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Adriano, Emperador de Roma (I)

miércoles, 26 de diciembre de 2007
Adriano, Emperador de Roma (I)
ADRIANO, EMPERADOR DE ROMA (117-138).
AUGUSTO MARICÓN.
DELINCUENTE EN EL SIGLO XXI


PERSONAJES

ADRIANO. Emperador romano entre 117 y 138 d. d C.
ADULADOR. Hombre indefenso que vive a las expensas de aquellos a los que halaga.
ANTINOO. Joven griego de gran belleza amante de Adriano (Britina, Claudiopolis 110-115-Nilo 130.)
APOLODORO. Arquitecto griego, nacido en Siria (60-125.) Realizó importantes obras militares y civiles bajo encargo de Trajano, entre las que destacan El Foro y Los Mercados.
ARIADNA (VOZ) (Libera para los romanos.) Diosa de la fertilidad, le ayudó a Teseo dándole una espada mágica y el ovillo que estaba hilando para que pudiera encontrar el camino de salida del Laberinto tras matar al Minotauro.
ATIANO. Prefecto del pretorio (al mando de las unidades que formaban la guardia personal del Emperador.) Tutor de Adriano junto con Trajano, personaje que tanta importancia había de tener para la llegada al poder de su protegido. Fue sustituido de su cargo por organizar el asesinato de cuatro importantes senadores que conspiraban contra Adriano. Más adelante, apoyado por el Clan Hispano del Senado, fue nombrado senador.
CRESCENCIO. Fiel asistente de Serviano, un cuñado del Emperador Adriano contra el que siempre conspiró para arrebatarle el poder.
DIONISO. Baco para los romanos, dios de las mujeres según la tradición ática, afeminado y de cabellera rubia, opuesto a la tradición arcaica que representa a un dios del vino barbudo y viril.
FLEGON DE TRALLES. Historiador y cronista griego, liberto de Adriano.
HERA. Casada con Zeus, muy celosa debido a los constantes amoríos de su marido, es el equivalente a la diosa romana Juno, y era la diosa de la fidelidad y del amor matrimonial.
LUCIO. Hijo adoptivo del emperador Adriano.
MARCIO TURBO. Prefecto del pretorio y antiguo camarada de Adriano quien de vez en cuando iba por la noche charlar con él sobre las cuestiones del momento y a jugar una partida de dados.
MARCO FLAVIO. Gobernador de Britania gracias al matrimonio con Valeria, (hija de un senador romano) que provoca las iras de Galba Brasidia, que aspiraba al puesto. Valeria despierta tales pasiones en el bando romano que sacudiría sus débiles cimientos.
NINFAS. Existen de diversas categorías, según habiten en los bosques, en las fuentes o en el mar. Intervienen en numerosas leyendas y tienen amores con dioses y mortales, aún que sus amantes ordinarios son los espíritus masculinos de la naturaleza, como los sátiros o el dios Pan.
Adriano aparece con el cabello despeinado y descuidado como señal de pesadumbre y de dolor.
PADRE DE VALERIA. Influyente senador romano.
PLOTINA. Pompea: Esposa de Trajano, con quien contrae matrimonio mucho antes de su ascenso al trono imperial.
SABINA. Sobrina de Trajano casada con Adriano a los 13 años de edad dos años después del nombramiento de Trajano como Emperador.
SÁTIROS. Para la mitología griega, los sátiros son divinidades de los bosques y de las montañas, con cuernos y rabos y con la parte inferior del cuerpo en forma de cabra y una pezuña bífida.
SENADOR 1
SENADOR 2
SENADOR 3
SENADOR 4
TRIBUNO. Oficial de rango medio en la cadena de mando del ejército romano, se denominaban Tribunos de los Soldados o Tribunos militares. De rango superior era el Tribuno electo de los Soldados. Si el general no era también cónsul y, por consiguiente no disponía de las legiones del cónsul, el Tribuno militar era quien las mandaba. Los Tribunos militares electos servían también de comandantes en los escuadrones de caballería.

REPRESENTADOS POR UN CORO, RÍTMICO, LÍRICO
QUE PERMITA ALIVIAR LA PLÉTORA DE LOS SENTIMIENTOS

Igual que una tragedia antigua, esta obra la puede interpretar un coro como si fuera una representación del alma del dinamismo pasional: En medio del remolino de la vida alzamos la cabeza, valoramos victorias y derrotas y prorrumpimos en exclamaciones y lamentos (desahogos líricos y cantos), y de eses gritos se mantiene la vida. El coro sería perfecto, la válvula de la que respiraría esta obra. La conciencia del drama enfrentada a su propio espectáculo. El animal perfecto que anda por sí y nos deleita, que escapa a nuestro pensamiento, que nos lleva arrastro a pesar nuestro adonde el poema tiene su natural recinto.

Algunas sugerencias
Para esta obra no voy a dar indicaciones, aunque a través de la simbología de los peinados y de los vestidos, se podrían representar las realidades físicas, espirituales y psicológicas que no se explican con las palabras. Los personajes pasan por diversas fases a través de los años de la vida de Adriano que se ponen en escena. De un año a otro, cambian las caras y las modas. Adriano, que al principio lleva un peinado acomodado a la fuerza vital, a la fuerza de su pensamiento y a la fuerza física de un legionario, aparece en alguna escena con el pelo despeinado y descuidado porque tiene pesadumbre y dolor. Las mujeres como Plotina, casada con Trajano, llevarán el cabello recogido como símbolo de la pérdida de la libertad. Sin embargo, Sabina se puede peinar con el cabello largo y suelto, pues aunque ella fue casada con Adriano, ya no lo está y queda libre como si estuviera soltera. Con estas cosas, con los gestos, con las danzas y con los símbolos, quiero ver en las escenas aquello que no pinto con las palabras.

Pequeños apuntes.
Me gustaría que las escenas se representaran en dos salas que fueran el centro de todas las partes: Los recintos oficiales o privados del César y una sala de audiencias que puede ser la sala del senado. En una pared de los aposentos habrá una ventana que se alumbrará según se quiera ver el sol, la niebla o la noche. Unos palos de unos 20 centímetros de diámetro parecerán las columnas que separan los altos de la sala que se salvarán por una escalera donde están los asientos o el lecho. El escenario puede estar pintado de blanco para que ayude a la luz del candil o de las lucernas. Los muebles no serán de estilo de la época, sino asientos de tallos de madera. En las estancias no habrá adornos en ninguna parte.
Utensilios. Sólo tazas y jarras para el vino.
Música. La música que por veces me gustaría que sonara sería algo así como: “Una noche en el Monte Pelado de Mussorsgky”. Música pegadiza, o tal vez de discoteca. La música idónea sonará al inicio de cada escena que irá desmoreciendo para dar paso a los diálogos de los personajes.

