Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Murallas de ciudades romanas en el occidente del Imperio

miércoles, 12 de diciembre de 2007
Lucus Augusti como paradigma

Comunicación leída por Vicente Piñeiro en el Congreso Internacional conmemorativo del V Aniversario de la declaración de la muralla de Lugo como Patrimonio de la Humanidad

Vivimos tiempos un tanto proclives para inventarse la historia sobre la base de la propia imaginación con la coartada de que el autor es muy libre de imaginar lo que le parezca. Sin duda, la libertad creadora es un gran valor, pero cuando se elige el género histórico, el escritor ha de hacer un esfuerzo para informarse previamente de cómo fue la historia, incluso en los detalles aparentemente más insignificantes. Yo soy autor de una novela que narra un antes, un durante y un después de la construcción de la muralla romana de Lucus Augusti y como tal novelista, previamente tuve que hacer un esfuerzo por imaginarme cómo era la vida en la época que pretendía recrear. Y cuando digo la vida, me refiero a la cotidiana, la vivienda, la comida, el vestido, los medios de locomoción, las relaciones familiares; también la medicina, la práctica religiosa, los oficios manuales y hasta las actitudes y la gestualidad de los hombres de una época.
Sin darnos cuenta, concebimos a los romanos del Lucus Augusti de finales del siglo III construyendo la muralla a latigazos con esclavos de posesión pública, tal vez aquellos que servían a los dueños de las mejores tierras que tenían esclavos o siervos que se albergaban en las villas rústicas o en las fructuarias, donde estaban las cocinas, las cuadras, los ganados y los almacenes. Los historiadores obran con prudencia y el mundo de hace casi dos mil años que nos cuentan y que los novelistas imaginamos para todos, tiene la suficiente coherencia para parecernos creíble, aunque, lógicamente hay muchos detalles de la forma de vivir de aquellas épocas que nunca podremos conocer y por fuerza nosotros hemos de inventarnos.
Una dificultad con la que tiene que enfrentarse el autor de novela histórica es la gran frustración de toda novela histórica, porque se trata de un problema insoluble: cómo introducirse en el interior de personajes de otra época e imaginar no sólo cómo pensaban, sino cómo veían el mundo y cómo sentían. Tendemos a creer que los sentimientos humanos son siempre los mismos, invariables a lo largo de la historia; y seguramente eso es en parte verdad: Qué duda cabe de que los hombres del siglo III o IV sentían amor, odio, celos, amistad, ternura, sospecha, esperanza, dolor, ilusión. Pero, ¿cómo los sentían? Sin Duda, no igual que nosotros, gentes del siglo XXI, que incluso tenemos un vocabulario distinto del suyo para referirnos a esas emociones, en el que entran algunos conceptos como frustración, depresión, etc…
Me parece que el Lucus Augusti del siglo III no era un idílico paraíso de refinamiento y tolerancia, un lugar en el que empezaban a vivir tres religiones al mismo tiempo en pacífica armonía y que se vio destruida por el miedo a los bárbaros que para aquellas gentes sencillas del siglo III, sería el equivalente de los extraterrestres para nosotros, ciudadanos del siglo XXI. Es indudable que en aquellas alturas de la era otros individuos venidos de distintas sociedades más desarrolladas, y por tanto más refinadas en muchos aspectos que los rudos norteños, encontrarían muchas dificultades de comunicación y de entendimiento. Las masas populares eran iletradas y miserables y estaban explotadas y embrutecidas. Es de saber, que en cuanto a la tolerancia y a la convivencia, las páginas de la historia en aquellos momentos rezumaban sangre, violencia y tanta crueldad, en esta época un poco más refinada, como la que se pudo haber desarrollado en cualquier otro tiempo no muy lejano.
El origen de las fortificaciones romanas continúa siendo bastante misterioso. La razón de ser del ejército romano residía en el combate y un buen general no desencadenaba las hostilidades sin importarle el lugar y debía elegir el terreno más apropiado a los medios de que disponía; además, debía de tener en cuenta también, las fuerzas del enemigo. Un buen general romano debía conocer perfectamente las tropas puestas a sus órdenes, el número de soldados, jinetes, legionarios o auxiliares bajo su mando, y sobre todo, cual era su valor. Si estaban descansadas o fatigadas, si se hallaban mal o bien preparadas, si habían adquirido el hábito de combatir y cómo estaban de moral. Debía informarse de las fuerzas reunidas del enemigo enviando espías, que podían ser exploradores, viajeros, mercaderes, etc. Y después establecer un orden de marcha yendo en la vanguardia las tropas auxiliares y la caballería explorando el terreno y, si era necesario, responder con rapidez dejando en la retaguardia a las unidades menos valiosas...
