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Lugo Ayer (16)

viernes, 23 de noviembre de 2018
Memorias de un maestro lugués

Darle una salida, previamente estudiada, al ocio de los estudiantes -que lo éramos- y demás gentes de pachucha economía, solamente puede resolverse cargándose de paciencia para navegar por unos inviernos interminables de esos que fabrican musgo en las paredes y tejados y que únicamente pueden endulzarse con la reclusión hogareña, por las mañanas y, a última hora de la tarde trasladarse a los soportales para, entre ida y vuelta, piropos a las rapazas y charla con los amigos, esperar la llegada de la noche y, en última instancia, rascándose los bolsillos en donde tintineaba alguna moneda, hasta se podría hacer el sacrificio de ir al cine a las siete y media.

Otra cosa bien distinta es despertarse en primavera, que es una coña para los estudiantes y mucho peor para quienes, a última hora, con el auxilio de la Virgen de los Ojos Grandes y de santa Rita trata de impedir el florecimiento de las calabazas del veinte de mayo que es el final del curso en el Instituto.

No obstante tal dificultad no impedía que, en días festivos, en tendido de sol y al fin del yantar, la gente -nosotros- se echase a la calle, se liase -o nos liasemos porque yo también era de este gremio- a dar las vueltas necesarias a la muralla para matar la tarde.

También era recomendable, previo consenso, formar dos equipos de billarda para irse a Garabolos o a San Cibrao a disputar un encuentro.

Otro instrumento para matar el ocio festivo del grupo social que describo, era la vuelta a la Tolda un circuito muy completo o al que fuera el castro de Lucus Augusti

Solía comenzar en la Puerta de Santiago, con bajada al Balneario, siguiendo en torno al Miño, subida a la cuesta de las Perdices, con el cuartel de las Mercedes al frente y con la llegada a la Puerta de San Pedro.

Con la bonanza del tiempo también acudiamos a la navegación, Miño arriba, en barca, que al precio de una peseta la hora, suponía un viaje de ida y vuelta, desde el puente romano, a la presa de la Fábrica de la Luz.

Económicamente era rentable, dada la capacidad de cuatro o cinco remeros porque, eso sí, había que turnarse para no ampollar las manos (Me había olvidado decirle a mi padre que aquello de las medias suelas venía de las vueltas a la Tolda y a la muralla).

También, de vez en cuando, solíamos acercarnos al campo de Fútbol de El Polvorín, cuando se anunciaba algún partido interesante y desde una tapia o con el permiso del portero, que no se enteraba, podíamos alcanzar un puesto en vanguardia.

Yo aún recuerdo un partido entre LUGO y el Lemos, que ganó este último por cuatro a dos. Los lucenses en venganza, le rompieron todos los cristales del autobús que los transportaba.

Un autobús que no era otro que uno de aquellos que ponía FERIAS, FIESTAS Y MERCADOS de transporte mixto: feriantes y sus ganados.

Lo curioso de este campo de fútbol era su cerramiento a base de estacas y tablillas. Solía carecer de toda clase de líneas porque todo funcionaba por aproximación como por ejemplo el área de penalti que señalaba el árbitro, midiendo once pasos a partir de la portería, hasta donde se cometió la falta. La de saque estaba medida a ojo.

Otra de las curiosidades era que tenían como cortacespedes a los caballos del cuartel de las Mercedes. Por aquellos entonces no se sabía nada sobre la gangrena o cangrenam que decían algunos.

CONTINUARÁ...
Esteban, Antonio
Esteban, Antonio


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