I

De nuestro amor la imagen cruzará los tiempos.
Del pasado, blanca, surgirá y habrá de ser
eterna, como victoria de romanos,
y en cada corazón rabia pondrá el futuro
de nuestro amor coetáneo no haber sido.


Fernando Pessoa: Antínoo.

En esta obra cuentan los principios morales, la frivolidad y el poder que en ciertos momentos puede ser difícil de conservar. La necesidad de convencer, de pactar, de rodearse de amigos que alcahueteen a los poderosos para que puedan seguir conservando la autoridad. Es divertido pensar que desde los tiempos de Adriano nada ha cambiado, la esencia humana está siempre presente a través de los años y de los siglos. La ironía de los poderosos, el sarcasmo y la burla que conmociona, porque a veces es tan descarada que parece que nada tienen que perder. Los sentimientos relacionados con el amor, los celos, el odio, la incomprensión, la pasión sexual, el amor y las cosas del espíritu, no han cambiado jamás. Yo no pretendo con esta obra simple de aficionado crear una tragedia como la de Antonio y Cleopatra de Shakespeare, en la que se dan unas de las más bellas manifestaciones del pensamiento humano. Pero inmersos también hoy en una sociedad vacía de objetivos, de capacidad de introversión, de razonamiento y de juicio, pretendo, como hizo Shakespeare, vaciar sobre todos nosotros una hermosa reflexión.

II

La manera de ser de Adriano no es otra más de ideas, poesía, acción, sentimientos como ingredientes de la obra y del sentir de la gente. Aquí el conflicto radica en el enfrentamiento de Adriano consigo mismo, con el poder de Roma, con el vivir y ser responsable de dos culturas. Las fluctuaciones sexuales. Los fracasos ante lo femenino, la vanidad de su mujer Sabina, las intrigas internas de sus enemigos, la dulzura y la valentía de ser lo que se quiere ser en aquel tiempo, que como en este, donde para ser feliz hay que hacer, y sólo hacer, lo que los demás quieren.

III

Pero Adriano también es una protesta contra la maldad, el antisemitismo, la pederastia o la pedofilia, actitud homosexual que también era parte esencial del personaje que Margarita Yourcenar puso como uno de los mejores hombres que había dado la humanidad, pues es bien sabido que la mayor paz que tuvo la historia del mundo fue desde Nerva hasta Marco Aurelio, y Adriano estuvo entre ellos. Pero Margarita era homosexual y además, en la época que salieron las Memorias de Adriano, ser antisemita no estaba muy bien visto. Aunque tampoco lo está ahora, y Dios quiera que jamás lo esté.

IV

Adriano, un joven español estudiado en Roma. Venía de ocupar varios cargos públicos, tanto civiles como militares. Desde el nombramiento de Trajano como emperador fue cónsul participando en las campañas de Trajano en las fronteras del Danubio. Más adelante fue nombrado magistrado con funciones de gobernador en Atenas, y fue allí viviendo en Grecia cuando el futuro emperador se sumergió en la cultura griega que jamás dejó de admirar. Tras la expedición de Trajano al Oriente, este enfermó y murió en Selinonte, una provincia romana de Cilicia en el mes de agosto del año 117. Pero antes de morir designó a Adriano sucesor. Con su moribundo consentimiento el ejército proclamó a Adriano emperador de Roma con la edad de 41 años y el Senado ratificó el nombramiento. Se casó con Sabina, una sobrina nieta de Trajano. Adriano defirió de su antecesor y decidió abandonar las luchas en las provincias lejanas y consolidar el Imperio. Construyó fortificaciones defensivas en las fronteras, como el famoso Muro de Adriano en Britania de protección contra los caledonios de Arden Carataco. Estas líneas fortificadas marcaban el final de la expansión del imperio romano que no ponía un pie más adelante de ellas. Se rodeó de poetas, filósofos y eruditos, siendo uno de los emperadores de Roma más cultos. Promovió las artes y fue mecenas de numerosos proyectos artísticos. Entre otras cosas de carácter administrativo, fijo cambios en la administración y privincializó el ejército. El Senado se distanció de él porque no estaba de acuerdo con sus innovaciones y con su autoritarismo innovador.

COLETILLA
Las vidas de Adriano y Antinoo estuvieron en poder de otros escritores, entre ellos Fernando Pessoa o Margarita Yourcenar, que casi desde la mitad del siglo XX se hicieron dueños de ellas. Pero como dijo una vez Alfonso Reyes, “que por cualquier camino alcanzamos la posesión de un módulo para manejarlo a nuestra guisa. Qué otra cosa hicieron los trágicos de todos los tiempos sino volver a contar a su modo una historia conocida en general”, y contaba que una vez, cierto amigo suyo, en un ayuno de letras, le dijo cuando leyó la Ifigenia: “Muy bien, pero es lástima que el tema sea ajeno”. Alfonso Reyes le contestó diciendo que: “Lo mismo pudo usted decir a Esquilo, a Sófocles, a Eurípides, a Goethe, a Racine, etcétera. Además, el tema, con mi interpretación, ya es mío. Y, en fin, llámele usted a Ifigenia, Juana González, y ya estará satisfecho su engañoso anhelo de originalidad.”

