Galicia: estable, sin sobresaltos

La política es, para algunos, pura prestidigitación, hacer posible lo imposible. Para otros una aventura dónde se arriesga la piel o el patrimonio de los demás. Para muchos una profesión en la que todo vale con tal de acceder y mantenerse en el poder. Ese poder que significa: estar, disfrutar, colmar la ambición de ser para decidir por los demás.

La década vivida en el presente siglo XXI, amén de parecerse al pasado siglo XX, se ha caracterizado por la perversión del sistema democrático; la corrupción como subcultura extendida desde y por toda la sociedad y sus dirigentes; la crisis o el agotamiento de las coordenadas para avanzar o mantener conquistas sociales, incluso los derechos fundamentales; todo ello, nos ha hecho retroceder para volver al lugar de partida y diseñar nuevos métodos de gestión que nos hagan volver a la senda del crecimiento.

Han quebrado los contratos sociales, las ideologías, los valores, las previsiones y los diques de contención previstos para evitar los graves problemas del siglo XX que desembocaron en dos guerras mundiales y unas cuantas de carácter regional. Otra vez la huida, el exilio, la marginación y la pobreza, se han instalado en la porción del mundo más civilizado y fiable, por tanto con capacidad para ejercer el liderazgo en el planeta azul.

Y, España. ¿Cómo ha respondido y cuál es la imagen que ofrece?. Sin duda dos hechos son síntomas inequívocos del retroceso. La inestabilidad y la pérdida de confianza de los ciudadanos para con las clases dirigentes. Galicia es una parte de España, para lo bueno y para lo malo.

Por eso cuando llega una de esas sesiones de "arqueo" en la Cámara Legislativa dónde reside una parte de la soberanía popular -al menos la delegada por la Constitución al Estatuto- hay que valorar como en los Hospitales, las tres E. Espacio. Entorno. Esperas.

Galicia está íntimamente relacionada y muy pendiente de lo que acontece en el Estado. Galicia tiene una población muy envejecida que depende más de conservar que de avanzar. Galicia es un espacio verde, natural, pero periférico, muy lastrado por su tradicional fisterrae. Lo dicho requiere de una aventura con tres descubrimientos: Ser más importante en el concierto de las decisiones estatales. Rejuvenecerse, y para ello lo primero es evitar que los jóvenes -ya de por si escasos- opten por marcharse. Hacer uso de todo su potencial para emerger y estar en los corredores que comunican con los centros de decisión de Europa, América y en general allá dónde se esté fraguando la revolución tecnológica.

El discurso del Presidente Feijoo es un canto a la virtud de la estabilidad. Mientras otros pierden rumbos y provocan incertidumbre, Galicia es previsible. Aquí la gestión consiste en conformarse con lo que se dispone, ajustar las cuentas de ingresos y gastos, mantener la paz social, no arriesgar lo más mínimo pues ni son buenos tiempos para la lírica, ni son buenos tiempos para las mudanzas; visto como está el entorno. Y el Gallego, de por sí conservador, lo agradece. Desde esta Arcadia Natural de nuestras rías, y cascos históricos, podemos dormir y despertarnos sin sobresaltos. Aquí las páginas de los sucesos se ocupan de los incidentes tradicionales. No hay corrupción. O por lo menos no tenemos nada que ver con Valencia, ni con Madrid. No hay fuerzas políticas y sociales que se plateen el secesionismo, ni siquiera esos derechos históricos para construir una alternativa basada en el derecho a decidir. Preferimos ser buenos mandados. Cordiales y hospitalarios vecinos. Ni somos catalanes, ni somos vascos. Somos gallegos de lluvia y calma.

Para que todo siga igual es preciso que algo cambie. Y así, en el Parlamento de la Ciudad Santa de Occidente apenas hay ofertas novedosas. Incluso el horizonte vuelve a ser, organizar el próximo Xacobeo 2021. Y es que, entre dinero y santidad, la mitad de la mitad, para crecer un poco y subir otro peldaño hacia el cielo.