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La juventud bancaria en el siglo XX (4)

martes, 11 de junio de 2019
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Intercesión

Ya se le había ocurrido paseando con él por la muralla, pero no se atrevió a insinuárselo temiendo que después no pudiese sentirse capaz de hacerlo. En el negocio de su padre, Porfirio Rancaño, mayorista en la compra de reses, había varios chicos que desempeñaban diversos cometidos de oficina. Aquello podía ser útil para Queimadelos, y una plaza para él, caso de no existir vacante, podría crearse provisionalmente, igual que se había hecho cuando su padre se sintió inclinado a emplear otros jóvenes en situación apurada.

Lo espinoso del caso estaba en decírselo a su padre; ¡ay, decírselo!, eso sí que le daba apuro de verdad. Chelo lo meditó mucho antes de decidirse; incluso volvió a salir con Ernesto, varias veces, en cuyos encuentros escuchó nuevas ternezas, que le hacían renacer los deseos de ayudarle, pero siguió ocultándole su proyecto; temía principalmente dos cosas: que su padre se negase a admitirlo, y que el hecho de interceder, de colocarle en las oficinas de su casa, le violentase ante él; que su protegido se sintiese avergonzado frente a ella por haberle ayudado.

Tres o cuatro semanas después de confidenciarle Queimadelos que necesitaba y deseaba trabajar, Chelo se decidió a poner a su madre por intermediaria; hablando las dos a su padre veía más seguro el éxito de su proposición.

Llegaba Rancaño de presenciar en la estación del ferrocarril el enjaule de una partida de reses, destinadas a los mataderos de Madrid. Como siempre, por inveterada costumbre que no abandonaba, llamó con palmadas escaleras arriba antes de llegar al primer piso, en el que vivían, para evitar cualquier espera frente a la puerta. Le enojaba que no se le abriese con prontitud. Después tiraba el sombrero donde le viniese a mano, besaba a su esposa y a su hija, haciendo con ellas algún comentario sobre lo que más le hubiese impresionado en la jornada, y a continuación se iba al diván de su despacho particular para tumbarse a lo largo mientras no le avisasen para la mesa, cosa que tampoco podía demorarse sin exponerse el servicio a su humor fácilmente excitable. Aquel día el comentario versó acerca del rendimiento de las reses enviadas:

-Hoy sí que hice un negocio excelente; casi cien pesetas de beneficio neto por res facturada. De esta remesa os va a tocar algo, así que ya podéis pensar en lo que se le antoje a cada una.

Y se fue, como de costumbre, para reposar en su diván.

Ambas se miraron gozosas; Chelo un poco nerviosilla.

-Ya lo ves, hijita, regalo a la vista. Un poco gruñón, pero de corazón excelente. ¿Qué piensas pedirle?

Fue espontánea:

-No se me ocurre nada, mamá, pues nada especial necesito…, fuera de vuestro cariño! Lo cierto es que Dios, y de parte suya, papá, nos tiene dadas demasiada cosas…, en estos tiempo de postguerra, tan críticos!

La madre se asombró de oír a su Chelo aquellas frases, aquellas conformidades que no eran habituales en ella, que siempre fuera un tanto antojadiza.

-¿Y qué? ¿Qué ha podido ocurrir para que hoy te muestres tan sencilla? Es la primera vez que te oigo decir que tienes demasiadas cosas.

-Es cierto, mamá. Tenemos más riqueza de la que se necesita para vivir cómodamente; con respecto a nuestro entorno, se entiende. Que no te sorprenda, pues no se trata de que me haya metido a limosnera y desee repartir nuestros bienes, pero es que voy conociendo que hay mucha gente que sin ser lo que se dice pobres tienen grandes necesidades que no pueden satisfacer. Te voy a contar un caso que se me ocurre ahora: -y procuró fingir espontaneidad en su revelación- Un chico, que le conozco desde el Instituto, Ernesto Queimadelos, aprobó hace poco la reválida del Bachillerato. Su padre es fontanero, y tiene una hermana lavandera. Ya ves, una familia humilde. Pues bien, este chico, que te advierto que es listísimo y muy serio, formalote, no puede hacer carrera porque non tienen medios para ello, así que anda desesperado buscando algún trabajo que le vaya bien. ¡Ah, y para colmo de desdichas su madre siempre ha sido débil, y su padre está enfermo del hígado, así que se ven envueltos en gastos que no pueden soportar.