ENTRA UN ACTOR
Disfrazado con un traje especial (ornatu prologi.)
(Suena música pegadiza).
Permítanme que lleve la voz cantante presentando esta obra de teatro. El teatro es una festividad y en ese contexto festivo el autor quiere, como en las obras de Plauto, hacer una especie de captatio benevolantiae, por ejemplo que yo mande callar al público y que no alborote. En el teatro plautino esta presentación tendría que servir para ofrecer detalles sobre las escenas que se van a representar o un pequeño resumen de los acontecimientos que los espectadores deben conocer antes de adentrarse en la acción, pero como ustedes son buenos y están callados y además ya conocen un poco la obra en cuestión porque se han leído los folletos, me voy a ahorrar el resumen. El escenario ahora esta tapado por el cortinón, pero al abrirse encontrarán interiores en donde se desarrollan las acciones y no a las puertas de las casas como era en el teatro de Plauto. El cine con sus medios ha roto este convencionalismo, puede mostrar la acción dentro de las viviendas y ver a vista de pájaro el foro, el puerto y el palacio. Aquí sobre el escenario veremos los interiores con una decoración más excelente que unas simples puertas de madera que chirrían al abrirse.
Las excelencias de la comedia que van a ver las tienen ustedes escritas en eses folletos que les han entregado al entrar, con catálogo de tipos de personajes incluido, y tal vez necesitarían una música pegadiza para leerlas, claro, que ni yo les voy a decir, ni el catálogo tampoco que: A un lado de la casa de…, está contando su vida, a otro lado fulana de tal… y en medio la del diputado con su abierta mujer que con el alcahuete que... El prólogo o la información a lo que vamos a ver conjuga el elemento invitatorio para que se preste atención a la comedia con el introductoria, dando información de los personajes.
A modo de ejemplo y para dar paso ya a al teatro, véase este ejemplo sacado de una comedia plautina: Captivi, (Los cautivos).
El actor vestido con un traje especial ornatu prologi decía:
“Estos dos prisioneros que veis aquí de pie, esos que están de pie están de pie no sentados. Vosotros sois testigos de que digo la verdad. El viejo que vive aquí, Hegio, es el padre de este. Os voy a contar de qué modo ha llegado a servir a su propio padre, si me prestáis atención…”
Y continúa el resto del argumento que podéis leer en cualquier edición.
En esta obra que vamos a ver el ornato prologi diría:
“Esa mujer y ese hombre que veis aquí de pie, esos que están de pie están de pie no sentados. Vosotros sois testigos de que digo la verdad. La mujer que vive aquí, Plotina, es la amiga de este. Os voy a contar de qué modo han llegado a conspirar para asesinar a cuatro senadores, si me prestáis atención…”.
Y continúa el resto del argumento que se puede ver inmediatamente.

I
(En un recinto privado.)
(Personajes y sucesos pasan con la realidad histórica por escena).

(117 d. de C.)
Adriano es Legado en la provincia de Siria.
Plotina y el recientemente nombrado Prefecto del Pretorio: Caelio Atiano, después de haber anunciado a todo el Imperio que Trajano, gravemente enfermo, había adoptado a Adriano como hijo y por lo tanto, sucesor.
PLOTINA (contenta) Me complace pensar que Adriano ya es emperador y me entristece que ande tan lejos de nosotros.
ATIANO. Él no está en peligro; no arde en deseos de luchar en más batallas: no a más guerras: no a conquistar más pueblos para apoderarse de sus riquezas. Eso, sin duda será motivo para que ahora muchos ambiciosos puedan urdir una trama y deshacerse de él.
PLOTINA. Y tú ya sabes quiénes son. Tendríamos que deshacernos nosotros primero de ellos antes de que lleven a cabo su objetivo y le hagan algún mal a Adriano.
ATIANO. Adriano ha tenido suerte de que tú acompañaras a Trajano en la última expedición contra los partos, pues si no hubieses estado allí cuando la muerte lo arrebataba, hoy Adriano no sería Emperador.
PLOTINA. Mucho trabajo me costó que Trajano en su lecho de muerte lo adoptara como heredero.
ATIANO. Ya sabes que los conspiradores son los senadores Lucio Quieto, Avidio Nigrino, Cornelio Palma y Lucio Publio Celso. Ellos saben que tejiste una trama fraudulenta para que Adriano fuese Emperador. Tú hilas e hilas y sabes que la hilandera jamás puede separarse de su hilo. Tú estás en el centro y como si fueras una diosa madre, tejiste el hilo del futuro y del destino de Adriano creando un emperador para estar ligada a él en el presente y en el futuro, envolviéndolo todo en esa urda, en ese laberinto, un peligroso camino por el que nos podemos perder.
PLOTINA. Sí, esos de siempre, pero Adriano será emperador aunque para conseguirlo tenga que matarlos a todos. Cuento contigo y si tú no me quieres ayudar, bien sabes que tengo amigos.
ATIANO. ¿Así es cómo quieres qué empiece el nuevo César matando a cuatro importantes senadores?
PLOTINA (con un grito). ¡A cuatro traidores!
ATIANO. ¿Con qué boca me hablas, Plotina? Tú, que siempre fuiste mujer modesta de gran nobleza de espíritu y benevolente, parece que se te retuercen los sentimientos con el afán de proteger a Adriano. Tal vez esos labios que se desprendían conciliadores y amables hablan de manera feroz como si otra voz con tu voz sagrada hablara. Esa fuerza tuya era para mí desconocida. ¿Cómo vamos a hacer? La única manera de pararles los pies a esos es matándolos. Ellos son hombres con poder y también tienen amigos. Lo que pretendes hacer es muy arriesgado.
PLOTINA (en un tono casi colérico). Parece que hablas con miedo: ¡Miedo, miedo, miedo! Esas no son palabras para el Jefe de la Guardia Pretoriana amigo y tutor de Adriano. Esos senadores eran fuertes en la comitiva de Trajano que les dejaba preparar las acciones gubernamentales organizando la política, el ejército y la administración. Con Neracio Prisco y Juvencio Celso, formaron un grupo de amigotes que le robaron al Senado las funciones que formalmente le correspondían. Con la muerte de Trajano quieren hacer como Lucio Licinio Sura que también hiló y deshiló el destino de importantes hombres hasta la hora de su muerte.
ATIANO. Arañas abundan, mi señora, Roma es una araña que desde el centro teje y teje atando con sus hilos todo lo que encuentra por el camino. Los pájaros que has dicho también diseñaron la Campaña contra los partos y tienen amigos en las cúpulas de las legiones. Será difícil matarlos. Lucio Quieto sirvió bien a Trajano en la Campaña Oriental y después en la Campaña contra los judíos.
PLOTINA. Pero matarlos es absolutamente necesario: ¡Piensa, Atiano, piensa! Emplea a tus esbirros o a esos que te informan de las conspiraciones. Seguro que sabrán preparar bien una emboscada. Es necesario acabar con ellos antes de que Adriano regrese. No quiero que al llegar se encuentre con sorpresas.
ATIANO. ¿Y si el pueblo le pide explicaciones al Emperador? ¿Qué les va a decir? No creo que al Senado le guste que asesinen a cuatro de sus miembros más influyentes.
PLOTINA (tranquilamente y con frialdad). Adriano está muy lejos de Roma y tiene coartada para no saber nada de esa conspiración. Podemos dejar caer las sospechas del pueblo sobre el mismo Senado y que ellos den las explicaciones que quieran.
ATIANO. Esos senadores ya son tus víctimas. Oh, Plotina, no, tú no eres cruel, sangre blanda circula acariciando tus venas y tu aliento es dulce. Tal vez eres demasiado protectora de Adriano, pero ten cuidado en amamantarlo con leche de piedra. Tú no quieres perder el poder que tenías con Trajano y ya sabes los motivos por los que Trajano no quería que el amante de la belleza más que de las batallas tomara las riendas del Imperio.
PLOTINA. Yo no estoy preocupada por la pérdida del poder. Ya sé que Trajano quería dejar un sucesor belicoso porque él también lo era, amigo de las batallas, un conquistador para el Imperio. Sus guerras en Dacia quedarán grabadas en la Columna que llevará su nombre y en la que también descansarán sus cenizas.
ATIANO. Oh, seguiré tu juego de diosa protectora. Pero aunque yo también fui tutor de Adriano y guardo para él gran respeto y amistad, tampoco quiero pensar que lo hago pensando que es un pajarillo débil que no resistirá las lazadas que a veces te pone el cargo y la vida.
PLOTINA. Las lazadas prenden a los pájaros que no vuelan cerca de sus casas y a los enfermos y Adriano no está enfermo, y de volar entiende. ¿Cuándo lo has visto mucho tiempo al lado de su casa o reposando siempre en el mismo lugar?
ATIANO. Ya sé que él no es un pajarillo débil.
PLOTINA. Los dos sabemos que Adriano no ha asesinado a nadie. Pero traidores siempre hubo al lado de los emperadores romanos y es bueno darles un escarmiento. Así cualquiera que se tuerza lo pensará bien antes de intentarlo.
ATIANO (cediendo). Haré el que me dices, Plotina, pero no quisiera que el hacer del Senado se turbara en rencor hacia el nuevo César.
PLOTINA. Escúchame jefe de la Guardia Pretoriana, amigo mío. La política es un negocio en el que se manejan tratos y prendas. En ella hay que respetar los tratos y los hombres y por supuesto pagar; a veces con precios muy altos y a veces con precios corrientes.
ATIANO. Intentaré satisfacerte.
Salen.

