahorro.

Con trazos ágiles y vigorosos, la pluma de Queimadelos gravó en unas cuantas cuartillas, convencido de que charlaba con Deza como en alguno de sus antiguos paseos por la carretera de Albeiros, principal vía de su barrio natal, el reportaje de aquella primera jornada. Le dijo, entre otras cosas:

“… así que aún resuena en mis oídos el tintineo de las máquinas, el cante de los números de control avisando a los clientes para que retiren el justificante o el efectivo de sus operaciones, la musiquilla de los cálculos y las conversaciones del público, así como las confidencias de los solicitantes de préstamos. A simple vista todo esto puede parecer monótono, pero yo te aseguro que detrás de las ventanillas existe mucha humanidad, tanta que me hizo dudar de si la mecanización bancaria en curso destruye o fomenta la espiritualidad del empleado. Creo poder anticiparte que aquí existe un gran sentimiento de camaradería debido sin duda a la especial organización del Banco, que no deja intersticios entre las funciones limitantes de cada empleado, con lo cual desaparecen de las tareas de grupo sus motivos fundamentales de disensión.

“No sé si tendré madera de banquero, pero de bancario si, ya que, ahora, me gusta esta profesión; con un par de meses ejerciéndola supongo que llegaré a conocerla detalladamente, y para entonces decidiré si me conviene entusiasmarme con ella y darme al estudio de sus materias fundamentales, o si la utilizaré sólo como medio para prepararme cualquier otro plan de vida; pero ya casi me atrevo a profetizar que se encorvarán mis huesos sobre los mostradores de la Banca negociando con fiducias extrañas; es una corazonada que tengo desde que aprobé la oposición.

“Lo que encuentro más espinoso es el contacto directo con la clientela, ese murmullo zumbante que llega desde el patio de operaciones y que entorpece la función intelectual, así como las interrupciones del trabajo por tener que acudir a la ventanilla para solucionarle al público la diversidad de asuntos que plantea, con lo que se pierde el hilo de la tarea normal, se irregularizan las tramitaciones que tengas entre manos, y se ocasionan errores que luego acaparan un tiempo para localizarlos. A propósito de esto se me ocurrió comentar con los compañeros que debían mecanizarse todos aquellos servicios de conexión entre las oficinas y el público, utilizando algo así como un sistema de fichas y buzones dispuestos en mecanismos que tuviesen un lema para cada clase de operación, que el público introdujese la correspondiente ficha en el compartimento de su interés, que se registrase su proposición y que se le contestase también automáticamente por otra ficha impulsada al exterior de las máquinas. Me las iba dando de listo y salí chasqueado porque me demostraron lo improcedentes que resultarían tales artefactos, con estas y otras razones: que es necesario un alto grado de perfeccionamiento en esos dispositivos para que operen con más seguridad y rapidez que los funcionarios reemplazados, lo cual no es fácil para nuestra mecánica actual; pero principalmente porque en nuestra civilización –embrionarios aún los cerebros electrónicos- todavía hay que confiar mucho en la influencia personal, y a veces se logra un entendimiento después de una prolongada conversación en aquellos casos en que sean posibles y convenientes ciertas concesiones por parte de uno o de ambos contratantes, pues las operaciones bancarias son verdaderos contratos ya que en ellas se enfrentan y compaginan los intereses de la entidad y los del cliente.

“A todo esto no te hablé del edificio: es austero y recio, pero también elegante; más tira a construcción palaciega que a comercio esbelto y frágil. Si es verdad que la arquitectura logra fines sicológicos, en esta obra se dan plenamente porque su seriedad exterior habla de formalidades financieras, y las tonalidades y el mobiliario de los distintos departamentos parecen propicios para la serenidad de las actuaciones, al mismo tiempo que para el optimismo del trabajo.