Chelo se acordó de haberle oído decir a Ernesto el día anterior que su padre andaba griposo, así que decidió pasarle la gripe al hígado para dramatizar su súplica.

-Bien, -repuso la madre; -me agrada que vayas reconociendo lo que debes a tus padres, y también lo que nosotros debemos a la suerte…; ¡a la suerte, y a los esfuerzos de tu padre! Lo que no veo claro es que…, ¿qué es lo que insinúas a propósito de ese chico? ¿O es que deseas hacerle un donativo? Me temo que vayas a quedar mal, porque la gente que no se considera de clase muy humilde, -ten en cuenta que el chico tiene estudios-, se ofende si se les socorre, aunque lo estén necesitando; sólo aceptarían regalos, y en tal sentido no se les puede dar nada…, porque no tenemos confianza!

-Es que no pensaba en donaciones…

-Cada vez te entiendo menos, hijita.

-Te lo diré todo, al completo, mamaíta: -Y prosiguió para sus adentros: -¿Todo? ¡No, sólo un poquito! –Te lo diré, pero tienes que prometerme no enfadarte.

-Sí, te lo prometo; pero suelta pronto, que me estás intrigando.

-Este chico, Ernesto, me rogó que le pidiese a papá una plaza en sus oficinas, pero no me atrevo a hacerlo y quisiera que se lo dijeses tú. Le conozco muy bien y me consta que es competente, leal e inteligente. ¡No sabes que obra tan buena, y tan acertada, haríamos si papá lo emplease; en lo suyo, o en algo donde pueda influir! Estoy segura de que no nos defraudaría; de que se portará bien, y con eficacia.

Su madre la abrazó:

-Has hecho muy bien en decírmelo; y tienes razón en que somos demasiado ricos, y aunque papá gaste mucho en sueldos, acaso más de lo que se necesite, bien lo compensa la satisfacción de saber que empleamos el dinero, las ganancias, en favorecer familias que estaban en paro o en otras situaciones difíciles. Hoy mismo, le hablaré de ello, pero en la cama…, que es donde los hombres obedecen a las mujeres!

-¡Gracias, mamá; pero qué lista y que buena…; trataré de parecerme a ti! –Y Chelo abrazó a su madre con toda efusión. Le hubiese gustado decirle que Ernesto era su…, ¿su, qué? Pero aún no estaba segura de sí Ernesto era amigo o novio; en aquel juego petitorio cabía el riesgo de perder lo conseguido, la comprensión de su madre.

En el paseo del día siguiente ya le dijo a Ernesto que su padre había decidido colocarle en substitución de un oficinista al que dedicaría a controlar pesos y liquidaciones de los tratantes que compraban para ellos en las ferias. Queimadelos se sintió profundamente agradecido, pero a la vez sumido en un complejo de inferioridad frente a su protectora. La alegría de haber encontrado, por fin, una colocación, tan buscada y tan deseada, esfumó aquellos temores, y ambos lo celebraron paseando su dicha en agradable intimidad por el Parque de Rosalía.

La juventud bancaria en el siglo XX (4)
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Laborando

Queimadelos se sentía optimista ante la proximidad de percibir un sueldo por primera vez; estaba gozoso de haberse colocado, pero a la vez un poco nervioso temiéndole al proceso de adaptación.

El jefe de la sección de Compras era afable con los empleados, y Queimadelos notó enseguida esta cualidad, sintiéndose más seguro de su optimismo. Le hizo algunas preguntas acerca de su formación y antecedentes, pero todas con corrección y diplomacia, convirtiendo su interrogatorio en una verdadera charla. Le preguntó principalmente si tenía nociones de contabilidad, de mecanografía, del manejo de ficheros, de estadísticas y de redacción comercial, en cuyas materias Queimadelos tuvo que confesarse algo ignorante pues ninguna de ellas le había sido precisas en su Bachillerato, únicos estudios que poseía. Pero no tuvo que torturarse pensando en la dificultad de desconocer todo aquello pues el jefe de Compras le propuso amablemente un medio para orientarse inicialmente.