II
(En un recinto del Senado.)
(Acontecimientos históricos a escena.)

En Roma, nueve meses después.
Adriano, Escribiente, Senadores: 1, 2, 3, 4.
ADRIANO (al escribiente). Apunta esto que voy a sentenciar. Tal vez a muchos les causará un fuerte dolor de cabeza.
ESCRIBIENTE. Señor, estoy listo.
ADRIANO. He aquí mis mandatos: primero. A partir de hoy quedan prohibidas las orgías en palacio. Sólo permitiré las reuniones sociales o políticas y las reuniones intelectuales. Segundo: Se habrán de expandir más los repartos de los alimentos entre los pobres que en su día ya instauró Trajano. Tercero: Los huérfanos recibirán para su manutención el dinero de los intereses que se pagan por los préstamos del Erario Público. Cuarto: El Emperador no aceptará herencias de aquellos que murieron y dejaron familias que mantener. Cinco…
SENADOR 1 (interrumpiendo). ¿Oh, no eres demasiado generoso, César?
ADRIANO (al senador 1). Me has interrumpido en lo mejor. Pero escuchadme todos. (Le hace una señal al escribiente para que siga escribiendo.) Cinco: Habrá que modificar la ley para que una parte de las propiedades de los fugitivos se repartan entre sus hijos.
SENADOR 2. Me gustaría satisfacer una curiosidad, Adriano, antes de que sigas con tus mandatos regalando los bienes de Roma y tomando decisiones que según tú, y gracias a que te parece que tienes bueno olfato, son decisiones prácticas.
ADRIANO(tranquilamente). Pues ya me dirás, Senador, e intentaré satisfacerte.
SENADOR 2. César, eres inexperto en cuestiones políticas y tus decretos son como hogueras que derriten los corazones de los que velamos día y noche por Roma.
SENADOR 3. Los corazones del Senado ya fueron dañados cuando se nos culpó de las muertes de Lucio Quieto, Avidio Nigrino, Cornelio Palma y Lucio Publio Celso.
ADRIANO. Parecéis ignorantes. Entonces vosotros no contabais para nada. Sólo erais la comparsa que ratificabais las decisiones que adoptaba el Consejo del Príncipe. Además, ¿no me iréis a decir que no estabais todos de acuerdo con los deseos de Nigrino, de Quieto y de todos aquellos traidores para asesinarme?
SENADOR 4. El Senado nunca supo que ese Consejo urdía tal trama para matarte.
ADRIANO. El senado culpó al César de colocarle una trampa, pero yo jamás usé lazos ni cepos. Tal vez sólo sean reflejos pasados que pierden luminosidad cada día. No obstante, ya he sustituido a Atiano, mi tutor y amigo como Prefecto del Pretorio para satisfacer vuestras protestas. (Calla un rato para reconcentrar la voz.) Ahora me gustaría acabar de leer mis decretos.
SENADOR 3. Ahora pretendes que entre en el senado.
ADRIANO. Atiano conoce bien la vida de los romanos. Sabe sus costumbres, tanto en los barrios más pobres como en los más ricos. No puedo dejar de preocuparme por ese amigo de la Orden Ecuestre que bien se merece una vejez acomodada disfrutando de la influencia del cargo y de su conocimiento de los asuntos de Roma.
SENADOR 4. Tal vez con el apoyo del Clan Hispano tenga suerte.
SENADOR 1. Los deseos del César serán cumplidos.
ADRIANO. Los senadores de Roma sienten cierto rencor hacia mí. Pero mis decretos no son dictados a capricho. No quiero gobernar organizando fiestas y aguantando las falsas adulaciones de los funcionarios. Tampoco quiero que se desmantele la ciudad de Roma para vestir las casas de otras ciudades. Y vosotros, hacedores de leyes, procurad en cuanto a las leyes civiles, que se quemen las escrituras de las deudas incobrables y en cuanto a las penales, que nadie sea condenado a muerte sin pasar por la Corte de Justicia.
SENADOR 4 (con tristeza). Esto será el fin de Roma.
ADRIANO (dirigiéndose al senador 4). ¡Exageras! Esto será el fin de quién no cumpla mis mandatos. La misma pasión que pongo en las obras de arte bien hechas, la pongo en todo. Hablad con mis arquitectos y ya veréis.
SENADOR 1. César, pero Roma necesita esclavos para mantener el sistema de producción y para tener esclavos son necesarias las guerras. Los grandes latifundistas que influyen en la política, tanto en la capital como en las provincias, necesitan de ellos para que las balanzas estén siempre equilibradas.
ADRIANO. Todos sabéis que a veces Roma es víctima de sus triunfos militares. Recientemente con la cantidad de oro y de plata que Trajano trajo de Dacia, desequilibró los gastos del Erario Público provocando gran inflación. Desde hoy se cierra la Campaña contra los partos y se restaurará la paz en la Frontera Oriental. Esta decisión debéis celebrarla con abundante vino.
SENADOR 2. Señor, parece que andas por un camino encantado, como si fueras un extranjero. Casi siempre estás lejos, bien como jefe de tus legiones o enamorándote de las artes de otras tierras. A veces, pensamos que llegas afectado de picardías especiales.
ADRIANO. Siempre que regreso me purifico en las aguas de Roma. En mi casa tengo unas termas sólo para mí. Me sientan bien cuando llego cansado de los viajes.
SENADOR 1. Pero deberías salir a la calle para que el pueblo te vea. Acudir a las Termas Públicas, salir de tu villa: ¿Acaso no oyes las voces de la ciudad? ¿No ves sus puertas abiertas para ti en cada esquina? Estás en Roma, Adriano, y en Roma no hay fundidos aposentos para el Emperador, penumbras frías. Roma no es una cueva oscura.
ADRIANO. ¿Qué pensáis todos? ¿Tal vez que no veo lo que vosotros veis? ¿Acaso creéis que no veo cómo se visten las flores? ¿Qué no tengo ganas de recoger las frutas maduras que se desparraman por las huertas? ¿Qué no huelo las rosas y no veo a las mariposas aseándose el polvo de sus alas? Ah, si supierais cómo miro para el techo de otras tierras e imagino que estoy debajo del techo abierto de Roma. Si supierais cómo me llegan sus perfumes en el aire, casi como se vinieran de un paraíso. Y cuando llego a Roma siempre me asomo al río para ver si sus aguas tienen heridas, para verme en su espejo y comprobar que siempre estoy ahí. Hay gente que me ve ensimismado y me pregunta qué veo, qué siento, qué percibo, qué huelo. Olor a rosas tal vez, les digo.
SENADOR 4. ¿Qué ves ahora?
ADRIANO. A vosotros.
SENADOR 1. ¿Qué sientes ahora?
ADRIANO. Temor.
SENADOR 3. ¿Qué quieres ahora?
ADRIANO. Tal vez sumergirme debajo de las aguas de un río encantado.
SENADOR. ¿Qué río?
ADRIANO. Ese río que tiene ciudades sumergidas donde me asearía con las sirenas.

