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Delenda est Franquismo

miércoles, 14 de noviembre de 2007
Sobre la ley de memoria histórica, dos fogonazos de mi memoria personal bastarán. Muy aficionado al cine, en una ocasión fui al principio de los sesenta a una “sesión continua” en una sala de Madrid a ver dos películas de vampiros, del conde Drácula creo recordar, interesado yo sólo por la forma en que estaban hechas y nada por la consabida y predecible trama. Pues bien, en medio pusieron un No-Do, naturalmente con Franco, un Franco ya viejo presidiendo una ceremonia religiosa bajo palio en una catedral, quizá en Santiago de Compostela. Les aseguro a ustedes que entre película y noticiario no había solución de continuidad alguna, ambos pertenecían al mismo ambiente de terror “gore”, uno cruelmente real y otro de ficción: Franco y los vampiros. Un atroz recuerdo de mi infancia constituye el segundo flash elocuente de aquella lejana época tan agobiante. En la calle del Paseo de Ourense, en el transcurso de un desfile de exaltación patriótica, un falangista con todos sus correajes, su camisa azul y sus absurdas insignias, salió de improviso de las filas y, en un gesto chulesco de la peor especie, abofeteó a un transeúnte ya algo mayor por no levantar el brazo al paso de la bandera roja y negra de la Falange Española. Rememorar la acción de este energúmeno aun me lastima ahora; la violencia siempre me causó repugnancia y la violencia estúpida, estupor. Al lado de la descomunal injusticia del franquismo, ambas evocaciones podrían parecer irrelevantes pero en realidad son reflejo de una opresión que da vergüenza traer a la memoria. ¿Pasaron página como si tal cosa los alemanes e italianos respecto a Hitler y a Mussolini o a sus regímenes, perversiones de la Historia? No. Pues los españoles tampoco lo harán con relación a la dictadura de Franco treinta años después de haber durado treinta años. La Ley de Memoria Histórica, que honra y rehabilita a los muertos de uno y otro bando, se lo impide. Esta ley, que acaba de ser aprobada en el Congreso con el voto en contra del Partido Popular, aplica el perdón sin olvido para que nunca jamás vuelva a suceder una tragedia semejante entre españoles.

Florón de la disposición legal es la despolitización absoluta del Valle de los Caídos, un monumento grandilocuente y pretencioso que de símbolo de la victoria franquista pasará a ser recuerdo compartido de vencedores y vencidos, los vencedores que mandaron erigirlo y los vencidos, presos políticos que fueron obligados a levantarlo con trabajos forzados. Se trata de una reconciliación quizá ficticia, cerrada en falso, pero no hay otra si se quiere seguir adelante. “Delenda est Cartago” (Cartago debe ser destruida), repetía Catón machaconamente al final de todos sus discursos 150 años antes de Cristo -según estudiamos- y esta expresión latina, tan eufónica, se ha convertido en una habitual cita culta. El franquismo ha desaparecido pero me atrevería a decir que aun quedan briznas, brasas que se avivan a poco que se sople en ellas, rescoldos de todo aquello. Debieran ser destruidos.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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