-De momento llevarás los ficheros y anotaciones caligráficas, mientras no domines la máquina, así como el cálculo de las operaciones que sepas resolver; simultáneamente a todo esto se te dejarán horas libres para que aprendas contabilidad y mecanografía en una academia especializada, que aquí en Lugo, ahora, las hay en todas las esquinas.

Como su admisión había sido un tanto marginal a la plantilla, sus servicios no apremiaban, quedándole amplias facultades para imponerse en los conocimientos esenciales de oficina; su colocación era de auténtico meritorio, aunque recibiese emolumentos de técnico, pero Queimadelos supo corresponder a las atenciones recibidas poniendo todo interés y esmero en cumplir el cometido que se le había asignado y en alcanzar la preparación adicional que precisaba para dominar su tarea.
La juventud bancaria en el siglo XX (4)
Aparte de la correspondiente contabilización de las operaciones realizadas, la sección de Compras cuidaba especialmente del engranaje de los servicios de adquisición confiados a delegados oriundos de la misma comarca en que actuaban, para facilitar así el conocimiento de las ganaderías locales; de estudiar las perspectivas de precios, cotejando los informes que proporcionaba la sección de Ventas relativos a mercados consumidores, tarifas, competencia y transportes, con los datos facilitados por los tratantes comarcales sobre oferta, competencia, calidad de las reses, abundancia de pastos o escasez de estos que influyese en la oferta futura, pérdida de peso en los traslados desde el lugar de origen al embarcadero más apropiado, etcétera; y también de adaptar las inversiones, calculando su empleo más lucrativo, a las disponibilidades que en cualquier momento pudiera presentar la sección de Ventas, habida cuenta de que los cobros aplazados no se realizarían hasta el vencimiento de los efectos correspondientes a menos de presentarlos al descuento en una entidad bancaria.

Todo esto correspondía a Compras desde el punto de vista económico-financiero; contablemente se limitaba a llevar los libros y registros legales, así como aquellos otros que permitiesen un claro y oportuno conocimiento de la situación mercantil de la empresa Rancaño.

Compras y Ventas, además de los informes recíprocos que se facilitaban, tenían un principal enlace en la cuenta y negociado de Caja, a cargo de un empleado de la más absoluta confianza, encargado de cobros y pagos, de las operaciones bancarias y de la emisión y recepción de documentos que justificasen los movimientos de efectivo. Aparte del arqueo diario que verificaba el cajero, los jefes de Compras y Ventas tenían la facultad de revisar las existencias en cualquier momento que creyesen oportuno, y obligatoriamente los días quince, o anterior laborable, y también al final de cada mes.

Al cabo de cada jornada, fundidas las contabilizaciones de la sección de Compras, de la de Ventas, así como las del departamento de Caja, y enlazadas por cuentas de orden las partidas que afectasen a diversos servicios, se procedía a confeccionar un resumen total, global, que sería vertido en los libros oficiales.

La estadística general de la empresa no precisaba unificación puesto que en cualquier momento que fuese deseable se cruzaban informes de una a otra sección, complementándose así los servicios de todas ellas.

A Queimadelos, a pesar de carecer de estudios técnicos, mercantiles, no le fue difícil hacerse cargo de la forma en que funcionaba, tan meticulosamente, la organización empresarial de don Porfirio Rancaño. Y acoplando, según procediese, los conocimiento contables que estaba adquiriendo en una academia con la práctica de las operaciones que veía reflejar diariamente en los libros, ficheros, y registros de la oficina, fue comprendiendo el engranaje de todo sistema financiero: El por qué se adeudaban las cuentas y el por qué se abonaban. La conexión que existía entre unas y otras y su posición frente a la empresa. Sus ventajas al ofrecer en síntesis fácilmente comprensible, y en cualquier momento, la verdadera situación de cada uno de los valores que formaban el patrimonio de don Porfirio. La aplicación de la estadística para establecer cálculos de probabilidad del negocio y orientarlo hacia el campo de actividades más lucrativas en proporción al desembolso y al trabajo que para ello se necesitase. La ordenación en signo a mayor productividad y menor esfuerzo del personal empleado en cada función; la especialización de este al procurar el conocimiento de ciertas normas de trabajo, que Queimadelos consideraba “trucos manuales” mientras no comprendió que todas eran pura ciencia, basada en la experiencia de todas las generaciones oficinísticas, cada una de las cuales había aportado su granito a la técnica de cada profesión.