ESCENA III
(En un recinto privado.)
(Personajes y sucesos pasan con la realidad histórica por escena.)

117 d. de C.
Adriano, Marcio Turbo, Apolodoro.
Entra el Criado.
CRIADO. Señor.
ADRIANO. Avisa a Apolodoro, que venga pronto.
Se va el Criado.
MARCIO TURBO. Andará con las manos en la masa.
ADRIANO. Tal vez, o acariciando las piedras.
MARCIO TURBO. Oh, él nunca se cansa.
ADRIANO. Tiene una gran habilidad.
MARCIO TURBO. Es un buen maestro.
ADRIANO. Trajano le consultaba todo.
MARCIO TURBO. Todavía estás dolido desde aquella vez que te trató como un inferior delante de Trajano.
ADRIANO. Pero eso sucedió hace mucho tiempo, una vez que Trajano le consultaba alguna cuestión sobre las edificaciones que se estaban construyendo. Él tomaba muchas libertades en presencia de Trajano.
MARCIO TURBO. Pero tú eras de más alto rango.
ADRIANO. A Apolodoro eso le tenía sin cuidado. Él se movía con soltura en los círculos superiores y se consideraba igual.
MARCIO TURBO. Es decir, que fachendeo ante ti.
ADRIANO. Sí, fue cuando interrumpí con una observación. Él me dijo que me fuera a dibujar mis calabazas que yo no entendía nada de eses asuntos.
MARCIO TURBO. Ahora tú eres el César y te puedes vengar, fachendear cuanto gustes.
ADRIANO. No, querido Marcio, jamás podría fachendear de sabio ante tal genio.
MARCIO TURBO. Tú querías mostrarle a Trajano tus diseños de calabazas. Tal vez ardías en ganas de demostrar tus conocimientos artísticos.
ADRIANO. Sinceramente, yo sólo quise hacer alarde de mis dibujos ante Trajano. Demostrarle que yo también podía tener grandes ideas para sus obras.
MARCIO TURBO. Y Apolodoro tal vez pensó que intentabas apartarlo.
ADRIANO. ¿Con las calabazas? No. Yo entonces me jactaba de hacer dibujos de calabazas, pero Apolodoro sabía que no eran paisajes sembrados de plantas. Él sabía que eran superficies nesgadas, cúpulas. Sólo habrá que ver como los sembrados de calabazas cubrirán los techos de mis futuras construcciones.
CRIADO. Señor, llegó Apolodoro.
ADRIANO. Que pase.
Entra Apolodoro.
Se va Marcio Turbo.
APOLODORO. Adriano, me has pillado en la obra con las manos en la masa
ADRIANO. Eso dijo Marcio Turbo ¡Ja, ja, ja!
APOLODORO. No te rías, Adriano. Tú sabes que también dibujo los planos para construir obras eternas que llevarán tu nombre y el de tu tío Trajano a través de los siglos.
ADRIANO. Para ti también habrá un hueco en la historia, arquitecto. ¿Inspeccionaste los planos para el Templo de Venus? Estoy ansioso por conocer tu sentencia.
APOLODORO. Todavía no los he visto con todo el esmero con el que merecen ser estudiados, pero estoy seguro que serán perfectos. En unos días te haré unas sugerencias.
ADRIANO. No tardes, que estoy impaciente.
APOLODORO. Los dos queremos adornar el Imperio, César.
ADRIANO. Ese es trabajo de todos, arquitecto, pero yo también tengo que dirigirlo.
APOLODORO. Oh, serás un gran emperador, Adriano, y los grandes emperadores son grandes dirigentes. Si no deseas nada más, tengo que seguir trabajando.
ADRIANO. Puedes irte. Hablaremos otro día. Y no me adules que para eso ya tengo al Adulador.
APOLODORO. Como gustes, César. (Se va)