“Seguiré contándote mis impresiones en cartas sucesivas, y a cambio de esto espero me informes de las novedades que puedan interesarme, sobre todo acerca de Chelo…”

Aún estaba, seguía, enamorado de Chelo; ansioso de seguir en continuidad las noticias de su existencia, con esperanzas de llegar a situarse social y económicamente, no sabía si para venganza de su orgullo o para reanudar aquellas relaciones en analogía de posición social.
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Documentándose

Queimadelos hizo de su mesa de trabajo un verdadero observatorio. Se había propuesto obtener de su empleo los mayores beneficios que le fuese posible, y para ello procuraba documentarse en cuanto creyese de alguna utilidad. Aconsejado por compañeros más antiguos, se trazó la forma de estudiar simultáneamente las operaciones fundamentales de todos los negociados para así comprender las funciones de conjunto vinculadas al suyo propio. Y fue engarzando paulatinamente las enseñanzas libadas en todas las conversaciones, cartas, circulares, cálculos y libros contables al alcance de su conocimiento; completándolas en las incógnitas que se le presentasen a fuerza de deducciones y de textos consultados en la biblioteca del Banco.

Le sugestionaba mayormente el estudio de la relación del cliente con el Banco; de las coyunturas financieras que dan lugar a esa necesidad recíproca de acercarse el público a los Bancos y de éstos captar clientela solvente; de los fenómenos económicos emanados de las operaciones bancarias; pero sacrificó esta preferencia para dedicar su máxima atención a la organización interior de la empresa, que consideró de suma importancia para el empleado novel. La hoja balance de situación diaria, que le correspondía confeccionar utilizando los movimientos del día y los totales arrastrados, le dio ideas claras acerca de la clase de operaciones a que se dedicaba el Banco y de cómo evolucionaban éstas en la conversión de los valores originarios del lucro que se perseguía.

Empezó analizando la cuenta de Caja; y la vio dúctil como ninguna otra, adaptable a infinidad de operaciones; la vio como una licuación de los valores materiales, como una solidificación de obligaciones contraídas y de derechos adquiridos, como un ente de satisfacción general encargado de nivelar visiblemente las mutaciones del valor convencional. Caja era un verdadero personaje en el espectáculo financiero: escurridizo pero oportuno, mediador en las exigencias más comunes, visible para convencimiento de su eficacia y siempre menor de edad, sin atribuciones para aumentar ni para disminuir de apreciación en cuanto a la cifra absoluta de sus existencias; incapaz de entregar más de lo que recibe, pero siempre útil para sustituir al valor modificado.

Realmente era un disponible inmediato, como rezaban los textos contables; tan inmediato que, por el hecho de ser fiducia universalmente aceptada, servía para cancelar al instante y a satisfacción del interesado todas las obligaciones de tipo comercial. Como cuenta de activo, receptiva de una parte de la sustantivación del capital o de otras partidas netamente pasivas, se henchía de significado en su Debe, acaparando los cobros, y se volcaba vaciándose a medida del alcance de la operación motivante, en su Haber, obediente a la ejecución de los pagos. Diariamente su guardián –por contagio de nombre, cajero- hurgaba en los senos del Debe, arqueando su contenido, comprobando la exactitud de los cálculos con la realidad de su manipulación, y levantaba un acta de fidelidad, que llamaba arqueo, en la que se demostraba que tanto él como el saldo a su custodia se habían mantenido con la debida integridad.

A los pocos días de ingresar Queimadelos en el Banco de Crédito y Ahorro oyó preguntar a un compañero:

-¿Es posible que tengamos tanta exigibilidad para estos días? Voy a decirle la cifra que anoté, por si padecí error al tomarla. –Y pronunció una cantidad que para los oídos de Queimadelos, poco avezados aún a las sumas de la movilización bancaria, sonaba a fabulosa.

-Exacto; eso es, aproximadamente, el movimiento que tendremos en pagos, mientras que los cobros bajarán un poco del margen corriente. –Era el jefe de Control quien tal afirmaba- Tú sabes que en estos días, últimos de mes, las empresas retiran fondos de sus cuentas para pagar las nóminas de personal, e igual que las empresas los organismos oficiales. También ocurre que muchos particulares depositan más dinero del que pueden ahorrar durante el mes, y a finales necesitan completar el presupuesto. Por contra, los ahorros y demás recuperaciones no empiezan a afluir en ventanilla mientras en los hogares no se han satisfecho los gastos fijos mensuales, por lo cual no podemos confiar en ellos hasta los primeros días del mes siguiente. Este fenómeno de la circulación fiduciaria debe tenerse muy presente para que Caja y las cuentas de inversiones se desenvuelvan con normalidad.