Por lo general, los poliorcetas imperiales disponían de tres medios de actuación: Soldados bien adiestrados, obras de ingeniería y máquinas. Era la infantería, en particular la de las legiones, la suministradora de mano de obra, mientras que la caballería, incluida la de las tropas auxiliares, aseguraba la supervisión y protección. Cuando las tropas romanas, quizá después de haber luchado contra los astures capitaneados por Gausón en el Astura, hasta la muerte de este en Lancia; los que lucharon en Bergida, o en el Vindio. Contra Corocota en Aracillun, o en el Medulio contra aquellas avalanchas de salvajes que aullaban como lobos, poco a poco, y a veces como si quisieran avanzar rápidamente por territorio enemigo, llegaron a Lucus Augusti.
Pero no disponían de vías fáciles para caminar. Los caminos sólo estaban adoquinados en las ciudades y en las travesías de estas últimas, no junto a los campamentos. Pero los caminos de la tierra no les eran vedados. A los romanos no los detenía la fatiga ni el sueño y todos los caminos se les aparecían de imágenes fantásticas que se enroscan con voluntad propia indicándoles la dirección cierta y decían:
-No, por aquí no, porque más adelante me quebraré en dos”, decía un camino. “No, por mi no caminéis porque más adelante marcharé con otros cuatro”, decía otro camino. “Tendría mucho gusto en ir en vuestra compañía, pero yo voy a desaparecer por infinitas direcciones”, les decía uno más...
Pero los soldados, que a veces se guiaban consultando su corazón, encontraron un camino que no les dijo nada y los otros caminos que los vieron andar por él tampoco les dijeron nada y siguieron buscando la claridad en las distancias.
Debieron talar cientos de árboles para atravesar los bosques, despejar los peñascos elevados en los desfiladeros, podar y aplanar el suelo y prevenir marcas con la dirección a seguir por si tenían que dar la vuelta.
Para atravesar los ríos o cursos de agua, tuvieron que salvar otra dificultad, pero no pudieron echar mano a muchas soluciones. No pudieron contar con la marina para cruzar esos ríos y tal vez construyeron puentes con barcas dispuestas borda contra borda, atándoles fuertemente unas a otras y disponiendo una pasarela por encima. Pero, Oh, duda, también había la posibilidad de construir puentes de madera o de piedra.
Una imagen a tener en cuenta es la representada en la Columna Trajana, pues Trajano utilizó la ciencia del arquitecto Apolodoro de Damasco cuando organizó la travesía del Danubio.
Antes que nada, es de saber que en el ejército romano, siempre se encontraban presentes las defensas puntuales y las defensas lineales, las fortificaciones y las murallas. Cuando llegaron a la futura Lucus Augusti, es posible que se agruparan por cohortes construyendo cabañas en cualquier lugar muy cerca del río Miño. Pero los soldados y los jefes participantes de la cruzada debían quedar al abrigo de una defensa. Una primera fortificación muy simple se levantaría en unas pocas horas y siempre se temía, sobre todo en los lugares en los que no se conocía muy bien al enemigo, el efecto de choque producido por un asalto. Este campamento transitorio puesto en funcionamiento y que tal vez levantaron al atardecer después de la última etapa de marcha, fue construido con gran rapidez y previsto para una duración limitada hasta que días más tarde construyeran otro campamento permanente.
Y antes de edificar ese campamento permanente eligieron cuidadosamente el emplazamiento. Subieron la cuesta y como sabían que un suelo en pendiente era mejor que otro también en pendiente, buscaron un lugar fácilmente defendible que no se viera amenazado por un desplome, que tuviera una inclinación conveniente para facilitar la aireación y la evacuación de las aguas sucias y el que mejor les facilitara la defensa o la eventual salida en caso de sitio. Y encontraron el mejor lugar con agua en cantidad suficiente para aguantar un asedio, y, por supuesto, no situado por debajo de otros lugares más elevados desde los que el enemigo les pudiera arrojar fácilmente venablos, flechas o piedras. En este lugar de la ciudad de Lugo, viejo Lucus Augusti, los generales atinaron perfectamente. Con respecto al agua, es de saber que para García Márquez, Galicia es el país mitológico en el que siempre llueve. Para los meteorólogos españoles, país real en el que siempre llueve y para los gallegos un lugar en el que estuvo el paraíso y que todavía se parece un algo. Ya se pueden imaginar...
Los planos de los campamentos variaban en función de la topografía; en terrenos llanos habitualmente eran rectángulos o cuadrados, aunque cualquier forma era posible. Al principio del reinado de Vespasiano se encontraron planos de campamentos cuadrados, romboidales y de formas indefinidas...
En esta tierra de los coporos, los soldados romanos para situar su instalación permanente empezaron por aplanar el suelo y después levantar una empalizada lo suficientemente grande para cubrir una defensa durable. Cavaron un foso, mejor dos, tal vez tres, en forma de V y la tierra que sacaron de él la depositaron inmediatamente detrás bien extendida y apisonada hasta que formara una especie de camino de ronda un poco elevado. Encima de él construyeron la barrera de palos con torres o bastiones. Después, la aprovisionaron de escorpiones, ballestas y balistas. Detrás de sitiadores. Existen muchos relatos históricos llenos de esta clase de descripciones. En la Columna Trajana se revela la técnica del ejército romano para atacar la ciudad de los dacios, la amplia variedad de máquinas para llegar hasta los muros más resistentes y la labor de los soldados efectuando tareas de ingeniería.
Pero la crisis del siglo III obligó al Imperio romano a levantar grandes murallas fronterizas en aquellas zonas que no podían defender eficazmente de las cada vez más frecuentes invasiones bárbaras. Y en efecto, la estrategia romana fue variando en función de los enemigos potenciales a los que debía hacer frente. No se trata aquí y ahora de contarlo todo sobre los bárbaros, sino definir las características defensivas y militares de cada pueblo para comprender como debieron enfrentarse de forma diferente a unos y a otros. La península Ibérica exigió más de dos siglos de luchas hasta su conquista definitiva; la combatividad de los indígenas había alcanzado abundante fama y Roma reclutó a muchos de ellos para sus unidades auxiliares. En el noroeste de Hispania la paz se instaló definitivamente después de Augusto y la Legio VII Genima controló las minas y a los hombres del país.
Lucus Augusti tuvo su limes con su muralla que atrajo a muchas familias, sobre todo soldados, obreros y comerciantes, que se instalaron a su lado, primero para construirla, convirtiéndose en núcleos de población romana a pesar de estar expuestos a las incursiones extranjeras.
El propio muro constituiría para los bárbaros el principal problema. Podían intentar destruirlo, al menos en un punto. Para abrir una brecha existían varios medios, el primero, sería atacar el muro por medio de obreros protegidos bajo tortugas, con picos o con arietes; el segundo, incendiarlo rellenando de astillas o de broza agujeros abiertos previamente en el paramento y el tercero, destruirlo socavándolo con la ayuda de una mina. La excavación de un túnel les permitiría también evitar obstáculos y penetrar en la ciudad; los enemigos de Roma, sin duda, utilizaron alguna vez este procedimiento. El ejército romano poseía un alto nivel técnico y disponían de una gran variedad de tortugas para proteger a los soldados y a los obreros durante las obras. Pero la muralla de Lucus Augusti se construyó en un lugar que ya estaba totalmente romanizado sin emplear estrategias defensivas, pues ni había suficientes soldados ni era posible un sitio que espantara tanto a los constructores como para protegerse con recursos militares y con hombres prestos para el combate.
Tal vez durante las obras de la nueva muralla de piedra no se destruyó la empalizada de madera construida antaño siguiendo el modelo de la fortificación elemental. No se sabe cual era la frontera de la vieja empalizada o si se construyó una nueva más allá de las obras del nuevo muro para trabajar a su abrigo. El espesor de la nueva fortificación variaría, en principio, de entre 2 y 3,5 metros. Las puertas serían construidas cuidadosamente, pocas, tal vez no más de cinco, pues representaban un punto débil en caso de asalto. La planta circular presentaba la ventaja de la solidez y el inconveniente de la dificultad de construcción, en comparación con la forma cuadrada que se levantaba con mayor rapidez, pero era menos resistente. Nuestra muralla se construyó pegada a las casas existentes que se apoyaban en ella o ella en las casas existentes, formando lo que se conoce como acuartelamientos periféricos.