ESCENA IV
(En los aposentos privados)

(Personajes y acontecimientos pasan con la realidad histórica por escena.)
Adriano, Sabina.
SABINA. Nuestro matrimonio está perdido, Adriano.
ADRIANO (que parece afectado). Cierto, y no pienses que soy feliz. Jamás he debido casarme con una mujer tan joven y consentida. Yo no estoy para aguantar tus deseos de niña caprichosita vestida de prendas maravillosas y mantos al sol bordados.
SABINA. Tú ya sabías como era antes de casarme contigo. No obstante, yo de ti ni sospechaba que...
ADRIANO. ¿Qué es lo que no sospechabas?, venga, cuéntamelo enseguida.
SABINA. Que no te gustaban las mujeres: Ni siquiera me tocas, y cuando lo haces quedas ciego como un niño antes de mamar y quieres penetrarme por detrás y a mí eso no me gusta. Además sólo piensas en andar de viaje y yo no quiero pasarme la vida por los caminos.
ADRIANO. ¿Qué quieres, mujer?, ¿qué viva preso en este laberinto? A mí me gusta viajar, conocer el mundo todo, las artes y la poesía de otros pueblos.
SABINA. Oh, con un poeta me tenían que casar.
ADRIANO. También soy un guerrero.
SABINA. Antes de casarme tropecé con un tojo, me caían las cosas de la mano y he visto llorar a un hombre. Unos días después comencé a escupir hacia la izquierda. Consulté con un augur y me dijo que esos eran malos augurios y que podían ser señales de que nuestro matrimonio no iba a funcionar.
ADRIANO. Tú crees todo lo que te cuentan. Pero esto no funciona porque los matrimonios por conveniencias no funcionan.
SABINA. Les rogué a los dioses qué protegieran nuestro matrimonio, y los dioses se rieron de mí.
ADRIANO. Los dioses se rieron de los dos. Pues ellos saben que el amor sólo se le puede ofrecer a quien quiere preservarlo. Nosotros, todos nosotros, a veces somos estúpidos.
SABINA. Ah, fui engañada, ultrajada como si fuera una ramera en la cama con un hombre que no sabe dónde tengo el sexo. Que en vez de placer me da dolor. A ti al que jamás le pude dar la bienvenida a mi cuerpo. Que siempre alejabas de mí la alegría de la excitación por esa necesidad sexual imperiosa que tienes predestinada. De aquí en adelante complace con hombres tus deseos sexuales, yo no voy a ser un obstáculo entre tú y tu enfermedad.
ADRIANO. Qué el corazón de los dioses se apiade de tu espíritu, mi señora. Pues gracias a ti las podridas lenguas no tardarán en hablar, pero yo estoy al cargo del Imperio y como tal cumpliré con él comportándome como se merece. Pero jamás renunciaré a lo que para mí es natural. Ni por Roma, ni por ti, ni por los dioses.
SABINA. El poderoso Júpiter te dio sentido común en las batallas. Pero tendrás que fabricar otro dios que te excuse en Roma para que te guíe y no te pierdas a ti mismo.

ESCENA V
(En un recinto privado).

(Personajes y acontecimientos pasan con la realidad histórica por escena.)
118 d. de C.
Adriano, Marco Flavio.
No falta vino encima de una mesa.
ADRIANO. Dime enseguida, Marco Flavio. ¿Son ciertas las noticias que llegan a mis oídos desde Britania?
MARCO FLAVIO. Si llegan iguales o parecidas a las que yo te vengo a contar, sin duda serán ciertas.
ADRIANO. Dicen que un tal Arden Carataco al frente de cientos de guerreros quiere que nos vayamos de Britania.
MARCO FLAVIO. Pero nosotros no nos vamos a ir, a no ser...
ADRIANO. ¿A no ser qué?, Tribuno.
MARCO FLAVIO. Oh!, no he querido decir nada, César.
ADRIANO. No soy tonto, Tribuno, no menosprecies mi inteligencia, eso es algo que jamás perdono.
MARCO FLAVIO. No quiero disgustarte, César, ¿pero acaso es preciso que yo te haga escuchar las sacudidas de los cimientos del Imperio? ¿Acaso aquí en Roma vives en el aire y no sientes los temblores? Oh, pero sé que en Roma tú no pasas mucho tiempo.
ADRIANO. ¿Tal vez hay traidores?
MARCO FLAVIO. Y ambiciones, intrigas, pasiones...
ADRIANO. Y los celtas de Arden Carataco.
MARCO FLAVIO. Son peores las conspiraciones de Galba Brasidia.
ADRIANO. Ya sé que él quería ser el gobernador de Britania.
MARCO FLAVIO. Quería, y está dispuesto a todo para conseguir el cargo que considera suyo.
ADRIANO. Los pilares del Imperio pueden derrumbarse con los golpes de estas sacudidas.
MARCO FLAVIO. ¿Qué vas a hacer, César?
ADRIANO. Seguir adelante: cerrar las puertas a los Caledonios levantando un muro lo suficientemente largo y alto para que no puedan pasar. Así evitaremos enfrentamientos y muerte. Ahora, mientras lo organizo todo regresa a Britania. No tardarás en tener noticias nuestras. Es necesario poner freno a las conspiraciones de Galba y para eso hay que distraer a las tropas, tenerlas ocupadas trabajando de sol a sol para que cuando todos piensen en las faldas caminen exhaustos. Las pasiones despiertan a los despiertos, no a los dormidos.
MARCO FLAVIO. Con la construcción del Muro matarás dos pájaros de un tiro, pero muertes habrá.
ADRIANO. Pero no serán matanzas. Tal vez la de algún atrevido que intente cruzar el muro y sea descubierto por la astucia de nuestros guardias.
MARCO FLAVIO. Me voy, César. Espero que todo vaya bien.
ADRIANO. Que los dioses te acompañen y cuando llegues a Britania controla a tu mujer Valeria. Síguela de cerca y vigílala bien.
MARCIO FLAVIO. Aguardo tus noticias. (En voz baja) “Maricón del pene, qué tendrás qué decir tú de mi mujer”.
Se va Marco Flavio.
ADRIANO (pensando en voz alta). “Sé lo que vas discurriendo conveniencias del carajo, pero controla a tu mujer que es más peligrosa que Arden Carataco”.
ADRIANO (quedará hablando sólo en el centro del escenario.) “Y hay quien me dice y me reprocha que no amplíe los territorios del Imperio. ¿Pero cómo ampliarlos si ya es difícil consolidar las fronteras, estabilizarlas? Cuando llegué a Emperador procuré frenar la política de expansión de ultramar por la de asegurar lo que ya tenemos. Ahora se presentan problemas en Britania, faldas y bárbaros. Primero habrá que separar a los militares de los bárbaros y luego ya veremos; quién sabe sí se matan entre ellos y yo no tengo que intervenir. Se me presentan dos fortificaciones, una para frenar a Arden Carataco y otra para frenar las guerras internas. Pero descansaré antes de seguir pensando, no sea que un mal de ojo acompañara a Marco Flavio y mis enemigos tengan la suerte que no se merecen. Llamaré a Marcio Turbo para entretenerme un poco jugando con él a los dados y me aconseje cómo afrontar los peligros que tengo más cerca”.

