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Frida Khalo ¿Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer?

jueves, 12 de julio de 2018
El tema central de la pintura de Frida Khalo es ella misma, con él consiguió visibilizar su arte, asunto difícil para una mujer, porque ello supone ingresar en el espacio público, territorio para la visibilidad del género masculino, según ha ido determinando la sociedad patriarcal. Claro es que más factores lograrían esta meta, como veremos.

Aunque su imagen es el centro de su pintura convive su rostro con la naturaleza, el paisaje vegetal y animal forma parte de su imagen misma, así se veía ella: las flores coronan su cabeza y enormes hojas de grandes plantas la envuelven, descritas minuciosamente, aumentadas como por el ojo de una cámara -a la que estaba acostumbrada como ayudante de su padre de oficio fotógrafo-, adquiriendo el tamaño del primer plano como su figura.
Frida Khalo ¿Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer?
Se presenta ante el espectador como una mariposas y libélulas que se posan sobre ella o sobre el paisaje natural, planta humana entre las demás, acompañada de sus mascotas- monos, loros, gatos- así como de insectos...

El que se viese ambientada en el contexto de plantas y flores, citada con fragmentos de especies jardineras o con raíces filamentosas que recorren su cuerpo o su paisaje en muchos de sus cuadros, me lleva a relacionarla con aquella conclusión de Simone de Beauvoir sobre las teoría del mundo patriarcal, según la cual hay una identificación de la mujer con la naturaleza y del hombre con el espíritu, el pensamiento y la razón: pareciese que ese mundo íntimo de Frida plasmado en sus autorretratos fuese un reflejo de tal idea, y que ella fuera una hoja más, la naturaleza viva.

Y es que el mundo patriarcal es compartido por hombres y mujeres, y en él se han dado manipulación de realidades que han derivado en estereotipos perpetuados durante siglos, porque, en efecto, gran parte de la esencia femenina está determinada por su cuerpo reproductor como el de la naturaleza: la maternidad hace de la mujer una continuadora de la especie humana y en muchas de ellas esto se vive intensamente, pero ello no obsta para que en otras no se dé tal vivencia, ni tiene porqué. En todo caso, reducirla a ese rol ha sido una imposición ideológica para controlarla dentro del ámbito de lo privado y afearle sus intromisiones en la esfera de la visibilidad pública. En el caso de la persona Frida, por el hecho de ansiar ser madre y la frustración de no haberlo logrado se cumplió tal determinismo.

Pero al mismo tiempo que su espíritu maternal y su pintura cumplían en parte con la feminidad prescrita, se rebelaban frontalmente con el comportamiento adecuado para una mujer de bien, tanto en la libertad de su vida sexual en la que hubo amantes masculinos y femeninos, como en su acción y participación política dentro del partido comunista, determinada por su preocupación social de índole revolucionario, que no por el paliativo de la caridad cristiana.

Su excepcionalidad artística respecto a los muralistas varones ha sido la de producir un arte referido al mundo femenino de lo privado, mientras que el de ellos fue un arte público, situado en el terreno apropiado al hombre en la sociedad de los patriarcas.
No podemos separar, es cierto, la pintura de Frida de su personaje tan excepcional y diferente, determinado por su discapacidad, que ella disimuló desde la coquetería femenina en lo que a sus vestimenta se refiere, extraña a la moda de la época, pero elegida con éxito desde su feminidad: su mundo étnico y su indigenismo, compartido con sus compañeros pintores, marcaron su estilo, si bien aquellas faldas y vestidos largos de maravillosos e intensos colores, lucidos y amplios no sólo son un canto a la belleza del arte popular mejicano, sino que además eran los perfectos para cubrir la deformidad de su pierna poliomielítica, quedando ellos y el potente rostro de Khalo dominando la escena, así como los grandes aderezos inspirados en el arte precolombino en orejas, pecho y cuello, a la vez que rescatados por el gusto vanguardista siempre a la búsqueda del primitivismo y la pureza originaria de las culturas vírgenes; mientras que su abundante cabello lo recogía en modos tradicionales, aunque aderezados con detalles de actualidad orlados por la naturaleza.

Pero esta feminidad y coquetería en el arreglo convivía, sin embargo, con sus cejas no depiladas, así como el bozo de su bigote, algo que no respondía a una imagen femenina, aproximándose a la de un hombre.

Conjuga su personaje y los temas de su pintura feminidad y feminismo. De hecho Frida se haría presente en el Parnaso de las mujeres artistas con su propia luz cuando, en los setenta, la descubrieron los movimientos feministas como artista y supuesta correligionaria. Si bien es verdad que, con anterioridad, el estar casada con Diego Ribera le había dado oportunidades de ser conocida como pintora por moverse en los medios sociales e intelectuales de su marido- Breton la invitaría a exponer sus pinturas en Francia considerándola dentro del aura surrealista, y el Louvre le compró un cuadro de aquella muestra, hoy en el Pompidou- con todo, su obra alcanzó un primer plano y un verdadero reconocimiento internacional después de su muerte, y en especial a partir de la década de los setenta, tanto en Europa como en América donde se realizaron numerosas exposiciones suyas

Frida puso sobre el tapete con su arte temas insólitos en la pintura referidos a lo más doloroso que puede suceder con un embarazo deseado: el aborto, sus abortos. Así como asuntos en los que delataba la violencia de género con un estilo naif, como en aquel cuadrito donde plasma la escena del hombre que había apuñalado a su mujer y declaró en su defensa ante la autoridad que habían sido “Sólo unos piquetitos”, según reza el texto que aparece recogido por la pintora con ironía.

A partir de ahí la excepcionalidad de su vida de sufrimiento, la originalidad de sus referencias temáticas, la singularidad de sus autorretratos, el debate en torno a su feminismo o no feminismo, lo vistoso de su cromatismo y aderezos étnicos, harían que su potente personaje acompañara para siempre a su magnífica obra, hasta el punto de que uno y otra se han hecho inseparables, a la vez que manipuladas por el mundo comercial, de tal manera que en estos momentos se puede contemplar una exposición en el Victoria&Albert de Londres sobre la moda del siglo XX, los popes de la misma y su inspiración en la imagen de Frida.

Es tal la fama y éxito del personaje, que se ha llegado a escribir como antes se la conocía como mujer de Diego Ribera y ahora se conoce a aquel gran muralista mejicano como el marido de Frida Khalo. Bueno… esto va imponiéndose, en cierto modo porque su marca vende, sin embargo ayer veía en la televisión a un periodista preguntar en torno al Museo del Prado a los viandantes:

“¿Conoce usted a alguna famosa pintora?”, y uno tras otro respondían: “…pues no, la verdad”, hasta que al fin a uno se le encendió la bombilla, “Ah… sí, Frida Khalo, la mujer de Ribera, ¿no?”.

¡Tate!, la mujer de Ribera. ¿Qué les decía una servidora?. Tal respuesta correspondería a aquella frase que se ha convertido en la expresión y sentencia sobre la prohibición de que la mujer se haga visible en la esfera pública y en el relato de la historia: “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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