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Una salvaje Diosa del Adriático

martes, 26 de marzo de 2019
Hoy es el primer día de primavera y me encuentro en la casa de fieras del Retiro madrileño reconvertida en una estupenda biblioteca "Eugenio Trias" y en este día internacional de la poesía estoy entre poetas, que es la mejor forma para empezar la primavera.

Una triestina replantada en Madrid en estado de gracia, Gianna Prodan, una mujer frágil casi etérea a quien el destino asaeteó con su esposo el escultor Joaquín García Donaire y Una salvaje Diosa del Adriáticoenraizó entre España y su Trieste natal.

Artista de raza traductora, pintora, autora de un diccionario y sobre todo poeta sacerdotisa de la cultura a quien conocí en las noches de Roxa con quien estoy sentado hablando de libros y de mujeres inquietas.

Saludo en italiano a Gianna quien hace referencia a mi último libro. El presentador nos dice que la poesía es como un caracol nocturno que se ha encarnado en una mujer sin edad que emula a Dorotea Tanin que empezó a publicar a los 90, pues la poesía no tiene edad o las tiene todas.

Sus libros de poesías muestran que no es una paracaidistas ni una flor de un día sino que es poeta desde siempre ya que es originaria de una ciudad literaria en que vivieron Rilke, Italo Svevo y Joyce que la impregnan de arte.

Cierro los ojos y veo el mágico palacio de los Ausburgo asomado al Adriático y a los pretendientes carlistas enterrados en esta ciudad mítica que tanto gustaba a otro poeta Gabriel D'annunzio en pos de la Dalmacia y de la Italia irredenta.Una visita que realice acompañado por tres novias de la Venecia Julia, cuando mis ideas sobre el amor eran confusas y tumultuarios, aquellas interminables noches de Verona, entre opera y beso, con mis tres amores simultáneos. Aquella majestuosa rubia veneta que abría su puerta a los peregrinos del amor. Recuerdos de un tiempo pasado que te hacen saborear los versos aterciopelados de Gianna.

Vuelvo a Gianna y a sus libros que en 1991 pública uno en que glosa el tema del tiempo de los cristales en que se vestía de seda e iba al bosque a darse los baños de bosque y abrazaba a un árbol. Es una poeta panteista que canta el tiempo, el misterio, la melancolía heredada de poetas alegóricos que como Dante participan de la liturgia de restauración de los hijos de la Grecia clásica y comulgan en el tiempo como Newton, que describían al tiempo como un río al igual que Azorín y Góngora con la corriente perdurable de las cosas y claman que el tiempo es el que pasa y tu quien quedas.

Este libro despierta sensaciones nostálgicas de un tiempo furtivo como si fuera un libro de despedida que no sólo fuera melancolico a la manera de Rilke para quien la patria del hombre es la infancia. Gianna recupera su niñez, su abuelo y rememora a su padre de Una salvaje Diosa del Adriáticoojos azules y se convierte en una salvaje diosa del Adriático.

Salta la chispa del canto de la noche al respirar la mañana de la vida en un poema de Triestre en que resuena el canto de la noche, lánguido melancólico que rememora a Azorin y que con Juan Ramón Jiménez advierte que con las plumas de otro te puedes adornar pero nunca volar.

Gianna ya escribía a los ocho años historias sobre Trieste, poema de hadas en que fallaba el último verso que nunca rimaba. Prosigue la lectura de recuerdos infantiles, sobre su tía, su abuela María que permanecía siempre en casa asomada a su ventana viendo pasar la vida.

Su padre un mutilado de guerra con unos ojos de sal azul penetrantes como las negras selvas, un faro en que se esfuman los sueños juveniles y se escucha el sonido de un violín perdido por la guerra. Una historia que Gianna revive en su casita de Almería, encumbrada en una atalaya en que se enfrenta con el Mediterráneo con el inicio del Ulises, músicas y palabras inefables en que el pensamiento vuela en un precioso juego de luz y colores en que alguien canta con el gesto antiguo de la Sibila.

Recuerdo de Creta, el paisaje y la luz, y las florerías azules del Mediterráneo y el canto de sirenas que nos trae el viento del sur cuajado de escamas de peces, en que resuenan las músicas y surcan las cometas, acordes luminosos de un mar de misterio, encantamiento de la naturaleza, respirando la vida en la playa plateada de peces en el gran río de la vida, aquella vida que no volveremos a vivir y Gianna se envuelve en una túnica dorada de dama antigua, una salvaje diosa del Adriático, salvaje como la costa, grandiosa como el cielo, generando la santidad de los tabernáculo en espera del sol para adorarlo.

O sol que brilla en la nieve de febrero reviviendo a un poeta antiguo el favorito de Gianna Orazio, a quien revive desde esta cumbre nevada y echa mucha leña a la chimenea y luego saborea un buen vaso de vino y contempla los copos cándidos, los sueños y los recuerdos del pasado y cuando se toma un té con galletas el tiempo fugitivo le hace saborear un helado y engordar junto a su piel arropada por la primavera su viento y el sol.

Con nostalgia los recuerdos cambiantes el perfume de las horas del día, el canto de la noche el miedo de vivir como un amigo que temblaba solo en su alcoba envuelto en su miedo sin escuchar el canto de la noche.

Sigue leyendo poemas y aparece el último verano con el espejismo de cuerpos ardientes que calienta el sol. Temor del invierno en que no se vislumbran la sombra de los recuerdos entre las palmas y en tiempo del gran verano en las orillas ardientes aparecen las negras panteras y los tersos tigres, animales que se mueven en el silencio, en el misterio de la naturaleza. Gianna ignora porque panteras y tigres son protagonistas de estos recuerdos.

No podía faltar la tumultuosa cita con el destino, el suicidio de Electra, una bella joven que se tira por un puente en Lisboa y se cubre de sangre, pasión y luciérnagas y brumosas tinieblas. Como una sirena arrancada por el viento de la escollera y arrojada a una tragedia de plomo fundida en una oscura amenaza del destino, puente sin alborada, lanzándose al vacío con las alas truncadas como aquella taza rota de tu último verano con añoranza de tu propia muerte, en que al perder los amigos la vida nos abandona poco a poco. Los años se vuelven grises y los cabellos blancos.

Gianna confiesa como ha gozado la plenitud de la vida, el sol y le queda el recuerdo de haber estado viva.

Una velada poética estupenda que nos ha emocionado. La saludo y beso sus mejillas de diosa salvaje del Adriático.

Roxa la inquieta periodista con su pelo negro cortado a paje se ha ido. Saludo a mi editora Lidia acompañada por su escudero su marido Alberto, pero esta es otra historia mis queridos lectores. Esta crónica es para Gianna, su poesía y los poetas en este día en que comienza la primavera y reviven los buenos augurios congelados por el invierno.

Joaquin Antuña - joaquinant@hotmail.com
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