ESCENA VI
(En un recinto privado)

120 d. de C.
Adriano y un senador: el padre de Valeria.
Hablan y beben abundante vino.
ADRIANO. Tu hija Valeria despierta pasiones y Galba Brasidia es ambicioso y estoy seguro que nos va a causar muchos problemas. Ya sabes que se dice que Marco Flavio es gobernador de Britania gracias a ti.
PADRE DE VALERIA. Adriano, eres genial. ¿Dime qué podemos hacer?
ADRIANO. Tal vez si yo hago un viaje a Britania arreglaría algunas cosas, pero puedo tomar decisiones impetuosas y ser rudo y despiadado.
PADRE DE VALERIA. También eres sensual y generoso. Si haces ese viaje le mandaré a mi hija Valeria una túnica de seda que me enviaron en el comercio que tenemos con China.
ADRIANO. ¿Embellecerla más para qué despierte más pasiones?
PADRE DE VALERIA. Ella es hermosa e inteligente. Es una flor y la túnica es un adorno de su padre para que su flor no se marchite en aquellas tierras donde casi nunca se ve el sol.
ADRIANO. Yo mismo se la entregaré. Mientras, guarda bien la túnica que aún tardaré un poco en marchar. Estoy muy preocupado por los diseños del Templo de Venus y Apolodoro ya casi no me aguanta.
PADRE DE VALERIA. Pues todavía le queda mucho que aguantar si no se muere.

ESCENA VII
(En un recinto privado)

(Personajes y acontecimientos pasan con la realidad histórica por escena.)
126 d. de. C.
Después de estar de viaje en la Galia y Germania (121), Britania, Hispania, Mauritania (122), Y Grecia (123-125.)
Unos días después celebrando el regreso de Adriano a Roma, están: Adriano, Marcio Turbo, Adulador. Los dos primeros beben abundante vino.
ADRIANO. Este viaje fue agotador, pero hermoso. A veces después de cabalgar muchas jornadas el paisaje parecía que comenzaba a cambiar, como si desapareciera el color de las plantas, como si el mundo hubiese retrocedido al tiempo infinito.
MARCIO TURBO. Has venido bien acompañado de las provincias, sobre todo de Claudiopolis, unos jóvenes fornidos.
ADRIANO. Esos chicos quiero que estudien en la Academia Imperial. Pueden servir como modelos para nuestros escultores. Mañana mismo pasaré por allí para hablar con los maestros y con ellos a ver como encaran la nueva situación que les toca vivir. Dentro de unos días haré de anfitrión ofreciéndoles un banquete en palacio y todos podremos admirarlos.
MARCIO TURBO. Has elegido bien, me gustaría que también invitaras a Apolodoro que él también sabe de belleza y de formas naturales, a ver que opinión te da.
ADRIANO. Tú sabes que Apolodoro siempre me llevará la contraria.
ADULADOR (tímidamente). Yo no te la llevo, César. Por eso conservo mi lengua entera.
ADRIANO (como si no oyera al Adulador). Esos mozos que traje de Claudiopolis no son esclavos, ni fueron comprados en sucios mercados. Son hombres libres, no guerreros. Su destino es otro.
ADULADOR (con voz lasciva). Para el vicio.
ADRIANO (enojado). Te he oído, Adulador, y calientas mi propósito y anticipas mis deseos de cortarle la lengua.
ADULADOR (con un nudo en la garganta). Señor, con mis imprudentes palabras tal vez he anticipado vuestra ira pero si me cortas la lengua, no te podré adular.
ADRIANO. Pues ándate con cuidado.
ADULADOR. Moderaré mis palabras, César.
ADRIANO. Más o menos dentro de un año he de hacer otro viaje a Grecia y quiero que alguno de esos jóvenes me acompañe. Espero que la corte se mantenga ocupada en otras cosas más importantes que en mis adquisiciones.
MARCIO TURBO. El muro de Britania será un buen lugar para pasar el tiempo.
ADRIANO. Tal vez sea un error que el pueblo crea que con ese muro vamos a frenar a Arden Carataco. Así tendrían sus pensamientos puestos en los bárbaros y no en mis pasiones.
MARCIO TURBO. La corte estará inquieta si el César no es feliz. Coge bien las riendas y todos caminarán adonde tú quieras. Tus inquietudes amorosas y sexuales no molestan, pues vives como si fueras viudo y es natural que busques un amor más dulce que el que tuviste con tu mujer Sabina, tan nefasto para ti. Es verdad que es más importante tener al pueblo ocupado pensando que Arden Carataco puede cruzar el Limes que pensando en los placeres del Emperador.
ADRIANO. Amigo Marcio, tú deberías ser el Adulador.
MARCIO TURBO. A él casi no lo dejas hablar, pues cuando habla lo amenazas con cortarle la lengua que es casi como morir, pues hombre muerto no habla.

ESCENA VIII
(En un recinto del Senado varios senadores critican.)

