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Gibraltar, la enésima vez

lunes, 22 de octubre de 2007
La primera vez que volé a Gibraltar, fui a casa del ministro. Me abrió la puerta su mujer, una andaluza, y cuando pregunté por él, gritó hacia el primer piso donde tenía su despacho de abogado: “¡Salvadó!, te buscan”. Me enseñó luego Hassan en su escritorio, maliciosamente, el teléfono rojo que le comunicaba con el gobernador inglés de la Roca, máxima autoridad en el territorio al fin y al cabo como quedó patente, por ejemplo, cuando la princesa Ana de Inglaterra realizó allí una visita oficial para conmemorar los trescientos años de dominación británica. Esta simple anécdota serviría para resumir la vida política de la minúscula pero irritante colonia. Ahora se acaban de celebrar elecciones en el enclave, un confetti del antiguo Imperio Británico de seis kilómetros cuadrados. Y ganó en ellas por cuarta vez el socialdemócrata Peter Caruana. Para ver la dimensión demográfica de este promontorio montañoso que forma la punta sur de la Península Ibérica hay que recordar que tiene 35.000 habitantes entre los que Caruana logró mayoría obteniendo diez escaños en el Parlamento gibraltareño, una Cámara de juguete. Al día siguiente del voto, ufano por su victoria, llenó los medios de comunicación españoles de declaraciones conciliadoras y deferentes respecto a España con acento andaluz. Es un moderado, su talante es sereno y cordial, pero sería una ingenuidad esperar que puede cambiar las bases de un desacuerdo de tres siglos por mucho que se alegue que ahora España y Gran Bretaña forman ambas parte de la Unión Europea y de la OTAN; vamos, que en principio son aliadas. Bajo el franquismo se le llamaba al Ministerio de Asuntos Exteriores, Ministerio del Asunto Exterior por la importancia desmesurada que daba la dictadura al irredento peñón, en manos británicas desde el Tratado de Utrech de 1713. Ya pasaron treinta años de democracia en España y el conflicto, imperturbable, prosigue sin solución a la vista por mucho que hubiera sido incluido en su día en la Comisión de Descolonización de la ONU. El sistema de consulta popular de los ingleses en sus posesiones consiste en una falacia muy anglosajona: por ejemplo, en Gibraltar, desde un principio poblaron el enclave con inmigrantes genoveses, después con malteses, judíos sefardíes e incluso admitieron a trabajadores marroquíes. A continuación les preguntaron en 1969 en un referéndum si querían ser españoles. Cae de cajón que, menos dieciséis, todos ellos contestaron que no. Por decisión de la Unión Europea Gibraltar no puede ser ya un “paraíso fiscal” pero aún es sede real o virtual de muchas compañías internacionales y “agujero negro” de contrabando y tráficos ilegales varios. El presidente Rodríguez Zapatero aceptó hace un año, en aplicación de los acuerdos tripartitos de Córdoba, una negociación entre Madrid, Londres y, es una novedad, los gibraltareños, los “llanitos”, negociación en curso que versa sobre telecomnicaciones, pensiones a trabajadores españoles y uso conjunto del aeropuerto, ninguna cosa que afecte ala soberanía. Y en eso estamos, escépticos porque el pleito colonial parece irresoluble como tal. Por enésima vez veremos lo que da de sí este intento de limar asperezas. Es mejor que no hacer nada, “de la nada no sale nada”, como dice de forma redundante pero genial Shakespeare.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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