Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

La juventud bancaria en el siglo XX (8)

martes, 09 de julio de 2019
…/…

La carta de Deza parecía haber surtido efecto, pero no precisamente como recomendación sino como presentativa puesto que el interés que mostrara el agente por Queimadelos nacía más bien de que había observado en su visitante, por experiencia sicológica, capacidad de trabajo y nobleza de ánimo.

Estudió detenidamente aquellos folletos de los anuncios fluorescentes. En principio le resultaron novedad, artísticos e impresionantes, novedosos en el país, con lo cual supuso asegurada la originalidad necesaria a todo sistema de propaganda para conseguir que el público, con preferencia a las atracciones de otros establecimientos, se fijase en ella. El precio de coste de aquella importación permitía adicionarle los jornales del electricista que hiciese las instalaciones, así como un alto margen de beneficio neto para Queimadelos, sin que por ello resultase inasequible su precio de venta al público.

Todo lo veía claro, lucrativo y fácil; todo menos la oferta de aquellos artefactos, que le daba verdadero pánico: si para distribuir un artículo no fuese necesario hacer acto de presencia en los establecimientos con posibilidades de adquisición, o si hubiese certeza de que en cada visita lograse suscitar interés por su mercancía, todo iría bien; pero enfrentarse a estos dos problemas no es cosa sencilla para caracteres tímidos, inseguros del éxito de su gestión personal. Pensó también, como procedimiento para eludir sus visitas de primeros contactos, en hacer impresos para trabajar potenciales clientes, cuyas direcciones podía obtener del Anuario de Estadística Mercantil, pero al reflexionar en esto más detenidamente le encontró el inconveniente de que a las hojas volantes de propaganda suele concedérseles poca atención y seriedad, resultando infructuosas en su mayor parte. Decidió dar a este sistema tan clásico de publicidad una adaptación más práctica: calle por calle iría revisando toda la ciudad, y tomaría nota de aquellos establecimientos que tuviesen letreros o anuncios anticuados. Seguidamente, por sectores de población, enviaría las hojas informativas con una antelación de dos o tres días a la fecha de su probable visita personal; así organizada la gestión, esto tenía la ventaja de que sólo se necesitaban impresos para las casas con cierta probabilidad de adquisición, y de que su visita ya no resultaba tan violenta al anunciarla en las hoja de propaganda, además de que los destinatarios de aquel tipo de propaganda le concederían cierta importancia y previsión, estudiándolos detenidamente para estar preparados ante la anunciada visita de Queimadelos como distribuidor de unos anuncios luminosos tan modernos.

Trabajando en este plan mercantil transcurrieron un par de meses sin grandes resultados: los beneficios repartidos proporcionalmente a los días de trabajo, habida cuenta de los gastos de representación procedentes de viajes y alternancia social para relacionarse con probables compradores, apenas darían margen para subsistir en una mala fonda. Unitariamente por cada artefacto colocado, el lucro era importante, pero cada venta costaba el esfuerzo y la dedicación de varios días para ultimarse; y este esfuerzo tenía con frecuencia decaimientos entorpecedores puesto que a Queimadelos empezaban a finársele sus ahorros, mientras que del beneficio de las ventas no había percibido lo más mínimo puesto que aquel dinero, según contrato, iba a engrosar el fondo de cancelación del anticipo que le concediera su protector, así que temiendo un agotamiento de sus reservas, y cerciorado de que no terminaría de saldar el anticipo al tiempo en que necesitase dinero, fue desmoralizándose paulatinamente y se aminoró su entusiasmo propagandístico. Con todas sus ganas hubiese renunciado a la distribución de aquellos anuncios que amenazaban no terminarse jamás debido a que los establecimientos de cierta importancia tenían ya instalaciones de publicidad luminosa satisfactoria, más o menos adecuadas y modernas, mostrándose reacios en sustituirlas, y los comercios de barrio no podían permitirse, ni casi lo necesitaban, otro lujo que un modesto escaparate en el hueco de una ventana callejera; pero su honor, su palabra de compromiso, -la prenda social de más valía-, estaba empeñada en este asunto, y Queimadelos temblaba ante la sola idea de buscar otro trabajo, dejando para ratos libres la propaganda de aquellos artículos, lo que equivaldría a aplazar la última de las realizaciones para el día del juicio, y para poco antes la total cancelación del anticipo concedido.

De improviso, sin que jamás se le hubiese ocurrido proyectarlo, cuando salían de una farmacia, el electricista de poner la instalación y Queimadelos de comprobarla, comentó éste oficiosamente:

-Ha sido fácil de colocar este aparato; anteayer visité al farmacéutico, ayer se decidió por el modelo, y hoy se lo instalamos, con cuatrocientas pesetas de beneficio. ¡Así que salió bien el asunto!