Cuatro senadores hablan sentados en unos bancos de madera.
SENADOR 1. Adriano ha llegado a Roma con carne fresca.
SENADOR 2. Dicen que se ha enamorado de un jovencito.
SENADOR 3. Aquí siempre reina la incertidumbre y el tiempo nunca transcurre sin sobresaltos.
SENADOR 1. Roma está gobernada por un afeminado y si el chiquillo se esfuerza, Roma será dominada por dos.
SENADOR 2. Adriano está poco tiempo en Roma y si el chiquillo es malintencionado no podremos adivinar con tiempo suficiente sus malas intenciones.
SENADOR 3. Habrá que estar atentos a los reflejos, pues Adriano antes de que el sol finalice su viaje por la época calurosa intentará volver a Egipto o a Grecia y los caminos a veces son celosos, a veces malvados y tienen el poder de matar con sus aromas, de ahogar con sus ramas y de tender trampas a los viajeros por los caminos.
SENADOR 3. Los ríos aumentan con las crecidas y la tierra ablanda y cuando el río crece tiene hambre y cuando tiene hambre exige un botín.
SENADOR 1. El Nilo es comilón.
SENADOR 2 (airado como una furia mitológica) El César siente una atracción irresistible por ese tal Antinoo. A fe de que le dará todo cuanto le pida.
SENADOR 4. Incluso el Imperio. Desde que ha llegado está a pie de trono, un lugar de honor que no le corresponde. Tal vez habrá que indicarle cual es su puesto.
SENADOR 3. No sé qué somos. Parecemos gigantes u ogros con hambre devoradora. Tal vez Adriano enseguida se canse de Antinoo y no tengamos que preocuparnos…

ESCENA IX
(En los aposentos privados)

Adriano, acompañado de sus pensamientos y bebiendo vino español a cada instante.
En esta interpretación de recuerdos, el personaje se reconoce miembro de una familia de afeminados de la que no se libra casi ninguno de aquella rama maldita de los emperadores romanos. Pienso que aquí, Adriano no sabe quién es y duda si debería ser de otra manera. Por otra parte, en esta escena aparecerán los gestos fraternales y las dulzuras de otros tiempos.
ADRIANO (expresando sus sentimientos sin otros interlocutores). Oh, parece como si me pasara por encima una corriente de agua fría en la que me he visto como en un espejo. Parecía un camino, pero en ella no se podía nadar. Me asomaré al corredor para mirar en todas las direcciones pero la niebla no me permite ver. Tal vez si bajara a la calle podía mirar por debajo de ella y escuchar algunos cantos, algunas voces cristalinas, delirantes y ligeras como si me cantaran los corazones de las diosas. Debajo de la niebla no se ve el cielo como debajo del agua clara; no arden las estrellas, ni existen los caminos que corren trazados en ellas. Oh, la niebla acaricia mi cuerpo y las corrientes de aire que se cuelan por debajo también me lo acarician, pero todo es muy frío, tan frío que corta la respiración. Muchos esperan que yo me rinda a la violación de los cantos como hacen las bestias, pero yo soy sordo. Conozco los efectos de las voces que pueden destruir al enemigo o conseguir amores de bellas tímidas. Pero yo cantaré. Sí, sí, cantaré para conseguir un amor como hacen los magos y los druidas. Oh, no oigo y no veo; esta niebla es como un mar, es como un desierto. Voy a dejar de pensar. Descansaré porque estoy cansado y ya no floto como los perfumes. Me acostaré a dormir a ver si sueño. Yo quería soñar con las batallas esculpidas por Apolodoro en la Columna de Trajano, pero no soy feliz para pensar en las grandes conquistas, tal vez porque no estoy libre de peligros. Tal vez porque estoy rodeado de falsarios y nadie me quiere de verdad y necesito que alguien me quiera. Tengo miedo de soñar y caer dentro de una cueva hasta las entrañas de la tierra donde las imágenes se vean confusas, los caminos no sean vegetales, el aire no sople y el silencio desespere. Oh, pues es verdad: allí los espacios están vacíos, el olor a moho anula los sentidos y si me pierdo por los laberintos no regresaré jamás. No quiero soñar con caminos oscuros, ni con laberintos; no quiero soñar, no, tengo miedo. ¡Basta! Esos son enredos; yo luché con mis legiones en el Tigris y en el Éufrates y sofoqué las Revueltas Judías en Oriente Medio. Ahora he de frenar las embestidas de Arden Carataco. Yo sé que Plotina y Atiano maniobraron para convertirme en César una vez que Trajano falleció sin dejar dispuesta su sucesión. Pero Plotina le anunció en Dacia al ejército, de aquella que acompañó a Trajano en las últimas campañas, que antes de morir el Emperador me había nombrado su heredero. Yo, por encima de todo, por encima de anécdotas y rumores, soy conocido cual hombre de armas. Igual que muchos jóvenes romanos, me alisté al ejército cuando sólo era un chiquillo y tuve un entrenamiento intenso en Itálica. Ascendí en rangos por méritos propios y alcancé una posición de General logrando el respeto de las legiones. Luego fui un líder conocido por mis comportamientos heroicos, por mi actitud concisa y porque marchaba junto a mis tropas, comiendo y durmiendo a su lado, aplicando una forma inteligente y directa de ejercer el mando. Y ahora me parece que estoy preso; mis sentidos comienzan a burlarse de mí y a veces tengo ganas de llorar. Y me llaman maricón. Tal vez porque mi tío Trajano también lo era, o sólo porque no pude dominar a esa mujer caprichosa, voluble y hostil, que se casó conmigo por razones políticas con sólo trece años de edad y por no tener hijos con ella. Oh, ignorantes, y todos dicen que me gustan los hombres más que las mujeres. ¿Qué modelos de conducta forman a los ciudadanos de mi Imperio, a esos hombres libres que usan esclavos cómo amantes? Se supieran que yo sólo gusto de la belleza, de las formas naturales, de las formas artísticas. Apolodoro podría decir que eso es mi pasión desde muy joven, desde mucho antes de ser Emperador, pues yo a Trajano ya le enseñaba mis diseños que no podían competir con los del maestro Apolodoro. Oh, si supieran que profundamente admiro el arte griego del que todos somos herederos y copiamos su cultura; sus modelos de conducta que conforman la formación moral e intelectual de los futuros ciudadanos libres de Roma. La belleza del sexo masculino produce más deseo en mí que el femenino, es verdad. Me gusta ver la virilidad y el cuerpo de un futuro guerrero. Yo, ¿por qué no puedo amar a un hombre igual que se ama a una mujer? ¿Quizá también debería tener amantes femeninas, mantenerlas y fornicarlas sólo para guardar mi estatus de macho? Necesito otro viaje, emborracharme de mundo, de arte, de placer y de vino, pero primero descansaré un poco en Roma. Esta vez no iré a la Villa Adriana para que no digan que el Emperador no aguanta la ciudad donde parece que no es muy popular. Visitaré las construcciones y tal vez deje que el pueblo me vea por las calles.
Piñeiro González, Vicente
Piñeiro González, Vicente


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