Todo lo vio por un proceso de comprensión aritméticamente progresiva, en el que los avances sobre cada materia dependían de la observación de la forma en que trabajaban sus compañeros y jefes, del estudio complementario que el realizaba sobre los textos, y del mayor o menor grado de atención que pusiese en adaptar los conocimientos teóricos con la práctica de cada día.

Se dio cuenta, también, de que el capital, por sí solo, limitándose a servirse de él sin someterlo a reproducción, tendía a reducirse en consonancia con los gastos, a situarse en la posición de cero, de nada, en la que moría indefectiblemente por traspaso a nuevos poseedores. Y considerando todo esto, se dio cuenta de que la contabilidad, síntesis de la administración, no era ningún artificio creado por la comunión de conocimientos matemáticos, económicos, políticos y de la expresión escrita de las ideas, sino la aplicación de unas normas, de unos principios que brotan de la Naturaleza misma, que son innatos al hombre con sus propiedades de crecimiento, conservación y/o deterioro.

Queimadelos se decía a sí mismo, meditando sobre los textos contables, muchos de ellos confusos por apartarse en sus explicaciones de la sencillez original, so pretexto de más fácil comprensibilidad: El hombre, mirándose introspectivamente, mirando las cosas de la creación que le rodean, comprendió que la vida necesita alimentarse de algo para sostenerse, para fructificar; incluso los seres inanimados, cualquier planta silvestre, por ejemplo, se nutre de la tierra, de la que no puede separarse sin peligro de perecer; la tierra se nutre del empobrecimiento de las rocas; las rocas se forman de la solidificación de los materiales pastosos y candentes del centro de nuestro planeta; e incluso esa materia ígnea nace de la voluntad del Creador, que permitió su existencia y su conservación. Lo único que no precisa sostenerse de nada es Dios porque en sí mismo se hallan todos los principios de cuanto existe o pueda existir. Todo, pues, necesita de cuidados para no desaparecer; y ya tengo el fundamento del capital: capital es aquello que tiene existencia, que tiene utilidad fija o relativa y que pertenece a alguien; luego, si pertenece a alguien, ese propietario es quien tiene que cuidarle para su conservación; pero no sólo conservarle, sino hacerlo reproducirse puesto que la reproducción es una de las leyes naturales más fundamentales, y también voluntad del Creador, expresada por Jesucristo en la maravillosa parábola del premio que recibe quien no sólo conserva sino que multiplica los talentos que le han sido encomendados para su administración. De este modo se deduce claramente la necesidad, ¡y el deber!, de administrar adecuadamente los “talentos” (valores de cualquier índole) que nos hayan caído en suerte. La administración también nos la enseña la Naturaleza misma: todo necesita de elementos favorables para su conservación; toda reproducción implica el concurso de diversas facilidades y de diversas situaciones; todo, para multiplicarse, necesita sufrir algunas variaciones en sus materias constitutivas. La administración de un capital no es otra cosa que proporcionarle los medios oportunos de conservación, de reproducción y de multiplicación siempre que ello sea propiedad del valor administrado.

Otra enseñanza que recibió de su empleo fue la comprensión de los fines que realiza toda empresa, todo comerciante individual y toda compañía mercantil o industrial. En primer término, con apariencia de dominarlo todo, de ser único motivo de acción, el lucro de los propietarios, la multiplicación de su capital; el propietario no suele pensar más que en su conveniencia al idear la explotación de cualquier negocio, pero de él se derivan múltiples beneficios, y a veces también inconvenientes, que repercuten en la sociedad. Después del propietario, o incluso más ampliamente que éste, siempre que concurran especiales circunstancias, se beneficia el trabajador, quien a cambio de su esfuerzo, manual o intelectual, consigue obtener un sueldo que le permite satisfacer sus necesidades naturales, y aún aquellas otras que le impongan los convencionalismos de su clase social, así como las de los familiares que de él dependan. Se benefician en último lugar, de un modo más superficial y genérico, pero se benefician, todos aquellos a quienes llega, directa o indirectamente, la influencia del progreso industrial, la competencia mercantil, el mejoramiento de la producción; en una palabra, el bienestar social que se amasa con la colaboración activa y fructífera de todo el género humano.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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