Siguió una pausa diplomática. El electricista pensaría para sus adentros en lo fácil que se ganaban algunos los cuartos, mientras que él, para sacarse un pequeño jornal, tenía que encaramarse una y otra vez a los postes conductores, a escaleras inseguras y a infinidad de lugares y de posiciones peligrosas.

Queimadelos, hecho ambiente, asestó el golpe de gracia:

-Lo peor en mi caso es que quisiera preparar unas oposiciones y aún me queda material de este para unos veinte anuncios; el dinero me hace buena falta, pero las oposiciones me interesan más aún, así que tengo que buscar alguien que me compre, aunque sea sin beneficio sobre el costo, lo que tengo disponible en el almacén.

Por la mente del electricista pasó un chispazo de lucro, animándolo a conseguirlo.

-¿Y dice usted que esto de hoy le dejó cuatrocientas pesetas libres, aparte de mi jornal?

Esa era la verdad, aunque para comprenderla mejor habría que añadir que no todas las ventas le resultaran tan fáciles como aquella.

-Exacto; ochenta duros.

-¿Sabe usted que estoy pensando: que a horas libres yo me podría encargar de esto, siempre que lo deje!

-Tratándose de ti, que estoy seguro lo sabrás manejar, además de las instalaciones… ¡Vaya, que te lo dejo, pero como he de pagar a los proveedores el importe del material pendiente, eso, lo que hay en el almacén, me interesa cobrar al contado; así liquido lo que debo y me centro en mis oposiciones. ¿Hace?

El electricista cada vez se interesaba más por el traspaso de aquel negocio.

-¿Y cuánto le costó ese material; quiero decir, en cuanto me lo vende, así, al contado?

Con esta pregunta de dos filos pretendía averiguar los dos extremos sin exponerse a que se le negase uno de ellos.

-Calcule usted: ya ha visto la factura del anuncio que acabamos de poner; réstele su jornal y las cuatrocientas de mi beneficio, y eso es exactamente lo que me costó, y en lo mismo le cedo a usted cada uno de los veinte que me quedan disponibles, con todo su material completo. ¿Le conviene?

-Algunos ahorros tengo en la cartilla, así que miraré si hay bastante, y si lo hay, cerramos el trato.

-¡Como guste; y tan amigos!

Tan amigos, y tan contento Queimadelos cuando le hizo entrega al electricista del material almacenado; de liquidar cuentas con el agente, y de percibir, en concepto de beneficios por la distribución parcial que llevaba efectuada una suma de dinero que le permitía, junto a los pocos ahorros que había llevado de Lugo, permanecer varias semanas en Coruña para preparar unas oposiciones de Banca. Ciertamente aquella representación electrotécnica iba mejor para el electricista, que unificaba en una sola persona todo el margen de beneficios, pero tampoco le iba a ser fácil agotar las existencias en breve tiempo puesto que el mercado de los anuncios ya estaba muy atendido.

Queimadelos se desengañó con pleno conocimiento de que los negocios personales, sin aportar a ellos capital propio que permita dar flexibilidad a la empresa efectuando libremente las transacciones que sean oportunas, no suelen proporcionar un lucro satisfactorio, compensador de la actividad empleada.

Veía clarísimo que el trabajo aislado se defiende únicamente, y para eso con limitaciones, en el ámbito artesano. Veía los componentes básicos de la gran producción, el capital y el trabajo, fecundos tan pronto se les vinculase, tan pronto se fundiesen en una empresa a la que sólo era necesario unirle inteligencia directriz; sencilla era esta triple comunión, pero potente en proporcionalidad a la adecuada mixtura de que se formase: capital suficiente para afrontar todas las operaciones de interés que aconsejase el negocio; trabajo, energía humana, capaz de producir evoluciones adecuadas en la hacienda y de asistirla protectoramente en cada una de ellas; y el tercer elemento, la chispa animadora, la gestión de técnicos activos, inteligentes y conocedores de la índole de asuntos que afectasen a la empresa. El solamente podía aportar a cualquier otro negocio que intentase su trabajo personal, y no sabía si un poco de inteligencia ya que tan despejado se auto juzgara cuando todo le salía admirablemente bien dirigiendo una sección de la empresa Rancaño, como torpe se cría al no obtener de la pasada representación el beneficio esperado, con lo cual perdió bastante fe en si mismo. Luego, con sólo sus factores de producción, no le cabía esperar grandes cosas, ¡tantas como había soñado a raíz de su viaje a la ciudad herculina!, sino, de momento al menos, acogerse a un empleo remunerativo, y este empleo esperaba que se lo brindasen las oposiciones del Banco de Crédito y Ahorro, establecido en Galicia. Decidió hacerlas, y al efecto rogó a su compañero de fonda, Mauro Aldegunde, que le pusiese al tanto del programa y demás extremos que le interesase conocer.
…/…
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES