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Lugo ayer (19)

miércoles, 06 de febrero de 2019
Memorias de un maestro lugués

Y desemboco en los limpiabotas, cuyo establecimiento estaba limitado a dos puntos: sobre los urinarios de Santo Domingo, embocando la calle Quiroga Ballesteros, que era el acceso al centro de la ciudad de los viajeros de los coches de línea y de los trenes.

Los limpiabotas caían sobre los clientes como águila sobre paloma. No solo limpiaban el calzado sino que, en cualquier descuido, le cambiaban a uno los neumáticos, es decir los tacones a medio gastar.

El otro estacionamiento de los “limpias” estaba en la parte alta de los soportales, por el obligado paso de los funcionarios municipales, de los de Hacienda, de los plumíferos de los Bancos o de los clientes del Méndez. Entre estos individuos estaba el famoso Pepito Chimeneas que no solamente era famoso por la devolución de una cartera llena de billetes que correspondía a un cliente del Hotel sino que también lo era por sus borracheras de sábado a lunes que le daba gasolina para mezclarse con los paseantes de la Calle de la Reina y comentarles en voz alta aquello de “Hay que ser honrados…”, a la vez que imitando el maullido de un gato en celo espantaba a las jóvenes. También, en concurso, podría alcanzar el título universal de sostenedor de una colilla colgando del labio inferior durante una semana.

Unidos al laboreo del limpiabotas estaban los maleteros o porteadores que, coincidiendo con la llegada de coches de línea y trenes de viajeros, acudían, carretilla o cuerda en mano, como instrumentos laborales imprescindibles a ofrecer sus servicios, obligados por ganar el pan de cada día que, a veces, era del día anterior. No solían ajustar el porte, si había mucha competencia. Lo máximo que pedían era la voluntad, que, humanamente pensando, tenía que ser importante porque las cuestas en Lugo eran -y siguen siendo- grandes y debían obtener lo suficiente para enjugar las gotas de sudor y un cacho de visera de estas gentes.

Vaya mi admiración y consideración para esas gentes que cumplían a rajatabla y sin rechistar con aquella maldición de ganar el pan con el sudor de su frente.

CONTINUARA...
Esteban, Antonio
Esteban, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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