Los bárbaros no encontraron muchos obstáculos para atravesar él limes en algunas partes del imperio. Ahora mismo pensamos automáticamente en el excesivamente famoso limes, en las grandes fortificaciones y en los ejércitos de provincias. Vemos a las legiones de Germania superponerse al muro construido en Britania bajo Adriano. (No obstante, debemos hacer una primera constatación a propósito del limes: si no errores, los manuales mantienen aún ciertas inexactitudes, tanto sobre la palabra como sobre la realidad que esta cubre). Desde el año 270, francos y alemanes se apiñaban en las fronteras del Rin. Ese mismo año, en el Danubio, se juntaban los marcomanos, los vándalos y los sármatas, en el 271 les sucedieron los godos. Al final del siglo III se reemplazaban los reinados, en general breves, y los emperadores pasaban por ser buenos generales. En 273 Aureliano guerreó contra los alemanes, los francos y, sin duda también, contra los carpos. En 274 fueron de nuevo los alemanes, esta vez junto con los juthungas, quienes atacaron Retia; después, a finales de ese mismo año, y siempre los alemanes, aliados de los francos para la ocasión, atacaron el Rin...
Como he dicho, el siglo III estuvo marcado por una crisis profunda cuyo origen era esencialmente militar: El miedo a las invasiones provocaba una desorganización general, y en el dominio público las exigencias de la guerra hacían que evolucionara la naturaleza del poder. Los soldados hacían y deshacían a su antojo, poniendo y quitando a los soberanos, a menudo generales, y los reinados eran breves debido a los asesinatos. Se degradaba la economía y se asistía a la ruina del comercio de las ciudades y del campo. La propia sociedad sufría en sus carnes las consecuencias de los desórdenes. Bandas de forajidos que recorrían el territorio y los notables que no podían demostrar su generosidad; las conciencias se veían turbadas y los dioses permitían esos desastres porque deseaban manifestar su irritación. ¿Por qué estaban irritados? Se cree que era la famosa impiedad de los cristianos, que no honraban ni a Júpiter ni a Marte, ni a ninguna otra de las potestades supremas, de ahí su persecución.
Pero no todos los territorios se vieron afectados por igual, ni todas las clases sociales sufrieron de la misma manera. A Lucus Augusti llegaban rumores que nutrían más, sicológicamente a las mentalidades colectivas, embrutecidas y retrasadas con las fantasmadas de los cristianos o de otros maniqueos, que de la realidad, y la táctica se volvió defensiva. Pero los arquitectos no iniciaron la construcción de la defensa sin organizar su espacio interior. Si un campamento legionario con unos cinco mil individuos equivalía a un verdadero pueblo. Imaginemos un Lucus Augusti abarrotado de hombres y mujeres venidos de todas las partes de Galicia para trabajar en la construcción de la muralla, más las tropas militares, aunque escasas de la Legio VII Gemina, y los habitantes naturales de la ciudad. Allí habría todo lo necesario que pudiera necesitar la vida cotidiana de una comunidad de esa clase. Hospitales, almacenes, talleres y termas, letrinas públicas etc. También les fue necesario prever el aprovisionamiento de agua, incluso para las costumbres higiénicas. Termas, como si fuese un campamento militar, más por la eficacia médica atribuida a la frecuentación de esos lugares que por su función recreativa. Todo este movimiento, esa actividad ya existía antaño cuando se construyo el primer campamento permanente. Lucus Augusti ahora, en el siglo III, era una ciudad activa, viva. Pero tienen que prever la eventualidad de un asedio y trazaron una línea, algunos quedaban fuera. Otros veían perdidas sus propiedades a lo largo y a lo ancho de la nueva fortificación. Se necesitaban almacenes para el aceite, el vino, los cereales; no importaba poder satisfacer sólo las necesidades regulares, sino que convenía, además, prever siempre la eventualidad de un aislamiento, y para evitar sorpresas desagradables, incluso mantendrían reservas de agua en cisternas.
