Después de una de sus encarnizados batallas entre Cristina y Javier se hizo una paz precaria entre invectivas de eres lo peor que me he encontrado y declaraciones de amor eterno, que así discurren las rencillas de los amantes y cuanto más ardientes más sabrosas son las reconciliaciones.
Aquel viernes de julio calurosisimo prometía otro encuentro épico entre amantes picados por el aguijón del escorpion. Cristina se miró al espejo y se vió irresistible, su 1'75 se apretujaba sobre su cuerpo dejando un generoso escote y una falda muy corta para lucir una largas piernas espectaculares. No se sabía si su vestimenta era para castigar a Javier por ser un mandón y tratarla como un perro, que Cristina no tenía pelos en la legua o para que Javi se derritiera de pasión. Ni ella misma lo sabía. Era una Diana
cazadora, segura de si misma y acostumbrada a los piropos y a los amigos incondicionales, que con tal de verla tan juncal le reían todas las gracias y le consentían todos los caprichos.
Javi, un hombre más alto de la media y con su carga de años y de experiencia de galán en medio mundo no las tenía todas consigo. Cris vendrá en su versión pantera o en cordera suspirante y ansiosa. Tras un fugaz beso en que ella escondió sus labios se sentaron en una terraza de la Puerta de Alcalá. Ella toda motines y el como Federer con Nadal al ataque.
Las palabras iban por un lado y el lenguaje corporal por otro. A sus habituales y duros reproches Pilar acompañaba un juego diabólico de piernas que quedaban al descubierto, táctica que las damas saben infalibles para doblegar la voluntad de los caballeros. Javi se inclinaba hacia delante le cogía la mano y se la besaba. La tormenta no amainaba.
La pantera afilaba sus garras y ponía cara de pocos amigos, Javi la contemplaba embobado y fascinado. Ella adoptaba poses de Mantis Religiosa y su macho se estremeció, se sentía devorado tras el coito. Temblaba y se sobresaltaba.
Este idilio acalorado ocurría en un Madrid en que el idilio que trascendió a estos amantes era la atormentada relación entre Pedro, el de las llaves y Pablo el de la espada, el Divino Pedro ahora convertido por obra y gracia de los electores en Pedro I, el Divino y su Valido el burgués de la Navata. Otro amor imposible, aunque el de Cris y Javi prometía días felices y sábanas calenturientas, entre Pedro y Pablo, que no eran adictos al orgullo entre ellos se barruntaban cumbres borrascosas.
Pero volvamos a los amantes para los que no hay nada más allá del amor y que como Josué ordenan pararse al sol en sus delirios y requiebros. Caminaban enlazados y paraban a besarse en apretados abrazos, llegaron al restaurante y se encontraron delante de una botella de Albariño degustando y brindando con este bendito vino blanco galaico.
Javier le dijo a una todavía muy entera y combativa Cristina, que miraba distraidamente a los guasapitos que le enviaba unos de sus múltiples admiradores, que en vez de sus flores vegetales le iba a mandar unas rosas del desierto y que su amor duraría hasta que se marchitaran.
Cris pensó que su madre las cuidaría y las regaría para que se mantuvieran lozanas.
En otoño comprobaron que las flores no se marchitaron, pues eran piedras del desierto. El amor es ciego amigos. Mi pregunta es, entre Pedro y Pablo, quien se mandará estas rosas mágicas del desierto. El espejismo, amigos, es la estrella del alba, el lucero que guía a los amantes y a los políticos. Es cuestión de amor y pasión y de ambición y poder. Que vengan los mejores o triunfen los cuatro en estas justas de julio. Se unirán para siempre Cris y Javi y harán otro tanto los amantes de Pozuelo o de Soria que los exageras monclovitas no se ponen de acuerdo.
Joaquín Antuña - joaquinant@hotmail