Sobre aquella breve conversación cimentó Queimadelos un conocimiento más: el de que la Caja acusaba, como ninguna otra cuenta, la situación económica de la plaza, la circulación y disponibilidad de efectivo en las masas. Luego, la Caja sufría oscilaciones, desprendía a veces grandes cantidades y las recuperaba en otras. Esto hacía pensar en el axioma de que la moneda, por si misma, es inalterable, anulando este principio la pretensión de lucro que, lógicamente, ha de gestionar toda empresa. Mientras las existencias necesarias fuesen las mínimas normales, poco podría perderse con esa sedimentación de un fragmento del activo, pero al elevarse, forzosamente habría que convertir en numerario una parte del capital productivo, o retener en un estado de efectividad ingresos de segura y eficaz inversión. Esto último era lamentable pero necesario al desarrollo de las operaciones bancarias; así que para evitar exceso de encaje convenía acudir a la estadística de etapas anteriores similares y a sondeos acerca de las principales empresas clientes para aproximar el global de sus exigencias, con lo cual se equilibraba la proporcionalidad de los valores financieros.

En el balance diario, y en los extractos de situación periódica, encontró anexionada a la cuenta de caja la del Banco de España; esto le aclaró un nuevo punto: pese a todos los cálculos de compaginación de disponibles y exigibles era natural que se presentasen situaciones imprevistas, pagos extraordinarios o recuperaciones insospechadas. En principio creyó que para estas circunstancias se dejaría un margen de numerario, pero al enterarse de la existencia de esa cuenta con el Banco emisor, contra la que se libraba en casos especiales, comprendió que aquella relación, entre otras funciones, facilitaba la de proporcionar efectivo cuando fuese necesario, para reintegrarlo en las oportunidades de exceso de encaje.

Completó su estudio de las disponibilidades inmediatas considerando la función de compensación mutua que se verificaba por las cuentas mantenidas con los demás Bancos de la plaza. Además de facilitar la relación interbancaria de asuntos a solventar por los corresponsales o las oficinas de la Banca vecina, dando flexibilidad y acogida a operaciones para cuyo logro fuese necesaria una actuación conjunta, también permitían acudir al reembolso de los saldos favorables con cheques a la vista y con órdenes de abono. Con los corresponsales ocurría exactamente lo mismo en cuanto a reciprocidad en la ejecución de operaciones encomendadas.

Así iba estudiando Queimadelos las conexiones y estructuras fundamentales de las principales cuentas empleadas, que eran en resumen el estereotipo de todas las operaciones que incumbían a la Banca, situada en aquel su grado presente de evolución. Las fue estudiando por orden de presentación en balance para concentrar toda su atención en puntos concretos y análogos, con lo cual se evitaba la disipación de energías mentales que le hubiese costado un mariposeo ineficaz sobre materias extensas y diversas.

Dentro de la Banca, fomentado por la finalidad de producir el máximo con el mínimo esfuerzo, existe un convencionalismo inspirado al productor a través de alicientes preestudiados, de favorecer al nuevo compañero, comunicándole noblemente los conocimientos experimentales de la organización. Esa ventaja, que desgraciadamente no comparten infinidad de empresas por falta de un sentido altruista y calculador de sus directivas, hace que en breve tiempo se documente todo aquel nuevo empleado que ponga interés en su profesión; comprendiendo esto, Queimadelos no quiso desaprovecharlo.

Por aquellas alturas su vida íntima transcurría del modo más vulgar y sencillo: jornadas de trabajo completadas por ratos de estudio. En la fonda un mínimo de tiempo dedicado al reposo y demás necesidades personales. Un largo paseo nocturno para hacer ejercicio físico, despejado por el frescor de la noche en los puntos confusos o sugestivos de la tarea del día; lo corriente era que empezase meditando en realidades financieras y terminase soñando en utopías, a las que sólo podía llevarle su imaginación desbordante.

También había iniciado una serie de pequeños giros mensuales para ayudar a su familia, que le llenaban de gozo íntimo al sentirse en el principio de una nueva era de independencia y de ahorro.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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