Tal vez aquellos proyectistas que esbozaron la muralla de Lucus Augusti, tenían atisbos de una polimatía vitrubiana. El audaz equipo constructor de esta magnífica fortificación, diseñó y construyó en un estilo radicalmente nuevo y planearon las zonas nuevas de la ciudad como cuando se planearon las zonas nuevas de Roma tras el incendio desastroso que tuvo lugar en el verano del 64 d. C. No existía un prototipo único de construcción y la evolución no seguía el mismo rumbo en las diferentes regiones del Imperio. Al principio, el espacio interior del campamento estaba organizado para abrigar a una legión.
En la época de Adriano, en una inspección por las márgenes del mar Negro, Arriano describió uno de esos campamentos permanentes:
La fortificación situada (situada a la entrada del Faso), donde se hallan instalados cuatrocientos hombres soldados de élite, me ha parecido, por la naturaleza de los lugares, muy fuerte y muy bien ubicada para proteger a quienes navegan por este lado. Dos largos fosos rodean la muralla. En otro tiempo, el muro era de tierra y las torres, colocadas encima, de madera; pero ahora el muro y las torres son de ladrillo cocido, y los cimientos sólidos. Sobre el muro se hallan colocadas máquinas; en resumen, se encuentra provista de todo lo necesario para que ningún bárbaro pueda acercarse y poner en peligro de asedio a quienes lo guardan.
En una fuente histórica existe una versión abreviada de un nuevo código de edificación publicado por el gobierno tras el incendio que representa un modelo de pensamiento sobre la arquitectura urbana que está claramente en armonía con el diseño y la construcción de obras existentes. Y ya, a principios del siglo II, Apolodoro de Damasco, escultor de gran categoría, ingeniero y diseñador de gran habilidad, se sentía cómodo con el diseño tradicional y con el moderno.
Se podían citar algunas fuentes que tratan sobre los deberes y métodos de trabajo del arquitecto. Vitrubio en su Tratado de arquitectura, dice:
“Las formas de disponer las cosas son estas: plano, alzado y perspectiva. Un plano se hace utilizando correctamente el compás y la regla, por medio de lo cual se establecen los perímetros adecuados para el edificio. Un alzado es la imagen de una fachada, dibujada de modo que muestra la apariencia final. La perspectiva es el método de dibujar la fachada junto con las caras traseras, en el que todas las líneas confluyen en el centro de un círculo”.
En otro lugar se atisba el trabajo de oficina.
“Un arquitecto debe ser un hombre de letras que pueda llevar un registro de obras útiles... Por su habilidad en el dibujo, será capaz de hacer dibujos sombreados para representar el efecto deseado, etc...”
Es evidente que los arquitectos romanos dibujaban planos para el cliente y las maquetas eran de uso habitual. Los proyectos de edificios romanos importantes, tanto civiles como militares, no habrían ser podido aprobados o construidos sin ellos. La medición, y la de la obra de nuestra muralla de Lucus Augusti no podía ser menos, tal vez fue realizada sobre el terreno y es posible que aquí no se hicieran dibujos de trabajo detallados. Los artesanos y trabajadores romanizados de las provincias, estaban organizados en grupos de acuerdo con sus especialidades. Las fuentes respecto a este tema son buenas. Es de suponer que en Lucus Augusti, en los castros, aldeas o villas (que ni los unos ni los otros nada tienen que ver con las entidades de población que todos conocemos hoy en día) existían asociaciones de hombres del mismo oficio. En Roma, estas asociaciones relacionadas con la construcción tenían un colegio: herreros y forjadores, ceramistas y ladrilleros, carpinteros, canteros, etc... Había un colegio de trabajadores de la construcción, en general, y otro de expertos en demoliciones. Fabricantes de mosaicos, ajustadores de estucos, orfebres y otros artesanos estaban organizados de modo similar. Esta ordenada división facilitaba la planificación y construcción de enormes proyectos como el que se emprendió a finales del siglo tercero con el inicio de la construcción de nuestra muralla. Estos proyectos de ingeniería se iniciaban en Roma y después se topaban con grandes dificultades para llevarlos a cabo. La extracción y provisión de materias primas, aunque aquí las había en abundancia, y la mano de obra, no estarían dispuestas a la manera de la capital del Imperio. Esto es seguro en el caso de grandes ladrillales y respecto a ciertas canteras y sus cargadores, aunque para esto último, el gobierno de Roma tenía el ejemplo (sobre todo para ciertas canteras de mármol), de infinitas minas administradas por el estado.
De épocas posteriores a Vitrubio no existen fuentes que describan al arquitecto en su trabajo, pero sí se conoce el personal, equipo, organización y acueductos a cargo del departamento de Aguas de Roma, escrita por Sexto Julio Frontino alrededor del 100 d. C. Frontino había sido cónsul y gobernador de Bretaña y fue autor de libros sobre la táctica y topografía militar. Sin duda, uno de esos hombres que hicieron funcionar el Imperio.
Los restos de edificios importantes, en pie o excavados, que se pueden ver y estudiar hoy en día en veintitantos países, son la principal fuente de conocimientos sobre el oficio de la construcción en la época romana. Aunque son muy numerosos, no son más que parte de lo que hubo una vez, los testimonios de una labor profesional en un periodo de varios siglos. Y como un arquitecto romano bien formado debía ser también un experto en construcción, ingeniería hidráulica, supervisión y planificación, la profesión tenía importancia e influencia.
Después de Vitrubio, hubo más literatura sobre edificación, pero muy poca ha sobrevivido; existen dos oscuros manuales casi vitrubianos de la antigüedad tardía escritos por Faventino y Palladio. Los arquitectos o ingenieros romanos son mencionados continuamente por los historiadores, poetas y biógrafos romanos, pero no en un número proporcional a la evidente entidad de la profesión, entidad que podemos deducir de nuestros conocimientos actuales sobre la arquitectura romana.
Las inscripciones con nombres de arquitectos, normalmente en sus tumbas, son bastante corrientes y alguna vez se puede buscar un nombre en otra fuente. Pero estas sólo dan listas y dicen muy poco. El acopio de datos sobre lugares, fechas, cuando se conocen, nombres, etc… lleva a poco o nada útil, porque los datos son esporádicos e insuficientes, y no es corriente, ni siquiera cuando aparece el nombre de un arquitecto en una u otra fuente, poder relacionarlo con un edificio existente y suficientemente bien conservado para permitir un estrecho estudio analítico, aunque, afortunadamente, hay algunas excepciones sobresalientes.
No sé si todavía hoy sigue permaneciendo sin autor conocido un número sorprendente de edificios romanos muy famosos, como, por ejemplo, el Coliseo, el Panteón o las Termas de Caracalla, y digo que no lo sé todavía, porque los investigadores que han trabajado mucho es posible que le hayan podido atribuir ya algún nombre de los pocos nombres que tienen a los grandes edificios de aquí y de allá.
Tenemos más información sobre los arquitectos y constructores romanos por otras fuentes. Por ejemplo, a través de tratados que han llegado a nosotros sobre materias relacionadas como la provisión del agua y los acueductos, la agrimensura y aspectos de la mecánica, ingeniería y matemáticas. Se han conservado utensilios de dibujo y se comprenden bien los instrumentos de campo. Existen algunas maquetas arquitectónicas que parecen haber sido hechas muchas veces, no para mostrárselas a un cliente, sino para colocarlas en la tumba del arquitecto o en la de la persona que había encargado el templo o algún otro edificio. Los planos arquitectónicos son también raros. La mayoría no son planos de trabajo que habrían sido hechos con materiales efímeros. Lo que tenemos son proyectos de agrimensores, fragmentos de planos de ciudades, no trazados por urbanistas, sino delineados como mediciones de localidades existentes. También se hacían fragmentos de planos de edificios realizados en mosaico o pintados que, quizá, originalmente también estaban en tumbas.
Tal vez cuando se decidió construir nuestra muralla en Lucus Augusti se trazaron planos de la ciudad vieja y de la futura ciudad rodeada con la muralla. De la misma manera que con otros fragmentos de planos de Roma realizados en mármol, se mostraría un Lucus con tiendas, casas, habitaciones y alguno a escala 1:3000 que mostrara la mayor parte de la ciudad, colocado para conocimiento de todos en la plaza del foro, como el plano fragmentado de Roma en el foro de Vaspasiano por el 200 d. C.
Existen muchos murales y mosaicos romanos, algunos espléndidos y famosos, que representan la arquitectura de modo viable e imaginativo. Y aunque necesitan más estudio desde el punto de vista de lo que nos pueden decir de la arquitectura de Lucus Augusti, en concreto, registran claramente aspectos del arte del diseño arquitectónico. Lejos de Lucus, véase por ilustrar tres ejemplos muy útiles para el estudio, uno en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, donde está instalada una habitación procedente de Boscoreale, cerca de Pompeya. En el Museo Bardo, en Túnez, hay un mosaico sepulcral de un arquitecto romano tardío con sus ayudantes. Vestido de forma solemne, el arquitecto sostiene una vara de medir de cinco pies, y al lado hay una escuadra y una plomada; insignia de su profesión. Y en la Tumba de Trebius Justius en Roma se ve claramente la paleta puntiaguda del albañil y obreros mezclando mortero.
Y para dejar las fuentes de tierra lejanas y ceñirnos a las de nuestra Tierra Apartada, aquí sólo existe la evidencia de la muralla y de los restos arqueológicos. No cabe duda a la vista de lo citado, de que en Lucus Augusti había arquitectos. Aquí existieron en abundancia edificios importantes y menos importantes. La mayoría estructuras menores que no necesitaban arquitecto y había constructores y contratistas que estaban preparados para realizar varios encargos. Si eso era evidente en Roma ¿no lo sería en Lucus Augusti? Pero los restos arqueológicos ponen de manifiesto en Lucus Augusti que la mayoría de los edificios, públicos o privados, la delineación de la nueva ciudad y los barrios nuevos, podían ser obra de arquitectos profesionales que tenía esta provincia.
La muralla romana pudo no ser obra de arquitectos profesionales. Pero si los hubo. ¿Quiénes fueron esos hombres? ¿Cuales sus orígenes, su formación? Cicerón admite que la profesión es adecuada para personas de nivel no aristocrático. Vitrubio era un autodidacto, aparentemente procedía de orígenes humildes. Muchos arquitectos romanos eran de raza griega, o muy influidos por la cultura griega, pero esto no significa que diseñaran los edificios a la manera tradicional griega.
El administrador romano Plinio el Joven, al escribir desde una provincia oriental al emperador Trajano a Roma para pedir un arquitecto que fuera a valorar unas obras donde se habían excedido seriamente los costos, recibe esta respuesta del emperador:
“No te pueden faltar arquitectos; toda provincia tiene hombres capacitados para este trabajo. Es un error creer que pueden enviarse más rápido desde Roma, cuando suelen venir a nosotros desde Grecia.” Es de ver, y cito sólo un ejemplo, en el pavimento descubierto en 1986 en la calle de Armañá, en Lugo, y expuesto hoy en el Museo provincial de Lugo, la decoración perimetral ordenada en franjas paralelas en las que se representan arcadas, cuadrados que se tocan por los vértices, líneas de rombos, copas de abeto, etc., que representa, según su publicador Rodríguez Colmenero, a Dédalo y Pasefae en el momento de entregarle la vaca construida por aquel.
Es evidente que algunos privilegiados de Lucus Augusti solían conocer este arte, y que algunos eran muy aficionados a él. Muchos contratarían a profesionales de forma permanente. Así, nuestros arquitectos eran, probablemente en su mayor parte, de las clases sociales más bajas, y hay indicios para sugerir que los esclavos liberados alcanzaban el status profesional. Quién sabe si tal vez un esclavo con mucha autoridad en la oficina administrativa municipal podía ser el jefe de uno de los grandes despachos de la maquinaria administrativa bajo cuya responsabilidad estuvo la construcción de nuestra muralla.
Los romanos estaban siempre construyendo y casi siempre a gran escala. Construían nuevas ciudades y aumentaban o restauraban las viejas. En los últimos tiempos del imperio (siglos III y IV) la profesión seguía ofreciendo la calidad y cantidad de monumentos importantes. Para construir la muralla de Lugo no era necesario ser un gran proyectista como Antemio de Tralles, diseñador del Gran Templo de Constantinopla o Apolodoro que diseñó el Templo de Venus en Roma, sino, más bien, un experto en métodos y materiales de construcción.
Tal vez los que diseñaron o construyeron la fortificación lucense que Richmond denomina “estilo legionario hispánico”, por su dependencia de las normas poliorcéticas y militares vinculadas a la Legio VII Gemina adquirieron formación en el ejército, comenzando con la ingeniería rudimentaria, construcción y experiencia con la artillería, y avanzando después, paso a paso, hasta un puesto superior de ingeniero/arquitecto, con o sin ejercicio posterior al licenciarse, o un ascenso a través del escalafón del Servicio Civil Imperial. Sólo este último camino, presumiblemente, estaría abierto a los esclavos, y las escasas pruebas hacen indicar que estos hombres eran liberados antes de alcanzar la categoría profesional.
¿Quién ha sido el maestro, el arquitecto que ha diseñado nuestra muralla? Tal vez alguno de aquellos que se fue a Constantinopla con Constantino el Grande para diseñar y supervisar la construcción de su gran capital nueva, en el lugar del antiguo Bizancio. (306-337).
Trabajando en su construcción había directores, ayudantes, arquitectos, ingenieros y multitudes de secretarios y amanuenses. Cuadrillas de esclavos, mensores, niveladores, plomeros, canteros, albañiles, fontaneros. Casi como se hace hoy día, se cambiaban constantemente las tuberías y se pavimentaban las calles reventadas por el peso que transportaban los carros abarrotados de tierra o piedras que llegaban desde las canteras. Y como la construcción del Bajo Imperio está caracterizada por la reutilización: los obreros no se dirigían siempre a las canteras, sino que aprovechaban fragmentos arquitectónicos de monumentos en ruinas, viejas estatuas, altares, sepulturas, etc… para integrarlos en la muralla, a veces, para rematar los huecos de las almenas y baluartes.
Estos y algunos más, serían los materiales de obra con los que construyeron la muralla de Lucus Augusti. Para albergar la de mano de obra. Los alrededores de la ciudad se llenaron de barracones, talleres y hospitales. Lucus Augusti llegó a ser una ciudad muy habitada. Santa Sofía fue construida por diez mil obreros divididos en centurias. Estas centurias no estaban capitaneadas por un centurión, si no por un maestro de obras, experto en las artes de la construcción. Un texto del siglo VI o IX, dice que la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla, del siglo VI, fue construida por diez mil obreros divididos en centurias, y cada centuria, capitaneada por un maestro, describe el legado de la tradición romana y de la organización romana casi paramilitar de los obreros y artesanos. Así de esa manera y con ese espíritu, creo yo que se construyó nuestra muralla. Y el texto añade que:
“Cincuenta maestros con su gente, construían el lado derecho, y los otros cincuenta construían del mismo modo, el lado izquierdo, de manera que el trabajo avanzaba rápidamente, en competición y con diligencia...”
En Lucus Augusti veo la preparación, el transporte y los acabados de cantería como una gran industria para aquella época. Veo a los trabajadores romanizados de la Gallaecia del siglo IV trabajando en la muralla como si fueran aquellos que describía el poeta Estacio, que escribía a finales del siglo I d. C., sobre una carretera a Nápoles, que veía construir en los pantanos de Volturno:
“La primera tarea fue preparar zanjas y señalar los bordes de la carretera, y cavar la tierra profundamente; entonces llenarla con otra materia, y preparar los cimientos para la superficie arqueada; parecida a un puente de la carretera, no sea que el suelo ceda y un lecho traidor proporcione una base inestable para las piedras pesadas; entonces, trabarla con bloques puestos juntos a cada lado, y con muchas cuñas. ¡Cuántas cuadrillas trabajan juntas! Unos talan el bosque y desnudan las laderas de la montaña, otros dan forma a vigas y cantos rodados con herramientas de hierro; otros cementan las piedras..., otros trabajan para desecar las charcas y cavan canales para llevar las corrientes menores lejos. Estos hombres podían cortar la península de Athos...”
Estas cuadrillas bien organizadas eran cruciales para construir grandes murallas o grandes edificios abovedados de cemento. El cronometraje del vertido, el movimiento de escaleras y andamios, el avance ordenado de la puesta de las pizarras y la disponibilidad de los materiales adecuados en el momento y sitio preciso, todo tenía que ser dirigido por arquitectos expertos que en el siglo IV además tenían que ser unos administradores competentes.
Piñeiro González, Vicente
Piñeiro González, Vicente


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES